El día de ayer, el Concejo Municipal de la Comuna de Providencia votó mayoritariamente por el cambio de nombre de la calle “11 de septiembre” por el de “Nueva Providencia”. Ha habido múltiples reacciones, desde distintos lugares de producción. Sin lugar a dudas, la más fácil de cuestionar, por lo burdo de sus argumentos, es la crítica pinochetista que plantea que “la gesta del 11 de septiembre de 1973” nos “salvó del caos” al que el “marxismo chileno e internacional” nos conducía indefectiblemente. Precisamente, esa fue la lógica que se siguió para colocar el nombre “11 de septiembre” a la calle. No el conmemorar un hecho triste-pero-necesario, sino celebrar y legitimar la mano militar y civil que actuó desde ese día en un largo estado de excepción. Es celebrar y legitimar el terrorismo de Estado que condujo a la sistemática violación de los derechos de miles de ciudadanos, bajo las figuras de exoneración, exilio, tortura, asesinato y desaparición. No es menor, entonces, que a 40 años del golpe militar, y con movimientos sociales activos en distintos sectores de la población del país, con el consabido cuestionamiento del statu quo se proceda a actuar políticamente, interviniendo en la planificación urbana. Una calle no puede seguir celebrando uno de los hechos más dolorosos de la historia del país.
Pero quizá la crítica con la que se hace más difícil dialogar es aquella que plantea esta acción como un “borrón y cuenta nueva”, diciendo que una calle “11 de septiembre” era útil para recordar y enseñar a la ciudadanía este trágico hecho. Las palabras de Hilda López, escritora, vecina de Providencia y ex militante comunista en The Clinic son elocuentes: “Yo no quiero que borren el nombre de la avenida, quiero que se eduque con él”[1]. Efectivamente, se puede hacer pedagogía con una calle que se llame “11 de septiembre”, inclusive, con una bajo la nominación anhelada por Cristián Labbé y Hermógenes Pérez de Arce: “la calle Augusto Pinochet”. Como profesor, si guiara a mis estudiantes en un terreno por Providencia y me encontrara con un letrero que dice “11 de septiembre” les señalaría lo que dije en el párrafo anterior: esta calle fue nominada así con una finalidad celebrativa y legitimadora de la acción de la dictadura militar chilena que cruzó desde septiembre de 1973 a marzo de 1990. Pero como todo hecho o materia puede ser observado desde un lugar de producción, dicho letrero puede ser ocupado también pedagógicamente para seguir legitimando el golpe y sus resultados, como también, puede ser ocupado apologéticamente por la pedagogía del “nunca más”, esa que nos dice nunca más golpe de Estado, pero también nunca más proyecto político que lo causa. Entonces estamos frente a un letrero espurio que puede derivar en cualquier constructo pedagógico. Tener una calle “11 de septiembre” es un símbolo que alimenta el hambre de dictadura y autoritarismo que, lamentablemente, no es extraño en la historia chilena.
Es por eso que aplaudo la iniciativa de borrar el “11 de septiembre” de la calle y volver al nombre anterior de “Nueva Providencia”, de la misma manera en que aplaudí el cambio de nombre del “Edificio Diego Portales”, centro de operaciones de la dictadura, por el de “Gabriela Mistral”, nombre original del Edificio construido para la realización de la UNCTAD III, con trabajos voluntarios y en tiempo récord, para luego ser un espacio para la divulgación artística y cultural. Porque simbólicamente es “cortar el ducto alimenticio de un nuevo dictador”, como diría la canción de los Sol y Lluvia. Pero no es un aplauso inactivo. Hay que seguir trabajando en la ligazón de la política y la memoria. La memoria no es aséptica y no puede serlo. Pedagógicamente, debemos asistir a los “lugares de memoria”, debemos discutir esto con los/as estudiantes, debemos saltar de la producción reconstructiva de la memoria a una interpretativa -como señalara Peter Winn-, y hacer todo esto ligando el pasado con el presente. Tengo en mi mente una inscripción que está en la casa de Londres 38, ex sede del Partido Socialista y que luego del Golpe fue un centro de detención y tortura de la DINA. Allí se dice que: “La actividad de memoria que no se inscriba en proyecto presente, equivale a no recordar nada”. La politicidad de la memoria debe funcionar como acicate de proyectos futuros y no como la mirada que sigue llorando frente a lo que pudo haber sido pero no fue. El llanto y la bronca no están mal, hubo una derrota feroz en términos políticos y militares. Pero dicha derrota no fue a víctimas, sino a actores políticos que proyectaban un “Chile bien diferente” (Inti Illimani). Como diría Walter Benjamin, ni siquiera los muertos están seguros luego de que se los ha vencido. “La chispa de la esperanza” se hace presente en aquellos que siguen haciendo de la memoria un lugar y un trabajo tan presente y tan futuro como el anhelo de un mundo mejor.
Luis Pino Moyano.
[1] “Hilda López, comunista y vecina de Providencia: ‘No quiero que borren el nombre de la avenida, quiero que se eduque con él’”. En: http://www.theclinic.cl/2013/07/02/hilda-lopez-comunista-y-vecina-de-providencia-no-quiero-que-borren-el-nombre-de-la-avenida-quiero-que-se-eduque-con-el/ (Revisada en julio de 2013).