“Hay que pasar agosto”, es una típica expresión chilena. Hasta hace poco, este mes era uno de los más helados y lluviosos del país, lo que traía consigo resfríos y otras enfermedades. Pero, a pesar del cambio climático, la expresión se sigue repitiendo, sobre todo en relación a aquellos que tienen más edad. Quisiera aprovechar esta circunstancia para pensar en voz alta sobre la vejez a la luz de la Biblia.
La Biblia dice cosas como estas con respecto a la vejez: “Ponte de pie en presencia de los mayores. Respeta a los ancianos. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor” (Levítico 19:32); “Aun en la vejez, cuando ya peinen canas, yo seré el mismo, yo los sostendré. Yo los hice, y cuidaré de ustedes; los sostendré y los libraré” (Isaías 46:4). Estos textos nos muestran una realidad profunda Dios ama y cuida de manera providente a quienes han llegado a la ancianidad. Y presupone, en la lógica comunitaria, que los creyentes debemos amar a quienes Él ama, y cuidar a quienes Él cuida. En la iglesia, las brechas son disueltas, por lo que el principio de hermandad pesa mucho más que el de la edad. Escucha, comprensión, apoyo deben ser cotidianos. Lo que debe extenderse hacia nuestras relaciones familiares.
Pablo, en su primera carta a Timoteo, en el capítulo 5, invita al cuidado de las viudas, en el caso del desamparo a la iglesia, en los otros casos a la familia (vv. 3 y 4). En el versículo 8 plantea un principio que se extiende a hombres y mujeres: “El que no provee para los suyos, y sobre todo para los de su propia casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo”. Tenemos un deber insoslayable. Y una cosa muy importante para decir: somos instrumentos de Dios para la cosecha de los viejos que con esfuerzo nos criaron y ayudaron. Pero si ese no fue el caso, nuestra labor es devolver bien y no mal. Dios es el encargado de dar la cosecha, no nosotros.
Nuestro país se encuentra altamente sensibilizado por estos días con respecto a esta temática, debido a las deficiencias del actual sistema de pensiones (AFP), que hace que el 87,4% de los hombres y el 94,2% de las mujeres reciba mensualmente una pensión menor o igual a $156.312 (datos de la Fundación Sol, junio de 2016). Se requiere, por tanto, una mejor repartición de los recursos, que permita una vejez digna. Como creyentes tenemos varias tareas: a) decir la verdad en amor, denunciando la injusticia; b) orar por nuestros ancianos para que sus pensiones sean generosamente justas y por las autoridades para que tomen buenas decisiones; y c) actuar en ayuda de quienes lo necesiten. Recordemos que nuestro prójimo no sólo es el más cercano, sino todo ser humano. Eso nos enseñó Jesús en la parábola del buen samaritano (Lucas 10:25-37).
Luis Pino Moyano.
* Compartida en el boletín del mes de Refugio de Gracia, agosto de 2016.