Hace poco rato terminó el viernes de una nueva “semana santa”. De hecho, también terminó la transmisión de una de las películas más exhibidas por el canal público chileno, TVN (33 veces, una vez por año desde 1982): Jesús de Nazareth, del director Franco Zeffirelli y protagonizada por Robert Powell. Una maravillosa puesta en escena, con muchos elementos ficcionales, pero que a pesar de ellos (o con ellos, como en el caso de la parábola conocida como la “del hijo pródigo”), da cuenta, en varias de sus escenas, del mensaje del Evangelio. Me fascina la simpleza que rodea el momento de la cruz. No es la performance ruidosa y sanguinolenta de La Pasión de Mel Gibson, sino que es la cruz que pone su foco en Jesús, que sigue predicando en la cruz en cada una de sus siete poderosas palabras. Me encanta y emociona la escena en la que Nicodemo (otro elemento ficcional), mira la cruz, a Cristo, y comienza a citar en voz alta el Canto del Siervo Sufriente (Isaías 53), escrito setecientos años antes de la muerte del Hijo de Dios. ¡Genial!
Desde qué aparecieron otras películas que exacerbaban los elementos del martirio que rodea la cruz, comencé a preguntarme por qué me gustaba tanto esta obra cinematográfica. Y la respuesta a la que llegué, es que se parece mucho al relato que hacen los evangelistas Mateo, Marcos, Lucas y, sobre todo, Juan. Recordé mi niñez, en la casa de mis abuelo y abuela, leyendo en una Biblia Dios habla Hoy, de tapas verdes, el relato que hacían los evangelios desde el arresto de Jesús hasta su crucifixión. Y si nos encontramos con esos relatos, notaremos la simpleza, la ausencia de detalles, inclusive, en casos como el de Juan, una narración tosca. Es que lo impresionante del sacrificio de Cristo no está en los detalles médicos e históricos que nos relevan el sufrimiento del Mesías, no está en cuántos azotes y zamarrones recibió, no está en cuánta sangre derramó, no está en el hecho de la probabilidad de un infarto por sobre la asfixia tradicional de los muertos bajo ese método de tortura (de ahí el quiebre de las piernas de los malhechores de al lado). Lo impresionante está en el grito desgarrado del Redentor: “Eloi, Eloi, Lama Sabactani”. Es decir, Jesús, Dios mismo hecho hombre, siente que su Padre, misteriosamente, en un momento, breve, pero en un momento al fin, le da vuelta la espalda haciéndole sentir todo el peso de su ira. El cáliz amargo que Jesús bebe, la separación momentánea del Padre, es parte del ejercicio sustitutivo. Cristo tomó nuestro lugar y vivió la vida que nosotros debíamos-y-no-podíamos vivir y murió de la manera en que nosotros debíamos hacerlo, sin el mismo efecto, por cierto. La sangre de Jesús, que llevaba tu nombre y el mío, fue el precio de nuestra redención. Nosotros jamás podríamos haber dicho “consumado es”. Sólo aquél que es el sacerdote y el sacrificio pudo lograr aquello.
Es la cruz ignominiosa, la que debiera producirnos dolor por nuestro pecado, por todo lo malo que hacemos, por el daño que producimos a nuestro prójimo, por la manera autocentrada en la que vivimos. Pero a la vez, es la bendita cruz, que da cuenta de que el precio por nuestra redención ya fue pagado. La cruz ignominiosa y bendita a la vez, porque aquí no hay dualismo que valga, nos da esperanza. La esperanza de estar con Cristo en el paraíso. Tal y como el malhechor.
Es imposible no conmoverse al ver la cruz representada cinematográficamente, llevándonos inclusive a las lágrimas. Pero para quienes creemos en el Maestro de Galilea, aquél que la historia no puede negar, y que la Biblia nos revela con suma claridad, tal y como lo hacemos ante la mesa del Señor en comunidad, vemos con gozo y esperanza que todo ha sido consumado.
Por eso, con memoria y esperanza podemos leer las palabras de Isaías:
¿Quién ha creído a nuestro anuncio y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? Subirá cual renuevo delante de él, como raíz de tierra seca.
No hay hermosura en él, ni esplendor; lo veremos, mas sin atractivo alguno para que lo apreciemos.
Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en sufrimiento; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no lo estimamos.
Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, ¡pero nosotros lo tuvimos por azotado, como herido y afligido por Dios!
Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados.
Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.
Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como un cordero fue llevado al matadero; como una oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, no abrió su boca.
Por medio de violencia y de juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido.
Se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte.
Aunque nunca hizo maldad ni hubo engaño en su boca, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento.
Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá descendencia, vivirá por largos días y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará sobre sí las iniquidades de ellos.
Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los poderosos repartirá el botín; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos y orado por los transgresores.
Gracias Jesús por tanto amor.
Luis Pino Moyano.