El libro de Bakke es una compilación de conferencias de contenido misiológico. Éstas fueron realizadas por el autor con la finalidad de proveer una lectura bíblica que dé cuenta del significado del involucramiento misionero desde una perspectiva global. Para el autor toda misión involucra un componente internacional, inclusive en aquellas que se llevan a cabo en el país de origen. Es así, que a lo largo de sus conferencias se preocupará de la Missio Dei en un contexto de opresión y violencia, en pobreza y desarrollo, además de la misión mundial y transcultural.
Según Bakke, el siglo XXI, es el primero desde el siglo V en que el cristianismo, mayoritariamente, no es una religión occidental. Eso debiese reportar, a los creyentes, el desafío de leer la Biblia desde una perspectiva global y no desde una occidental. Es sumamente interesante que el autor trace un paralelo entre el Imperio Asirio y la Iraq de Saddam Hussein y el desprecio que sentían los judíos de los samaritanos, resultado de la mixtura entre israelitas y asirios, con el desprecio de los estadounidenses hacia los árabes. Dice: “Al igual que los judíos aprendieron a demonizar a los asirios y luego a los samaritanos, los estadounidenses han aprendido a demonizar a los iraquíes. Los iraquíes son árabes, y lo único que conocen los medios sobre estos es que son todos terroristas y/o que son todos obesos jeques del petróleo. Por ello, los árabes son las únicas personas de las que uno puede hablar mal en la cultura estadounidense y seguir siendo ‘politicamente correcto’, incluso en la televisión”[1]. Eso es lo que lleva al autor a realizar una lectura del libro de Jonás, para entender la misión en un contexto de opresión y violencia. Jonás es el único profeta viviente en Israel luego de varios años de opresión asiria. Ante el mandato divino de ir a predicar a Nínive, se va en la dirección opuesta de Asiria. Dios le lleva de vuelta a la misión. ¿Qué es lo que impide a Jonás ir a anunciar el mensaje a los asirios? Es su patriotismo. Bakke señala que el profeta “Había envuelto su teología de la misión con la ideología de Israel. Había envuelto su evangelio con su bandera judía. Su Dios era demasiado pequeño. Jonás no tenía ningún amor por el enemigo de Israel, y entendía que tampoco Dios amaba a esas personas”[2]. Su patriotismo le impide ver la soberanía de Dios en la misión, elemento basal de dicha praxis. Tanto así, que en su obediencia forzada, predica la ortodoxia, pero no entiende el mensaje del arrepentimiento, el cual antes de ser pregonado debe sentirse en el corazón. Es tremendamente decidor, que Dios quiera hacer llegar el mensaje de la reconciliación y del perdón al lugar más violento de la tierra. Dios tiene misericordia de dichas personas, que son invisibilizadas por quienes al sentirse elegidos por Dios, se ven a sí mismos como favoritos. Por ello, es que en el reto de Dios a Jonás aparece su amor por los niños y por quienes alimentan a los niños, el ganado, un mensaje mucho más integral de lo que imaginamos. “Dios es un Dios de misión y no de venganza y represalias”[3], dirá el autor. En toda la humanidad podremos encontrar elegidos de Dios, que para nosotros debiesen ser campo blanco para la siega.
En la conferencia sobre la misión en un contexto de pobreza y desarrollo, Bakke hará una lectura acerca de Irán, un pueblo persa. Eso hace que fije su mirada en los textos de Ester, Nehemías y Esdras, que nos muestran la misión de Dios que vuelve a Israel de la diáspora. Estos libros son de carácter sinóptico, ya que presentan tres miradas a un mismo período. Ester y Nehemías, para el autor, proporcionan las bases para un ministerio laico, en los lugares donde no se menciona a Dios. Esto nos presenta un dilema, que en un determinado contexto histórico separó a fundamentalistas de modernistas (liberales o neoortodoxos): ¿cuál es la finalidad de la misión: la transformación personal o la social? Bakke, plantea que la solución a dicha disputa es la unión de los dos principios. Señala que “necesitamos una teología al estilo de la de Filipenses, que es ‘Cristo en nosotros’. Se trata de una piedad o salvación personal: Cristo en mí… el Cristo desposeído que, según Filipenses 2, deja de lado el poder celestial y viene a vivir en mi corazón y me transforma. De esa manera, no voy a la iglesia: soy iglesia”[4]. Pero, a la vez, necesitamos un Cristo como el de Colosenses. Bakke dice que: “El Cristo sobre nosotros es el Cristo poderoso que existe en la plenitud de la Deidad corporalmente. El Cristo colosense es el que puede hacer que huyan todos los poderes y principados”[5]. No sólo se necesitan ministros ordenados en la misión, como Esdras, sino en misiones de largo plazo, generar contactos con la sociedad, traspaso de aprendizajes y tecnologías y encarnarse en la comunidad, como nos muestran los ejemplos de Nehemías y Ester. El segundo tipo de sujetos, según el autor, tendrá acceso a predicarle a todo tipo de sujeto, cualquiera sea su procedencia.
La tercera conferencia de Bakke propone una provocación sumamente interesante. Y es la idea de pensar la navidad en clave misional. Señala que fue el olvido de la navidad lo que hizo que emergiera el gnosticismo y su encanto por el Cristo de los cielos olvidando su encarnación. Para el autor, los relatos de la infancia de Jesús son una suerte de “introducción al mensaje principal acerca del método y la misión de Jesús en todo el mundo”[6]. Es teniendo presente esto, que Bakke centrará su mirada en las mujeres nombradas en la descendencia de Jesús, las que no serían otra cosa que los “trapos sucios” de la familia. Tamar, tiene descendencia con Judá haciéndose pasar por prostituta; Rajab, es una prostituta que esconde a dos de los espías que fueron a Jericó; Rut, era una moabita, “su legado es Sodoma”[7]; y, Betsabé, que está marcada por la relación adúltera con David. Todas tenían “historias no aptas para todo público”. Lutero fue uno de los primeros en señalar el enfoque misionero de las abuelas de Jesús, señalando que todas ellas eran extranjeras. Tamar y Rajab eran cananeas, Rut moabita y Betsabé hitita como Urías su esposo. Es así que, no sólo las obras de la misión van hasta lo último de la tierra, sino la familia del Maestro procede de lo último de la tierra. Esto no es otra cosa que un mensaje de consuelo, porque inclusive la genealogía de Jesús nos habla de misión, en tanto “Jesús no sólo derramó su sangre por el mundo, sino que heredó sangre de todo el mundo: la sangre del cananeo, el moabita, el hitita y el judío fue derramada en la cruz por los pecados del mundo. En otras palabras, mi Salvador fue un mestizo. Con su cruce de razas, fue el Salvador del mundo”[8]. En definitiva, el cristianismo, a diferencia de otras religiones, nos muestra el esfuerzo de Dios por acercarse a nosotros y no al revés. No podíamos producir nuestra salvación. Fuimos rescatados desde afuera.
La siguiente conferencia vio en la iglesia de Antioquía, según relata el libro de Hechos, a una comunidad que inventó la misión transcultural. Dicha iglesia concentra en su praxis, parte importante de lo relatado por Lucas, puesto que, por ejemplo, lo sucedido en Pentecostés sería “el momento en que el Espíritu Santo los tocó, la iglesia, en adoración espontánea, se hizo internacional y multilingüe”[9]. Es en la iglesia primitiva que el nombre de Jesús, a diferencia del de Yahvéh en el Antiguo Testamento, se hizo pronunciable. Tanto así que cuando Saulo y Bernabé son comisionados a salir de Antioquía “sólo conocían un tipo de iglesia —una iglesia que pudiera unir una diversidad étnico/racial, socioeconómica y lingüística de la ciudad, que pudiera llegar hasta los necesitados y los perdidos con la misma integridad. Ese es el tipo de iglesia de ciudad que Saulo y Bernabé salieron a plantar. La Iglesia de Antioquía era su modelo”[10]. Este modelo que traduce el mensaje, que es encarnacional y transcultural, debiese ser tenido, según su autor, como paradigma en el contexto de ciudades que viven altos procesos migratorios.
En su última conferencia, Bakke centrará su mirada en Onésimo, para dar cuenta del costo y drama de la misión. Comienza refiriendo a Martin Kahler, quien en 1909 señaló que “la misión es la madre de la teología”, en tanto es ella la que “obliga a la iglesia a hacerse nuevas preguntas”[11]. Eso hace pensar que los predicadores no sólo debieran preguntarse por el texto que anunciarán, sino también por la audiencia que tendrán. La misión consiste en rascar a las personas, en el nombre de Jesús, con precisión donde les está picando. Eso es lo que nos muestra el caso de Onésimo. Pablo no sólo invierte tiempo en hablar con Filemón para que éste restaure a quien le ha dañado, sino que está dispuesto a pagar el daño que Onésimo hizo. Frente a esto, el autor dirá: “Sí, el discipulado es caro. Reclutar y evangelizar a las personas en necesidad y en situación de riesgo siempre nos cuesta, como estoy seguro que muchos misioneros les pueden decir con lujo de detalles. Uno nunca deja de pagar por los conversos, de un modo o de otro. La misión tiene que ver justamente con eso. Es un llamado para el resto de su vida, y más vale que sus presupuestos comiencen a reflejar eso. Ustedes no pueden evangelizar sólo con un ‘toco y me voy’: la evangelización de ciudades sólo se establece a un alto precio”[12]. El alto precio involucra tanto el gastar la vida como todos los recursos de los que se disponga. En otras palabras, salir de la posición de comodidad por la entrega del mensaje de Cristo.
Quisiera, para concluir, reflexionar en algunos planteamientos de Bakke que nos permitirán pensar en la misión desde una perspectiva global:
a. Bakke plantea que “La misión en el contexto de la violencia y el terrorismo requiere una manera de pensar acerca de un Dios soberano a quien le importan las personas por quienes nosotros no sentimos ningún agrado”[13]. ¿En cuántas ocasiones nos hemos sentido sólo dispuestos a comunicar el evangelio a personas que parecen iguales a nosotros, discriminando a otros no sólo étnicamente, sino política, cultural, social, económicamente? El caso de Jonás nos confronta, puesto que en algunas ocasiones deberemos presentar el evangelio, sintiendo en el corazón el arrepentimiento y el perdón, de quienes por distintas razones históricas se constituyeron en nuestros enemigos. Debemos tener sumo cuidado en considerar que la elección nos constituye en favoritos, cuestión que regularmente trasunta en fanatismos que hacen de las iglesias ghettos virtuosos donde nadie más tiene cabida.
b. El autor señala: “Jamás realicen un ministerio social y olviden dar un testimonio personal del evangelio a los pobres —o viceversa. La misión tiene que hacer ambas cosas porque los pobres necesitan esa doble esperanza: liberación personal y liberación pública”[14]. Lo que nos hace relevantes como cristianos es el mensaje de Jesús, mensaje que procura la redención de todas las cosas. Las separaciones dicotómicas no se condicen con el pensamiento reformado que ve en el cuerpo la expresión espacio-temporal del alma, por ende, en las condiciones materiales de existencia también cabe la redención. Todo debe ser sometido a los pies de Cristo, por ende la tarea nuestra es coadyuvar a la consumación del Reino.
c. “La historia de Navidad trata de un inmigrante intercontinental llamado Jesús, que nació en un establo prestado, vivió en el África, volvió para ser asesinado como criminal y enterrado en una tumba prestada, pero que resucitó de entre los muertos y ahora es el Salvador triunfal del mundo. Como ven, no contamos la historia de la Navidad de esta manera. La hemos envuelto en oropel de clase media. Hemos difamado la historia. La hemos sacado de su contexto misional”[15]. La encarnación de Cristo no es sólo un hecho teológico, sino también misiológico. Nuestra constante lucha aspiracional nos hace olvidar que el Maestro de Galilea se vistió de pobreza siendo rico. Ese vestirse no fue simplemente un acto estético, sino ético. Fue el ejercicio empático que debiese motivarnos a nosotros también a renunciar a prestigio, fama y poder por estar con-y-en el mundo de quienes son los potenciales receptores del mensaje. ¿Estamos dispuestos a ese acto de renuncia que mata nuestro ego para que nuestra vida sea Cristo?
He querido centrar este espacio final en estas reflexiones más que en un cuestionamiento de la lectura de Bakke, porque sus palabras me han confrontado. Más que una lectura técnica ha sido una voz de alerta, un recordatorio de que mi paso por el Seminario no es para ser un teólogo profesional, sino para ser un pastor. Un pastor que no rehúye, en la cara metáfora de Juan A. Mackay el balcón, pero que se deleita estando en el camino. Un pastor que huele a oveja tanto como a libros y papeles. Un pastor que lee tanto su Biblia como los signos de los tiempos.
Luis Pino Moyano.
[1] Raymond Bakke. Misión integral en la ciudad. Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2002, p. 12.
[2] Ibídem, p. 13.
[3] Ibídem, p. 28.
[4] Ibídem, p. 33.
[5] Ibídem.
[6] Ibídem, p. 54.
[7] Ibídem, p. 58.
[8] Ibídem, p. 65.
[9] Ibídem, p. 73.
[10] Ibídem, p. 85.
[11] Ibídem, p. 99.
[12] Ibídem, p. 114.
[13] Ibídem, p. 28.
[14] Ibídem, p. 52.
[15] Ibídem, pp. 67, 68.