“La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados” [1]. Estas palabras del pensador sardo Antonio Gramsci, muy citadas en la actualidad en diversos análisis políticos, es un muy buen punto de partida para pensar en un proceso de evaluación del momento constituyente. Lo viejo, lo nuevo y el morbo, tan presentes en el Chile post 18 de octubre de 2019 y que se agencian cada día como un criterio de realidad en una etapa transicional que está por verse hacia dónde nos lleva.
Lo viejo que muere.
Si bien es cierto, cada vez más creo que lo vivido en octubre-noviembre de 2019 no fue un proceso revolucionario ni de revuelta, sino de un reventón histórico, que como tal catalizó el malestar guardado por décadas en la sociedad chilena, que hizo que se nos cayera la máscara del mito de la diferencia en relación a nuestros vecinos latinoamericanos, y que explosionó con a lo menos tres rostros no necesariamente relacionados entre sí: el rostro de la protesta social, el rostro de la violencia reactiva y o de la agresividad performática (léase la primera línea y sus símiles), y un rostro lumpen manifestado en saqueos y otros actos violentos sin móviles políticos. A todo ese marco, habría que sumar la incapacidad de un gobierno de dar respuesta oportuna ante la situación crítica y las acciones represivas en las que ojos cegados por balines policiales son más que un símbolo del abuso de poder, son una atrocidad en sí mismos.
Y algo hizo cambiar la tecla, sobre todo luego de la marcha del millón, en la que comenzó a aparecer en paralelo a los cabildos autoconvocados en distintos sectores del país, la demanda de un nuevo contrato social. Una nueva Constitución. Y eso marca un hito político, pues ya no era el Chile de Pinochet el que aparecía en el horizonte, sino el de Jaime Guzmán, sostenido por la Concertación, la Alianza por Chile, la Nueva Mayoría y Chile Vamos durante treinta años. Parafraseando al vate, por ellos, los de entonces, que seguían siendo los mismos atados a un documento firmado originalmente por los integrantes de la Junta Militar de Gobierno y los ministros de la dictadura cívico-militar en 1980, y luego firmada por Ricardo Lagos y sus ministros en la reforma que quitó los enclaves autoritarios de ella en 2005. Ese documento con autoría y co-autoría es una metáfora de lo que ha muerto: el orden democrático construido por la dictadura militar y seguido, en continuidad y cambio, por gobiernos de alianza por treinta años. Esa democracia que hizo devenir al pueblo en gente y a la ciudadanía en consumidores agotó su ciclo, en una época en lo que se reclama es una política que dé la cara y en la que exista una mayor participación de las personas.
La crisis de Chile podría agudizarse después del 4 de septiembre de 2022. Pero no por lo que pase con el Apruebo o el Rechazo, sobre todo pensando en la hipotética posibilidad de triunfo de la última alternativa, sino por el desconocimiento que el ciclo inaugurado el 11 de septiembre de 1973 y consolidado el 11 de marzo de 1990, tuvo su fin el 15 de noviembre de 2019. El 15 de noviembre de 2019, no sólo se marcó el cierre del octubre chileno, sino que se le puso la lápida al orden guzmaniano de la política. El proceso constituyente fue la salida institucional a esa crisis y dicha propuesta bajo la pregunta de “¿Quiere usted una nueva Constitución?”, fue aprobada por un 78,28% de la ciudadanía que votó en el plebiscito del 25 de octubre de 2020. ¿Qué quiero decir con esto? Que si la opción “Rechazo” llegara a ganar, la opción no está en reformar la Constitución de 1980-2005, sino en su modificación por otro mecanismo, porque su orden ya murió. Y su acta de defunción, paradójicamente, también fue firmada por quien era presidenta de la UDI en un acto freudiano en el que se mató al padre.
Lo nuevo que (¿no?) puede nacer.
Si bien es cierto, parte importante de lo nuevo que estaría por nacer se encuentra en el texto del borrador de la nueva Constitución, señalo inmediatamente que no me referiré a dicho documento por ahora, pues dedicaré dos posts a dicha temática, uno viendo pros y otro contras del texto. Pero si quisiera señalar algunas ideas a modo de provocación:
· El plebiscito de salida considerará una participación universal y obligatoria, cosa que no ocurre desde las elecciones presidenciales del 2009. Las elecciones municipales de 2012 fueron las primeras en realizarse con padrón universal, con inscripción automática, pero con voto voluntario. Desde hace diez años no sabemos cómo vota la mitad de la población que puede hacerlo. Por lo tanto, más allá de lo que señalan las encuestas que constantemente son promocionadas en los medios de comunicación, hay un margen de incertidumbre muy grande. Dicho de otro modo, existe posibilidades de que gane la opción Apruebo o la opción Rechazo. Reconocerlo y aceptar el juego democrático es un ejercicio clave para quienes creemos en la posibilidad de una sociedad. Pero así como señalé en el ítem anterior que un potencial triunfo de la opción Rechazo no puede impedir la muerte del viejo ciclo, el potencial triunfo de la opción Apruebo no puede asegurar el nacimiento de lo nuevo. Y no sólo por la idea del “Apruebo para Reformar” que sostienen algunos, sino porque existe la posibilidad que este texto no logre perdurar, y sea cambiado antes de lo que se imagina. O, por otro lado, porque dejando tanto margen para la ley, los anhelos de cambios de su espíritu no logren concretizarse en la realidad.
· En segundo lugar, una pregunta: ¿cuánto de lo nuevo sigue portando lo viejo? Y aquí, ya no citaremos a Gramsci o algún medio de izquierdas, sino a Morgan Stanley y Barclays que desde Wall Street llaman a no tener miedo al cambio constitucional pues el nuevo orden inaugurado por el texto constitucional estaría “promoviendo la inversión y manteniendo un marco fiscal mayoritariamente ortodoxo”, ya que la Convención habría descartado “reformas radicales” [2]. Ergo, ¿muere el fruto político del chicago-gremialismo guzmaniano pero no su fruto económico? ¿Tendremos un neoliberalismo con un estado más fuerte en el plano tributario? Todo eso suena al capitalismo con rostro humano del que hablaban representantes de la vieja Concertación.
· Y en tercer lugar, lo nuevo tiene mucho que ver con el gobierno de Gabriel Boric. El nexo con el triunfo del Apruebo parece estar más que claro, sobre todo en cuestiones de aplicación del programa. Pero, será mayor su responsabilidad política a la hora de un potencial triunfo del Rechazo. ¿Cómo catalizar la muerte de lo viejo y el nacimiento de lo nuevo en ese escenario? Ese papel no será el de “Amarillos por Chile” ni el de quienes propiciaron más abiertamente la opción Rechazo, o quienes están por el “Apruebo para Reformar”, sino de quien tiene el papel de conducción política, a saber, el poder ejecutivo. Por eso, el gobierno, y principalmente el presidente, no pueden atarse al Apruebo, por más unión histórica, política y simbólica que se tenga con dicha opción. Esa prescindencia será acicate para la templanza necesaria y sentido republicano para afrontar lo nuevo si esto no llega a nacer por la vía plebiscitaria.
Los fenómenos morbosos más variados del interregno.
Cuando comenzó el proceso constituyente estaba muy animado con el mismo. Esto porque se trataba de una posibilidad histórica inédita en doscientos años de vida republicana: una Constitución hecha en democracia. Por otro lado, claramente, este proceso ha hecho visibles disparidad de criterios en muchas temáticas, con largas discusiones. Esas discusiones no son el elemento morboso, y no tienen por qué serlo. Vivimos en una sociedad tan dañada por la dictadura y la democracia en la medida de lo posible, que generó la idea que la convivencia está sostenida en el tabú, que cualquier intercambio de ideas es leído como enojo, pelea y/o enemistad. Claramente, comisiones elegidas a dedo por gobiernos autoritarios o por un dictador no van a generar discusiones altisonantes por que lo que allí prima es la homogeneidad y uniformidad.
El morbo está el el Pela’o Vade que falsea un cáncer, usufructuando de su performance doliente para conseguir poder, a la par de reírse en la cara de miles de personas que sufren dicha enfermedad. El morbo está en no cantar y abuchear el himno nacional musicalizado por la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles de Chile en un adultocentrismo y falta de realismo político de tintes patéticos. El morbo está en el griterío, ordinariez y espíritu de funa de Elsa Labraña o Teresa Marinovic, ambos símbolos de un autoritarismo que no es patrimonio de derechas o izquierdas. El morbo está en la extinguida Lista del Pueblo llamando a fumar a quienes no son tan rojos como ellos según su desvencijado izquierdómetro. El morbo está en presidentes de comisiones que no sueltan el celular durante la sesión y olvidan a personas que tienen pedida la palabra. El morbo está en convencionales como Logan que no se apersona en el ex Congreso Nacional para cumplir su función. El morbo está en el convencional Nicolás Núñez que pretende votar estando en la ducha. El morbo está cuando en un egoísmo increíble se produce una larga votación para elegir a la nueva mesa de la Convención, teniendo las posibilidades de realizar un proceso limpio y sin las mezquindades de cara al país. El morbo está en convencionales que legítimamente estuvieron por la opción Rechazo en el plebiscito de octubre de 2020, pero que siendo elegidos/as como convencionales no hicieron nada para contribuir al debate con sus propuestas, sobre todo pensando que ahora son partidarios de reformar la Constitución que nunca quisieron modificar. El morbo está en la Comisión de Medioambiente a la que se le rechazó en general y en dos ocasiones su informe en el Pleno de la Convención, por esos fundamentalismos del punto y la coma de las particularidades posmodernas. El morbo está en toda la faramalla causada por la no-invitación a los expresidentes de la república, responsables de “los treinta años”, pero que en la escenificación les muestra erráticos, torpes, poco inclusivos a la diversidad. La sólida respuesta de Ricardo Lagos y las duras dos líneas de Eduardo Frei negándose a asistir a la entrega del borrador final son la coronación a la morbosidad. ¿Hay nivel de superación aún?
Ese morbo lo único que ha hecho ha sido restar. Y eso, no niega que muchos convencionales han hecho el trabajo con seriedad, aportando al debate, trabajando hasta largas horas de la noche, para tener en los tiempos establecidos el trabajo realizado. Todo mi respeto a personas que han contribuido a aquello, de diverso signo: Dámaris Abarca, Ignacio Achurra, Rodrigo Alvarez, Benito Baranda, Marcos Barraza, Alondra Carrillo, Roberto Celedón, Bernardo de la Maza, Gaspar Domínguez, Elisa Loncon, Cristian Monckeberg, Agustín Squella, entre otros/as. Sí, de distinto signo. Porque han contribuido al debate, discutido en buena lid, ayudado a ampliar las miradas. Todo mi respeto. Quienes han caído en la morbosidad y en el exhibicionismo egolátrico no merecen una sola palabra.
El 4 de julio de 2022 la Convención Constitucional dejará de existir. La palabra estará en manos de la ciudadanía el 4 de septiembre de 2022. Lo viejo ya murió. Veremos si lo nuevo nace con el Apruebo a la nueva carta magna. O, en su defecto, veremos si los monstruos creados por el morbo pavimentaron el camino para el triunfo del Rechazo. Y si eso sucede, no será responsabilidad ni logro de una derecha aniquilada por Sebastián Piñera, sino por estricta responsabilidad de quienes quisieron ganar su propio gallito de la particularidad y la identidad propia en detrimento del país. Ese es el problema que produce la falta de realismo que te hace creer que estás haciendo historia con todo lo que haces. En ese constructo, nada termina siendo histórico, salvo la derrota.
Luis Pino Moyano.
[1] Antonio Gramsci. Cuadernos de la cárcel. Tomo 2. México D. F., Ediciones Era, 1975, p. 37. Corresponde al Cuaderno 3 (1930 <34>).
[2] Iván Weissman. “El borrador de la nueva Constitución: Wall Street y Sanhattan hacen sus propios cálculos”. En: El Mostrador Semanal. 19 de mayo de 2022. https://www.elmostrador.cl/el-semanal/2022/05/19/1774626/ (Consulta: junio de 2022).
Posts anteriores ligados a lo abordado acá:
El reventón social que nadie imaginó. (20 de octubre de 2019).
Nueva Constitución… muchas preguntas que requieren respuesta y definición. (19 de noviembre de 2019).
¿Hay una revolución en Chile? (12 de marzo de 2020).
¿Aprobar una nueva Constitución es una posición evangélica? (17 de septiembre de 2020).
Triunfo del Apruebo: emociones y trabajo por delante. (30 de octubre de 2020).
¿Por qué es importante ir a votar? (14 de mayo de 2021).
Lo que se viene para el proceso constituyente a partir de los resultados electorales. (31 de mayo de 2021).
Crónica de un día histórico: Inauguración de la Convención Constitucional (4 de julio de 2021).
Religión y proceso constituyente. (13 de agosto de 2021).
La Lista del Pueblo: su agonizante destrucción de lo político. (28 de agosto de 2021).