A propósito del día del profesor y la profesora, escribo este post. En algunas ocasiones me han preguntado por qué me refiero a mis estudiantes como “compañer@s estudiantes”. Y esto me lleva a recordar una conversación con una ex estudiante del colegio en el que trabajo, hoy estudiante de Literatura Inglesa en la Universidad de Chile, Sofía Valenzuela. Yo le decía, por mi apego a la teoría y práctica freiriana que prefería los conceptos de “educador-educando” y “educando-educador”. En medio de la conversación, llegamos al convencimiento de que el escaso uso de “educando” implica que uno siempre tenga que andar explicando el significado de dicha expresión. Había que optar, entonces, por un concepto más claro. Así llegamos a la idea del “compañero profesor” y el/la “compañer@ estudiante”, que cargan dentro de sí todo el sustrato de la lectura del pedagogo brasileño Paulo Freire.
Y es que un “compañero profesor” no es aquel que se dedica a cumplimentar planificaciones, o preparar máquinas de respuestas para pruebas homogenizantes. Un “compañero profesor” no es el que improvisa ni el que simplemente es un “gana pan”. Un compañero profesor, al decir freiriano sería un científico, en tanto realiza su ejercicio desde un saber, desde un conocimiento; es también un técnico porque aplica una metodología a su trabajo; pero, a la vez, es un artista porque trabaja con la belleza incidiendo con ella en la realidad en la que vive. Es uno que entiende que su rol es protagónico, tanto como el de l@s estudiantes, porque la educación estaría sustentada en el diálogo, imposible sin una noción de amor. Y por otro lado, es uno que entiende que la sala de clases no está aislada de un contexto local, nacional y global, que no se trata de un laboratorio en el cual se construye “orden y progreso”, sino un espacio dialógico en el que constantemente se discute lo que pasa fuera-dentro con el anhelo de transformación. De ahí que el ejercicio pedagógico no sea un ejercicio aséptico, sino fundamentalmente político.
Hay una frase de Freire que la leí en mi primera ayudantía en la Academia de Humanismo Cristiano, y luego he vuelto a leer en otros espacios en los que me ha tocado ejercer la docencia. Dice así: “En nombre del respeto que debo a mis alumnos no tengo por qué callarme, por qué ocultar mi opción política, admitir una neutralidad que no existe. Esta, la supresión del profesor en nombre del respeto al alumno, tal vez sea la mejor manera de no respetarlo. Mi papel por el contrario, es el de quien declara el derecho de comparar, de escoger, de romper, de decidir, y estimular la asunción de ese derecho por parte de los educandos”. Mi papel como profesor no es el de repetir y aplicar, sino el de coadyuvar y motivar el pensamiento crítico, no olvidando nunca el rol protagónico de l@s estudiantes en dicho proceso. Por eso, toda vez que preparo mis clases de historia tengo siempre en mente no sólo el pasado como una entelequia inamovible, sino siempre en diálogo y discusión con el presente, y con la intensión de tramar un nuevo y mejor horizonte de expectativas.
Ahora bien, la categoría de “compañer@ estudiante” no se obsequia, no cualquier estudiante la merece. Es algo por lo cual se debe trabajar. Un/a compañer@ estudiante es quien está dispuesto no sólo a cumplir con sus deberes y tareas, sino quien está dispuesto a pensar, dialogar y discutir. No es aquél/aquélla que se molesta cuando uno señala que hay que leer o investigar, sino que gusta de dichos procesos en los cuales deja de ser un mero receptáculo y pasa a ser un sujeto pensante, actor clave de su formación. Es quien entiende que lo que se vive en el aula es también una lucha por una educación digna, tanto como lo que sucede en las calles de nuestro país. Es quien no se entiende como el beneficiario de un servicio por el cual paga y, en algunos casos, se transforma en alguien peor a un explotador. En definitiva, un/a “compañer@ estudiante” es alguien que se precia de protagonista, que entiende que tiene un rol con la historia, con su historia y con la de su sociedad, que aprehende, discute, dialoga, posibilita espacios de conocimiento, que es un/a luchador/a activo/a por un mundo mejor, más allá de lo que crea o piense de esa aspiración. Como dijo Allende, en el que a mi gusto fue el mejor de sus discursos, en la Universidad de Guadalajara, “el maestro […] respeta al buen alumno y tendrá que respetar sus ideas cualesquiera que sean”.
Son estas nociones las que hacen que uno se levante temprano en las mañanas, y más allá de la poca plata que llega a nuestros bolsillos a fin de mes (también somos víctimas de la división del trabajo), hagamos nuestra pega con gusto, dedicación y amor, pega que no empieza ni termina en los 90 minutos que dura un clase, sino que forma parte importante del tiempo que vivimos. Ningún pago es mejor que el respeto y aprecio que un/a compañer@ estudiante te pueda dar. Alegrémonos.
Luis Pino Moyano.