No. No me parece grave la conversación que estaba solicitando la ministra Jeanette Vega con Héctor Llaitul, sea que ésta se diera o no. Se le encargó a ella, que a partir de su cartera hiciera un ejercicio de continuidad-resemantizada de lo que hizo el ministro Moreno durante el gobierno de Piñera #2 en el «Plan Araucanía». Sí creo que la renuncia ameritaba, pues todo parece indicar que se corría con colores propios. Fue un error de forma que debido al contexto se transformó en uno de fondo.
Lo que sí me parece grave, es que desde la PDI o la Fiscalía ad hoc se estén filtrando datos a la prensa, de manera destemplada y sin asumir las responsabilidades del daño que le hacen a la institucionalidad. Desde el tweet escrito al momento de la detención de Llaitul como las transcripciones del contenido de sus llamadas interceptadas que comprometen y/o lesionan a instituciones y personas son del todo irresponsables. Sobre todo, cuando lo que se busca es construir puentes que vayan desde la seguridad de la región hasta el fin de la beligerancia. La policía o instituciones de la judicatura no pueden jugar a la construcción de vitrinas transparentes para el exhibicionismo de aquello que por razones de estado tiene que ser cuidado.
En Chile debe llegar el momento de ponerle fin al tabú del conflicto armado (parafraseando el título de un significativo libro de Hernán Vidal), para que comencemos a llamar a las cosas como son. Lo que ocurre en el Sur del país no son meros actos delictuales ni delitos contra la seguridad interior ni tampoco acciones de terrorismo. Se trata de un conflicto armado de baja intensidad en el que están en operación, en un contexto beligerante, los institutos que tienen el monopolio de la fuerza en el país, además de civiles de a lo menos dos sectores políticos diferentes. Porque si no tenemos empacho para hablar de la CAM como un grupo que promueve la lucha armada, tampoco deberíamos tenerlo respecto de aquellos grupos de choque de derechas de corte filofascista que también operan en la Macrozona Sur. Ese tabú del conflicto armado está roto desde la CAM. Llaitul hace casi un mes señaló que la organización que él lidera profundizaría la “guerra total en contra del estado capitalista, en tanto cuanto y estado colonial que niega todos nuestros derechos fundamentales”. Y esto tiene una línea histórica que se puede pesquisar de manera muy sencilla. Todavía hay acceso virtual a un documento titulado “Declaración de independencia, de guerra y primer parte de operaciones de la CAM”, en el que se señala sin ambages: “Por lo cual damos por terminado todo dialogo con la República de Chile y le declaramos la guerra, desde hoy 20 de octubre de 2009 en adelante”.
Por esto, es que el gobierno tiene el deber de hacer efectiva y operativa su línea de mando en las Fuerzas Armadas y de Orden, y junto con ello dialogar con el riguroso secreto que impone el ajedrez de un conflicto militar, tal y como se hizo en España con la ETA, en Irlanda con IRA, en Colombia con las FARC. Nada nuevo debajo del sol. Al contrario, experiencia comparada suficiente a la cual echar mano. Por ello, ante la gravedad de las filtraciones, deben realizarse las investigaciones sumarias que impliquen la baja de los presuntos responsables de dichos actos, ante la ausencia de la decencia que obligaba a poner la renuncia sobre la mesa.
Por otro lado, el conflicto con el pueblo mapuche iniciado por el estado chileno en el contexto de la mal llamada Pacificación de la Araucanía no se reduce a la CAM, pues ésta no es representativa de todo un pueblo. Llaitul, capturado almorzando en un restaurante al mediodía sin oponer resistencia siendo uno de los hombres más buscados del país desde 2020 (¿persecución policial o estrategia militar?), no es la única voz cantante. Ni Caupolicán, Lautaro o Quilapán lo fueron. La línea armada del conflicto es una arista dentro de una situación mucho más densa histórica, política y socialmente.
Por todo eso, el primer gran desafío es llamar a las cosas como lo que son, so pena de estar combatiendo por años y años el monstruo imaginario que se ha montado más por una construcción comunicacional efectista que por una comprensión cuidada de la problemática. Terrorismo no es lo mismo que un conflicto armado de baja intensidad. Y el arte de la guerra desde hace siglos tiene formas políticas de paz armada como de confrontación bélica directa. Y como las responsabilidades estatales trascienden a los gobiernos de turno, debe hacerse de una vez por todas un claro mea culpa por haber iniciado la confrontación a fines del siglo XIX. La siembra del viento que genera la tempestad no justifica ni legitima, pero explica y responsabiliza. Y, por cierto, no quita responsabilidad a quien responde tempestuosamente.
Yo sé que esta tesis ensayada acá es polémica. Pero creo necesario ponerla sobre la mesa. La discusión hace rato está abierta.
Luis Pino Moyano.