“Por eso les dijo: — Sólo en su propia tierra, en su propia casa y entre sus familiares menosprecian a un profeta” (Marcos 6:4).
Cuando Jesús ocupa este proverbio y lo enuncia en la sinagoga de Nazaret, no está avalando una realidad. Simplemente está constatando una realidad. Una triste realidad. Tristemente, en muchos lugares la actitud de menosprecio a los que crecen en un espacio, impidiendo el desarrollo de los dones que por gracia han recibido, se sigue repitiendo. Pero más tristemente aún, algunos piensan que deben gastar sus energías dando batallas personales para que las cosas cambien, simplemente por el gustito de seguir estando en la “vieja y querida sinagoga de Nazaret”…
Es triste, porque piensan en la muerte al más puro estilo del mártir, esforzándose y gastándose por una posible pequeña victoria, o muriendo en el intento, para luego pasar del desuso al olvido.
Es triste, porque, en el fondo, piensan en su muerte y no en la muerte de Cristo que les da la vida por gracia.
Es triste, porque olvidan que la misión no es de ellos, sino de Dios que les ha convocado a la misión.
Es triste, porque gastan sus fuerzas en cuestiones inútiles, toda vez que su condición de miembro del cuerpo parece más una prótesis forzada e incómoda.
Es triste, porque no viven el evangelio de la gracia y el gozo y descanso para el alma que él produce.
Si en tu “sinagoga de Nazaret” te menosprecian no pienses que ir a otro espacio constituye al que te recibe en “ladrón de ovejas”. No es ladrón aquél que abre la puerta del redil a una oveja desamparada y perniquebrada.
Y por otro lado, es probable que mires con más gracia a los miembros de la “vieja y querida sinagoga de Nazaret” estando fuera de ella, que combatiendo por girar sus pesadas y naturalizadas realidades. A veces, será mejor, ir como Jesús a “las aldeas de alrededor” (v. 6b).
Un abrazo, Luis…