Hugo Vezzetti es un psicólogo argentino. Es profesor de la Universidad de Buenos Aires, además de haber desarrollado la docencia en diferentes universidades en Argentina, Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Fue interventor y decano normalizador de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires en la transición a la democracia argentina[1]. Sus obras y artículos, desde la psicología, con la fuerte influencia de Freud, han sido parte del debate en torno a la memoria reciente de Argentina. De hecho, Sobre la violencia revolucionaria, tiene dos ejes temáticos: la memoria de la violencia y el sujeto revolucionario sesentista. Son esos dos ejes los que serán tenidos en cuenta en este análisis.
Para Vezzetti, la comunidad política debe tener la capacidad de juzgar los crímenes que fue incapaz de evitar y de reparar retrospectivamente a las víctimas que no pudo proteger. En ese sentido, el hecho de que la verdad y la justicia se hayan realizado a partir de la figura de la víctima no ha ayudado al proceso. Aquí Vezzetti toma a Enzo Traverso, para señalar que después de Auschwitz se instauró un nuevo régimen de memoria, el cual está centrado en crímenes (no en batallas y victorias), en testigos (no en combatientes) y en víctimas (no en héroes). Es así que los crímenes de la guerrilla se debían olvidar para mantener el consenso en la figura trágica del desaparecido, puesto que la justicia basada en los derechos humanos protege a los más débiles. Vezzetti dirá que eso desencadenó que la cultura revolucionaria fue desplazada por la militancia por los derechos humanos. Por qué no se sigue la petición de Hebe de Bonafini, quien señalaba que los fusiles debían ser exhibidos en el Museo de la Memoria, es una de las preguntas que hace el autor.
Eso se traduce en la necesidad de hacer un ejercicio de constatación histórica. Vezzetti dirá que la violencia no comienza con el ejercicio de los militares si no con la puesta en tensión del Estado de Derecho. Montoneros y ERP son responsables de dicha debacle. Es cierto que las Fuerzas Armadas toman el poder y ejercen mayores atrocidades porque tienen un mayor poder de fuego, pero eso es resultado del derrumbe moral que no permite vislumbrar los límites. La lógica de la renovación, ha relevado la fragilidad de la identidad, y luego, la manipulación del pasado e ideologización. La pulsión memoriosa de las víctimas, ha olvidado la guerra total, en tanto destrucción y aniquilación del enemigo; y al guerrillero, como combatiente total y consagrado a su causa. Es así que en el otro eje temático, Vezzetti, al dar cuenta de elementos constitutivos de la subjetividad del militante sesentista, mencionará la constitución de un hombre nuevo, que supone una edificación moral que prevalece por sobre la formación política. Dicha configuración reporta una transformación, un acto de renuncia. Una conversión radical, en el sentido religioso de la expresión. De hecho, eso lleva a constituir a la muerte como una dimensión sacra, puesto que sin ella no hay heroicidad revolucionaria. Vezzetti dirá que “sólo en el mito la muerte es una decisión elegida”. La certeza de la muerte no elimina la certeza inexorable del triunfo revolucionario. Lo alimenta. Le da una fuerza mística. El político pasa a ser profeta y su mensaje, de ser un programa, a un constructo escatológico.
Por ello, la opción de Vezzetti será el levantamiento de una memoria justa, que sirva como fudamento ético-político, que devele un horizonte de deberes y trabajos. Se debe actuar sobre el pasado llevando a cabo la edificación de una moral. Por eso, el lema es ni deber de olvido ni memoria impuesta, celebrada y sacralizada. Para el autor la reconciliación no puede estar asociada a la amnesia. Aquí el ejemplo de Chile es clave. Cita a Bachelet, siendo presidenta electa, quien planteó que “Nunca habrá conciliación, pero con ellos hay que convivir, forman parte de Chile”. La memoria del pasado reciente debe coadyuvar a la paz social.
La lectura de Vezzetti reportó para mi investigación sobre la relación cristianismo-marxismo en el Chile de la década de los sesenta y setenta una utilidad tremenda, porque me permitió relevar la fuerza de la dimensión de la muerte en la idea revolucionaria. Ese “tanatos revolucionario” antecede la configuración de un martirologio[2]. Además, Vezzetti, traza eso como un mito, asociándolo al discurso cristiano. Ahora bien, más allá de esa utilidad, mi lectura es bastante crítica, puesto que su concepción de mito, arrastra una serie de ripios del positivismo y del naturalismo. De ahí su asociación con la religiosidad. Pero varios de esos elementos que el autor llama míticos, pueden ser reconocidos dentro de los marcos de la politicidad. Por ejemplo, el combate amigo-enemigo, es parte de la configuración de la subjetividad, en tanto la ipseidad se forma en relación a la otredad. Y es que la memoria al ser un ejercicio hecho desde el presente no puede escapar al mito. No hay ex nihilo. Aunque, no está demás decir, que debemos tener cuidado con la categoría de la víctima. Se debe tener en cuenta que una persona recibió sobre sus cuerpos toda la furia del terrorismo de Estado, cuestión insoslayable a la hora de hacer análisis históricos del pasado reciente. Pero, siempre hay que rescatar la dimensión política, pues dichos sujetos que murieron fueron torturados o hechos desaparecer, no estaban vacíos de sentido, errantes por el mundo, sino que eran militantes políticos, con todo lo que eso implica. Buscaban la concreción de un proyecto. Eso, más que una “memoria justa” al estilo de Vezzetti, nos hace reconocer y relevar con mayor fuerza la dimensión política de la memoria.
Luis Pino Moyano.

[1] Datos tomados de http://www.sigloxxieditores.com.ar/fichaAutor.php?idAutor=1034 (Consulta: junio de 2012).
[2] Véase: Luis Pino. “De dogmas, hombres nuevos, muerte y martirologio. La relación subterránea marxismo-cristianismo en Chile, 1960-1970”. En: Revista iZQUIERDAS. Número 11, diciembre de 2011. http://www.izquierdas.cl/images/pdf/2011/12/De-dogmas-hombres-nuevos-muerte-y-martirologio.3.pdf (Consulta: abril de 2020).