El sábado recién pasado (31 de enero de 2015), la presidenta Michelle Bachelet ha firmado un proyecto de ley que busca despenalizar la “interrupción del embarazo” en tres casos específicos: a) riesgo vital presente o futuro de la madre, b) alteración estructural congénita o genética del feto incompatible con la vida extrauterina y c) embarazo producto de una violación (hasta doce semanas de gestación y hasta dieciocho semanas, en caso de menores de catorce años). Esto ha suscitado una férrea reacción de distintos sectores, que con la intención pedagógica de facilitar la discusión, haríamos bien en reunir en dos grupos: los que se autoproclaman defensores de la vida y rechazan la propuesta porque atentaría contra el derecho a la vida, y quienes desde el feminismo, ya sea desde colectivos o desde sus principios filosófico-políticos, consideran que el proyecto es conservador, en tanto no reconoce al aborto como parte de los “derechos reproductivos”. Respecto a los argumentos que contrarrestan la visión que considera al aborto como un derecho reproductivo, ya he publicado dos post en este blog: “A propósito de discusiones recientes sobre el aborto” y “De la ausencia del evangelio y de la intolerancia de los ‘tolerantes’” (particularmente el segundo punto, que cuestiona la “fetización” de la discusión). Hago esta referencia, porque los argumentos presentados allá y acá deben ser tenidos como parte de un todo analítico.
Por su parte, el rector de la Universidad Católica, Ignacio Sánchez, señaló: “Ningún facultativo entrará a nuestra institución sabiendo que nuestra institución no está de acuerdo con el aborto, porque atenta contra la dignidad y vida de la persona humana”. Muchas personas, al leer estas palabras, se exasperan y expelen toda su rabia contra el rector y la universidad pontificia, a mi juicio equivocadamente. Sánchez está dando cuenta del principio de “libertad de conciencia”, que le hace actuar en consonancia con lo que piensa y cree, junto al cuerpo académico de su casa de estudios, respecto al aborto, no siguiendo los vaivenes del devenir político chileno. Y los grupos que se precian de tolerantes, harían bien en tener en cuenta el derecho de los otros, pues como dijera Benito Juárez “el respeto al derecho ajeno es la paz”. Habiendo dicho esto, pienso que la idea de defensa de la vida que sostiene ésta y otras reflexiones se queda bastante corta. Por eso, quisiera propugnar la ampliación bíblica de dicha idea, cosa que haré en los siguientes párrafos.
Quienes somos creyentes consideramos al humano, hombre y mujer, como un ser creado a imagen y semejanza de Dios, y por ende, presuponemos la dignidad de toda vida humana. Es eso lo que nos hace ver que la vida que se va gestando en el vientre de la mujer merece todo nuestro respeto y cuidado. De hecho, es lo que nos hace ver a nuestros hijos como una “herencia de Dios”, y como “cosa de estima el fruto del vientre” (Salmo 127:3). Por eso reímos con júbilo cuando conocemos la noticia de que seremos padres y madres, porque entendemos a los hijos como regalos, y nuestro deleite está en Dios y su acto creativo. Por eso, nos parecen extraordinarios los estudios que se han hecho con respecto al apego, y la sabiduría práctica respecto a los hijos que se va gestando junto con ellos, lo que nos invita a hablarles desde antes de que nazcan, cuidarles en todo el proceso del embarazo, y lo que nos lleva a propugnar partos respetados, que buscan fortalecer la cercanía con el bebé y no la mera asepsia moderna. Es eso, lo que nos lleva a considerar aberrante la “fetización” de la discusión, toda vez que resulta incoherente en sí misma. Se habla de “derecho reproductivo”, cuando lo que se hace es negar la reproducción. Pero por otro lado, cuando hoy existen una serie de medios que permiten prevenir el embarazo, mediante una sexualidad responsable, en tanto, ella es un acto que emerge también de la voluntad, resulta contradictorio que se coloque al aborto como previsión, cuando es todo lo contrario, es la respuesta al acto fallido, a lo que no se previó. Y sí, resulta no sólo contradictorio, sino que incoherente, que quienes propugnan la defensa de los derechos humanos, no tengan ni un ápice de vergüenza ni lástima frente a la decisión eugenésica y prepotente de decidir quién vive o no. Doble estándar, inconsecuencia e inconsistencia, no se puede decir de otra manera.
Por la defensa de la vida: ¡No al aborto! Lo decimos fuerte y claro.
Ahora bien, ampliemos el uso de la idea de defensa de la vida.
¿Y qué pasa con la defensa de la vida de la mujer con un embarazo de alto riesgo que podría encaminarla a la muerte? ¿Qué dice la Biblia al respecto? Cuando leemos la Biblia no sólo debemos buscar datos y hechos, sino sobre todo principios permanentes. Y hay un caso, expresado en la Ley de Moisés, que nos otorga algunos principios. Dice el texto: “Si en una riña los contendientes golpean a una mujer encinta, y la hacen abortar pero sin poner en peligro su vida, se les impondrá la multa que el marido de la mujer exija y que en justicia le corresponda. Si se pone en peligro la vida de la mujer, ésta será la indemnización: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, golpe por golpe, herida por herida” (Éxodo 21:22-25, la acentuación es mía). El libro que algunos consideran machista sin haberlo leído, tiene un preclaro cuidado de la vida de la mujer. A la luz del texto bíblico, la vida de la mujer es la prioritaria, puesto que la condena del delito que causa la muerte de la mujer es “vida por vida”, en otras palabras la pena capital; en su defecto, la pena que causa la muerte del bebé no nato, sin daño a la mujer considera la pena que el marido exija y que en justicia corresponda. A diferencia de la caricaturización de la “ley del talión”, lo que se busca es el pago justo y equitativo según el daño cometido, evitando la venganza y la arbitrariedad. La vida de la mujer, que para estos efectos es la esposa que camina codo a codo con un hombre, debe ser protegida y preservada con todos los esfuerzos pertinentes. Por eso es necesario legislar al respecto, no dejando vacíos a la hora de un procedimiento urgente. Las mujeres no “prestan el cuerpo” a sus bebés, son seres humanos, y la dignidad de su vida debe ser relevada siempre. No salvar la vida de la mujer que está en riesgo es un acto de egoísmo, raíz de toda acción idolátrica. Y aquí no se trata de matar al bebé que viene en camino, por el contrario, se trata de la urgencia que se presenta a la hora de salvar la vida de la madre: tiene prioridad la vida de la madre, luego la del bebé. Por ende, en caso de que el acto de salvar la vida de la madre derive en la muerte del niño no nato, debe haber un tratamiento para la mujer que incluya no sólo el fin del proceso de parto, sino uno que tenga presentes variables médicas y emocionales, como por ejemplo, que sean tratadas en salas diferentes de las mujeres que sí han dado a luz y la ayuda psicológica para superar el proceso doloroso, lugar en el que la acción pastoral de la iglesia tiene un papel preponderante.
Donde lamentablemente queda como flatus vocis, toda la argumentación de los grupos que se levantan en “defensa de la vida”, es la ausencia discursiva respecto a lo que sigue después del parto. Pareciera que ahí concluyera la defensa, y el “indefenso” tuviera que valerse por sí mismo, «total ya nació». En la ampliación bíblica de la idea de defensa de la vida tenemos que decir lo siguiente:
a) Los padres y las madres somos llamados a educar a nuestros hijos e hijas, y no a delegar dicha educación en instituciones, ya sea la escuela o la iglesia. Los hijos son simbolizados como flechas en las manos de los padres (Salmo 127:4), quienes deben esforzarse por encaminar sus pasos en el seguimiento de Jesús. Los padres defienden la vida cuando entienden que los hijos provienen de Dios, que es quien les cuida y provee de todo lo necesario, y que por lo mismo, comprenden que el método para ello es el trabajo de los padres dentro y fuera de la casa. No basta con tener hijos (¡no somos del Opus Dei!), hay que criarlos, educarlos, protegerlos, amarlos, disfrutarlos.
b) Defendemos la vida cuando propugnamos la justicia social. Y aquí tenemos algo muy importante que decir: la real defensa de la vida no proviene del pensamiento político de derecha, ¡proviene de Cristo!; así también, la verdadera justicia social no proviene del pensamiento de izquierda, ¡proviene de Cristo! Cometemos un craso error, entonces, cuando suplantamos el mensaje de Cristo con ideas prestadas, que no necesariamente representan todo lo que la Palabra de Dios señala. Y esto es ofensivo: mucho se dice con respecto al pensamiento de izquierda que se introduce en la reflexión bíblica, pero se ha llegado a naturalizar los valores y principios de derecha como si estos fuesen cristianos. En la Biblia, la defensa de la vida y la justicia social caminan de la mano. Defendemos la vida cuando “ayunamos verdaderamente”, según las palabras del profeta Isaías: “El ayuno que he escogido, ¿no es más bien romper las cadenas de injusticia y desatar las correas del yugo, poner en libertad a los oprimidos y romper toda atadura? ¿No es acaso el ayuno compartir tu pan con el hambriento y dar refugio a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no dejar de lado a tus semejantes?” (58:6,7). La justicia social bíblica también hace alusión a quienes se enriquecen indebidamente, cosa que no deberíamos callar nunca. Santiago, el hermano de Jesús, señaló en su carta: “Ahora escuchen, ustedes los ricos: ¡lloren a gritos por las calamidades que se les vienen encima! Se ha podrido su riqueza, y sus ropas están comidas por la polilla. Se han oxidado su oro y su plata. Ese óxido dará testimonio contra ustedes y consumirá como fuego sus cuerpos. Han amontonado riquezas, ¡y eso que estamos en los últimos tiempos! Oigan cómo clama contra ustedes el salario no pagado a los obreros que les trabajaron sus campos. El clamor de esos trabajadores ha llegado a oídos del Señor Todopoderoso. Ustedes han llevado en este mundo una vida de lujo y de placer desenfrenado. Lo que han hecho es engordar para el día de la matanza. Han condenado y matado al justo sin que él les ofreciera resistencia” (5:1-6). La defensa de la vida se realiza también en el pago justo por el trabajo realizado y en la denuncia y cambio de las estructuras de dominación que llevan al enriquecimiento de unos pocos. ¿Por qué quienes luchan contra el aborto desde el cristianismo evangélico dicen poco o nada respecto a esto? ¿Acaso la vida de los que tienen trabajos precarios no son dignas de ser defendidas? El texto habla fuerte y claro: el enriquecimiento y trabajo explotador han condenado y matado al justo. En nuestro país, la burla de la indefensión llega al extremo que una de las administradoras de fondos de pensiones, encargada de ahorrar para nuestras futuras precarias jubilaciones, recibe el nombre de “Provida”. Defendamos la vida pujando por mejor educación, mejor salud (ahí se cae la Red de Salud UC, cuyos precios inasequibles no se condicen con la defensa de la vida que dicen propugnar), mejor vivienda, mejor trabajo, mejor justicia.
Y quisiera referirme a otro elemento de defensa de la vida antes de terminar. ¿Qué pasa con las mujeres que abortan y llegan a nuestras iglesias? Aquí no debiésemos olvidar el ideal bíblico que nos lleva a entender que la verdad sin amor no es verdad, y que el amor sin verdad no es amor. Muchos gritan verdades obstaculizando el acceso de quienes necesitan restauración. Y aquí estoy pensando, sobre todo, en aquellas mujeres, muchas niñas y adolescentes, que en situación de vulneración de sus derechos, en condiciones de pobreza o, inclusive, en una condición social privilegiada pero con altos estándares de expectativa («no se puede ser madre antes de ser profesional», por ejemplo), abortaron o piensan hacerlo, y me pregunto: ¿qué hacemos para ser iglesia para ellas, sus parejas y sus familias? ¿Qué hacemos para restaurarles y producir la sanidad de la culpa que les avergüenza y carcome? ¿Qué hacemos por cuidar a los bebés no deseados que nacen y no son adoptados y corren el riesgo de ir a parar a los centros del SENAME que no discriminan entre pobreza y delincuencia? ¿Qué hacemos con aquellas mujeres que son excomulgadas ipso facto por la Iglesia Católica Romana, cargando en sus conciencias con un pecado imperdonable que no aparece señalado así en la Biblia? No hay predicación respecto a los pecados sin llamado al arrepentimiento y declaración del perdón. Cuidemos nuestro lenguaje, a la hora de hablar un tema tan delicado. A veces, nos parecemos más a los fariseos que juntan piedras y buscan arrojarlas contra la mujer adúltera, que a Jesús que confronta la conciencia, que perdona el pecado y que llama a la vida nueva. Me da vergüenza y me ofende el púlpito sin gracia, el que olvida a Jesús que llama a los cargados y trabajados para darles descanso. Me da vergüenza porque cuando Cristo nos llamó estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, y nuestra injusticia hedía putrefacción. ¿Acaso nos olvidamos de dónde fuimos rescatados por Aquél que nos redimió? Defendamos la vida de quienes han causado daño a otras vidas, no olvidando nunca, que para Jesús inclusive nuestras palabras pueden derivar en asesinato. «La fe sin obras es muerta» y «misericordia quiero y no sacrificio», son cosas que no debemos olvidar.
He procurado hablar de la defensa de la vida desde el pensamiento político y social que emerge de la Biblia, que habla de un sistema llamado Reino de Dios que es justicia, paz, y gozo en el Espíritu. Cristo reina hoy, y nosotros debemos colaborar en la extensión de ese reino, que busca la armonía social caracterizada no sólo por nuestra limitada definición de paz, sino teniendo en cuenta la justicia y la alegría de todos los seres humanos. Colaboremos con la defensa de la vida, extendiendo el Reino de Dios a todas las esferas de la vida, hasta su futura consumación.
En síntesis, defendamos la vida, todas las vidas, durante toda la vida.
Luis Pino Moyano.
Anexos:
“Los proponentes originales de la cosmovisión kuyperiana tendían a ser liberales en su política, favoreciendo las economías centralizadas y un gobierno expansivo con énfasis en la justicia y los derechos para las minorías. Sin embargo, en los años sesenta y ochenta surgió otra ‘ala’ de los proponentes de la cosmovisión cristiana en los Estados Unidos: la derecha religiosa. Muchos cristianos fundamentalistas como Jerry Falwell, quien había defendido abiertamente la postura pietista, la abandonaron. Falwell y otros llegaron a creer que la cultura estadounidense estaba apartándose a grandes pasos de sus valores morales, y por eso lideró a los cristianos conservadores a convertirse en una fuerza política dentro del partido republicano. La derecha religiosa usó intensamente el concepto de cosmovisión, como también la idea de la ‘cultura transformadora’, pero conectó estas ideas directamente a acciones políticas en apoyo de medidas conservadoras. El creciente estado secularista tenía que verse como un enemigo que había que reducir, y no sólo porque promovía el aborto y la homosexualidad. La filosofía política conservadora creía que los impuestos debían bajarse, el estado reducirse para favorecer al sector privado y al individuo, y las fuerzas militares ampliarse. Los de la derecha religiosa justificaban a menudo toda la agenda conservadora en base a una visión bíblica del mundo. El movimiento sostenía que necesitábamos líderes políticos que gobernaran desde un punto de vista cristiano, y este estaba definido en su mayoría por un gobierno limitado, impuestos más bajos, una fuerza militar más fuerte y la oposición al aborto y a la homosexualidad” (Timothy Keller. Iglesia Centrada. Miami, Editorial Vida, 2012, p. 198).
Recomiendo escuchar esta predicación del Pr. Jonathan Muñoz, titulada «La vida es sagrada», para profundizar más en el tema: