La Democracia Cristiana y el acto de pedirle peras al olmo.

La Democracia Cristiana, en la situación vital crítica de la Nueva Mayoría, ha concitado la atención analítica este último tiempo, particularmente de actores provenientes del espectro de la derecha chilena, ansiosos de un giro hacia derechizador de dicho partido, para así constituirse en oposición, generando coalición con quienes creen debieran ser sus aliados si se actuara en coherencia.

Citaré sólo dos ejemplos recientes de esto. Axel Kaiser, en una entrevista reciente, señala que “La Democracia Cristiana si fuera consecuente con sus principios y con lo que el país realmente necesita, debería abandonar el gobierno. Y debería dejar que el gobierno de Bachelet se las arregle sin ellos y pasar a la oposición activa, porque este es un gobierno socialista de inspiración colectivista en que el Partido Comunista juega el rol determinante y no puede ser que el Partido Demócrata Cristiano, que se supone que ha sido siempre la alternativa al comunismo en el mundo, termine apoyándolo”. Acto seguido, declara la causa del análisis falangista fallido: “Lo que pasa es que aquí todavía el fantasma del régimen militar y del ‘Sí’ y del ‘No’ divide y los actores políticos no se han enterado que estamos viviendo en el siglo XXI”.

Por su parte, Jorge Gómez, desde una sintonía teórico-conceptual, en una columna grandilocuentemente titulada “La renegada DC” declara: “A los DC les falta entender que el sin renuncia de Bachelet es más cercano al viejo avanzar sin transar que a ‘un hogar para ser habitado por los hermanos’. Quizás así entenderían que como partido no son más que parte de una gran mascarada que encubre las pretensiones maximalistas de los sectores más radicales de la Nueva Mayoría, que no creen en la propiedad privada ni los mercados libres, tampoco en la democracia representativa, la separación de poderes y la independencia del Banco Central, y menos aún en el pluralismo ideológico”.

Muy brevemente me referiré a un aspecto del análisis, que pasa por la ideología de la desideologización, esa que invita a dejar las lógicas de derecha e izquierda, de manera bastante deshonesta, por lo demás, toda vez que se habla desde un preclaro lugar de producción. Es por ello que dicho discurso equivoca el rumbo confundiendo (o queriendo confundir) a la Nueva Mayoría con la Unidad Popular, a Bachelet con Allende, al Partido Comunista de Chile con el PCUS, al comunismo con más Estado (por favor, leer a los soviéticos y sus manuales no implica conocer a Marx). Esa misma confusión, lleva a creer que la Nueva Mayoría baila al compás de la música del PC, lo cual es tan ingenuo, en el sentido que la Ilustración dio a dicho concepto, y poco informado. Véase, por ejemplo, el tema de la gratuidad en la educación, la asamblea constituyente, por mencionar sólo algunos ejes de la discusión política. La Nueva Mayoría no busca “avanzar sin transar”. Volvamos a la cordura en el debate.

Pero pasemos a otra dimensión del análisis: hablemos de la DC, dando una mirada muy rápida a su historia. Dicho partido tiene su emergencia en el marco de la elección presidencial de 1938, ante el rechazo de la juventud conservadora de apoyar a Gustavo Ross, el “delfín” de Alessandri Palma. Y si bien, la Falange Nacional, emerge desde la derecha, lo hace cuando ya estaba instalado en Chile el fenómeno de la polaridad de los tres tercios, proponiendo un camino alternativo, rescatando el socialcristianismo, el corporativismo, el personalismo. La Falange, que luego, en alianza con otros grupos políticos se constituye en el Partido Demócrata Cristiano, ve que su esfuerzo por construir una alternativa de centro es facilitado por la derechización del Partido Radical de la mano de González Videla y su “Ley Maldita”. Tanto así que, en 1964, con Frei Montalva como candidato, optan por la tesis del camino propio (elaborada principalmente por Jaime Castillo Velasco). Y es ahí donde Kaiser también se equivoca. Sí, la DC presenta un camino alternativo al marxismo, pero también respecto al liberalismo, al capitalismo. La Reforma Agraria, la chilenización del cobre, la reforma educacional, las políticas de promoción popular son parte de dicho sello. A pesar de ello, las tensiones también llegan a la DC, que en una época marcada por las revoluciones, ve emerger tendencias “terceristas” y “rebeldes” que más adelante harán emerger al MAPU. La crisis se radicaliza en 1969 con los sucesos trágicos de Pampa Irigoin. Tal es la situación del debate que en 1970, llevan como candidato al progresista Radomiro Tomic (algunos plantean la hipótesis de quitar votos a Allende con la similitud de contenido programático), luego dirimen el resultado en el Congreso votando por Allende previa firma de “garantías constitucionales”. Pero posteriormente, al verse fuera del gobierno, y ante el aumento de la base electoral de la UP que puede relevarse por los resultados de las elecciones municipales y parlamentarias de años posteriores, decide derechizarse y hacer alianza con el Partido Nacional. Votos DC declaran inconstitucional a Allende. Es la DC la que decide no establecer un diálogo con el gobierno. Es la DC la que apoya el Golpe Militar. Y no hay nada ofensivo en eso: ahí están las declaraciones de Frei, las declaraciones de Aylwin e, inclusive, las declaraciones de personeros militares y civiles ligados a la dictadura. Ahí no hubo trauma, porque la superación de los traumas implica ponerle palabras al dolor. Aquí, desde el día 12 de septiembre de 1973 hubo palabras. Y sí, mi respeto para los 13 militantes DC que tempranamente declararon públicamente su repudio a la dictadura, con los riesgos que eso conllevaba.

El giro de la DC en la dictadura, y que lo hace estar hoy en la Nueva Mayoría, tiene a mi juicio que ver a lo menos con dos razones: la perpetuación de Pinochet en el poder y el giro de la Iglesia Católica. Me voy a referir a esto último. El sentido común impone la imagen del Cardenal Raúl Silva Henríquez como un opositor a la dictadura y como férreo defensor de los Derechos Humanos, casi asimilándolo con posiciones de izquierda. Pero más bien, fue un actor bastante cercano a la DC. Ahí están la Misión General en 1963, que preparó el camino a la campaña de Frei, la suspensión a divinis de los sacerdotes que participaron de la Toma de la Catedral de Santiago en 1968, las críticas a “Cristianos por el Socialismo”, al nivel que en forma posterior al golpe, antes de impugnar a la dictadura lo hizo contra dicho extinto movimiento. De hecho, cuando la jerarquía de la Iglesia Católica asume la defensa de los derechos humanos, lo hace porque dicha categoría le permite defender víctimas y no militantes, no represaliados bajo las convenciones de Ginebra para casos de guerra. La Vicaría de la Solidaridad no defendía a sujetos involucrados en «hechos de sangre». El giro de la DC, entonces, sigue las pisadas de la jerarquía eclesial en el camino desde la derechización al centro y la alianza con partidos de izquierda (lo que no implica izquierdización): defensa de los derechos humanos, establecimiento de la verdad, la justicia y la reconciliación. La DC cobra peso político en la Alianza Democrática, que será la base de la Concertación de Partidos por la Democracia, sobre todo luego del fracaso del tiranicidio el ’86 y el consecuente respaldo de Estados Unidos a una salida pactada con la dictadura. No es menor, que de seis comicios presidenciales después del retorno de la democracia, en tres ocasiones el candidato a la primera magistratura haya sido DC, viendo coronado su intento en dos ocasiones (¡los primeros dos gobiernos!). Es la DC, junto al sector renovado del socialismo, el que, entre otros elementos dignos de considerar, es responsable de la conservación de la jaula de hierro constitucional heredada de la dictadura y del modelo neoliberal con todos sus lastres. Es más, me atrevo a decir, que los otros partidos de la Concertación, hoy travestida en Nueva Mayoría, han sido bastante benevolentes con la DC, porque discursivamente, salvo el relato público de unos pocos, es el mismo instalado por la memoria falangista: un partido democrático, con un estadista apegado a la constitucionalidad y el Estado de Derecho como Frei Montalva.

Por eso, a diferencia de lo que plantean los columnistas de marras, la DC está sumamente cómoda en la Nueva Mayoría, y debiera hacer más cosas por seguir estándolo, porque a pesar de su cada vez más bajo peso político en las bases sociales, es un partido que dentro de dicha coalición sigue manteniendo sus cuotas de poder. Y eso, en definitiva, es lo que a la larga le interesa a las élites políticas. La DC no tiene otra posibilidad de existencia hoy. Pasar a la oposición, sólo sería factible desde el «camino propio», lo que en términos prácticos llevaría a la desintegración política a ese partido. Pasar a la oposición derechizándose, no sólo la llevaría a la “autoflagelación”, sino, muy probablemente a su absorción por otros partidos de derecha, es decir, a su desaparición. Sin sus bases juveniles, sin sus tendencias más reformistas o progresistas, y sólo con “los guatones”, la DC sería algo así como Renovación Nacional con otra bandera.

Estimados, la DC no puede estar en mejor lugar que en la Nueva Mayoría. La derechización de los setenta, con golpe de Estado incluido, y el giro de los ochenta, con el asesinato de Frei incluido, han calado profundamente en la memoria DC.

La DC está donde le corresponde. No le pidan peras al olmo.

Luis Pino Moyano


 (A pesar del vacío historiográfico respecto a la Democracia Cristiana, quisiera recomendar la lectura de cuatro libros de autores de distinta vertiente: de Tomás Moulian, “Fracturas. De Pedro Aguirre Cerda a Salvador Allende (1938-1973)” y “Antes del Chile actual. La década del sesenta”; de Alfredo Jocelyn-Holt, “El Chile perplejo. Del avanzar sin transar al transar sin parar”; y de Ricardo Jocelevsky, “La Democracia Cristiana Chilena”).

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