1. ¿Por qué escribir un post como este?
El 1 de mayo del año pasado escribí un post titulado “Trabajar para la gloria de Dios y el bienestar del mundo”, en el que presento algunas bases cosmovisionales sobre el trabajo y cómo cada labor que realizamos tiene que ver con nuestra relación con Dios y su Reino, sumado al hecho que el producto de nuestras manos puede bendecir a quienes nos rodean. Poco tiempo después, en el marco de una serie de mensajes de la Iglesia Puente de Vida, me correspondió predicar un sermón titulado “Un amo en común”, mostrando cómo la Biblia mandata a trabajadores y amos a desarrollar sus labores glorificando a Dios y sirviendo a quienes les rodean. La primera parte de dicho mensaje, junto con algunas conclusiones, está condensada en el post que cité al comienzo, mientras que la segunda parte del sermón, viene a completar mi reflexión sobre esta temática, poniendo en la palestra a un actor al que muchas veces olvidamos cuando hablamos de “ética del trabajo”, y que es relevante que quienes somos cristianos protestantes, que defendemos la idea de “Sola Scriptura”, digamos algo sobre el empresario, sea de una pequeña, mediana o gran empresa, sobre todo si dicho sujeto es un hermano en la fe. Todos debemos basar nuestra acción en el mundo en la Palabra de Dios, y leer nuestras profesiones a partir de un lente cosmovisional.
Es una omisión grave de la predicación cuando perdemos de vista lo que la Biblia dice sobre la tarea empresarial. Me impactó mucho leer esta historia en el libro “Justicia generosa”, de Timothy Keller. La cito extensamente:
“Raymond Fung, evangelista de Hong Kong, cuenta cómo estaba hablando de la fe cristiana con un trabajador textil y le invitó a acompañarle y visitar una iglesia. El hombre no podía ir al servicio del domingo sin perder un día de paga, pero lo hizo. Después del servicio Fung y el hombre fueron a comer. El trabajador dijo: ‘Bueno, el sermón me impresionó’. Había tratado del pecado. ‘Lo que el predicador dijo, lo veo en mi: pereza, temperamento violento y adicción al entretenimiento barato. Fung contuvo el aliento tratando de controlar su emoción. ¿Le habría llegado el mensaje del evangelio? Se sintió desilusionado. ‘No dijo nada acerca de mi jefe’, le dijo el hombre a Fung. Cuando el predicador había repasado la lista de pecados, ‘[no había dicho] nada acerca de cómo emplea a niños trabajadores, cómo no nos da las vacaciones que nos corresponden legalmente, cómo coloca etiquetas falsas, cómo nos obliga a trabajar más horas…’. Fung sabía que había miembros de la clase dirigente sentados en la congregación, pero aquellos pecados nunca se mencionaban. El trabajador textil comprendía que él era pecador, pero negaba el mensaje de la iglesia porque sentía que no era un mensaje completo. Harvie Conn, quien relató esta historia en su libro, añadió que los predicadores del evangelio que se centran en algunos pecados pero no en los pecados de opresión ‘no pueden trabajar de ninguna manera entre la abrumadora mayoría de la población del mundo, campesinos y trabajadores pobres’” [1].
Tenemos algo que decir al respecto, porque la Biblia ya lo ha dicho. El texto de la Escritura en el que se sustenta nuestra reflexión es Efesios 6:9:
“Y ustedes, amos, correspondan a esta actitud de sus esclavos, dejando de amenazarlos. Recuerden que tanto ellos como ustedes tienen un mismo Amo en el cielo, y que con él no hay favoritismos”.
2. Un mensaje contracultural: la correspondencia al trabajo bien realizado.
Esta porción escritural de la pluma de Pablo es sumamente contracultural. De la misma manera que en el contexto de la carta era contracultural exigir deberes a esposos y padres, era un acto de cuestionamiento del orden imperante decir una palabra respecto del deber de los amos. En cierto sentido, lo que el apóstol está haciendo es poner coto a un sistema que construye una jerarquía social que otorga privilegios a unos y trabajo a otros, simplemente por la familia en la que se nació o por el acceso a la propiedad. Para esta sociedad, trabajar con las manos era algo indigno para “hombres de bien”. Ser libre implicaba no trabajar.
Pablo invita a los empleadores a un trabajo relevante. Corresponder a la actitud de trabajadores que desarrollan bien su labor es fundamental. Un trabajador debe recibir la honra y el pago que amerita por su labor realizada. Otorgar condiciones laborales adecuadas, donde la dignidad de las personas no sea trastocada, donde no existan jornadas laborales abusivas donde la vida -en términos integrales- es negada, donde exista un sueldo que tenga relación con la producción y las ganancias que la empresa obtiene y donde el día del Señor sea respetado, forma parte del deber de empresarios cristianos. Si tienes trabajadores a tu cargo, evalúa hoy si vives de acuerdo a la Palabra del Señor en esta área.
3. No emplear herramientas de amenaza.
En la época de Pablo, el padre de familia no sólo era una autoridad al interior del hogar, sino que era también una autoridad de carácter judicial. Como padre de familia y amo en su trabajo, éste podía ejercer castigos sobre sus subordinados, que podían ir desde la reprensión, pasando por el castigo físico, hasta inclusive matar a un desobediente.
Un empresario o líder cristiano no basa su respeto en el miedo que otros tengan de él, sino en acentuar el trato digno de quienes son subordinados. Emplear herramientas como el acoso laboral o la amenaza constante de despidos atenta contra este principio bíblico. Porque una cosa es despedir a un trabajador por no llevar a cabo las labores especificadas en su contrato, y otra muy distinta es despedirle porque demanda el derecho a buenas condiciones laborales.
Evaluar no implica, necesariamente, castigar. Evaluar implica corregir y retroalimentar, e incluso reconocer y premiar, dependiendo del caso. ¿Eres un empleador que sólo destaca los aspectos negativos de tus trabajadores? ¿Te has dado cuenta de las cosas buenas que realizas? ¿Las reconoces y premias, dependiendo del caso?
4. Buenas condiciones laborales.
Pero, ¿qué es esto de las buenas condiciones laborales? Dejemos que el texto de Deuteronomio 24:14,15 nos lo diga: “No te aproveches del empleado pobre y necesitado, sea este un compatriota israelita o un extranjero. Le pagarás su jornal cada día, antes de la puesta del sol, porque es pobre y cuenta solo con ese dinero. De lo contrario, él clamará al Señor contra ti y tú resultarás convicto de pecado”. Este texto enseña cuatro principios respecto del trabajo en los creyentes:
a. Los empleadores deben ser justos: no deben oprimir y deben pagar lo que corresponde en el momento oportuno.
b. Los trabajadores deben entender que son las manos de Dios para llevar el sustento al hogar: la provisión es de Dios. ¿Cuál es el papel de los empleadores? Entender que no se permite efectuar dicha labor con alegría y sencillez de corazón si no hay salario proporcional al trabajo realizado o si, derechamente, no hay salario.
c. Es justo y necesario orar por las situaciones laborales adversas.
d. Dios siempre hace justicia: Él siempre dará el pago justo. Esto implica temor y adoración por parte de quienes tienen la digna tarea de ser empresarios.
5. Cuidado con la lógica anticristiana que impera en el mercado.
El mercado es un espacio legítimo, como el desarrollo de la empresa privada también lo es. Pero vivimos en un mundo caído en el que lo que podría ser desarrollado con virtud, se realiza con vicios y corrupción. Para un empresario cristiano el “todos lo hacen” no vale, pues es similar a transar los principios de la fe cristiana. Me referiré a dos cosas en particular.
En primer lugar, la Biblia enseña que los negocios deben desarrollarse con justicia. Levítico 19:35,36 dice: “No cometan injusticias falseando las medidas de longitud, de peso y de capacidad. Usen balanzas, pesas y medidas justas. Yo soy el Señor su Dios, que los saqué de Egipto”. Cobrar de más, falsear datos comerciales, especular, coludirse con otras empresas, monopolizar productos, atentan contra la ética del Reino de Dios. Las empresas deben producir bienes y servicios que busquen no sólo llenar los bolsillos, sino que beneficien a la población y que al momento de ser adquiridos pueda hacerse a un precio adecuado. No hablo de barato ni caro, sino adecuado al producto que se oferta.
Por otro lado, las riquezas no son prohibidas en la Biblia. Las riquezas son un don de Dios. Pero como todo don de Dios, tiene profundo poder y exige, entonces, responsabilidades. En dicho sentido, la acumulación es pecaminosa. Santiago 5:1-6 dice: “Ahora escuchen, ustedes los ricos: ¡lloren a gritos por las calamidades que se les vienen encima! Se ha podrido su riqueza, y sus ropas están comidas por la polilla. Se han oxidado su oro y su plata. Ese óxido dará testimonio contra ustedes y consumirá como fuego sus cuerpos. Han amontonado riquezas, ¡y eso que estamos en los últimos tiempos! Oigan cómo clama contra ustedes el salario no pagado a los obreros que les trabajaron sus campos. El clamor de esos trabajadores ha llegado a oídos del Señor Todopoderoso. Ustedes han llevado en este mundo una vida de lujo y de placer desenfrenado. Lo que han hecho es engordar para el día de la matanza. Han condenado y matado al justo sin que él les ofreciera resistencia”. El problema en este texto es la acumulación simbolizada por riquezas podridas, ropa apolillada y plata oxidada. Amontonar riquezas es un acto idolátrico que acarrea autodestrucción. El salario no pagado y el trato indigno de los trabajadores, sumado al desenfreno al que lleva el lujo y el placer, sólo acarrea violencia. Y esa violencia es fruto de la caída: un fruto que no entiende la justicia de Dios que nos invita a mirarle a Él y a sus dones como herramientas para servir a otros con generosidad.
En el Reino de Dios no vale el que todos lo hagan. Como diría el abuelo de un amigo: “No importa que los demás no cumplan. Tú cumple”.
6. La batalla que empleadores y trabajadores deben dar para el Señor.
El texto de Efesios señala que los trabajadores son esclavos de Cristo y que el Señor les recompensará según el trabajo que hayan realizado. Respecto de los amos, dice que ellos tienen un mismo Amo que los trabajadores en el cielo, y que Dios no tiene favoritismos. Trabajadores y empresarios cristianos servimos a un mismo Señor. Como diría Elemento en su canción “Presuntos enemigos”: “Cuando se sirve a Cristo, ya no hay más rotos ni realeza”. El Señor tiene el poder de botar todas las barreras que nos separan. Y si nosotros en la iglesia y en la sociedad hacemos todo lo posible por volver a levantarlas, lo único que hacemos es barrer con la verdad de la Palabra, levantando ídolos que buscan nuestra autoexaltación.
Génesis 1:28 dice: “y los bendijo con estas palabras: ‘Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo’”. La teología reformada, basándose en dicho texto, elaboró un concepto caro: mandato cultural. Dicho mandato le reporta al ser humano tanto una bendición como una responsabilidad (regularmente, estas cosas en la Biblia aparecen unidas). Hace un tiempo, estuve haciendo clases en el Centro de Estudios Pastorales de la Iglesia Anglicana de Chile, sobre teología del trabajo, y al señalar este texto, una estudiante muy suspicaz me señaló: “pero nosotros vivimos en un mundo caído, donde no siempre se puede cumplir dicho mandato, ni se puede trabajar en nuestras vocaciones”. ¿Qué decir a eso? Que efectivamente, nuestra condición caída, hace que el trabajo sea en muchas circunstancias infructuoso, que haya condiciones adversas que nos terminan deshumanizando, y que no necesariamente hacemos lo que nos gusta, o para lo que fuimos llamados por Dios a realizar. Nuestro mundo no se parece al Edén.
Pero, en Babilonia también se vive dicho mandato cultural. Jeremías 29:5-7 registra una carta que el profeta le escribe a personas exiliadas en un imperio que es símbolo del pecado, el abuso de poder y el paganismo. En ella, pronunciando la palabra de Dios, Jeremías les dice: “Construyan casas y habítenlas; planten huertos y coman de su fruto. Cásense, y tengan hijos e hijas; y casen a sus hijos e hijas, para que a su vez ellos les den nietos. Multiplíquense allá, y no disminuyan. Además, busquen el bienestar de la ciudad adonde los he deportado, y pidan al Señor por ella, porque el bienestar de ustedes depende del bienestar de la ciudad”. En otras palabras, tanto en el Edén como en Babilonia, o en sus copias felices o tristes, nuestro trabajo, multiplica el Shalom de Dios en la ciudad en la que vivimos, es decir la armonía, la paz, el bienestar, la abundancia, la vida en plenitud. Colaboramos con la extensión del Reino de Dios cuando trabajamos. Tú y yo somos las manos de Dios para producir bienestar en el mundo con el trabajo o el emprendimiento que desarrollamos. ¿Entiendes la tremenda responsabilidad que tenemos entonces? ¡Cuánto necesitamos arrepentirnos! ¡Cuánto necesitamos que el Espíritu nos llene de poder para desarrollar la hermosa tarea de trabajar en la iglesia y en el mundo, y aprovechar los efectos de la gracia común!
7. Reflexión final.
En el año 1891, en Holanda, se desarrolló se desarrolló el Congreso Social Cristiano, organizado por el Partido Antirrevolucionario. Dicha instancia, contó con discursos, diálogos y la conformación de un programa de acción política, que llevaría a su fundador, el pastor y teólogo Abraham Kuyper, a ser elegido como primer ministro de su país en 1901. En dicha ocasión, en el discurso inaugural señaló:
“Sólo una cosa es necesaria para encontrarse frente a una cuestión social: observar la insustentabilidad del estado actual de cosas. Al declarar la insustentabilidad, no será por cuenta de factores secundarios, sino provenientes de un craso error en la propia estructura fundamental de nuestra convivencia social. Para quien no reconoce eso y piensa que el mal puede ser sanado por medio de una piedad creciente, por medio de relaciones más amigables y de una mayor caridad, para ellos el problema puede ser una cuestión religiosa o una cuestión filantrópica, pero nunca una cuestión social. Así, piensan que la cuestión social es inexistente. Por tanto, esta cuestión sólo puede estar presente si realizamos una crítica arquitectónica con respecto a la propia sociedad humana, para entonces, desechar y seguir en la búsqueda que lleve a la realización de un arreglo diferente de construcción social y a creer en su posibilidad” [2].
¿Qué vemos acá? Una defensa irrestricta de la dignidad humana, de condiciones laborales justas, del papel del estado como garante de derechos, de un discurso de la pobreza como algo a eliminar, de lo corto de las perspectivas asistencialistas y paternalistas y la posibilidad de un cambio social en pos de una sociedad más justa. Y es que se era antirrevolucionario en relación a la revolución francesa y el liberalismo, y de manera posterior, frente a los totalitarismos fascista y bolchevique, pero no se era reaccionario en relación a la historia. Nadie que crea en el poder redentor de Jesucristo puede serlo.
La presencia fiel del cristianismo en el mundo no se mide por las veces que se dice “Dios” o se citan versículos bíblicos, sino por la coherencia entre pensamiento y acción, y la consistencia entre pensamiento y palabra de Dios. Tenemos mucha tarea por realizar. Trabajadores y empresarios, tenemos mucha tarea por realizar.
Luis Pino Moyano.
[1] Timothy Keller. Justicia generosa. Barcelona, Publicaciones Andamio, 2016, p. 83. El texto que Keller cita fue tomado de: Harvie Conn. Bible studies in evangelization and simple lifestyle. Carlisle, Paternoster, 1981, p. 18.
[2] Abraham Kuyper. O problema da pobreza: a questão social e a religião cristã. Rio de Janeiro, Thomas Nelson Brasil, 2020, p. 119 (la traducción es mía).