Reseña de Libros: «Igreja? tô fora!», de Ricardo Agreste.

Igreja? tô fora![1], del pastor presbiteriano Ricardo Agreste es un libro que nos presenta de manera breve, sucinta y provocativa una serie de principios respecto a las iglesias en un contexto posmoderno y urbano. La idea del autor es que los lectores reconozcan sus comunidades desde adentro hacia afuera, es decir, sus prácticas, postulados y su diálogo con la cultura y los sujetos, lo que hace necesario plantear la necesidad de configurar y repensar la iglesia desde un prisma misional.

Agreste comienza enunciando el contexto de producción del libro. Se trataría de varias conversaciones con personas que nunca han tenido una relación con la iglesia, las que han relevado un gran interés por conocer de Dios y sus principios, pero, a la vez, aversión por la iglesia. Es la lógica de gustar de Jesús, pero no de sus seguidores. Existen varias razones, según el autor, para el desarrollo de dicha resistencia a lo eclesial: a) muchas personas tuvieron una mala experiencia en una iglesia en su infancia; b) en otras ocasiones, a pesar de aceptar alguna invitación a asistir a una iglesia la experiencia fue desagradable; c) por otro lado, algunas personas han tenido una mala experiencia con personas que frecuentaban una iglesia; y d) sumados los problemas de imagen de la iglesia, producidos por los casos de pedofilia o de escándalos financieros en las iglesias católica y evangélica. A pesar de este dificultoso momento, que ha ido en desmedro de la membresía católica, se ha podido ver en Brasil un explosivo crecimiento de las iglesias evangélicas. Ello debiese trasuntar en que la iglesia deje la insensibilidad y de mirarse a sí misma y entender que su labor principal está fuera de ella. En el contexto posmoderno y urbano, la iglesia debe asumir el compromiso de mantenerse fiel a la persona y al mensaje de Jesús y construir una iglesia más relevante culturalmente.

Lo anterior debe llevarnos a repensar la iglesia. Y allí resulta sumamente importante que dentro de nuestra propia comprensión nos sepamos pecadores, pero que nuestra identidad está en Cristo, quien nos llama santos. Con eso, no proclamamos nuestras virtudes, sino las de Cristo que nos ama, perdona y restaura. Agreste dirá que lo que nos capacita para estar en la iglesia no es nuestro currículum anterior. Entender eso, es entender la esencia misma del evangelio. Eso hace que no brindemos falsas expectativas de una fuerza y potencial humano, porque podemos notar, con el autor, que el pasado deja huellas, que el presente trae profundas luchas, pero en el Padre aguardamos con esperanza la redención final de todas las cosas. Es Dios es quien nos ha lavado, justificado y santificado, lo que capacita a la iglesia a vivir intensamente en esa gracia y actuar también de manera graciosa, cuidando a los hermanos y hermanas en la común fe.

Esta autocomprensión nos permite hacer el otro ejercicio, mirar hacia afuera, a la cultura. Agreste, desde el pensamiento reformado dirá que la cultura es resultado de la producción humana, y que los seres humanos son racionales, relacionales y creativos. Por ende, en la cultura podemos encontrarnos tanto con la imagen y semejanza de Dios, como con la desconexión valórica y práctica con el Creador, la diada de la creación y la caída. El autor señalará que comunicamos el mensaje de Dios a hombres y mujeres insertos en la cultura. Ahora bien, dicho acercamiento no es pasivo, sino es profundamente activo, crítico. Señalará que la cultura configurada por la sociedad capitalista occidental está marcada por la producción bienes y servicios. Eso amenaza nuestro entendimiento. Somos consumidores y consumidos, dirá Agreste, lo que hace recordar la fórmula del sociólogo chileno Tomás Moulian en El consumo me consume. Muchas iglesias han caído en esa vorágine, tanto así que se ven como prestadoras de servicios, sus pastores se transforman en gerentes y sus membresías en consumidoras de lo que éstas pueden ofrecerle. Esto no puede seguir siendo así. Nuestro acercamiento hacia afuera debe resistir a dicha cultura. ¿Cómo? Rindiéndonos a Dios y experimentando la transformación conforme a su voluntad, no conformándonos a este siglo, sometiéndonos a la mente de Cristo, dejando de lado nuestros sofismas. El sometimiento total es la base de nuestra contraculturalidad. Y dicho sometimiento permite el reconocimiento de otros, cuestión también contracultural, puesto que la interdependencia de la vida comunitaria, no es una casualidad, es un mandato. La práctica de la espiritualidad siempre es con otros creyentes.

La mirada hacia afuera, nuevamente trae la mirada hacia adentro. En primer lugar, esta nueva mirada a la que invita Agreste se centra en los líderes. Él plantea que lo que distingue a los líderes no son los carismas, sino su carácter. Por ello, la existencia de falsos profetas y de autodenominados apóstoles no debiera conducir a las congregaciones a una vida disoluta, sino a tomar la determinación de participar en comunidades que practican una espiritualidad consistente y madura, de tal manera que el paso conducente sea la aceptación y el sometimiento a la autoridad de pastores que basan su enseñanza y práctica en la Escritura. En segundo lugar, el autor planteará que las iglesias cristianas son lugares en las que se reúnen personas que reconocen su impotencia y por eso se someten a la gracia de Dios. En tercer lugar, y a partir de una lectura al libro de Hechos, señalará que la iglesia está pensada para los de afuera, siguiendo la lógica de Bonhoeffer. Esta comprensión, conlleva a la idea de una iglesia que está en permanente movimiento y progreso y que es capacitada y guiada por el Espíritu Santo. Todo esto debiese provocar que constantemente la iglesia repiense sus formas y estrategias en diálogo con la cultura. Nunca nuestra agenda debe suplir la acción del Espíritu, recordando el modelo antioqueño registrado por Lucas: una iglesia caracterizada por la diversidad cultural, por la unidad de propósito y por su compromiso con la agenda de Dios. Nuestra tarea está, entonces, en romper todas las barreras culturales para que los hombres y mujeres acepten el evangelio. Todo eso lleva a concluir a Agreste que el modelo de la iglesia no debe ser un hospital ni una pequeña empresa. El modelo debe ser misional, lo que conlleva a centrarse en la naturaleza de la iglesia, a transformar a los pastores en mentores y a los miembros en discípulos, lo que hace que el papel principal del pastor se dé en el equipamiento y que la relación con los miembros de la comunidad esté mediada por la enseñanza. Se trata, entonces, de una iglesia que es sensible a la cultura, reconociendo en ella sus peligros y oportunidades, produciendo vidas maduras, crecimiento integral, multiplicación y una disciplina que restaura. En definitiva, una iglesia cuyo centro está en el Dios de la misión.

En definitiva, el libro de Agreste es una invitación. Una invitación a repensarnos como comunidades eclesiales. Estamos viviendo un tiempo al cual debemos dejar de ver como problemático, con delirios de persecución, o con sentido de ghetto virtuoso. Debemos, más bien, centrar nuestra mirada en las oportunidades que tenemos y en el potencial de la iglesia para impactar la cultura. Potencial que no está dado por las capacidades propias de sus líderes y miembros, porque acá no se trata de encontrarnos con “el campeón que hay en ti” y todo ese discurso de autoayuda que prevalece en muchas congregaciones, sino en la fuerza del Espíritu Santo que capacita y orienta a la iglesia.

Quizá ahí esté uno de los principios más importantes de la propuesta del autor: nuestra imbricación con la agenda de Dios. No son nuestros planes, metodologías ni siquiera nuestro diálogo intercultural lo que produce nuestra relevancia, sino nuestra fidelidad a Cristo y a su mensaje. La pregunta es, ¿cuánto tiempo pasamos más preocupados en nuestros tiempos, agendas, estrategias que en los planes de Dios, tanto que la iglesia que buscamos plantar o revitalizar se transforma más en una obra nuestra que en la de Dios? Cualquier pregunta metodológica que sustituya a la fidelidad del mensaje es una traición y no una traducción. La idea es “poner el sentido” del texto que anunciamos tal y como lo que hacía Esdras y los sacerdotes al leer la Ley al pueblo.

Esta autocomprensión es la que nos permite volcar nuestra mirada hacia afuera y resemantizar nuestras prácticas en clave misional. Aquí no se trata de ser atractivos simplemente, sino de serlo con contenido y no huérfanos del sentido. Es la comprensión del mensaje de la gracia lo que orienta nuestro trabajo no sólo a la confrontación, sino al perdón y a la restauración. Se trata de llevar el agua viva a quienes tienen sed, rompiendo las barreras que impiden a dichos sujetos tomar de esa agua para saciarse y vivir la transformación.

Quienes estamos involucrados en la plantación de iglesias, no encontramos en las palabras de Agreste un parloteo vacuo. Por el contrario, nos encontramos con herramientas que nos llaman a pensar desde nuestros propios contextos y realidades dicho ejercicio.

Luis Pino Moyano.

[1] Ricardo Agreste. Igreja? tô fora! Sao Paulo, SOCEP Editora, 2007.

Un comentario sobre “Reseña de Libros: «Igreja? tô fora!», de Ricardo Agreste.

  1. Excelente libro para misioneros, pastores, plantadores de iglesias, y en quienes existe una sincera búsqueda de pensar, mejorar la calidad de su tarea dentro de su comunidad eclesiastica de manera seria, relevante, transparente y que responda a la sociedad postmoderna.

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