Patricio Aylwin Azócar, su muerte, líneas sueltas.

Hoy mientras pensaba escribir algo sobre el ciudadano Patricio Aylwin Azócar, recordé que mi bisabuela, Francisca Rivera, tenía en su libro de apuntes y recortes la foto que les comparto al inicio de este post. Veo la foto y vienen los recuerdos de mi infancia, la alegría tímida del plebiscito del ’88, con cantos que aprendíamos, y la elección del ’89. Esa elección, en la casa de mi Tata, sus aplausos ante el comunicado que daba por ganador al democristiano. Yo tenía 8 años cuando Aylwin recibió la banda presidencial y la piocha de O’Higgins en el nuevo Congreso Nacional en Valparaíso, el domingo 11 de marzo de 1990. Recuerdo con emoción, la alegría e ilusión de «la gente», los gritos de «asesino» a Pinochet, el discurso del día después en el Nacional, hoy repetido hasta la saciedad, la tarea con los recortes de diario. Cómo olvidar la alegría del primer himno nacional sin la estrofa del «vuestros nombres valientes soldados…». Si hasta, en mi infancia gustosa de la historia, imitaba a Aylwin, sacando sonrisas de mis familiares, profes y compañeros de colegio.

 Y sí. Aylwin fue un sujeto clave de la historia del siglo XX, sobre todo de la época reciente. Y aquí es importante decir que Aylwin no nació el 11 de marzo de 1990, sino el 26 de noviembre de 1918, que su participación en la etapa fundacional, de la Democracia Cristiana fue importante, y, para qué decirlo, en el momento de la crisis, el de la ruptura histórica del ’73. Está el vídeo con sus declaraciones post-golpe, tan propias de su partido, salvo los 13 valientes que hicieron lo contrario, entre ellos, su hermano Andrés. Eso es innegable. No es posible tapar el sol con un dedo. Si eso se impone, nuevamente los «DC’s» ganan, porque logran lo mismo que hicieron con Frei, limpiar la imagen de sus «héroes» para constituirlos en paladines de la democracia.

 Ahora bien, y pasando a su gobierno, lo peor de la medida de lo posible de la transición a la democracia, no tiene que ver con el desprecio a la realpolitik, sino, más bien, a que ésta se ajustaba a la «medida total» marcada y trazada por la dictadura. La dictadura (re)construyó un estado sin medidas de lo posible, originando nuestra democracia pacata y de baja intensidad. Si hay algo que no podemos olvidar del primer gobierno de Aylwin fue:

1) la creación de «La Oficina», institución solapada que propiciaba la delación de militantes antidictatoriales;

2) la creación del sistema de financiamiento compartido de la educación básica y media, los colegios particulares subvencionados, en la mayoría de los casos, instancia de negocio;

3) el cierre de las revistas Análisis, Cauce, La Bicicleta, Apsi, el diario Fortin Mapocho, pues al intelectual experto en comunicaciones del primer gobierno, Eugenio Tironi, le parecía que la mejor política comunicacional del gobierno era no comunicar;

4) la conservación acrítica del modelo neoliberal, consolidando la sustitución de los ciudadanos por los consumidores;

y 5) el mandar para la casa al pueblo que marchó en las jornadas de protesta de los ochenta, el que con su organización coadyuvó a la salida de la dictadura, que no fue sólo vencida con un lápiz y un papel. La «gente» tal vez ganó. La ciudadanía, el pueblo, en el sentido democrático de la expresión, no. Es marcar el paso en la eterna transición.

 ¿Boto el agua de la bañera con el bebé adentro? No. Hay dos cosas que le reconozco a Aylwin, una directa y una tangencial. La directa, es el Informe Rettig, que mediáticamente, impuso la conciencia de los crímenes de lesa humanidad cometida por el régimen anterior. No fue suficiente, claro está, pero es meritorio y sigue siendo lectura necesaria. La tangencial, es que Aylwin fue uno de los últimos representantes que nos quedaba de la política letrada en detrimento de la política analfabeta. Es imposible no escuchar a Aylwin. Sus memorias, que según su voluntad serán publicadas de manera póstuma, serán lectura necesaria para quienes buscamos conocer nuestra historia, sobre todo la reciente. Y de hecho, más que molestarnos por la discusión respecto a su figura, debiésemos alegrarnos si ella se da. Es necesario que la política letrada, la de la discusión ilustrada, vuelva a la palestra, para no tener pura farándula, mercadotecnia y flatus vocis.

Luis Pino Moyano.

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