Tengo varios amigos y amigas. Pero dos son mis hermanos. Con ellos he compartido más que con muchas personas, incluyendo a personas de mi familia. Con esto, no estoy instalando ningún juicio de valor ni discriminación a las personas que me rodean. Simplemente quiero explicitar que tengo dos amigos con los que he compartido una serie de momentos y pensamientos que no he establecido con otros/as. Y esta explicitación me permitirá decir algunas cosas sobre la amistad. Se trata de mis amigos Cristian y Pablo, a los que conocí en una comunidad de fe, de la que guardo hermosos recuerdos, más allá de los momentos sombríos.
Sólo dos ejemplos. Podría poner varios, pero no viene al caso.
Con Pablo formamos parte del directorio del Departamento Juvenil de la iglesia. En un período yo fui presidente (en un tormentoso período, hay que decirlo) y él en otro. En nuestras reuniones, en las que discutíamos el momento presente y proyectábamos el futuro a corto, mediano y largo plazo de dicha agrupación, tuvimos muchas discusiones. Muchas discusiones. Estuve de acuerdo en muchos de los planteamientos de Pablo y me esforzaba en solidificar sus argumentos, de tal manera, que formásemos un frente común. Pero en otras tantas ocasiones, no estuve de acuerdo con él, y con la misma rigurosidad, sin ahorrar epítetos frente a lo que consideraba, por ejemplo, “errores de apreciación” (el que sabe, sabe), discutía con él, y con quienes apoyaban sus mociones, esforzándome en debilitar sus argumentos. Debo reconocer, que en algunas ocasiones sentí una profunda rabia, frente a acciones y decisiones que se tomaron. Pero nada eso fue obstáculo para que después de dichas reuniones, termináramos conversando, tomando una bebida y comiendo un completo en el mismo carrito de la calle Concha y Toro. De más está decir que, con otros sujetos eso era, lisa y llanamente, imposible.
Con Cristian, trabajamos más de un año y medio juntos. Y, aparte, estudiamos teología juntos por un año (por si acaso, no nos enojamos después de su deserción). Pero el ejemplo, no tiene que ver con eso. Sino, por una decisión que yo tomé, y de la cual no quiero especificar nada más de lo que diré. Fue una decisión de la cual él, al igual que unos amigos, no estaba de acuerdo. Tenía razones de peso para no estarlo. Yo creía tener las mías. El paso del tiempo me ha hecho notar que en el principio fundamental él, al igual que Pablo y otros, tenía razón. Gracias a Dios, Él restaura y recrea muchas de las cosas que hacemos mal, trastocando los potenciales “lamentos” en “bailes”. En ese contexto, Cristian dijo algo sobre la amistad: “los amigos están en las duras, en las maduras y en las podridas”. Resalto esta idea, porque es lo clave de este ejemplo. En la vida nos toca lidiar con los buenos y malos sabores y olores.
Ambos ejemplos me permiten hablar sobre la amistad y los amigos. Hay gente que cree, confundiendo amar con ser cariñoso[1], que un amigo no debe decir nada que duela, siempre justificar o avalar lo que un amigo hace y, siempre, ser el blando que palmotea el hombro. O sea, no importa cuánto te equivoques, él debe estar contigo, apoyarte y justificarte. Por otro lado, esa idea de la amistad desinteresada. Resulta evidente que no propicio aquella “amistad” que busca aprovecharse del otro. Pero toda amistad es interesada. Y el interés principal es tener retroalimentación frente a lo que realizo, pienso o necesito. Es una relación de edificación, que construye caminos. Y que, de manera redundante, se construye. Frente a eso, lo que menos se requiere es poco compromiso, falta de consecuencia y consistencia, flojera y pusilanimidad. Requiere compromiso, esfuerzo, lucha y el ánimo de jugarse la vida por la amistad. Por eso Fromm al hablar del amor dirá que se trata de un arte, porque no sólo se cultiva y practica, sino que también se aprende.
¿Qué esperas de un amigo? ¿Qué te diga a todo que sí y que cometas los errores que cometas te palmotee el hombro? Si esperas eso, consíguete a un monigote pusilánime. Si caes en “cana”, claramente un amigo verdadero te visitará y te apoyará, pero eso no significa que deba avalar tu delito. Si engañas a tu esposa y te tienes que ir de la casa, y si no tienes dónde ir, probablemente tu amigo te reciba en su casa, pero eso no implica que tu amigo avale tu infidelidad con todas las consecuencias que eso traiga. Un amigo verdadero te acompañará siempre, pero avalará y confrontará según la ocasión. Dirá que sí y no, según corresponda. Uf! Cuánto cuesta eso en tiempos donde todo es tan líquido, que un no casi es sinónimo de trauma.
Eso hace valiosa la amistad, permitiendo que no se la entienda como una relación que es como el rebote del tenis de mesa. La amistad siempre es dinámica, retroalimenta, llena de sentido, confronta, perdona, levanta y restaura. San Pablo, hablando del amor, asentando el principio clave acerca de la amistad, dirá que:
“no se alegra de la injusticia, sino que se une a la alegría de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
Ese amor recibe, riendo o llorando, pero por sobre todo se da. Un amigo jamás se sacará su cabeza y su corazón para compartir contigo, por el contrario, tendrá la absoluta confianza de actuar sin las armaduras y defensas que ocupa con otras personas. Siempre dirá lo que piensa y cree y actuará en conformidad. Amistad activa, ¡todo el rato!
Luis Pino Moyano.
[1] Debo este matiz a Jonathan Muñoz. Le excluyo de su responsabilidad en mis conclusiones que puede que escapen al contexto de su enunciación.
Es hermosa su amistad…definitivamente…la admiro…
Me gustaMe gusta