Está más que claro que Jesús no nació un 25 de diciembre del año 0. De hecho, es muy probable que naciera el 3 o 4 antes de él mismo. Y de hecho, es indudable que antes de nuestra celebración de la navidad existió una fiesta de origen pagano dedicada al sol invicto. ¿Por qué entonces celebrar la navidad?
Celebramos la navidad porque esta fiesta nos invita a recordar y celebrar a Jesucristo, quien teniendo toda la alabanza en el cielo, dejó su gloria y se humanó por amor a nosotros, encarnándose en una realidad totalmente distinta a la propia. Jesús se hace carne en un pueblo que estaba sometido bajo el yugo del imperio romano, llegando a una familia de Nazaret, un lugar del que nadie esperaba nada bueno, y cuyo padre de familia era un artesano. Su pobreza es radicalizada cuando no encuentran un lugar dónde quedarse en Belén, sino solamente en una cueva donde encontraban cobijo los animales de familia, en el que la cuna fue un pesebre, es decir, el cajón donde se colocaba la comida de las especies del campo.
No es cosa menor que los primeros en recibir la noticia del nacimiento de Jesús fueron pastores trashumantes, que cargaban con el fuerte prejuicio de ser amigos de lo ajeno. Pablo señaló que: “Ya conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que aunque era rico, por causa de ustedes se hizo pobre, para que mediante su pobreza ustedes llegaran a ser ricos” (2ª Corintios 8:9). El hijo de Dios se ha humillado. Es por eso que la navidad trae consigo un mensaje que quita el miedo y produce alegría: “Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:10,11). Y aquí, hay otro motivo por el que podemos celebrar: y es que el evangelio es una fuente que produce alegría, alegría que radica en la salvación que trajo el niño que nació en Belén.
Los ángeles que se aparecieron a los pastores, cantaron dicha noche: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad” (Lucas 2:14). He aquí, en esas breves palabras la profundidad de la buena noticia: Dios es glorificado, y sólo Él debe recibir dicha adoración, porque sólo en Cristo está la paz con Dios y con nuestro prójimo. Ese paz que tiene que ver con encuentro y comunión es el regalo por excelencia que sólo Cristo sabe dar. Y esa paz que se da no es gratis, costó un precio, la cruz del Redentor. En navidad no sólo celebramos el nacimiento, sino la misión de Dios en Cristo que tiene como punto cúspide la cruz en que el precio de nuestra redención fue pagado.
Es por esto que la navidad nos invita a celebrar en el anuncio de todas las bondades de Dios, como también en la expresión de gozosa adoración. Es eso lo que los pastores de Belén hicieron: “Cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: ‘Vamos a Belén, a ver esto que ha pasado y que el Señor nos ha dado a conocer’. Así que fueron de prisa y encontraron a María y a José, y al niño que estaba acostado en el pesebre. Cuando vieron al niño, contaron lo que les habían dicho acerca de él, y cuantos lo oyeron se asombraron de lo que los pastores decían” (Lucas 2:15-18). Esto que vemos en los pastores no es sólo curiosidad, es la certeza de que el mensaje recibido es verdad. Por eso se comunica. Por eso se adora.
Veamos la navidad como una oportunidad y no como un problema. Como una oportunidad de seguir anunciando que en Belén nació el Salvador. Como una oportunidad de compartir felizmente con nuestras familias y para congregarnos y compartir con nuestros hermanos la comunión y la devoción. Si fuese posible, también, como una oportunidad de entregarnos regalos, entendiendo que lo más importante no es el objeto material, sino el sentido que le damos a dicha entrega, la posición de un corazón que se goza en dar y en la misericordia.
Celebremos con alegría… Hay motivos para hacerlo.
Luis Pino Moyano.
* Compartida en el boletín del mes de la Iglesia Refugio de Gracia, diciembre de 2017.