AVP. Pensando en voz alta.

¿Qué pienso del AVP? En realidad toda la discusión y batahola que ha generado el Acuedo de Vida en Pareja, solución chilensis a las demandas de las élites gay del país, me da absolutamente lo mismo. Para mí pesa menos que un paquete de cabritas[1]. Es parte del gatopardismo chileno y el resultado de temas que se vuelven moda. Hoy está de moda denunciar todo lo que suena a machismo: que no hay que leer esto, que no hay que decir esto, que no hay que escribir, pensar, decir y bla bla bla. Es irrisorio, por decir lo menos, que quienes dicen proclamar libertades terminan pareciendo una nueva Inquisición.

Por lo mismo, no me queda otra que señalar con suficiente claridad:

  • Detesto el conservadurismo del mundo progre que toma como bandera de lucha una institución, léase matrimonio (porque concordemos en algo: lo que comenzó siendo un acuerdo contractual respecto a patrimonio, está siendo una suerte de «matrimonio encubierto» -y eso que dijo el senador Ossandón hoy, lo han dicho mucho antes un sinnúmero de homosexuales reconocidos en sus ámbitos, y que no están de acuerdo con el accionar político de las élites gay), que desde dicho sesgo es reproductora del orden «patriarcal», además de su carácter «normalizador».
  • Detesto el moralismo de quienes no entienden el mensaje de la gracia, que precisamente nos debiera diferenciar de quienes ponen las obras por sobre la acción de Dios en la historia. Qué perdedor resulta eso de ir al Congreso a abuchear y a gritar sandeces, que en nada se relacionan con el evangelio de Cristo. El evangelio señala claramente que nosotros no podíamos hacer absolutamente nada para salvarnos y que es Dios, quien por pura gracia, se relacionó con quienes amó. Dios justo-santo-temible-amoroso-gracioso-bondadoso. Dios, el de la Biblia, no disocia sus atributos ni tiene muchas caras como el dios Jano.

Y lo peor de todo esto es la ironía de la historia que termina entretejiendo a ambos grupúsculos (entiéndase: élites gay y pastores que se entienden “mundo evangélico”). Ambos caen en el mismo juego doble: por un lado naturalizan las acciones históricas, al punto que son fatalistas que llegan a creer que se nace de una determinada manera y que nada ni nadie puede cambiar (¿naturalismo?, ¿positivismo?); y, por el otro lado, tienen una fe ciega en la legalidad, creyendo que la promulgación de edictos cambiará las conductas de las personas. O creen que el AVP vencerá la discriminación y la intolerancia, o por el otro lado, creen que el AVP es el paso previo de la “agenda gay”.

«Oye, pero tú eres evangélico, ¿cómo opinas de esa manera?», podría decir alguno. Por todo ello, me da lo mismo el AVP y toda su discusión. Porque tengo mi mirada puesta en Dios, quien proclama «¡He aquí yo hago nuevas todas las cosas!». Mi tarea y, por ende, a lo que debiera ponerle el hombro, es la colaboración en la extensión del Reino de Dios que es «justicia, paz y gozo». Yo no tengo que andar cambiando a nadie, porque yo, por mis propias fuerzas, no puedo ni conmigo mismo. Todo lo demás es basura que quiere anteponerse al mensaje de Cristo.

Luis Pino Moyano.


Léase, también, un post donde hablo de esto más ampliamente: De la ausencia del evangelio y de la intolerancia de los «tolerantes».

[1] En otros países: pop corn, palomitas de maíz, pochoclo y quizá cuántos otros nombres.

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