«Consejos al estudiante de Teología», por Dietrich Bonhoeffer.

Ante todo, sólo debe estudiar Teología cuando honradamente piense que no puede estudiar otra cosa. Pues el que muchos que habrían sido buenos teólogos sean en vez de eso buenos médicos o abogados, es más leve que el que haya un solo teólogo que no habría debido serlo. Toda floración de vocaciones es ambigua.

No debe pensar por eso que es más aventajado que los otros estudiantes. Ya verá cómo al ir estudiando se le van cayendo todas las razones que le impulsaron a estudiar Teología. Y si, al fin de una carrera bien hecha, persevera en su decisión, ya verá cómo es por razones distintas de las iniciales.

No debe esperar unas “experiencias” vocacionales. La única vocación a la Teología será el que ésta le haya captado y no le deje. Con tal que quien le haya captado sea verdaderamente la causa de la Teología: la disposición para reflexionar sobre la Palabra y la voluntad de Dios (Sal 1,2), para aprenderla y llevarla a la práctica.

Puede integrar en su estudio teológico todos sus desvelos humanos: filosóficos, éticos, pedagógicos, sociales, todo lo que le pertenece como hombre. Pues es siendo teólogo como ha de hacerse un hombre pleno. Pero debe saber que el motor de su vida y su pensamiento como teólogo no puede ser otro más que la pasión de Jesucristo, el Señor crucificado. La vitalidad de las mil aficiones no puede conquistar a la Teología, sino que el teólogo nace cuando el hombre, con todas sus preguntas y su búsqueda, se tropieza con la cruz de Cristo; y cuando en el dolor de Dios bajo el odio del hombre, descubre la condena de sus aficiones y de su vitalidad. Aquí se da una transformación que supone el comienzo de la objetividad teológica y que convierte el estudio teológico en una audición responsable de la palabra de Dios, en vez de ser un monólogo afirmador de uno mismo o una especie de autoerotismo religioso. Olvido de uno ante aquello que importa por encima de todo.

El joven estudiante ha de intentar ser teólogo en este sentido, o colgar los libros cuanto antes. No avergonzarse de su tarea teológica, ni tratar de disimularla con mil cosas ajenas. ¿Por qué ha de «quedar bien» el que hable despectivamente de la Teología o evite la compañía de teólogos sinceros desde Pablo y Agustín hasta Tomás y Lutero? Despreciar cuestiones que parecieron importantes para otros grandes hombres, ¿es algo más que ignorancia mal disimulada?, ¿no es mejor preguntarse si uno está en su sitio como teólogo y si no estaría mejor en algún lugar más atractivo, más visible, más impresionante, pero distinto?, ¿desde cuándo acredita a un teólogo el que, por su indiferencia ante la Teología, hable a la gente sólo con los labios? Y ¿desde cuándo acredita a un cristiano el hablar sobre cosas que no entiende ni de lejos?

El joven teólogo ha de saberse en servicio de la verdadera Iglesia de Cristo. Es desesperanzador que prefiera ser tenido por hombre de mundo que por teólogo. Con ello no ganará a los otros, sino que se ganará su desprecio y expondrá a la Teología a la risa fundada del mundo. Que no quiera ser una excepción entre los suyos: sepa que la mundanidad no es, sin más, un criterio decisivo para el teólogo, y que puede gastarle malas bromas.

Debe capacitarse mediante su estudio para hacer discernimiento de espíritus en la Iglesia: aprender cuál es la verdadera enseñanza del evangelio y qué es lo que son sólo enseñanzas o leyes o idolatrías humanas. Que aprenda a no llamar blanco a lo negro, sino a la verdad, verdad, y al error, error. Que sepa dar testimonio con objetividad, con modestia, con prudencia y en el amor, pero con valentía y con decisión. Que aprenda a descubrir dónde están las fuentes de vida de la Iglesia, y dónde se obstruyen y se envenenan éstas. Que sepa descubrir cuándo llega para la Iglesia la hora de la decisión y la necesidad de proclamar la fe.

Y si esta hora llega para su Iglesia, si se da cuenta de que el evangelio es falseado, debe decirlo claramente desde su sitio. Aunque como estudiante no pueda hacer más que preguntar, con atención, con objetividad y con amor, dónde está el verdadero evangelio.

Si llega esta hora, no debe ponerse patético, sino pensar y actuar con objetividad. No ha de querer jugar ningún papel, sino leer y estudiar la Biblia más que nunca, sabiendo que a su Iglesia y a la Teología sólo las servirá con la desnuda verdad y no con reflexiones tácticas. Hasta los compromisos mejor intencionados no hacen más que enmascarar. Él menos que nadie necesita ir con politiqueos: le basta con un trabajo teológico objetivo.

Si llegan tales tiempos, procure más bien controlarse que gritar mucho. Porque la falsa seguridad del que grita mucho, tampoco coincide con la certeza de la penitencia y del evangelio.

Y sepa, finalmente, que allí donde la verdad del evangelio le lleve a criticar los errores, sigue siendo corresponsable e intercesor ante los hermanos que critica: pues también él vive sólo del perdón, y no de la razón o la mayor sabiduría que tenga.

Finalmente, en tales tiempos de caos, hay que volver a empezar de nuevo, desde las Fuentes auténticas. Cada vez con menos susto y con más alegría. “Haciendo la verdad en el amor” (Ef 4,15).

El texto fue publicado originalmente en: “Was soll per Student per Theologie heute tun?”, En Gesammelte Schri f ten, Kaiser Verlag, München, 1966, III, 243-247. La traducción y selección es de Marcial Peña.

 El texto que he puesto en este blog fue tomado del sitio: Selecciones de Teología.

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