Luis Pino Moyano[1].
Si les he referido estos detalles acerca del asteroide B 612 y les he confiado su número es por las personas mayores. Ellas aman las cifras. Cuando les hablas de un nuevo amigo, no te interrogan jamás sobre lo esencial. Jamás te dicen: ¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefieren? ¿Colecciona mariposas? En cambio, te preguntan: ‘¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos son? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?’. Sólo entonces creen conocerle. Si dices a las personas mayores: ‘He visto una hermosa casa de ladrillos rojos con geranios en las ventanas y palomas en el techo…’, no acertarán a imaginarse la casa. Es necesario decirles: ‘He visto una casa de cien mil francos’. Entonces exclaman: ‘¡Qué hermosa es!’.
Si les dices: ‘La prueba de que el principito existió es que era encantador, que reía, y que quería un cordero. Querer un cordero es prueba de que existe”, se encogerán de hombros y te tratarán como se trata a un niño. Pero si les dices: “El Planeta de donde venía es el asteroide B 612’, entonces quedarán convencidas y te dejarán tranquilo sin preguntarte más. Son así. Y no hay que reprocharles. Los niños deben ser muy indulgentes con los mayores[2].
Las sabias palabras del Astrónomo al Príncipito, además de servirnos de provocación para el diálogo, nos permitirán entender uno de los basamentos de esta comunicación. Pocas veces aparecerá la palabra Censo y no habrá acá un ejercicio estadístico. La razón fundamental de esto es porque desde la historia política y social estoy más cerca de un paradigma cualitativo, que presta más atención a la interacción social que a la estática. Si bien es cierto, la “larga duración”, la continuidad, es importante, en este análisis, fundamentalmente importará lo cambiante, lo mutable, lo dinámico. Desde ahí me acerco al Censo 2012, y a sus resultados, los que nos permiten la pregunta acerca del crecimiento o decrecimiento de la fe católica y evangélica. Y, esto de manera concreta nos permitirá problematizar la cuestión. Porque, efectivamente, los evangélicos crecieron desde el penúltimo censo (2002) al último (2012) de 15,14% al 16,62%. Si creemos a estos guarismos, descartando la mala cumplimentación del procedimiento censal en su “nueva forma”, tendremos que decir que no se trata de un crecimiento exponencial. Es poco más de un punto porcentual. Algo no está funcionando, pensando en que ciertos (entusiastas) organismos evangélicos, esperaban que se llegara a la no menor cifra de 20%.
Debo decir que mi mirada estará centrada en el mundo evangélico. ¿Razones? Pertenezco a ese polífono mundo y me interesa analizarlo, desde un prisma eclesial y misiológico. Por otro lado, dejo de lado el catolicismo en esta comunicación, no porque no me interesa, sino porque reporta una complejidad mayor. Esto, porque lamentablemente, el censo no pregunta por las tasas de nominalismo religioso y, por otro lado, porque creo que para un sector del catolicismo, el factor cuantitativo hace mucho tiempo dejó de ser el tema central. Basta recordar en un Chile en que nadie dudaba de la mayoría de católicos un sacerdote jesuita, considerado por muchos en su tiempo un “cura rojo”, hoy venerado como santo, se hizo la pregunta: “¿es Chile un país católico?”. Alberto Hurtado Cruchaga problematizó la estadística positiva, señalando que quienes sólo decían ser católicos pero no se comportaban como tales –individual, social, laboral, educacional, familiarmente hablando- estaba lejos de dicha fe. ¡Cuánto más nosotros hoy debiésemos problematizar estos guarismos que no son para nada felices! Parafraseando al cura Hurtado, debiésemos preguntarnos: ¿qué tan evangélicos somos? Y aquí no hay hagiografía o martirologio que valga. Ser amorosos con nuestros hermanos, los de ayer y hoy, no implica ser “cariñosito”. Debemos seguir siendo rigurosos en nuestros análisis.
¿Qué tan evangélicos somos? Para responder a esta pregunta, sería muy bueno que le preguntáramos a nuestros familiares o a compañeros/as de universidad o trabajo que no profesan nuestra fe, ¿qué se les viene a la cabeza a ellos/as cuando piensan en un evangélico? No creo que nos sorprendamos. Creo que serían pocos aquellos que nos referirán a los viejos pentecostales, que pasaban con gran número de fieles por afuera de las casas cantando marcialmente y gritando textos bíblicos. Es más probable que nos refieran a los pastores que se enriquecen con los diezmos, o que abusan de mujeres y niños/as de sus congregaciones. Es también posible que nos refieran a ese “canuto” con el que es imposible conversar, porque sólo dice pero no escucha. O nos hablen de la homofobia de quienes marchan contra los gays, aparentando una moral bajo el manto de la causa familiar. O de los gritos en los Te Deum’s de cada septiembre. O, los más faranduleros, nos refieran a “Las Iluminadas” y a Ricardo Cid. ¿Cuándo habrá sido que dejamos de ser reconocidos como el “pueblo del libro”? ¿Cuándo dejamos de ser reconocidos por misionar a lo largo de este terruño y por el crecimiento de nuestras congregaciones? ¿Cuándo dejamos de ser reconocidos por la honestidad, la ética del trabajo, el respeto? ¿Cuándo dejamos de ser reconocidos por ser quienes al lado de sus colegios levantaban iglesias? ¿Cuándo dejamos de lado las obras sociales para convertirnos en sociedades (porque de comunidad casi nada) endógenas? Espero no parecerme a los viejos que lloran las glorias del ayer, porque insisto, esto no es hagiografía ni martirologio. Pero todas estas preguntas refieren a prácticas evangélicas. Parafraseando a dos barbudos del siglo XIX, ¿cuándo lo sólido se desvaneció en el aire?
Por otro lado, hemos dejado el carácter profético del mensaje bíblico. Y cuando hablo de profetismo no hablo de vaticinios ni escatologías, sino de ese mensaje que “penetra hasta partir el alma”. Mensaje relevante que no sólo habla de que “hay un mundo feliz más allá”, sino de que Cristo reina hoy y que nosotros sus embajadores debiésemos propiciar toda obra que busque la felicidad colectiva, el bienestar común y la justicia social. Un mensaje que afecta las conciencias no sólo de creyentes, sino también de quienes no lo son. Porque como diría David J. Bosch:
Jesús no volaba por las nubes, sino se sumergía en las circunstancias reales de los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos (cf. Lc. 4:18s.). Hoy día también Cristo está donde se encuentran los hambrientos y los enfermos, los explotados y los marginados. El poder de su resurrección empuja la historia hacia su final bajo la bandera ‘¡He aquí yo hago nuevas todas las cosas!’ (Ap. 21:5). Igual que su Señor, la Iglesia-en-misión tiene que tomar parte por la vida y en contra de la muerte, por la justicia y en contra de la opresión[3].
Hoy más que nunca, en una época de “despertar de la sociedad” (Mario Garcés) y de movimientos que alzan su voz, por ejemplo, por una educación gratuita, laica, pública, democrática y de calidad para todos y todas, tenemos algo que decir. El recientemente fallecido Pierre Dubois decía que “uno no puede evangelizar al mundo obrero y permanecer extraño a sus aspiraciones de liberación”. Parafraseando aquello, podríamos decir, que nosotros no podríamos evangelizar a los estudiantes y permanecer extraños a su proyecto de transformación social. Aquí estamos en presencia del amor al prójimo. Dicho ejercicio conlleva la escucha, el respeto, la promoción, la defensa de sus derechos, el rescate de su pensamiento y creatividad. Todo esto es un acto que glorifica a Dios, es adoración que traspasa los muros de los templos hacia la totalidad del mundo. Es el llamado que hizo hace años Karl Barth cuando señaló que “¡Mejor será salir tres veces de más que una de menos en favor de los débiles; mejor será alzar exageradamente la voz que mantenerla en un tono discretamente bajo allí donde están amenazadas la justicia y la libertad!”[4]. No podemos guardar silencio. No podemos mantener la pasividad, en tanto inacción o pusilanimidad, cuando nuestros prójimos están siendo dañados. Debemos pregonar un mensaje para el aquí y para el ahora. Porque la escatología bíblica es también sobre el hoy.
Pero dicha proclamación, para el aquí y el ahora, debe dar cuenta de un mensaje y una identidad profundamente cristianos. Nuestro mensaje es Cristo, el que contracultural y escandalosamente dijo de sí mismo que era “el camino, la verdad y la vida”. Como señaló René Padilla:
A menos que la muerte de Cristo también sea vista como la graciosa provisión de Dios en una expiación por el pecado, se elimina la base para el perdón y los pecadores quedan sin esperanza de justificación… La salvación es por gracia mediante la fe y… nada debería quitarle mérito a la generosidad de la misericordia y el amor de Dios como base de una gozosa obediencia al Señor Jesucristo[5].
Cristo el Rey, Profeta y Sacerdote, el Siervo Sufriente que murió para redimirnos, que resucitó de entre los muertos debe seguir siendo nuestra predicación. Y la única forma de conocer a Cristo como la Palabra, es teniendo como fundamento firme a la Sola Scriptura. Es cierto que debemos entablar un diálogo con la cultura, pero no debemos olvidar aquella problemática que planteó John Stott, cuando dijo que “tanto en occidente como en oriente resulta vital que aprendamos a distinguir entre Escritura y cultura, y entre aquellas cosas de la cultura que son inherentemente malas, y a las que debemos por lo tanto renunciar por amor a Cristo, y aquellas que son buenas o neutras y pueden por ello ser redimidas, o incluso transformadas o enriquecidas”[6]. Nuestro diálogo debe recordar que Cristo y su mensaje tienen un poder transformador. Esto no quiere decir que, metafóricamente, pasemos por el campo una aplanadora que arrasa con todo y con todos/as, sino que sigamos lanzando con nuestra mano extendida la semilla, tal cual lo ordenó el Maestro de Galilea, recordando que “la encarnación enseña la identificación sin pérdida de identidad. Creemos que la verdadera abnegación lleva a un verdadero autodescubrimiento. En el servicio humilde hay gozo abundante”[7].
Debemos ser artesanos de la paz que proclaman un mensaje relevante para las vidas que habitan nuestras ciudades, pueblos, barrios, villas y poblaciones. Pero dicha interrogante por la relevancia jamás debe hacernos perder de vista el mensaje y la identidad. Dietrich Bonhoeffer fue un ejemplo de ello. ¿Qué más relevante que participar de un intento de tiranicidio contra el Führer? Pero dicho acto de resistencia fue a la vez de sumisión al mensaje potente de la Palabra viva. Dicha Palabra debía seguir siendo predicada. El teólogo alemán diría:
Pues resulta que el verdaderamente sediento está dispuesto a tomar agua desde cualquier recipiente, aunque resulte algo difícil […] El verdaderamente sediento siempre ha encontrado en la Biblia misma y en una fundada prédica bíblica, aunque haya sido poco contemporánea, el agua viva –y constituye una grave decadencia de la fe el que la pregunta por la actualización del mensaje se vuelva demasiado audible como pregunta metodológica[8].
Los campos están blancos para la siega. Y aquí no hay censo ni análisis histórico o sociológico que valga. La misión no es nuestra sino de Dios. Él está en misión y la fuerza del Espíritu es la que empodera a la iglesia para dicha tarea. Debemos seguir en la tarea del discipulado, que busca que discípulos/as hagan otros discípulos/as, acercándose, siguiendo y ayudando al crecimiento de otros/as párvulos/as del Maestro. Es interesante, que el pasaje de Mateo 28 que constantemente se ha traducido como “Id y haced discípulos a todas las naciones”, podría ser traducido de mejor manera. Colin Marshall y Tony Payne señalan que “el énfasis no está en el ‘vayan’. De hecho, una mejor traducción sería ‘cuando vayan’ o ‘al ir’ La comisión no trata esencialmente de evangelizar por ahí en algún otro país. Es más bien una comisión que hace de la tarea de hacer discípulos algo que toda iglesia y discípulo cristiano debería hacer normalmente y de manera prioritaria”[9].
Juan A. Mackay, presbiteriano, el teólogo del camino, escribió en El sentido presbiteriano de la vida que: “Si el mundo es verdaderamente ‘el teatro de la gloria de Dios’, entonces, la vida humana en todos sus aspectos deberá mirarse e interpretarse a la luz misma de Dios”[10]. Dicha mirada, en el camino, por ende relevante, si se mira e interpreta a la luz misma de Dios no puede olvidar el mensaje y la identidad. Y es ahí, donde nuevamente insistimos que, Cristo y su mensaje siguen teniendo un poder transformador. Un real y experenciable poder transformador.
*Publicado, también en el sitio web del CREE.

Excelentes las afirmaciones y enseñanzas, más en el libro de Hechos se les llama por primera vez a los creyentes (los del Camino) CRISTIANOS. Si este término se hubiese mantenido puro,sin apellidos, sin las mezquindades de los hombres, no existirían tantas denominaciones que lo único que hacen es confundir a los que quieren entrar por la Puerta . Cristiano ( seguidores de Jesucristo ) es el término que se les dio a los discípulos por primera vez en Antioquía. Se que mi respuesta es muy primitiva y obsoleta; no está contemporanizada, lo que ha creado diferencias de fondo y de forma; más se siguen llamando CRISTIANOS. Bendiciones.:
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