Alan Hirsch busca con su libro[1] hacer emerger una expresión “más auténtica” de la iglesia, en un contexto de grandes cambios culturales, experimentados fundamentalmente en los últimos cincuenta años. Y lo hace desde una presuposición: da por sentado la existencia de un paso a la posmodernidad o a la modernidad líquida. Eso hace entender el giro deconstructivo que propone, para el cual hay que cavar hondo y tomar decisiones radicales que construyan un nuevo paradigma para la iglesia. Dicho nuevo paradigma debe ser configurado en clave misional, puesto que cuando la iglesia “cumple su verdadero llamamiento, cuando se ocupa de lo que Dios se ocupa, es con diferencia la fuerza más potente de cambio y transformación que se haya visto jamás en el mundo”[2].
Para el autor es sumamente importante tramar un paralelo con la iglesia primitiva, en clave restauracionista. Señala que ésta vivía en clandestinidad, que no edificó templos, que sus miembros no tenían las Escrituras como las conocemos (no estaba cerrado el Canon), que no eran una institución ni tenían un liderazgo profesional, que no disponían de una agenda de actividades como las del presente y, además, tenían un riguroso proceso de catecumenado. Lo que explica su crecimiento constante y exponencial es su “Carácter Apostólico”, cuyos elementos son definidos como ADN misional (ADNm). Los elementos constituyentes del ADNm son: Jesús es Señor; Hacer Discípulos; El impulso misional-encarnacional; el entorno apostólico; los sistemas orgánicos; Communitas, no comunidad. Para Hirsch es importante declarar que todo el pueblo de Dios porta la fuerza transformadora de los primeros cristianos y que es el vigor misional lo que trae renovación a la iglesia. Ergo, la tarea se trata de revitalizar la iglesia. Y dicha revitalización coadyuva a la construcción de una iglesia que planta iglesias y cuya metodología es intercultural, rompiendo con los modelos de “talla única”.
Por su parte, para Hirsch, el estar centrados en Jesús conduce a la adoración, al discipulado y a la misión. Dicho discipulado consiste en el proceso de aprendizaje de la misión de Cristo y de llevar a cabo su tarea. Esto requiere una profunda renovación que va de lo tangible a lo intangible, rompiendo con todo centralismo y estructura anquilosante de tal manera que la mayoría de la iglesia estuviese involucrada en la responsabilidad de seguir las pisadas de Jesús mediante el discipulado. Esto invita a una rebelión santa, a romper con la idea obsoleta de la iglesia, a romper con el constructo de la Cristiandad. Todo esto, porque “Parece ser que el patrón de esta versión altamente institucional del cristianismo ha empapado de tal forma la psique colectiva, que inadvertidamente la hemos llevado más allá de la crítica profética. Hemos divinizado de tal manera este modo de iglesia a través de siglos de teología sobre la misma, que hemos acabado por confundirla con el Reino de Dios”[3]. La historia sofocante de los sistemas debe ser sustituida por una historia alternativa que conduzca a la sustitución de paradigmas. Se trata de una revolución al estilo Einstein, de hecho, Emerging Misional Church, lleva la sigla EMC. La creatividad y el espíritu vanguardista deben caracterizar este tipo de iglesia. Pero, además, es un reconocimiento a la obra del Espíritu Santo, en tanto él colocaría la M de misional a la iglesia emergente. Para Hirsch, eso hace que ésta no sea una moda. Para el autor, “el principio organizativo auténtico y verdadero de la iglesia es la misión. La iglesia es verdaderamente iglesia cuando es misión”[4]. Esto es, según el autor, aferrarse al evangelio y desatar su poder transformador.
También Hirsch se esfuerza por buscar un paralelo con la iglesia clandestina en China. Dirá que “en una iglesia clandestina hay que librarse de todo el desorden de las innecesarias interpretaciones tradicionales y de la parafernalia teológica. No hay ni tiempo ni capacidad interna para mantener los dogmas y las pesadas teologías sistemáticas. Hay que ir ‘ligero de equipaje’”[5]. Es la cristología sencilla la que conduce a una fe bíblica en que salvación y el señorío están ligados. Para el autor no se debe limitar a Dios de manera dualista a la presencia en un espacio sagrado, ya que todas las cosas deben ser puestas bajo el reinado de Cristo.
Otra de las preocupaciones del autor tiene que ver con el liderazgo. El tal debe desarrollarse de tal manera que esté imbricado a la misión, cuyo catalizador es el discipulado. Este seguir las pisadas de Jesús está siempre ligado “con la idea de convertir a los seguidores en líderes por derecho propio”[6]. La tarea es la encarnación. Hacer que la gente viva en los evangelios. En el ministerio encarnacional se da una presencia constante, proximidad, carencia de poder y proclamación. El líder salvaguarda el mensaje, expande el cristianismo y siembra en ADNm. Por ello, “plantar una nueva iglesia, o rehacer una de existente, según este enfoque no tiene mucho que ver con locales, alabanza, cultos, tamaño de la congregación o cuidado pastoral, sino más bien con engranar a toda la comunidad en torno al discipulado natural entre amigos, la adoración como estilo de vida y la misión en el contexto de la vida cotidiana”[7]. Es esta estructura de red la que cuida al proyecto de caer en un institucionalismo religioso. Y, como está la comparación con la iglesia perseguida se fomenta la sustitución de la comunidad por la communitas. Dice Hirsch: “la communitas se da cuando los individuos se ven forzados a encontrarse mutuamente por medio de una experiencia común de ordalías, humillación, transición o marginación. Comporta intensos sentimientos de unidad social y de pertenencia como resultado de haber tenido que confiar unos en otros para poder sobrevivir”[8].
Es difícil no estar de acuerdo con varios de los postulados referidos por Hirsch en su libro. El acercamiento a la iglesia primitiva, en tanto paradigma bíblico, como el carácter misional marcado por un discipulado capacitador, es relevante. Su crítica al peso de la institucionalidad, en tanto anquilosa toda posibilidad de movimiento no deja de tener razón. En ese sentido, la propuesta de Hirsch no debe ser dejada de lado del todo.
Pero hay una serie de elementos tensionantes. Eso de hacer tabula rasa de la historia del cristianismo, en pos de un supuesto restauracionismo, es como tirar el agua de la tina junto con el bebé. Es como la aspiración de la modernidad por volver a la herencia greco-latina llamando oscurantismo y adolescencia (Edad Media) a todo el largo período intermedio. No es menor que los reformadores, entre ellos Juan Calvino, buscase rescatar dicha herencia de aquello que Hirsch llama Cristiandad, que es con todo lo que hay que barrer en “santa rebeldía”. ¿Con qué finalidad? Con la finalidad de construir organismo y no institución. ¿Acaso la iglesia emergente, con su molde de excavación y rescate, no es también una institución, con pesados y sólidos roles? Es precisamente, esa presuposición de la existencia de una condición posmoderna, lo que obnubila que mucho del contexto actual es radicalización de la modernidad, en tanto la retórica de la no retórica se constituye en otra retórica. En este caso la no retórica es el organismo y la retórica la institucionalidad. La ortodoxia y la solidez de lo relativo es tremendamente pesada y limitante para quienes la experimentan.
Mención aparte merece la comparación con la iglesia clandestina. Es sumamente facilista construir una analogía ahistórica y carente de todo correlato empírico con la realidad desde la comodidad que viven los miembros de la communitas, construyendo una clandestinidad con sabor a cuarto de libra con queso y Coca-Cola. ¿Hasta qué punto este rescate es sólo ideológico que critica a Estados pero obnubila el accionar de otros en el sueño americano?
En síntesis, son muchas dudas para un libro que buscaba traernos sólo certezas.
Luis Pino Moyano.
[1] Alan Hirsch. Caminos olvidados. Reactivemos la iglesia misional. Edición Digital tomada de http://es.scribd.com/doc/36844334/Caminos-Olvidados-Allan-Hirsch (Revisada en: octubre de 2013).
[2] Ibídem, p. 7.
[3] Ibídem, p. 45.
[4] Ibídem, p. 78.
[5] Ibídem, p. 83.
[6] Ibídem, p. 119.
[7] Ibídem, p. 193.
[8] Ibídem, p. 235.