Corría el año 2018. En la noche del 2 de mayo se estaba llevando a cabo un foro organizado por “La otra mirada” y la “Fundación para el Progreso”, en la que participó el escritor peruano Mario Vargas Llosa, y que tenía como finalidad definir lo que significa ser liberal. Luego de la charla, hubo un momento de intercambio de preguntas con Vargas Llosa, dirigido por Axel Kaiser, intelectual de una de las instituciones organizadoras. Kaiser, en medio del enunciado de una pregunta, señaló: “hay dictaduras menos malas, por no decir mejores […] Por ejemplo, ¿cuántos en esta sala preferirían vivir en la dictadura de Maduro o en Cuba que lo que fueron los años 80 en Chile? Probablemente nadie. Ahí viene la pregunta…” [1]. La pregunta no pudo ser realizada, porque fue frenada por el escritor, quien con muestras de descontento le dijo: “Esa pregunta no la acepto. […] No la acepto, porque parte de una cierta toma de posición previa: que hay dictaduras buenas o que hay dictaduras menos malas. No, las dictaduras son todas malas. […] Algunas pueden traer unos beneficios económicos a ciertos sectores, (pero) el precio que se paga por eso es un precio intolerable e inaceptable. Yo creo que entrar en esa dinámica es un juego peligroso, que nos conduce a aceptar que algunas dictaduras son tolerables, aceptables, y eso no es verdad. Todas las dictaduras son inaceptables” [2].
¿Por qué traer a la memoria este recuerdo? Fundamentalmente, porque pone en la palestra un esfuerzo que algunos actores, que tienen la posibilidad de formar fundaciones que les permiten desarrollar actividad intelectual, junto con la posibilidad de generar actividades de formación y de publicación de libros, por diluir y relativizar el peso de un gobierno dictatorial. La crítica que Kaiser ha realizado de manera sistemática a las reformas que buscan profundizar beneficios a la sociedad en nombre de la igualdad, ahora es acompañada por el juicio de valor que califica como “menos mala” la dictadura de Pinochet frente a otros regímenes. Lo peor de la lógica del empate, o de la deleznable “teoría de los dos demonios”, es que atenta contra el ejercicio de la democracia. Relativizar los crímenes de lesa humanidad cometidos en Chile y en otros países de la región, por un éxito económico que no chorreó a la mayoría de la población, pero sí a su sector social no sólo es inconsistente desde pensamientos de izquierdas, sino, inclusive, desde el liberalismo que dice representar. La dictadura de un sujeto que controla de manera autoritaria los tres poderes del Estado es lo menos liberal que puede existir. Es ahí donde radicó el doble mérito de Vargas Llosa en dicha ocasión, en el sentido que sólo a partir de un enunciado de pregunta logra develar los supuestos filosóficos reales de Kaiser, sumado a que dicho escritor es una autoridad para el intelectual de marras (le ha prologado uno de sus libros) y, a la vez, es un ícono de la derecha liberal en América Latina. El debate fue hecho en la misma casa de ese sector de la política.
Lo que podría haber quedado como la triste crónica de un hecho fortuito del pasado, cobra vigor recientemente, en el contexto del momento constituyente y de una coyuntura electoral que ha visto el alza en la popularidad y adscripción al candidato José Antonio Kast, a quien Kaiser ve como aquel que “viene a romper con el consenso social demócrata instalado y lo hace desde el liberalismo clásico” [3]. Pero, tanto el intelectual de marras como su candidato presidencial han realizado recientemente declaraciones muy poco felices respecto del régimen dictatorial chileno. El 9 de octubre de este año, en la red social Twitter, Kaiser señaló: “Si seguimos así la crisis de Chile se profundizará mucho más y no encontrará una salida institucional – por que [sic] las instituciones se encontrarán desmoronadas-. No hay que ser un genio para adivinar a quién le tocará – e implorarán- nuevamente reencauzar el país” (se adjunta captura de pantalla). Y hace dos días atrás, el 13 de noviembre, en la misma red social dijo: “Lo he afirmado innumerables veces: sostener que todas las dictaduras son IGUAL de malas es tan absurdo como decir que todas las democracias son IGUAL de buenas. Es cosa de pensar un poco y ser honestos intelectualmente para entender esto. El mal y el bien admiten grados” (también se adjunta captura de pantalla). A esto se suman las, también recientes, palabras del candidato José Antonio Kast: “Hay una situación que claramente marca una diferencia con lo que ocurre en Cuba, Venezuela o en Nicaragua. Creo que lo de Nicaragua refleja plenamente lo que en Chile no ocurrió, que, frente a elecciones democráticas, se realizaron y no se encerró a los opositores políticos. Y eso marca una diferencia fundamental. […] Díganme ustedes si las dictaduras como las conocen entregan el poder a la democracia y hacen una transición que se respeta. Eso es lo que no hacen en otros países y en Chile se hizo. Y tenemos un desarrollo económico que permite hoy día que Chile haya pasado a ser uno de los países más destacados de Latinoamérica” [4].
Ahora bien, la dictadura de Pinochet y compañía limitada es menos mala, no sólo por los índices económicos, sino porque entregó el poder luego de la celebración de comicios, como si se tratara de algo inédito. Kast olvida que el mismo Daniel Ortega, un tirano de ayer y hoy (es un deber leer a Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez y Gioconda Belli sobre estos asuntos), entregó el poder en Nicaragua en 1990 a Violeta Barrios viuda de Chamorro, o la dictadura argentina que se vio obligada a entregar al poder luego de comicios y de la derrota militar en Las Malvinas al radical Raúl Alfonsín, en diciembre de 1983. El término de una dictadura por medio de un proceso electoral en el que es derrotada no es un factor que explique la totalidad de la trayectoria y naturaleza moral de dicho régimen. Porque por ejemplo, a la dictadura chilena no se le derrotó sólo con un lápiz y un papel como rezaba la exitosa campaña del NO y está instalado en el sentido común. Eso deja de lado las veintitrés jornadas de protesta a contar de 1983, el fallido atentado a Pinochet en 1986, la influencia de Estados Unidos apoyando la salida pactada y a la Concertación e, inclusive, el papel que cumplió dentro de la Junta Militar el general Matthei para que el resultado del plebiscito fuese respetado a pesar del intento de Pinochet por mantenerse firmemente asido del poder. Todo eso explica que a pesar de correr solo Pinochet llegara segundo, parafraseando el célebre titular del “Fortín Mapocho”. Hay más que el Plebiscito de 1988 por juzgar y ponderar.
Y eso devela lo peor. Estos voceros del dizque liberalismo chileno no sólo relativizan la dictadura cívico-militar en términos económicos y políticos, sino que siguen vislumbrando esas manos de hierro como alternativa política. El lugar destacado del país podría ser salvaguardado por la acción de militares que reencaucen el país, obviamente, luego del ruego de la ciudadanía que gemirá por su pronunciamiento. ¡Plop! La ensoñación erótica de una derecha que se autoproclama como defensora de la libertad pero que anhela una salida violenta-pero-pacificadora, esa que sigue diciendo “después es sin llorar”, saca a la luz un ethos pinochetista que sigue perviviendo en ella. Una derecha antiliberal que no ha entendido lo que dijera Milton Friedman: “Siempre he pensado, e incluso lo he dejado por escrito, que el verdadero milagro en Chile no fue el hecho de que el libre mercado tuviera el efecto esperado, sino que un régimen militar estuviera dispuesto a tolerar y defender un régimen de libre mercado. Los regímenes militares en general tienden innatamente hacia el autoritarismo y no hacia la libertad de mercado. Siempre he argumentado que el experimento chileno podría haber sido exitoso si, y solo si, el control de la junta militar hubiera terminado” [5]. A lo que habría que añadir que la idea de la libertad frente a la acción del estado no ha sido tal, no sólo en el momento originario, sino también en el uso de una legalidad que sigue beneficiendo a unos pocos hasta ahora. Baste mencionar a Délano, Lavín, Ponce Lerou, Contesse, y hasta Piñera y la historia se cuenta sola.
El problema con la dictadura chilena no es si fue más o menos mala que otras dictaduras en el mundo, sino en que ella mató, torturó, desapareció a hombres y mujeres en pos de conseguir su proyecto. Y eso basta para condenarla. Si nos perdemos en eso, nos merecemos irnos a la B como sociedad toda.
Luis Pino Moyano.
Notas:
[1] “Mario Vargas Llosa frena en seco a Axel Kaiser y su alusión a las dictaduras ‘menos malas’”. En: http://www.biobiochile.cl/noticias/nacional/chile/2018/05/03/mario-vargas-llosa-frena-en-seco-a-axel-kaiser-y-su-alusion-a-las-dictaduras-menos-malas.shtml (revisada en mayo de 2018).
[2] Ibídem.
[3] Axel Kaiser. “Kast, el restaurador”. En: https://www.nuevopoder.cl/kast-el-restaurador/ (revisada en noviembre de 2021).
[4] “El candidato de la extrema derecha en Chile destaca la dictadura de Pinochet frente a los regímenes de Nicaragua, Venezuela y Cuba”. En: https://elpais.com/internacional/2021-11-13/el-candidato-de-la-extrema-derecha-en-chile-destaca-la-dictadura-de-pinochet-frente-a-los-regimenes-de-nicaragua-venezuela-y-cuba.html (revisada en noviembre de 2021).
[5] Milton Friedman en carta a Robert J. Alexander, del 5 de agosto de 1997. Tomada de: Juan Gabriel Valdés. Los economistas de Pinochet: la Escuela de Chicago en Chile. Santiago, Fondo de Cultura Económica, 2020, p. 358.