En medio de toda la euforia triunfal electoralista, hace ya algunos años atrás, la entonces electa Presidenta de la República, luego del ballottage, anunció en un improvisado escenario que se vendría la más grande revolución en la educación nacional. Ruido de aplausos y vítores ante tal iniciativa. El anuncio se unía al meritorio hito de la primera mujer en la alta magistratura.
Y se vino la revolución, pero no de la mano del Estado, sino más bien impulsada por muchachos y muchachas estudiantes secundarios, que con sus esfuerzos comenzaron a escribir las más bellas letras, las de la libertad. Los medios de comunicación, presididos por la aristocracia chilensis, no medraron en acusarles de criminales, vándalos señalando que los pingüinos, como se les llamó, no sabían hacer otra cosa que encapucharse y lanzar piedras, alterando el orden de la sociedad. Y como alteraban el orden, ellos eran desadaptados. Los padres deben responder por los destrozos, porque alguien tiene que hacerse responsable, decían. Entonces los muchachos y muchachas, cambiaron la estrategia de las marchas por las “grandes alamedas”, y se encerraron en sus establecimientos educacionales. Fines de abril, mayo y junio de 2006. Ahí la gente comenzó a apoyar al movimiento estudiantil. Pero ahí, nuevamente, los medios atacaron. Acusaron de influencias políticas en el movimiento, sobre todo del Partido Comunista. Ya se quisiera el P.C. ese poder de convocatoria y organización. Claro que los chiquillos y chiquillas que oficiaban de voceros de sus compañeros, se sentían identificados con ciertos sectores de la política nacional, pero en un amplio espectro, puesto que estos muchachos y muchachas no eran los dirigentes, aquí las bases eran las que tenían el poder. Pero el cuarto poder logró su cometido, y politizó la discusión. Y como la política en Chile, fue destruida a bayonetazos por la dictadura militar, pasando al reinado de los tecnócratas, se “ensució” el movimiento. Esos ilustrados señores no entienden que todo es política, siguiendo las instrucciones del viejo Aristóteles. Aparte de eso, cabe señalar, que el pronunciamiento político de los muchachos y muchachas tenía sustento e implicancias inéditas, o incubadas por mucho tiempo en la historia nacional. Partiendo del tipo de organización, que como ya hemos dicho, las bases tenían el poder, partiendo de la autoridad de nombrar y revocar voceros (sistema parecido al habido en Chile en el período que la historiografía tradicional no ha trepidado en llamar “anarquía” y algunos siúticos “ensayos”). El movimiento se organiza funcionando en torno a redes, las que aprovechan todas las herramientas al alcance de ellos para traspasar información. E-mails, blogs y fotologs son el claro ejemplo. Las demandas: gratuidad de la tarifa escolar y pase sin restricciones durante el año, P.S.U. gratis, raciones de alimento a la totalidad de los estudiantes de liceos y escuelas públicas, prácticas profesionales remuneradas para los estudiantes de liceos técnicos y la derogación del decreto 524 que regula la conformación de los centros de alumnos. A estas demandas se sumó: la petición de derogación de la Ley Orgánica Constitucional (L.O.C.E.), firmada por el tirano a horas de la entrega del poder el 10 de marzo de 1990, y la modificación de la Jornada Escolar Completa. La radicalización de las demandas apunta al verdadero problema: la calidad de la educación. El coro se había rebelado, por ende los héroes no estaban para nada contentos[i].
El gobierno tomó las astas, y creó un Consejo Asesor de Educación. ¡Hurra! ¡Bravo!, decían los entusiastas admiradores, que hablaban de la presidenta como “mamá”. En ese sentido, fue mamá la que apareció en escena para restaurar el orden de la casa. Ahora bien, los muchachos y muchachas desde un principio declararon sus reticencias partiendo en señalar que ellos eran minoría, siendo que sin sus justas reclamaciones, dicho consejo no hubiese sido parido. Mal parido, habría que decir. Puesto que el Consejo comenzó con la plena certidumbre de derogar la L.O.C.E. Pero al avanzar los días aparecieron las “voces autorizadas”, que señalaban que dicha ley no era tan mala, que se lo podían hacer unos arreglos. Voces autorizadas acostumbradas a los parches del consenso, de la democracia en la medida de lo posible. Voces que hundieron las demandas de los estudiantes. Voces que mantuvieron el lucro dentro de la educación. Voces que se sellaron en el acuerdo entre la Concertación y la Derecha, con toda una parafernalia fotográfica, con apretones de mano y amplias sonrisas. Voces que en definitiva hunden cada vez más la tesis del gobierno ciudadano, dándonos a entender, una vez más, la preeminencia de la “clase política”, quienes al configurarse como tal (como clase) nos enajenan la política, en otras palabras nos quitan la soberanía para tomar nuestras decisiones. Ellos las toman por nosotros[ii]. En este caso, y en tantos otros, algún interés deben tener escondido (¿escondido?). Molestia, es decir poco. ¿Qué es lo que tenemos? Más de lo mismo. La herencia de la dictadura militar más viva que nunca.
El tema del lucro es el que ha salido a colación estas últimas semanas. Un nuevo escándalo de corrupción empaña al gobierno. Ahora en el Ministerio de Educación, por las subvenciones mal avenidas a establecimientos municipales y a los de financiamiento compartido (particulares subvencionados). Dichos establecimientos reciben una subvención por alumno presente en el establecimiento. Eso ha llevado a que los colegios hagan una serie de triquiñuelas, al más puro estilo de los filmes acerca de las mafias sicilianas, para recibir dicho aporte monetario. Alumnos fantasmas, que aunque físicamente no están presentes en el aula, en el libro de clases aparecen presentes. Pero como decían antiguamente “no es culpa del cerdo sino del que le da el afrecho”. Esto es responsabilidad del Estado de Chile, que no entiende, a pesar de proclamar a voz en cuello de que se tiene un gobierno democrático, no garantiza plenamente el derecho a la educación de todos los chilenos. Aquí el Estado no puede ni debe seguir cumpliendo un rol fiscalizador y subvencionador. El Estado debe cumplir un rol benefactor y patrocinador de la Educación nacional. Debiera hacer todo lo posible para terminar con los establecimientos particulares subvencionados y con los colegios municipales. Debiesen resurgir los colegios fiscales, que garanticen que los estudiantes reciban una educación digna y de calidad para los niños y niñas de Chile. Quienes trabajamos de una u otra manera en la educación popular exigimos un claro pronunciamiento del Estado. No tapando ni pontificando a los responsables de la corrupción, sino transformando la educación nacional. No queremos más leyes parchadas. No queremos más gente lucrando de un derecho. Queremos buena educación. Queremos ser beneficiarios de un derecho, no consumidores de un servicio. Queremos la revolución que se nos proclamó.
Aunque se hagan los sordos, tarde o temprano tendrán que escuchar.
Al parecer, los pingüinos tenían razón…
Luis Pino Moyano.
[i] Véase a Aguilera, Óscar (et.al.). La rebelión del Coro. Análisis de las movilizaciones de los estudiantes secundarios. Centro de Estudios Socio-culturales C.E.S.C. La figura del Coro y de los héroes la tomé prestada de aquí.
[ii] Véase los artículos de: Rojas, Juanita. “Un examen reprobado”; y Ruz, Juan. “Entre Tongoy y los Vilos”. Ambos en Revista Análisis. Edición Especial por el 30º Aniversario de la publicación. Año 30, Diciembre de 2007, pp. 19-22.
Publicado en un extinto blog, el 6 de marzo de 2008.