Basura virtual que dice ser cristiana.

Lo que origina este artículo de mi blog es la molestia y aburrimiento hacia cierto grupo de cristianos que está actuando no sólo con imprudencia, sino además con falta de ética e inclusive de irreverencia. Esto, basados más en tradiciones y prejuicios, que en los postulados de la Biblia, la cual nunca me cansaré de decir como reformado, es nuestra única y suficiente regla de fe y conducta.

Comencemos por lo que este artículo no busca. No deseo señalar que uno no debe denunciar aquello que atenta contra nuestra fe (1ª Pedro 3:15). El apóstol Pedro nos invita a hacer defensa de nuestra fe, por lo tanto, se trata de una tarea indispensable. Una tarea que debemos asumir con responsabilidad, pero a la vez con mucho respeto.

Precisamente, es eso de lo que adolecen estos cristianos, muchos de ellos anónimos, otros con nombre y apellido, que a veces queda claro que son pseudónimos, que atacan a todo lo que se les para delante de sus narices: predicadores, evangelistas, teólogos, “apóstoles”, “salmistas”, iglesias, hasta versiones de la Biblia. Vale decir, cuando decimos todo, es todo. Tienen un alto concepto de la moral, que les hace irresistible atacar a quien no calza con la mentalidad de ellos. Son hermanos y hermanas en la fe que se olvidan de dos cosas importantes:

a. Que toda interpretación de la Biblia emerge de manera posterior a la lectura del texto y no al revés. Nuestra fe y teología deben estar fundadas en la Palabra del Señor. Nuestras experiencias no son normativas. Son particulares a nosotros y no son repetibles en el tiempo. A lo más, podrían servir como ejemplo, pero nunca como modelo, receta y/o norma.

b. Que para dialogar con alguien debo presuponer que el relato del otro posee inteligibilidad. Puedo no creer en lo que dice el otro. Pero puedo respetarle. Si sólo doy gritos a modo de exorcismo, sólo estaré mostrando la locura de mi religión. Y como recordaba un amigo mío, Víctor Madrid, hace unos días atrás, por la religión se han cometido una serie de horrores.

Siendo bastante honesto, no estoy de acuerdo con que hoy en el presente que pastores se tilden de apóstoles, que cantantes se autodenominen levitas y/o salmistas. Me parece que dichas nominaciones provienen más del egocentrismo que de la base bíblica. Si uno lee las cartas de Pablo, sobre todo 1ª de Corintios 15, podremos decir que en este tiempo no existen los apóstoles puesto que el requisito esencial para su existencia es haber visto vivo-resucitado a Jesús. Pablo se reconoce como un abortivo dentro del número de los apóstoles. Hablo de egocentrismo, porque, al parecer, otorga más estatus decir “soy apóstol” a decir que “soy pastor”. Es, también, crear una nueva jerarquía en las iglesias, un grado mayor de espiritualidad, unción y revelación. Cosas a las que me referiré más adelante.

Tampoco estoy de acuerdo con nuevas “doctrinas” que atentan contra la enseñanza de la Palabra de Dios. Llámese Teología de la Prosperidad, Teísmo abierto, “triples unciones”, “renovación apostólica”, entre otras. Otro caso, es la idea de que uno puede parir sus sueños, dando poder más a la palabra y voluntad de uno, que a la providencia divina. Creo que son cosas que hay que denunciar, diciendo las cosas por su nombre. Diciendo que ese tipo de aberraciones doctrinales no forman parte del cristianismo bíblico e histórico.

Asumo el compromiso de que mis artículos analizarán estos y otros temas. Pero no dando “palos de ciego”, no dejando la pura denuncia, sino que analizando con rigurosidad y estableciendo propuestas. Nada más inofensivo que la pura denuncia, porque como diría cierto profesor, nos convertimos, simplemente, en continentes sin contenido. En buen romance, nuestro discurso se transforma en “puro bla bla”, insufrible, por lo demás.

Pero lo que más me molesta es el ataque artero e inmisericorde. Ese ataque que no es contra las ideas y doctrinas, sino contra las personas. Porque es súper fácil ofender, más cuando la persona a la cual se ofende no es nuestro interlocutor en el acto comunicativo. Hay varias cosas que son llamativas de este tipo de conductas. Una es que no se tiene ningún tapujo en dar nombres y apellidos, agregándoles el mote de “ecuménicos”, “apóstatas”, “hijos del diablo”, “satánicos”, “herejes”, y cuanto apelativo exista. La creatividad suma y sigue. Yo creo que muchos de las personas a las que se acusan han errado en sus interpretaciones de la Palabra y en sus conceptos. Pero otra cosa muy distinta es dar esos apelativos. Debo reconocer que me he dado el trabajo de leer varios blogs, páginas web que abordan esos temas y me parece que sus argumentos son débiles, como la espuma de una ola del mar. Hay cosas que no resisten análisis. Sobre todo, aquellos artículos que van acompañados del ultra-editado vídeo de You Tube, donde aparece un fragmento mínimo de una predicación, segundos de ella, con argumentos que duran varios minutos. He tenido la oportunidad de ver y/o escuchar varias predicaciones de esas que le sacan un trozo y me parece que las ideas expresadas en la totalidad del sermón no sólo tienen base bíblica, sino que glorifican a Dios. Porque, sabemos todos que muchos grupos sectarios se basan en la Biblia para engañar. No basta con el conocimiento ni con la adoración por sí solos. Ellos deben ir ligados. Volviendo al asunto, se saca de su contexto una frase y distorsionan el sentido de lo predicado y, aún más, tienen el desparpajo de acusar de apostasía al sujeto que predica. Se trata de una clase magistral de la torpeza. Porque si no hay peor ciego que aquél que no quiere ver, no hay peor sordo que aquél que escucha lo que quiere escuchar. Y eso que escuchan no son más que pretextos para argumentos falaces.

De todas las acusaciones hay dos que me parecen fuera de todo sentido. He leído en algunos blogs acusaciones a la Nueva Versión Internacional de personas que no tienen ninguna formación en los idiomas hebreo, arameo y griego, como los biblistas que trabajaron en dicha traducción. ¡¿Qué peor argumento que el que se sostiene en lo ignorado?! La otra, es contra ciertas actividades que desarrollan ciertas iglesias: shows, cafés concerts, obras de teatro. Se dice que el evangelio es serio, ergo las iglesias modernas buscan sólo entretener. Creo tan firmemente en el poder de Cristo y su evangelio, que puedo decir que todo lo que hago de palabra y hecho puede ser usado para la gloria de Cristo. Y cuando digo todo, es todo. Dios jamás podrá ser contenido en nuestros conceptos mentales, que muchas veces buscan la cuadratura del círculo. Dios excede a nuestras concepciones. De hecho, su revelación, que es su Palabra, es un tremendo acto de condescendencia. Como cristianos somos tradicionales, no tradicionalistas. Además, Cristo nos hace felices. El evangelio no es amargura ni parquedad. No hay nada más feliz que la certeza de que Cristo mora en mi vida y que con Él estoy seguro, despojando mi vida la culpa y el temor. Por quince años asistí a una iglesia que se precia de ser tradicional. Y allí fui feliz. Como olvidar las palabras que una vez aprendí allí, que fueron señaladas por el Pastor Pedro Peralta Rojas: “el evangelio hay que hacerlo gustoso y no algo gravoso”. Palabras que muchas veces escuché a la Pastora Zulema Guajardo. O ese bello himno que en su coro señala: “Dulce evangelio, inmaculado, del cual emana felicidad”. Hoy, experimento la felicidad en una iglesia histórica que ha innovado en muchos aspectos. ¡¿Qué tiene de malo ser feliz asistiendo a la iglesia?! Respondo: absolutamente nada. Muy por el contrario. Como dijo mi amigo Vladimir Pacheco en uno de sus sermones: “el hecho de que seamos informales no significa que seamos irreverentes”. Cuando decimos que el mundo, entendido como sistema de cosas, se entromete en la iglesia debiésemos referirnos a cuestiones de ética y no de estética.

Y ahí creo que está el problema de eso que he llamado “basura virtual”: en la irreverencia. En la irreverencia de creerse más. Frente a eso, retomo algo que dejé inconcluso y dije que mencionaría más adelante, declarando con toda firmeza que:

a. No tenemos acceso a otra revelación que la Palabra de Dios. Ella es la palabra profética más segura (2ª Pedro 1:19-21). Todo cristiano debiese sujetarse a ella y sólo a ella. Ella es normativa. Predicaciones, medios de gracia, profecías, experiencias no tienen existencia ni validez si no están sustentados en la Palabra que vive y permanece para siempre.

b. Nadie tiene un mayor grado de espiritualidad que otro. El Espíritu Santo no es una fuerza ni una cosa, es una Persona. El bautismo, sello y unción son símbolos de una experiencia que todos los creyentes recibimos por igual en el momento en que creímos en Cristo (1ª Corintios 12:13; Efesios 1:13; 1ª Juan 2:20, 27. Nótese que Juan en este pasaje habla de la unción en singular no en plural). Desde que fuimos salvos el Espíritu Santo entró en nuestras vidas y comenzó a realizar su obra santificadora. “Un Espíritu” en la iglesia.

c. La llenura del Espíritu también es un símbolo, que expresa la plenitud de la obra de la tercera Persona de la Trinidad en los creyentes (Efesios 5:18). No es algo que podamos obtener ni ganar por nuestros méritos sino que obedece a un acto soberano de la gracia divina. Claramente nuestra vida espiritual se ve enriquecida con la lectura de la Palabra y la práctica de la oración, pero esos “querer y hacer” son obra del Espíritu que no nos deja estar ociosos (2ª Pedro 1:8).

Cuando creemos que tenemos más mérito que los demás, no estamos glorificando a Cristo. No sirve de nada que nos arrodillemos para adorar si nuestro corazón no se arrodilla con nosotros. Cuando creemos que podemos hacer algo para merecer favores divinos, o para ganar dones espirituales, estamos creyendo en una salvación por obras. Cuando creemos que la iglesia es un lugar para santos, para la calidad y no la cantidad (de la cual mi amigo Pablo Vargas escribió en su Facebook una interesante reflexión) nos olvidamos de dos cosas: que somos pecadores-redimidos, y no lo dejaremos de ser nunca, y, que Dios nos llamó a hacer discípulos a todas las naciones. Como diría John Wesley hace muchos años atrás: “el mundo es mi parroquia”.

Dos reflexiones finales. La primera de ellas es que uno debe tener sumo cuidado en el uso de las palabras. Si sabemos su correcto significado las estaremos usando a cabalidad y comunicaremos bien, haciendo que nuestro mensaje pueda ser entendido. Es mi impresión que el uso deliberado de conceptos como apostasía y ecumenismo no tiene sustento semántico, bíblico, teológico ni histórico. Y eso es muy fácil de percibir desde la primera lectura de las abundantes exposiciones que plagan internet. La otra reflexión, apunta al hecho de que es muy fácil criticar. Es muy fácil criticar desde un púlpito o desde la virtualidad porque son lugares que permiten esconderse bajo cierto manto de autoridad. Spurgeon hablaría “del castillo de los cobardes”. Por ende, honestidad otorga, lo que decimos desde una tribuna debemos tener la capacidad de plantearlo no estando en ella. Peor aún, es cuando cristianos se esconden bajo el manto hipócrita del anonimato para hacer denuncias, que ante la carencia de denunciante no tienen validez. Pero, por sobre todo, lo que decimos debe ir asociado a una práctica. Decir y hacer son indisociables. Y de eso me he dado cuenta. Que la gente que se dedica sólo a criticar no está haciendo absolutamente nada, mientras que muchos de los criticados están parados en la primera línea de batalla, y si se equivocan y/o fracasan es porque precisamente están haciendo. El comportamiento de los criticones es similar a la de escribas y fariseos cuando decían que Juan el Bautista estaba endemoniado y que Jesús era comilón y bebedor de vino (Mateo 11:16-19), dando muchos palos, pero siempre porque uno boga o no boga. Los criticones nunca están contentos. Los criticones siempre se comportan como “asesinos de la gracia” (Swindoll). Por eso sus escritos son basura virtual. Convierten lo sagrado en motivo de burla y la belleza en fealdad. El Qohélet dijo: “Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista” (Eclesiastés 10:1). Así se comportan.

Prefiero mil veces, y Dios me ayude en eso, vivir conforme al consejo petrino que señala claramente: “Porque ésta es la voluntad de Dios: que,  practicando el bien, hagan callar la ignorancia de los insensatos” (1ª Pedro 2:15).

Luis Pino Moyano.

Publicado en un blog extinto, el 30 de octubre de 2010.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s