“Apresúrate, oh Dios, a rescatarme; ¡apresúrate, SEÑOR, a socorrerme! Que sean avergonzados y confundidos los que procuran matarme. Que retrocedan humillados todos los que desean mi ruina. Que vuelvan sobre sus pasos, avergonzados, todos los que se burlan de mi”. Así comienza el salmo 70, uno de los varios salmos imprecatorios o de venganza que se encuentran en la Biblia. ¿Qué hacer con estos salmos? ¿Son Palabra de Dios? Recuerdo la primera vez que leí sobre estos salmos en un comentario bíblico, cuya explicación, que después vi se replicaba en otros lugares, hice mía por mucho tiempo. Decía algo así: la revelación es progresiva, no se puede comparar la revelación del Antiguo Testamento con la del Nuevo, por ende, orar de esta manera no se condice con el amor al prójimo mandatado por Jesús. El problema de esa explicación es triple, y cuando comencé a hacer esos cuestionamientos, ésta resultó insatisfactoria. Es triple porque: a) la revelación no sólo es progresiva, sino también acumulativa, es decir, lo nuevo no niega lo viejo, sino que lo explica (el principio de “analogía de la fe”); b) olvida que toda la Escritura es inspirada por Dios, por ende, estos Salmos, si bien es cierto, son palabras humanas, surgidas en contextos muy humanos, son real-y-misteriosamente Palabra de Dios, ergo, norma de fe y práctica; y c) porque lleva a adorar a un dios esculpido a nuestra imagen y semejanza cuyo único atributo es el amor y no la justicia, la bondad y no su santa indignación. A Dios se le adora con todo lo que Él es, o no se le adora.
Por ende, me quedé sin explicación satisfactoria. Hasta que me encontré con una mejor explicación en el libro de Dietrich Bonhoeffer “Los Salmos: el libro de oración de la Biblia”[1], en la que llega aún más allá de la interrogante inicial, puesto que él pregunta, en la lógica de la lectura orante de la Biblia (Lectio Divina), si estos salmos son susceptibles de ser orados por los creyentes. Transcribí su explicación de manera íntegra, con la finalidad de compartirla con ustedes acá:
«Los llamados ‘salmos de venganza’ nos presentan actualmente más dificultades que cualquier otra parte del Salterio. La terrible frecuencia de los pensamientos contenidos en ellos atraviesa todo el Salterio (Sal 5; Sal 7; Sal 9; Sal 10; Sal 13; Sal 16; Sal 21; Sal 23; Sal 28; Sal 31; Sal 35; Sal 36; Sal 40; Sal 41; Sal 44; Sal 52; Sal 54; Sal 55; Sal 58; Sal 59; Sal 68; Sal 69; Sal 70; Sal 71; Sal 137 y otros). En este caso, todos los intentos de hace nuestras estas oraciones parecen destinados al fracaso, y lo que se considera una expresión del estadio religioso elemental parece oponerse realmente al Nuevo Testamento. Sobre la cruz, Cristo oró por sus enemigos y nos enseñó lo mismo a nosotros. Entonces, ¿cómo podemos invocar la venganza de Dios sobre los enemigos cuando oramos los salmos? O, preguntándolo de otro modo; ¿podemos comprender los salmos de venganza como una palabra de Dios para nosotros, como una oración de Jesucristo? ¿Podemos rezar como cristianos estos salmos?
Entiéndase bien que no estamos preguntando por posibles motivos que en modo alguno podemos sondear, sino por el contenido de la oración.
Los enemigos de los que aquí se habla son los enemigos de la causa de Dios. No se trata, pues, en modo alguno de una lucha personal. El orante de los salmos no quiere vengarse por su cuenta, sino que deja la venganza únicamente en manos de Dios (véase Romanos 12,19). Por eso, debe abandonar toda idea de desquite personal, tiene que liberarse de la sed de revancha, porque, si no fuera así, la venganza no estaría reservada estrictamente a Dios. Sólo quien es inocente frente al enemigo puede dirigirse al Dios de la venganza. Invocar la venganza de dios es pedir que su justicia se cumpla en el juicio contra los pecados. Esta justicia tiene que realizarse si Dios es fiel a su palabra, y debe cumplirse en todos. Yo mismo con mis pecados estoy sometido a este juicio, no tengo ningún derecho a querer impedir esta justicia. Tiene que cumplirse por Dios y, de hecho, se ha cumplido pero de un modo maravilloso.
La venganza de Dios no está reservada a los pecadores, sino al único ser inmune al pecado y que ha ocupado el puesto de los pecadores: el Hijo de Dios. Jesucristo sufrió la venganza de Dios, cuyo cumplimiento implora el salmo. Aplacó la cólera de Dios sobre los pecadores y, en la hora de cumplimiento del juicio divino, intercedió: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’.
Nadie, excepto quien había sufrido la cólera de Dios, podía orar así. Y éste fue el final de todas las falsas ideas sobre el amor de Dios que no tomaban realmente en serio el pecado. Dios odia a sus enemigos, los remite al único Justo y éste invoca el perdón para los enemigos de Dios. Sólo en la cruz de Jesucristo se puede encontrar el amor de Dios.
De esta forma, el salmo de venganza conduce a la cruz de Jesús y al amor de Dios que perdona a los enemigos. Yo no puedo por mí mismo perdonar a los enemigos de Dios. Sólo Cristo crucificado puede hacerlo, y yo puedo a través de él. Así, el cumplimiento de la venganza se convierte en gracia para todos los seres humanos en Jesucristo.
Ciertamente hay una diferencia significativa si me sitúo con el salmo en el tiempo de la promesa o en el tiempo del cumplimiento; pero esa diferencia vale para todos los salmos. Rezo el salmo de la venganza desde la certeza de su maravilloso cumplimiento. Reservo a Dios la venganza y pido que se cumpla su justicia para todos sus enemigos. Sé también que Dios ha permanecido fiel a sí mismo y se ha hecho justicia en el juicio de su cólera en la cruz, y que para nosotros esta cólera se ha convertido en gracia y alegría. El mismo Jesucristo pide que se cumpla la venganza de Dios en su propio cuerpo, y así me reconduce cada día a la seriedad y la gracia de su cruz para mí y para todos los enemigos de Dios.
También hoy puedo creer en el amor de Dios y perdonar a mis enemigos sólo a través de la cruz de Cristo y el cumplimiento de la venganza de Dios. La cruz de Cristo nos afecta a todos. Quien se opone a ella, quien reduce a nada la palabra de la cruz de Jesús, del Jesús sobre el cual se realiza la venganza de Dios, tendrá que llevar ciertamente la maldición de Dios en este tiempo o en el otro. Ahora bien, esta maldición que recae sobre quienes odian a Cristo habla el Nuevo Testamento con toda claridad, y no se distingue en nada del Antiguo Testamento. Pero también habla de la alegría de la comunidad en el día en que Dios realizará su último juicio (Gálatas 1,8-9; 1 Corintios 16,2; Apocalipsis 18; 19; 20,21). De este modo, Jesús crucificado nos enseña a orar rectamente los salmos de venganza».
[1] Dietrich Bonhoeffer. Los Salmos: el libro de oración de la Biblia. Bilbao, Desclée de Brouwer, 2010, pp. 50, 51, 55, 56 (el texto refiere íntegramente a lo dicho por Bonhoeffer, pues en las páginas faltantes la editorial, al igual que a lo largo del libro, introdujo el texto de un salmo ad hoc a lo señalado por el pastor y teólogo alemán).
GRACIAS POR COMPARTIR QUE POR EL SACRIFICIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO TODOS PODEMOS TENER PAZ PARA CON DIOS Y QUE SÓLO EN ÉL EL AMOR ES POSIBLE PARA NUESTROS ENEMIGOS
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