«Ahora bien, los que desechando la Escritura se imaginan no sé qué camino para llegar a Dios, no deben ser tenidos por hombres equivocados, sino más bien por gente llena de furor y desatino. De ellos ha surgido hace poco cierta gente de mal carácter, que con gran orgullo, jactándose de enseñar en nombre del Espíritu, desprecian la Escritura y se burlan de la sencillez de los que aún siguen la letra muerta y homicida, como ellos dicen. Mas yo querría que me dijeran quién es ese espíritu, cuya inspiración les arrebata tan alto, que se atreven a menospreciar la Escritura como cosa de niños y demasiado vulgar. Porque si responden que es el Espíritu de Cristo el fundamento de su seguridad, es bien ridículo, pues supongo que estarán de acuerdo en que los apóstoles de Jesucristo y, los otros fieles de la Iglesia primitiva estuvieron inspirados precisamente por el Espíritu de Cristo. Ahora bien, ninguno de ellos aprendió de Él a menospreciar la Palabra de Dios, sino, al contrario, la tuvieron en gran veneración, como sus escritos dan testimonio inequívoco de ello. De hecho, así lo había profetizado Isaías, pues cuando dice (Is. 59,21): «El Espíritu mío, que está sobre tí, y mis palabras que puse en tu boca, no faltarán de tu boca, ni de la boca de tu simiente, ni de la boca de la simiente de tu simiente, dijo Jehová, desde ahora y para siempre”, no se dirige con esto al pueblo antiguo para enseñarle como a los niños el A.B.C., sino más bien dice que el bien y la felicidad mayores que podemos desear en el reino de Cristo es ser regidos por la Palabra de Dios y por su Espíritu. De donde deducimos que estos falsarios, con su detestable sacrilegio separan estas dos cosas, que el profeta unió con un lazo inviolable. Añádase a esto el ejemplo de san Pablo, el cual, no obstante haber sido arrebatado hasta el tercer cielo, no descuida el sacar provecho de la Ley y de los Profetas; e igualmente exhorta a Timoteo, aunque era excelente y admirable doctor, a que se entregue a la lectura de la Escritura (1 Tim.4,13). Y es digna de perpetua memoria la alabanza con que ensalza la Escritura, diciendo que es útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia» (2 Tim. 3, 16). ¿No es, pues, un furor diabólico decir que el uso de la Escritura es temporal y caduco, viendo que según el testimonio mismo del Espíritu Santo, ella guía a los hijos de Dios a la cumbre de la perfección?
También querría que me respondiesen a otra cosa, a saber: si ellos han recibido un Espíritu distinto del que el Señor prometió a sus discípulos. Por muy exasperados que estén no creo que llegue a tanto su desvarío que se atrevan a jactarse de esto. Ahora bien, cuando Él se lo prometió, ¿cómo dijo que había de ser su Espíritu? Tal, que no hablaría por sí mismo, sino que sugeriría e inspiraría en el ánimo de los apóstoles lo que Él con su palabra les había enseñado (Jn. 16,13). Por tanto no es cometido del Espíritu Santo que Cristo prometió, inventar revelaciones nuevas y nunca oídas o formar un nuevo género de doctrina, con la cual apartarnos de la enseñanza del Evangelio, después de haberla ya admitido; sino que le compete al Espíritu de Cristo sellar y fortalecer en nuestros corazones aquella misma doctrina que el Evangelio nos enseña».
Juan Calvino. Institución de la religión cristiana. Libro I, Capítulo IX, Punto 1. Rijswijk, Fundación Editorial de Literatura Reformada, 1999.
El día de ayer, en el Grupo Pequeño en el que participo cerramos nuestro estudio con esta cita de Calvino. Estamos estudiando en la Iglesia Puente de Vida una serie titulada «Reforma: cuatro conceptos claves», y ayer estuvimos viendo el tema del Espíritu Santo en la vida de los creyentes, a la luz de Romanos 8:1-17. Dicha sección de la epístola paulina muestra la acción del Espíritu Santo manifestada en la salvación de los creyentes, haciendo un especial énfasis en la santificación. Y es ahí donde cabe esta alusión de Calvino: La Palabra de Dios tiene una relación indivorciable con el Espíritu que inspiró dicho mensaje. La fuerza del Espíritu se vive en la Palabra. Ser lleno del Espíritu Santo no consiste en manifestaciones extraordinarias ni nuevas revelaciones, sino en algo que es concreto en la vida ordinaria, en la cotidianidad: en una identificación plena y constante con el Espíritu que es Santo. Quienes hemos sido liberados por Cristo somos llamados a una obediencia nueva, que vive la Escritura. Solos no nos la podemos. Pero el Espíritu nos ayuda y capacita para vivir la vida que Dios quiere que vivamos, aquella que aparece expresada en la Palabra. Es que ser lleno del Espíritu no es otra cosa que ser lleno de la Palabra.
Y pensar que esto fue dicho hace poco menos de 500 años.
Luis.
Notable cita!
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