En ningún caso escribo este post desde un tono moralizador. No voy a decir que WhatsApp es malo, y hay que abandonar su uso. Yo lo ocupo bastante, sobre todo en la situación actual que nos tiene teletrabajando, me río mucho en los grupos de amigos, en los que mandamos memes y stickers, además de expresar allí una cotidianidad relacional, que en circunstancias de lejanía física, es más que útil. WhatsApp usado como el sustituto posmoderno del messenger de hotmail (se me cayó el carné), está en el plano ideal.
Pero así y todo no me gusta… y por varias razones.
No me gusta porque creo que, en la mayoría de las ocasiones, no se ocupa adecuadamente, sobre todo en los ámbitos que implican compromisos laborales. Si un grupo de trabajo se une por WhatsApp lo ideal sería que se ocupara para enviar recordatorios o solucionar situaciones de urgencia o que están con algún retraso. Pero ocuparlo para enviar documentos de trabajo y gestionar acuerdos, complica mucho la cosa, sobre todo en el seguimiento. Esa es una función propia de los correos electrónicos, no de WhatsApp. El correo electrónico permite generar archivos con las etiquetas o, además, hacer un seguimiento y resguardo de la información mucho más acabado, con el buscador. Además, no genera un mismo uso de la memoria de un teléfono como sí lo hace WhatsApp, lo que implica la necesidad de vaciar los chats, a veces sin poder resguardar eficientemente alguna información que es necesario guardar.
No me gusta WhatsApp, porque genera dos cuestiones ligadas con el agobio laboral: la sensación de la inmediatez con la que una materia tiene que ser abordada y, por otro lado, el no reparar que una jornada laboral terminó o no forma parte del tiempo de descanso. Genera en el emisor de una comunicación la idea que todo tiene que ser respondido de inmediato, porque ya le dio un “visto”, o genera la falsa impresión de que no inoportuna. Yo soy de la idea que no se puede enviar una información relacionada con el trabajo más allá de las 18:00 hrs., y que, en ningún caso debiese hacerse en el o los día(s) de descanso. El tiempo libre es para desconectarse y WhatsApp presiona más por una respuesta que lo que podría presionar un correo electrónico. Ahora bien, esa sensación de inmediatez no sólo se genera en espacios laborales, sino en los que son más bien sociales o familiares, en los que se espera una respuesta rápida y sin demora. Como que la presencia en un grupo implica un correlato obligado.
No me gusta WhatsApp, porque esa sensación de urgencia en la interlocución no genera filtros a la hora de llevarla a cabo. Cuando uno responde una comunicación por correo electrónico, tiene dos o tres pasos previos antes de responder, a diferencia de WhatsApp. Esos pasos implican que se tienen unos cuantos minutos más para ponderar lo que se va a escribir. Misma situación para el receptor del mensaje, quien tiene que leer, y antes de responder puede tomarse un tiempo. Un correo electrónico laboral que llega más tarde de lo adecuado puede ser respondido en la jornada siguiente, sobre todo si se tiene la costumbre de tener asignado un tiempo para la revisión de las comunicaciones que han llegado. WhatsApp no tiene muchos filtros, a veces la gente llega y dispara, diciendo cosas que no diría en una reunión o en un correo electrónico. O, por defecto, genera lecturas erróneas, porque al leerlo más rápido, no se entienden los mensajes, sobre todo cuando se sobreinterpretan, pensando en motivaciones, algunas que ni siquiera estuvieron en la mente de quién escribió. Sobre todo, hoy en la situación de encierro producto de las cuarentenas a causa del Covid-19, donde la hipersensibilidad está a flor de piel. Debo reconocer que la función de eliminar un mensaje para todos puede ayudar en algo. Siempre y cuando alguien no te mande el sticker de “Jesús sabía lo que decía el mensaje que acabas de borrar”.
En definitiva, no me gusta WhatsApp porque es parte de una sociedad que quiere que todo sea transparente, en el sentido de visibilización de todo, cuando hay información que amerita confidencialidad, como también una sensación de inmediatez que termina agobiando. La gente no entiende que uno active el modo avión del teléfono porque de lo contrario no se logra tener la necesaria desconexión para descansar. En la vida hay que trabajar, y trabajar es bueno. Pero la vida no es el trabajo. Hay otras muchas cosas más que forman parte de ella.
WhatsApp tampoco es la vida.
Luis Pino Moyano.