Nota: El post que comparto a continuación lo escribí el día sábado 3 de septiembre de 2022, a modo de respuestas a una entrevista para Emol. Puede leer el registro que hizo ese medio de una parte de mis respuestas junto a la opinión de la historiadora Ximena Prado, haciendo clic aquí. El texto fue editado sólo en aspectos de forma para adquirir el tono de una columna de opinión.
La bandera, junto al escudo y el himno nacional es un tipo de símbolo que recibe el nombre de emblema y que, por ello, tiene como característica la representación. Pero, también recibía otro nombre, que ha caído en desuso con el tiempo: el de “enseña”, es decir, un tipo de símbolo que busca señalar hacia algo. ¿Qué representa y hacia qué señala? La respuesta es: a la nación. Y la nación como concepto tiene otro talante que el de patria, que apela a la tierra de nuestros padres y madres, en este caso, lo que busca es el sentido de una comunidad. Y aprovechando lo que alguna vez señaló Benedict Anderson, la comunidad no existe sin un sentido de homogeneidad, de unidad. El problema de grandes implicancias históricas es que la nación en Chile fue una construcción que superó el período de la Independencia y la conformación de la república: duró todo el siglo XIX, y para fomentarla se ocuparon distintos insumos, entre los que destaca la “historia patria” con su panteón de héroes, la bandera, el escudo y el himno nacional. Por lo tanto, viene a ser un símbolo de la comunidad imaginada por quienes construyeron el estado nacional, pero a su vez, es un símbolo de unidad de la patria por venir, y es allí, donde puede ser transversal a distintos sectores de la sociedad chilena. Y, a su vez, puede tener una significación distinta para quienes en ciertos momentos fueron arrasados por el estado nacional, como los pueblos que habitaron este territorio antes de la conformación de la república. No hay que olvidar que la mal llamada Pacificación de la Araucanía también fue un acto nacionalizador.
Por ello, es que dentro del momento constitucional que vivimos, en la discusión de los emblemas nacionales, me hubiese gustado mucho que se recuperara y se estableciera como oficial aquella bandera en la que se juró la Independencia el 12 de febrero de 1818, una con proporciones áureas y con una estrella solitaria que contiene dentro de ella la Wuñelfe. Ese símbolo es maravilloso, porque allí la perfección de la unidad representada en el emblema que es la bandera se da en la diversidad. Y ahí está uno de nuestros grandes desafíos del presente, cómo ser comunidad reconociendo, valorando, respetando y dando lugar en el espacio público al diálogo y debate desde las múltiples diversidades que se mueven en nuestro país.
Por su parte, la bandera es un símbolo importante, pero no es el único. Quizá sea el más reconocido, porque está presente en colegios y en actos masivos, como en los partidos de la selección chilena. La bandera chilena siempre estuvo muy presente en distintos actos políticos a lo largo de nuestra historia, tanto por partidos de derechas, centro e izquierdas. Basta ver sus banderas y escudos, y el blanco, azul y rojo está muy presente en ellos. Durante las jornadas de protesta nacional abiertas en 1983 en oposición pública a la dictadura uno de los símbolos más prevalentes era el de la bandera. Dejó de serlo en el contexto de las movilizaciones masivas durante los gobiernos de la Concertación. La eterna transición a la democracia es bien responsable de la desafección que un sector de la población tiene hacia la bandera. Y aquí es relevante decir que ella volvió a aparecer masivamente en las calles en las movilizaciones del octubre de 2019 y que estuvo presente en el acto de cierre del Apruebo el jueves pasado, acto que se cerró con la interpretación pianística del Tío Valentín Trujillo. Por eso creo, que no vale la mención de lo positivo o negativo per se. Eso está dado por el uso. Cuando Los Prisioneros cantaron “No necesitamos banderas” en el Festival de Viña el 2003, Jorge González improvisó lo siguiente: “Una bandera es linda cuando juega la selección. / Cuando la dibujamos cuando chicos en el pizarrón. / Cuando Marcelo, Iván o Pizarro meten un gol, sí. / Pero no cuando hay que ir a matar, / allí no es linda, cuando hay que ir a odiar”. La bandera se vuelve un emblema vaciado de sentido cuando es apropiada por grupos que hacen apología del odio, que vulneran la memoria de quienes sufrieron los rigores de las violaciones sistemáticas de los derechos humanos. Pero con esas salvedades, la bandera no le pertenece a nadie y nos pertenece a todas las personas que somos chilenas y queremos el bienestar para quienes habitan en este país, connacionales y extranjeros.
Es aquello en particular lo que me hace creer que la performance de “Las Indetectables” en Valparaíso el sábado pasado fue horrible. Una conjunción entre vulgaridad y pobreza mental. El uso grotesco de la bandera siendo defecada e invocando el “aborto de Chile”, procede de un individualismo ególatra que ningunea al resto. Que no tiene en cuenta que la bandera es un emblema importante no sólo para quienes maltratan irrespetuosamente como “fachos pobres”. Por supuesto no está de más decir que la gran desaprobación que recibió esta performance, también respondió al hecho de la presencia de niñas, niños y adolescentes que fueron expuestas y expuestos a este acto.
Junto con ello, no creo que la respuesta a esto se dé en el marco de la fiscalización o el control, aunque hay legislación respecto del uso de la bandera y sobre las ofensas al pudor. Ni la ley ni la fiscalización tienen el poder de cambiar la conducta y las percepciones éticas de las personas. Ahí, lo que debiera ser preponderante es la reflexión. Cómo se conecta el arte con lo político, cómo aquello que se realiza en la esfera pública beneficia o daña la conciencia de las otras personas, cómo suma o resta a la causa en la que creo y trabajo. Esa ausencia de reflexión se hizo presente performáticamente. Antonio Gramsci decía que: “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”. Por eso acá hubo puro morbo que gozó lo individual perdiendo de vista lo societal.
Luis Pino Moyano.