Es imposible hablar de esta generación dorada sin referir a Marcelo Bielsa, el “Loco”, ese sujeto que desde la banca, al igual como Fernando Riera para la Roja del 62, nos aportó no sólo en juego, sino también en dignidad, haciéndonos levantar la cabeza, jugar de igual a igual, se ganara o se perdiera. En esta hora triste y que nos deja en la boca el amargo sabor de la derrota, haríamos bien en recordar sus palabras: “El éxito es deformante, relaja, engaña, nos vuelve peor, nos ayuda a enamorarnos excesivamente de nosotros mismos; el fracaso es todo lo contrario, es formativo, nos vuelve sólidos, nos acerca a las convicciones, nos vuelve coherentes. Si bien competimos para ganar, y trabajo de lo que trabajo porque quiero ganar cuando compito, si no distinguiera qué es lo realmente formativo y qué es secundario, me estaría equivocando”.
Y sí, el éxito deforma. Contribuye al olvido. No ayuda a ponderar adecuadamente la realidad. Chile ha asistido a nueve mundiales: 1930 por invitación, 1950 sin clasificatorias por retirada de selecciones, 1962 como anfitrión (se obtuvo el tercer lugar, única vez que se ha avanzado más allá de la segunda ronda), 1966, 1974, 1982, 1998, 2010 y 2014. Matemática simple: con el de Qatar, sumaremos trece mundiales en los que no hemos participado. Esas solas cifras hacen valorar lo conseguido. Dos mundiales seguidos a los que se llegó luego de las eliminatorias más difíciles, donde todos juegan contra todos, y donde Brasil, Argentina y Uruguay siempre están clasificados, cuando hay cuatro cupos directos y uno que tiene que jugar un repechaje.
Para quienes crecimos escuchando eso de “jugamos como nunca, perdimos como siempre”, esta generación nos imprimió otro modo de mirar el fútbol. Un equipo vertical, que jugaba hacia adelante, que intentaba ganar o morir con las botas puestas. Donde Bravo, Medel, Isla, Aránguiz, Díaz, Fernández, Valdivia, Sánchez, Suazo, Vargas, Beausejour y tantos otros, nos dieron tantas alegrías. Esta generación me hizo llorar por un partido perdido, frente a Brasil en el Mundial de 2014, y me brindó la alegría de dos copas América consecutivas. Esta generación me regaló el gol que más grité, frente a Uruguay en la Copa América del 2015, ese de Isla con un tiro imparable. Esta generación me permitió ver al mejor defensa, el mejor volante mixto y el mejor “10” de mis tiempos, fuera de los libros y archivos de vídeo: Medel y su chispeza, Vidal y su amor por la camiseta, Valdivia y la magia de verdad.
El éxito deforma, porque nos hace exigir a jugadores que, estando activos y en buen nivel, ya tuvieron su mejor versión, bregar como si fueran los mismos del 2010, 2014, 2015 y 2016. Ya habíamos quedado eliminados para el mundial anterior. Y, a pesar de todo, seguimos creyendo – o anhelando en nuestro fuero interior- que podíamos ir al repechaje, esperando las derrotas o empates de Perú y Colombia. Seguimos creyendo, porque el éxito anterior se presenta como una cortina de humo frente a la realidad. Por eso, es que quiero hacer un último brindis por esta generación dorada. No porque algunos de quienes la conforman no vayan a estar en un proceso clasificatorio al mundial subsiguiente, sino porque ese período ya pasó. Es hora de que ellos, estando en la selección, sean los compañeros-mayores de Cortés, Suazo, Paulo Díaz, Kuscevic, Montecinos, Brereton y otros que vendrán. Aunque estén, ya serán otra generación. No serán la voz cantante, sino la voz de la experiencia, esa que empuja y enseña, la que genera la calma madura cuando los otros corren aportando intensidad.
El fracaso nos enseña, porque nos permite ver la realidad con toda su dureza y complejidad, y si bien la entendemos, nos permitirá configurar las acciones que nos permitan caminar. El fracaso no fue de Lasarte, que vino cuando nadie quiso, que unió a un equipo fragmentado al final del proceso de Pizzi y que encontró a algunos jugadores para el recambio, esos que Rueda no vio o no quiso ver. El fracaso es de Salah, que trajo a un técnico como Rueda que instaló un fútbol pacato, sin ganas, especulativo, y que además cometió la falta antiética de negociar con otra selección sin dejar de ser entrenador de la Roja. El fracaso es de la ANFP que se farreó el mejor momento de la selección chilena para tomar medidas a largo plazo. El fracaso es de los clubes que no han potenciado sus divisiones inferiores. El fracaso es de las sociedades anónimas que se han adueñado del fútbol, haciendo que representantes -uno en particular- tome las decisiones por sobre los técnicos. El fracaso sólo es formativo cuando hace tomar acciones. Mientras sigan ocurriendo los mismos males, el fracaso deformará tanto como el éxito.
Y esto que estamos viendo, lo vemos por una generación que, futbolísticamente, corrió los límites de lo posible. Por eso, ante esta generación dorada, no queda más que agradecer. Siempre estarán en la memoria de quienes amamos el juego con la pelota que no se mancha.
Gracias. Salud.
Luis Pino Moyano.