Hablar de padres en la sociedad en la que vivimos no está de moda. Quienes somos padres cargamos con los lastres de sujetos que pueden ser considerados progenitores o sostenedores, pero no como padres. O, peor aún, sujetos que han ejercido maltratos, abusos o abandono. De todo eso se nutre la idea de “patriarcado”, como eje de la dominación masculina sobre la mujer, tanto en lo público como en lo privado. Es indudable, a la luz de la evidencia histórica, que ha existido ese ejercicio de violencia activa sobre la mujer, pero el problema radica en la esencialización de dicho concepto, que no permite ni la lectura crítica ni aquella que es comprensiva de la diversidad dada en la historia, inclusive, en el patriarcado. Así lo comprendía la mismísima Kate Millet, en su libro “Política Sexual” del año 1969, el primero en abordar la categoría de patriarcado como eje analítico desde el enfoque de género. Ella decía: “Si bien la institución del patriarcado es una constante social tan hondamente arraigada que se manifiesta en todas las formas políticas, sociales y económicas, ya se trate de las castas y clases o del feudalismo y la burocracia, y también en las principales religiones, muestra, no obstante, una notable diversidad, tanto histórica como geográfica. […] En el momento actual resulta imposible resolver la cuestión de los orígenes históricos del patriarcado (ya derive sobre todo de la fuerza física superior del varón, ya de una revalorización de dicha fuerza, como resultado de un cambio de circunstancias)” [1]. Esa “notable diversidad” denota que el patriarcado no puede ser reducido a una entelequia caracterizada por la dominación y la violencia, puesto que esta forma de estructurar la sociedad ha mostrado, a lo largo de la historia, diversos rostros.
De esa notable diversidad patriarcal da cuenta el relato del evangelio de Mateo 1:18-25. Dicho texto tiene como antecedente la genealogía de Jesús. Es decir, luego de mostrar la familiaridad de Jesús con la dinastía davídica, clara señal de su mesiazgo, ahora el apóstol pasa a hacer énfasis en el nacimiento virginal del Salvador. En dicho momento de la historia, José y María se encontraban desposados, es decir, comprometidos para un futuro matrimonio. Éste era un compromiso tan real que al prometido se le llamaba ya “marido”, y a ambos “esposo” o esposa”, lo que permite relevar el hecho que para la ley de Moisés ese compromiso esponsal tenía la misma fuerza que el matrimonio, tanto así que ese compromiso sólo podía disolverse con el divorcio. Sólo faltaba para el matrimonio la “reunión”, que era el momento en que el esposo recibía en su casa a su esposa.
José es un padre olvidado, claramente no por sus hijos, sino por quienes leemos la Escitura o escuchamos sus historias. La Biblia habla muy poco acerca de José. Lo hace, específicamente, en esta etapa, la del anuncio, nacimiento e infancia de Jesús; y luego, en algunas alusiones respecto de Jesús como “el hijo de José”, en las que se hace alusión a su oficio de artesano, algo así como un “maestro chasquilla” que hace todo tipo de reparaciones. Eso ha llevado a presumir, con fundamento, que murió de manera previa al desarrollo del ministerio del Señor. A su vez, sabemos que José era un artesano que trabajaba como carpintero, a pesar de ser parte de la dinastía del rey de David, perteneciendo entonces a una familia venida a menos. Sin fundamento, se plantea un posible primer matrimonio de José, del cual habría enviudado, y que fue allí donde habrían nacido “los hermanos de Jesús”, todo esto para armonizar con la doctrina católico-romana de la virginidad perpetua de Jesús, que además se asienta en una visión dualista del sexo. El texto de Mateo es suficientemente claro para decir que después del puerperio, José y María habrían tenido relaciones sexuales, como todo matrimonio las realiza según el diseño de Dios.
El texto bíblico referido presenta a José como un hombre justo. Es decir, se trata de un hombre que es celoso de la ley, y que como dice el Salmo 1 medita en ella de día y de noche. La justicia de José se manifiesta de manera vívida en el texto, cuando éste se entera que su futura esposa está embarazada, sin que él hubiese tenido parte en ello. José práctica la justicia en cuatro áreas relevantes:
En la forma de ejercer la justicia: “Como José, su esposo, era un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en secreto” (Mateo 1:19).Cuando José se entera que su prometida está embarazada, él toma la decisión que todo judío habría realizado en la época: divorciarse, para así romper el vínculo que la unía a dicha mujer. El tema es cómo busca llevar a cabo dicho divorcio. En esos tiempos no existía una práctica tal como un divorcio en secreto. Éste era siempre un acto público, con testigos y escritura de un acta. José al pensar en una salida distinta, busca divorciarse sin repudiar a María.
En la forma en que ama: José no sólo busca divorciarse sin repudiar, sino que anhela que María no sea difamada. Por favor, pongámonos en los zapatos de José. ¿Cuántos chistes has escuchado respecto de lo “tonto” que fue este carpintero de Nazaret al creer en el relato de María? Pero él estaba en un tremendo dilema. Por una parte, conocía a María y sabía que podía recibir el título de “mujer virtuosa”; y por otro lado, el hecho del embarazo sin su participación era demasiado evidente. Por ende, cuando no quiere exponerla “a vergüenza pública”, su motivación está en un profundo amor. Ojo con esto: el problema más terrible no era que María no fuese virgen antes del matrimonio (acción pecaminosa según la Biblia), sino que habría sido fecundada por otro hombre. Nadie moría por lo primero. Pero en el segundo caso, la ley era tajante: “si la acusación es verdadera y no se demuestra la virginidad de la joven, la llevarán a la puerta de la casa de su padre, y allí los hombres de la ciudad la apedrearán hasta matarla. Esto le pasará por haber cometido una maldad en Israel y por deshonrar con su mala conducta la casa de su padre. Así extirparás el mal que haya en medio de ti” (Deuteronomio 22:20,21). Con su acción quería librar a María de alguna pena, lo que implicaba aducir que ella fue forzada por otro hombre, sin que pudiera defenderse ni pedir ayuda. Él conoce la ley y la aplica con misericordia.
En la forma en que recibe la Palabra del Señor: José ha meditado qué hacer, busca una solución, pero Dios el Señor lo frena. Esto es tremendo: Dios, al enviar un ángel a hablar con Zacarías (sacerdote y padre de Juan el Bautista), María y José, está rompiendo 400 años de silencio con su pueblo. José tiene un sueño en que se le dice que debía casarse con María y que el hijo que venía en camino era el Salvador enviado por Yahvé (Mateo 1:20-23). Es decidor lo que señala el v. 24: “Cuando José se despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y recibió a María por esposa”. José está frente a la misión que Dios le impone perplejo y lleno de temor. Es él quien llama al niño del pesebre como Jesús, aquel que salvará a su pueblo de sus pecados. José como padre protege el misterio de la encarnación. Se hace cargo del hijo heredero del trono de su antepasado David. En síntesis, José obedece a la misión que se le ha encomendado por la Palabra de Dios.
José es justo por su valentía. Volvamos a ponernos en los zapatos de José. Piensa, en una conversación con sus amigos, cuando supieron que María estaba embarazada antes del casamiento (en esa época también se sabía que los niños no nacen en 4 o 5 meses de gestación), éstos podrían haberle dicho, “o fuiste tú, u otro la dejó embarazada”. ¿Ustedes le habrían creído cuando les dijera que el Espíritu Santo hizo concebir a María? José estuvo dispuesto a asumir que se le tratara como un promiscuo o como un “gorreado”, porque no estaba pendiente en su nombre sino en el nombre de Dios. José estaba más interesado en la reputación de Dios que en la suya propia. Por ello, José puede ser un esposo que ama y un padre que acoge, porque la gracia de Dios le ha justificado y le capacita para vivir de manera coherente, siendo justo.
En algún momento de la vida, o en varios momentos de ella, Dios nos pedirá cosas tan difíciles como a José. ¿Estaremos dispuestos a glorificar a Dios con nuestra obediencia, aunque eso pueda hacer que nuestra reputación colapse? Y aquí debemos recordar que lo que hizo radicalmente justo a José no fueron sus capacidades, destreza, fuerzas y contexto, sino la poderosa gracia del Dios que radicalmente se entrega por amor. José tuvo dudas de diversa índole, pero no se quedó con ellas, sino que escuchó atentamente y meditó, para con toda seguridad obedecer y arriesgarse a un cumplimiento radical.
Sólo el Dios de la vida puede darnos alegría y temor como expresiones de nuestra adoración, lo que nos conducirá a una vida sin medias tintas, sino profundamente radical. Una vida en la que hombres y padres podemos ser justos, amorosos, atentos a la Palabra de Dios y valientes, para llevar a cabo el liderazgo-servicio firme y cariñoso del que la Biblia nos habla.
Luis Pino Moyano.
[1] Kate Millet. Política sexual. Valencia, Ediciones Cátedra, 1995, pp. 71, 75