“Ya van a ver, ya van a ver, cuando los estudiantes tengamos el poder”. Eso gritábamos hace algunos años atrás por distintas calles del país, sobre todo, en aquellos años en los que emergía con fuerza la demanda-y-la-propuesta de una educación gratuita, laica, de calidad y con participación democrática de la comunidad. Y si bien es cierto, sobre los asuntos del poder coincido más con la tesis foucaultiana, es decir, con que el poder no se toma sino que se ejerce, esa generación juvenil de las movilizaciones del 2011 ha llegado al poder ejecutivo, luego de una intensa jornada de dos períodos en el poder legislativo. Jóvenes como Camila Vallejo, Giorgio Jackson, Gabriel Boric, entre tantos y tantas, a quienes veíamos desde lejos en medio de la multitud de esos días, sobrepasaron el dique de los movimientos generacionales para trascender en la actividad política, siendo actores claves de la discusión pública durante una década.
Es la primera ocasión en la que me toca hablar de un presidente del país menor que yo (por cuatro años), aunque de una misma generación. La primera ocasión, y muy probablemente, no será la última. Cuando surgió la pre-candidatura de Gabriel firmé para patrocinarla porque quería verlo en la papeleta de las primarias y en los debates respectivos. Pensé, por un momento, que sería un “voto testimonial”, porque las encuestas daban por ganador a Jadue. Pero no, la candidatura en la primaria comenzó a cobrar fuerzas, se vio un mejor manejo comunicacional en los debates que su contendiente dentro del pacto político, lo que trasuntó en un triunfo gigantesco, puesto que configuraba una propuesta democrática plausible y a tono con el Chile del siglo XXI.
Ahora bien, había que pensar la alternativa política para la presidencial de verdad. Y para eso, comencé a hacer memoria, a leer diarios viejos en papel o en la internet, a ver vídeos en YouTube. Quise ver, por ejemplo, cuál había sido la primera vez que publiqué algo sobre Boric en mis redes sociales, y la ocasión fue al asumir éste como diputado. Se trataba de una foto en la que él aparecía solo, sentado en el hemiciclo, con camisa y sin corbata, lo que había causado el horror de algunos parlamentarios, sin reparar en su asistencia y puntualidad. Ese “chasconeo” de la político era necesario para superar los tiempos de la pacata alegría concertacionista. Pero lo que más me llamaba la atención de Gabriel era su lectura de la política, como el espacio en el que se proyecta un país para el presente y para “pasado mañana” -como diría Pepe Mujica-, en el que las ideas se defienden con pasión, pero donde también se tiene que dialogar con los distintos, sea para convencer o para aprehender. Recuerdo, por ejemplo, cuando se suscitaron en 2018 una serie de reacciones en torno a la nominación de “montaje” impuesta al Museo de la Memoria por Mauricio Rojas en su breve paso como ministro. Boric dijo en esa ocasión, en diálogo con Jaime Bellolio: “tal como condenamos la violación de los derechos humanos en Chile durante la dictadura, los golpes ‘blancos’ en Brasil, Honduras y Paraguay, la ocupación israelí sobre Palestina, o el intervencionismo de Estados Unidos, debemos desde la izquierda con la misma fuerza condenar la permanente restricción de libertades en Cuba, la represión del gobierno de Ortega en Nicaragua, la dictadura en China y el debilitamiento de las condiciones básicas de la democracia en Venezuela”. Esas palabras, en la forma, daban cuenta de la rehabilitación de la añosa idea de “amistad cívica” y, en el fondo, relevaban que los derechos humanos son el mínimo ético en la acción política que no se disocia de la ética, todo eso, sin el miedo de romper con los imaginarios más vetustos y trasnochados de cierta izquierda. A modo de ejemplo: la señal de invitar a Sergio Ramírez y a Gioconda Belli a la transmisión del mando es un mensaje claro contra la dictadura orteguista en Nicaragua.
Y, para mi, el ciudadano Gabriel Boric se termina de graduar en la actividad política cuando luego del reventón social del 18 de octubre de 2019, nadando contra corriente, decide participar activamente en el “Acuerdo por la paz social y la nueva constitución”, en la jornada ardua que termina la madrugada del 15 de noviembre de ese mismo año. Boric, a corto plazo no tenía la razón práctica, pues su partido no le había delegado para dicha función, pero tenía la razón teórica, pues él entendió bien que ese riesgoso acto sumaba para la salida institucional a la crisis. Y, a la larga, tuvo también la razón práctica, pues su presencia fue clave para la participación de independientes, de paridad y de escaños reservados para los pueblos originarios. Eso fue lo que no entendieron los compañeros de su partido que renuncian a sus filas, como tampoco la masa octubrista que le funó por “traicionarles”. Y eso es lo que no siguen entendiendo aquellos que le motejan como de una “izquierda extrema”. El costo personal era grande. Pero lo asumió. Y aquí, huelga decir que, más allá de nuestros gustos y preferencias personales, el parlamento fue quien más estuvo a la altura de la crisis social, a diferencia de un gobierno que, si no estuvo ausente, llegó tarde.
Valía la pena, entonces, votar por un candidato que tiene como convicción primaria los derechos humanos y que, a la hora en que se necesita, se la juega más allá de lo que eso signifique para su propia reputación. Pues como dice la cita de su autor predilecto, Albert Camus, que ha repetido en varias ocasiones como su “frase de cabecera”: “En política, la duda debe seguir a la convicción como una sombra”. Por eso aquí no vale la caricaturización del otro ni la asimilación del panfleto de los propios. Se requiere comprender la realidad y no mirarlo todo desde una actitud egolátrica y ensimismada. Y, a propósito de lecturas, no puedo dejar de sumar a estas palabras el gusto por las letras y los libros -con el brillo en los ojos ante un libro nuevo o usado, que los bibliófilos sabemos reconocer- del actual presidente del país. Las referencias a Óscar Hahn, Pedro Lemebel, Gabriela Mistral, Pablo de Rokha, Vicente Huidobro, Jorge Teillier, Enrique Lihn, que son mucho más que esas frases tomadas de “libros de citas” (de los cuales los políticos profesionales son muy asiduos), pues éstas tienen la fuerza no sólo de dar brillo, sino también dar sentido a lo que se quiere plantear.
Este viernes mi hijo me preguntaba: “¿qué se siente que el candidato por el que votaste sea presidente?”. Y la respuesta es compleja. Por cierto, alegría y emoción. Imposible no recordar su “Ante el pueblo y los pueblos de Chile, sí prometo”; la frugalidad que va más allá de la ausencia de una corbata; el trayecto en el Ford Galaxie 500 con la primera ministra del interior mujer, Izkia Siches, y con la primera chófer del vehículo presidencial, la suboficial de carabineros Lorena Cid; su camino por la Plaza de la Constitución, en el que al detenerse fuera del protocolo, la gente cantó al unísono el himno nacional con los sones de una banda del ejército; su discurso, en el que retrata emotivamente las caras de Chile, en el que se rescata la lucha patriótica, modernizadora y democratizadora de Balmaceda, Aguirre Cerda, Frei Montalva, Allende, Aylwin y Bachelet, junto con una apelación latinoamericana. El discurso de casi media hora, que versó sobre cuestiones ecológicas, las dificultades de la pandemia, los desafíos del feminismo a la sociedad, la necesidad de una ciudadanía activa, y que terminó con las míticas palabras de Allende en La Moneda el 11 de septiembre de 1973, ese de la apertura de las grandes alamedas, con la resemantización inclusiva al hombre y la mujer libre, fue escuchado por una gran cantidad de personas apostadas frente al palacio y, por quienes desde nuestras casas lo veíamos en la televisión. Creo que el último presidente que habló con ese nivel de profundidad fue Lagos, el último bastión de la clásica política letrada. Y, Boric toma esa posta. “El presidente que habla”, en una época en que lo que se comunica vale mucho.
Pero el mismo Gabriel Boric, citando a Huidobro, señaló que “el adjetivo, cuando no da vida, mata”. Todo eso reporta otro sentimiento que se traduce en una actitud escéptica-y-esperanzada. La tarea será ardua y difícil y, no cabe dudas, que las transformaciones sociales se miden después del día de la fiesta. Será difícil concretizar parte importante del programa político. ¡Cuánto quisiera que mañana mismo me condonaran la deuda del CAE! Pero habrá que trabajar, porque no hay horizonte de expectativas sin campo de experiencias. La democracia exige participación, deliberación, propuesta, consenso y realismo. Por otro lado, habrán errores, no sabemos si muchos o pocos. Pero hay dos cosas que me tranquilizan de aquello: la primera, es la empatía de Boric, eso que los viejos llamaban “don de gentes”, que se ve reflejado en su saludo, sobre todo a niños y niñas que le piden una selfie o le regalan un dibujo con sus ideas para Chile, como también en su significativa visibilización de la salud mental. Y, por otro lado, su humildad a la hora de reconocer los errores y pedir perdón por los mismos. Comunicacionalmente, no tendremos bencina para apagar el fuego, sino a un sujeto cercano y honesto, lo que genera tranquilidad ante la adversidad. Tal vez esté augurando que la llamativa adhesión de las olvidadas lunas de miel presidenciales pasará, pero lo que prevalecerá será el entendimiento de estar frente a un ser humano de carne y hueso que cumple una tarea de liderazgo en un colectivo. Un primus inter pares.
Y, en mi respuesta a la pregunta de mi hijo, no puede faltar la sensación de riesgo. De un tiempo a esta parte, para muchas personas evangélicas como yo, profesar dicha fe está en las antípodas de las ideas de izquierdas, no así, de los postulados de derechas, llegando en algunos casos a la ruptura de la amistad cívica y, lastimosamente, de la fraternidad cristiana. Tengo la convicción de que hay ideas de Boric que, desde una cosmovisión cristiana, reportan instantes de verdad y/o elementos de la “gracia común”, particularmente en aquellas nociones que apelan a la responsabilidad social y comunitaria, al enfoque de derechos, al cuidado del medioambiente y a la justicia social. Y también tengo la convicción, y soy muy consciente de ello, que desde el mismo enfoque cosmovisional, hay elementos de su programa, específicamente en aquellos asuntos que tienen que ver con la moral sexual, que son antitéticas en relación a la fe bíblica e, inclusive, rompen con una tradición que pone en la palestra lo social para asumir principios liberales e individualistas. No comparto el enfoque de las “políticas de identidad” muy presente en el Frente Amplio porque, a mi juicio, debilitan las posibilidades del encuentro. No obstante aquello, no creo que exista en Chile un actor político, individual o colectivo, que represente de manera integral el proyecto histórico del Reino de Dios, lo que me hace ser renuente a las figuras mesiánicas y a los cantos de paraísos en la tierra. Y en ese ejercicio de discernimiento y priorización voté por el ciudadano Gabriel Boric, como otros lo hicieron por José Antonio Kast.
Y es aquí que me permito recordar que, en las vísperas de la navidad del 2021, Boric señaló: “Sepan que vamos a dar lo mejor de nosotros. Todos los que trabajamos en este equipo somos seres humanos que estamos expuestos a equivocarnos. Es bueno no idealizar a nadie y en eso por cierto me incluyo”. Espero que esas palabras las tenga él mismo presidente de la república en su mente hasta el último día de su gobierno. Espero que las tengamos quienes apoyamos su cometido, como quienes no lo están haciendo, tal y como el siervo romano que iba en el carro tras un general victorioso o un emperador diciendo: “Mira tras de ti y recuerda que eres un hombre y morirás”. Será el fruto del trabajo lo que quede. Y eso será lo que juzgaremos.
Luis Pino Moyano.
Documentos anexos.
Comparto dos vídeos publicados en YouTube. El primero presenta al “Boric de segunda vuelta”, pero en octubre de 2017 (para quienes hablaban de volteretas). El segundo lo muestra en su faceta de lector y, a partir de ella, son relevados otros elementos vitales. Cierro con una carta de Boric publicada en El Mercurio, el 18 de diciembre de 2021. Estos documentos sirven como complemento a lo que he planteado acá.