De la ausencia del evangelio y de la intolerancia de los “tolerantes”.

El día 17 de mayo de 2014 un grupo de evangélicos se manifestó en la Plaza de la Constitución, frente al Palacio de La Moneda, bajo el eslogan: “El pueblo evangélico dice: ¡NO al aborto! ¡NO a la eutanasia! ¡NO al casamiento de homosexuales!”. La movilización tiene como referencia algunas discusiones que se han dado en la esfera política durante este último tiempo en el país. Quiero señalar, desde el comienzo, que mi problema no es con la manifestación. Estas personas, en tanto no atentan contra la integridad física ni sicológica de nadie (creo que las palabras duras no rompen huesos), están en todo su derecho de opinar lo que les caiga en gana y de protestar todas las veces que se les ocurra. Por ende, no me ocuparé de dicho ritual performático, sino fundamentalmente, del contenido del discurso, al que señalo desde el título, que se muestra ausente del evangelio. Y, por otro lado, a las reacciones que esto ha tenido en la opinión pública, tanto en distintos medios de comunicación y en las redes sociales. A dicha reacción (con todo el peso que implica el concepto) la denomino, paradójicamente, la intolerancia de los tolerantes. Mi invitación es que usted lea cuidadosamente mis opiniones, y luego, si lo estima conveniente, aplauda o apalee, construya o destruya, dialogue o discuta, difunda o cambie de canal.

DE LA AUSENCIA DEL EVANGELIO: Señalo, una vez más, el flaco favor que hacen los manifestantes evangélicos al declararse unívocamente como “el pueblo evangélico”. Eso, de manera rotunda, ¡no existe! Nosotros no tenemos Papa ni un magisterio que nos diga lo que creer y pensar. Nuestras iglesias tienen declaraciones confesionales propias, en las que pueden haber elementos comunes, pero también hay, en la teoría y en la práctica, elementos divergentes. Y gran parte de esos elementos divergentes proceden de nuestro acercamiento a la Escritura. Hay personas que creen que el evangelio puede ser suplementado con esfuerzos morales o con las teorías “progres” de moda. Eso no es “Sola Scriptura”. Y ahí está la médula del problema: estas manifestaciones dejan de tener al evangelio como base, sustentando el discurso en una dudosa moral que entiende a la familia como base de la sociedad, y no a Cristo. Por ende, se trata de un discurso farisaico que está autocentrado, que es egolátrico, que se siente con el derecho de declarar la gravedad del pecado de los otros, y no de nuestro pecado, de mí pecado, como si ser homosexual fuese más grave que ser hipócrita. Eso distorsiona el evangelio, porque nadie es salvo según Jesús y los apóstoles por ser heterosexual, sino por pura gracia. Es verdad, de manera muy clara la Biblia presenta a la homosexualidad como pecado, pero la liberación de ella corresponde totalmente a la obra del Espíritu en la vida de los creyentes (monergismo), lo que coadyuva a la obediencia y la resistencia al pecado (espiritualidad). Sí, no debemos ser carne pútrida, sino que luz que alumbra. Pero, lamentablemente, algunos no alumbran, sino que encandilan. Haciendo un poquito de historia contrafactual (¡perdón por ese pecado!), si quienes gritan voz en cuello su moral y no el evangelio hubiesen vivido en los tiempos de Cristo, es muy probable que, con una cara de palo del tamaño de un buque, habrían arrojado igual sus peñascos a la mujer adúltera luego de las palabras que acusan sus (¡nuestras!) conciencias: “el que esté libre de pecado sea el primero en arrojar la piedra”.

DE LA INTOLERANCIA DE LOS “TOLERANTES”: He visto estos días pulular en las redes sociales y en algunos medios de comunicación, una serie de lugares comunes, que podrían ser sintetizados en esta cita imaginaria (en realidad no tanto): “deja de lado la religión para hablar de este tema valórico”. ¡Qué argumento más simplón! Simple panfleto irreflexivo y supino. Vamos de atrás para adelante. Me parece aberrante que personas que se dicen “progresistas” reduzcan discursivamente lo valórico a discursos religiosos que dicen relación con la sexualidad y/o la intimidad. Eso es no entender que donde hay cosmovisión, o lugar de producción, o discurso político, hay también valores. Los próceres del discurso de la objetividad o neutralidad de la ciencia harían bien en darle una lectura al “Verdad y método” de Gadamer, específicamente cuando el refiere a los prejuicios. ¿Por qué dicha lectura? Porque ahí el filósofo alemán deja bastante claro que no sólo es imposible mirar la realidad obviando los elementos de nuestros propios contextos de producción, sino también, que como acto de honestidad (académica, científica, política o religiosa -¡póngale el apellido que quiera!-) dicho lugar de habla debe ser explícitamente enunciado. Los discursos científicos, sobre todo aquellos que naturalizan los fenómenos naturales y sociales, portan tanto contenido ideológico como los discursos políticos y religiosos. Por ende, la actitud dialógica clave es presuponer la inteligibilidad del relato del otro. Sin eso es imposible el diálogo. Sólo habrá grito de sordos. Por eso es que mi oposición al aborto, como he señalado en otro lugar, tiene pequeños matices. Pero lo que no es transable es lo que antecede al tema. Me parece que reducir los “derechos reproductivos” al aborto, habiendo tanto preservativo y pastillas anticonceptivas e, inclusive, métodos más radicales como la vasectomía o la ligazón de las trompas de Falopio, me parece no solamente básico, sino también irresponsable. ¿Irresponsable? Sí, toda vez que se deja de lado la voluntad que antecede a la acción. Porque es genial la pulsión y el deseo erótico junto al goce de la relación sexual, como también es genial el ejercicio responsable de la voluntad humana. Así, quienes están argumentando a favor del aborto, dicen que lo que está en el útero no debiese ser entendido como persona humana sino como feto, atacando los síntomas y no la raíz del problema. Cuestiono esa “fetización” de la discusión, porque esto deja de lado el «factor espermio» y el «factor óvulo» que lo antecede. En otras palabras, ¿por qué en vez de luchar por el derecho a abortar, mejor pugnamos por hombres-y-mujeres sexualmente responsables, dejando de lado todo tipo de abuso, aboliendo de una vez por todas los discursos machistas y hembristas que sólo diluyen las posibilidades de sociabilidad? (A esto debiesen poner atención aquellos evangélicos que, con un mensaje ausente del evangelio, adhieren a las ideas progre de moda para sentirse relevantes).

Efectivamente, aquí me estoy alejando de la posición hegemónica al interior de las izquierdas en Chile. Pero quiero dejar muy en claro que esto tampoco es derechización, porque mi defensa de la vida no termina en el vientre de la madre, sino que prosigue hasta la muerte de los seres humanos, atravesados por el dolor y la explotación de los poderosos de la tierra. En este caso, mis palabras quieren que lo que se vislumbre sea el evangelio. Puesto que como diría Lutero, “el dueño de un prostíbulo no peca menos que un predicador que no entrega el verdadero evangelio. El prostíbulo es tan ruin como la iglesia de un falso predicador”. Para el cristianismo bíblico, la moral y la tolerancia, se encuentran cautivas por el evangelio. Cualquier otra cosa es prostitución del mensaje. Al decir de los profetas veterotestamentarios: “adulterio espiritual”.

Luis Pino Moyano.

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