Hoy fue uno de esos días densos en términos del tiempo histórico y cargados de historicidad. Denso, pues es imposible hablar de este, nuestro 4 de julio, sin pensar en el 18 de octubre de 2019, el día del reventón social, ese que supuestamente nadie vio venir y que hizo que $30 sonaran a treinta años. Es imposible dejar de pensar en el 25 de octubre de ese mismo año, en el que gentes de distintas edades, clases sociales, convicciones políticas y hasta clubes de fútbol coparon la Plaza Italia, en un número de un millón doscientas mil personas, a las que habría que sumar miles y miles en las calles de distintas ciudades del país. Tampoco se puede dejar de pensar en la madrugada del 15 de noviembre de 2019, día en que en la antigua sede del Congreso Nacional se firmó el “Acuerdo por la Paz Social y una Nueva Constitución”, en la que fuerzas de distinto signo concordaron en que la escritura de una nueva carta fundamental sería la salida institucional de la crisis política; y por supuesto en la que el 78% de quienes votaron aprobaron que se redacte una nueva carta fundamental y que dicha tarea recayera en una Convención Constitucional.
Pero el hito de hoy no sólo tiene relación con hechos susceptibles de ser vistos en el tiempo corto. Es imposible no conectarlo con el golpe militar de 1973 y su institucionalización constitucional en 1980, perpetuada con pequeñas dosis democratizadoras en el fin de los enclaves autoritarios en el hito de 2005, que no finalizó la Transición (ojo expresidente Lagos). Y eso, tampoco puede ser desconectado de 1833 y 1925 en los que se promulgaron textos constitucionales, con los militares siendo parte del gobierno y con el Congreso Nacional cerrado, en una marca autoritaria de nuestra república. También tiene relación con las luchas de las mujeres por sus derechos civiles que hizo que pudieran votar y ser elegidas, conquistado para todos los procesos electorales en 1949. No se puede dejar de pensar en el movimiento estudiantil, sobre todo el de 2011, que articuló una noción de derechos sociales convertidos en mercancía bajo la lógica neoliberal. Y hoy, más que nunca, es imposible dejar de pensar en la mal llamada Pacificación de la Araucanía que comenzó en 1861, pero que produjo todo su arrasamiento a sangre y fuego especialmente entre 1881 y 1883. Es la larga jornada por una sociedad en la que todos/as tenemos los mismos derechos, somos reconocidos/as como personas humanas, parte de un mismo país y, a la vez, con mucha diversidad que debe ser reconocida en un marco pluralista. Toda esa mochila es la que está en los hombros de la Convención Constitucional.
El día, nuestro 4 de julio, comenzó en diversos puntos de la capital y la marcha de distintos/as convencionales hacia la antigua sede del Congreso Nacional. Cuando ya lograron estar dentro de ese hermoso edificio, y se estaba a punto de comenzar la sesión, cuando convencionales comenzaron a gritar “¡No más represión, no más represión!”. Esto, porque comenzaron a recibir imágenes y vídeos de actos que podrían recibir dicha significación. En medio se comenzó a cantar el himno nacional. Muchos gritos, una discusión destemplada de Elsa Labraña con, una hasta entonces desconocida, Camen Gloria Valladares. El “¡para, para!”, al parecer no causó tanto efecto como el diálogo imperceptible por el audio televisivo de Patricia Politzer, y quien presidía la reunión tomó la iniciativa de suspender la sesión momentáneamente para informarse de lo que estaba pasando fuera del edificio. Todo este bochorno, puso sobre la mesa la falta de previsión política de quienes organizaron la sesión por no hacer el gesto de consensuar un protocolo para los ritos republicanos de esta sesión inaugural, sumado a un entendimiento de la autoridad por algunos/as constitucionales que harán bien en no perder de vista la alta labor que el pueblo les delegó. El poder originario delegado por el soberano a los convencionales es para la nueva carta fundamental y no para otra cosa, por lo que cada cosa que dicen y hacen tiene consecuencias políticas. Dicho eso, Fuerzas Especiales tiene un historial de excesos a la hora de ejercer el control social, lo que pudo detenerse con el actuar de una comitiva de convencionales que salió de la sede para dialogar con manifestante. Es que las formas represivas del orden público no deben formar del Chile por venir. Allí se constató un exceso del uso de la fuerza y también, huelga decirlo, el actuar de manifestantes que iban a romper con todo, porque quienes están dentro de la Convención serían “amarillos”, “vendidos” y otra serie de epítetos moralistas pseudorrevolucionarios. Y ahí, quienes somos partidarios/as de una nueva Constitución tenemos la responsabilidad de apoyar y, a la vez, cuidar el proceso.
Quiero decir algo del evento “himno nacional”. A mi me gusta la letra escrita por Eusebio Lillo, quien fuera miembro de la Sociedad de la Igualdad y llegara a ser ministro de José Manuel Balmaceda, y que preserva el coro escrito por Bernardo Vera y Pintado. Ese himno dice cosas bien importantes que un país como el nuestro no debiera olvidar, inclusive en esa estrofa que tuvimos que aprender en los años grises, porque “lo sabrán nuestros hijos también” y las luchas de personas dignas pueden hacer “siempre al tirano temblar”. Pero no lo veo como un instrumento religioso al que se le falta el respeto. No hay un acto sacrílego, pues además su disrupción no tuvo dejos de iconoclasia sino el reclamo por una realidad que le excedía. No obstante, me dio pena por dos razones: a) que se utilice el himno para romper discusiones, pues no estaban las condiciones para comenzar la sesión; y b) por la orquesta de niños/as y jóvenes que lo entonó, pertenecientes a la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles de Chile, porque personas adultas no tuvieron en cuenta su condición de responsables ante personas que son menores de edad. Me encantaría que la Convención les desagraviara y les permitiera tocar el himno, el que a pesar de la disrupción se notó musicalmente bien ejecutado.
Y así es como me acerco a las líneas finales de mi crónica, en la que no puedo dejar de destacar a dos mujeres que se robaron la película. Por un lado, la abogada Carmen Gloria Valladares quien se merece nuestro respeto y reconocimiento por su moderación. Si hoy se pudo iniciar y llegar a buen puerto la sesión, mucho tiene que ver con su papel. Escuchó, no se destempló, esperó el tiempo apropiado, condujo la ceremonia con parsimonia, en el ritmo de la democracia y con la cadencia solemne del republicanismo olvidado. Ella con sabiduría y firme ternura tomó la república sobre sus hombros y coadyuvó a que todos/as recordaran su papel histórico. Y la otra gran mujer es la presidenta de la Convención Constitucional: Elisa Loncon Antileo, Doctora en Humanidades de la Universidad de Leiden y Doctora en Literatura de la PUC, reconocida en los campos académico y social, que hizo un discurso sólido respecto del nuevo Chile que se vislumbra: uno democrático, plural, justo y armonioso, que rompa con la herencia dictatorial. Y no puedo dejar de decir que me corrió una lágrima, cuando al inicio, comenzó su alocución en mapudungun, lengua del mismo pueblo expoliado por las élites que albergaron esa sede parlamentaria en el pasado. Ese saludo, “Mari mari pu lamngen, mari mari kom pu che, mari mari Chile mapu […]”, tiene una carga simbólica y política que no puede ser sólo abordada desde una fría racionalidad política. Loncon dijo, en su saludo a los niños que estaban escuchando: “Se funda un nuevo Chile: plural, plurilingüe, con todas las culturas, con todos los pueblos, con las mujeres, con los territorios. Ese es nuestro sueño para escribir una nueva Constitución”. Más adelante, vino la elección de Jaime Bassa como vicepresidente, abogado constitucionalista, quien dijo en su discurso que “La paz social tiene un costo, y es justicia”.
Durante el desarrollo de este hito inaugural estuve siguiendo lo que se decía en las redes sociales. Y noté que muchas personas, ya sea de sensibilidad de derechas o que se sienten alejadas de lo que se vive en el proceso constituyente, se quedaron con la impresión del ambiente disruptivo de la mañana. Y es ahí que creo que la imagen que puse al inicio de esta crónica, tiene una fuerza representativa que es un lente que permite entender el acto republicano de nuestro 4 de julio. Esto, toda vez que los acontecimientos y procesos históricos se evalúan por sus antecedentes, inicio, desarrollo, fin y con lo que deviene a partir de ellos. Si te quedas con la visión del inicio y no viste el cierre, tu lectura será corta en términos analíticos. Pero esta imagen muestra el cierre del hito inaugural: un minuto de silencio respetuoso y cada uno con sus muertos en la memoria. Esa imagen blinda una opción de “escepticismo esperanzado”. Visibiliza la política con mayúsculas, aquella que pone sobre la mesa sus ideas con respeto democrático. Y ahí vuelvo al inicio: este día está cargado de historicidad, que no es otra cosa que la capacidad que tienen los sujetos de hacer historia. Y sin lugar a dudas, cuando se va a construir una casa para todos y todas en democracia se está haciendo historia. ¿Cómo será aquello? No sé. Pero si el cauce democrático se mantiene, y más allá de las limitaciones de cualquier producto humano, será mejor de lo que hemos tenido en doscientos años de vida republicana.
Luis Pino Moyano.
Un comentario sobre “Crónica de un día histórico: Inauguración de la Convención Constitucional (4 de julio de 2021).”