Pelé murió el 29 de diciembre de 2022. Dos días después, el 31 de diciembre, Joseph Ratzinger expiró. Han pasado algunos días del fin de las historias de dos actores y testigos de una época que traspasó el siglo XX. Ambos sujetos fueron hijos del rigor, les costó llegar donde llegaron, pero deslumbraron desde su juventud. Pelé lo hizo a los diecisiete años de edad, cuando fue bautizado como “el niño maravilloso de Suecia”, en el primer mundial que ganaba el Scratch, en el que no sólo aportó con su vigor y talento, sino con seis goles, la mitad de los que marcó en jornadas mundialeras. Por su parte, Joseh Ratzinger a los 25 años ya era profesor en un seminario y en 1959, siete años después, era profesor de la Universidad de Bonn. No fue sorprendente, entonces, que para el Concilio Vaticano II, el momento en que la Iglesia Católica Romana entraba a la Modernidad, el teólogo sirviera como asesor, protagonizando importantes debates.
Dos hijos predilectos dentro de sus oficios, en tanto arte que se ejecuta con las manos (o con los pies): uno en las canchas de fútbol, el otro en las aulas teologales. Y desde esos lugares fueron testigos y protagonistas de los vientos de cambio del mundo, de revoluciones y dictaduras militares que impactaron no sólo la política, sino también la economía, la cultura, las artes, y por cierto, la forma de concebir la teología y el deporte. Sus acciones en sus áreas de quehacer pasaron del blanco y negro al color. Ambos jugaron de blanco en sus respectivas canchas: Pelé en el Santos, Ratzinger como Benedicto XVI, de Papa. Pelé de blanco, marcó muchos goles que lo llevaron a ser nombrado “tesoro nacional” en su país, Ratzinger, movió los hilos para abrir los primeros juicios a importantes actores del clero por pedófilos o por negocios turbios al alero del Banco del Vaticano. Amados y odiados. No se puede ser indiferentes ante Pelé y Ratzinger. Y sí, puede sonar drástico, pero con la muerte de ambos, muere también una época.
Pero, además de la época en común, ¿podríamos trazar otros nexos entre el jugador brasileño y el teólogo alemán? Creo que a lo menos hay dos ejes que podrían ser vislumbrados: el fútbol y el goce en el quehacer.
La dimensión futbolística de Pelé es demasiado clara. Como señala un libro sobre grandes jugadores en las citas mundialeras, Pelé era “Un atleta completo. Veloz, potente, pateaba y gambeteaba con las dos piernas, poseedor además de un juego aéreo sobresaliente. Ninguna faceta le quedaba chica, con una fortaleza física y anímica incontrarrestable. Nadie ha podido hacer lo que él hizo en la cancha, sobre todo en tiempos en que la violencia campeaba y amenazaba a los talentosos. Goleador, jugaba y hacía jugar. En resumen, O Rei” [1]. Prueba de ello, es que haya hecho 1283 goles en 1367 partidos, lo que le valió el apelativo del “rey del fútbol” y ganado tres mundiales con su selección. Pelé era increíble. Basta ver los vídeos de YouTube con las compilaciones de jugadas y goles para saberlo. Si bien la hipótesis de un vídeo, viralizado estos días, que le muestra como creador de todas las grandes jugadas que otros cracks hicieron en la historia es riesgosa, porque hay tantos grandes jugadores de los que sólo tenemos memorias o crónicas periodísticas en formato escrito, no obstante es indudable su talento. Nadie, inclusive los maradoneanos más acérrimos (como quien suscribe estas líneas) puede negarlo. Yo escuché de niño a mi tata y a mi papá hablar de Pelé. Ese conocimiento aumentó con libros de fútbol y con una película donde Pelé le enseña a jugar fútbol a un muchacho estadounidense (algo así como “Retroceder nunca rendirse jamás”, pero en versión fútbol -Pelé y Bruce Lee pueden ser analogados-). De tanto visto y escuchado, cada vez que dicen Pelé, dentro de todas sus grandes jugadas y goles, pienso en dos momentos, ambos del Mundial de 1970. Uno terminó con el balón dentro de las redes. El otro ha sido llamado “el gol que no fue”. Final del Mundial, gran jugada de Brasil que parte desde el campo propio. La tocan Clodoaldo, Rivelino, Jairzinho y Pelé, quien recibe el balón fuera del área grande. Podría haberle pegado al arco o haberla tocado a Tostão que estaba dentro del área, frente a él. Pero la toca al vacío en diagonal, para que aparezca Carlos Alberto y con un cañonazo marque el cuarto gol de Brasil contra Italia. La mejor jugada colectiva de la historia de los mundiales, lejos. El otro momento, es en el partido contra Uruguay, en el que Pelé arranca en solitario y recorta al arquero Mazurkiewicz pasando el balón a la derecha cuando él avanza hacia la izquierda. Pelé avanza hacia el balón y le pega con la derecha fuerte, abajo y cruzado, para que el balón pasa rozando el vertical izquierdo. Cuando jugaba a la pelota con amigos, esa siempre fue la jugada que soñé hacer.
¿Y qué relación tiene el fútbol con Ratzinger? El teólogo, no sólo fue un reconocido hincha del Bayern München, sino que fue comentarista de fútbol para el Mundial de 1974 e hizo una charla sobre este deporte con ocasión de la cita planetaria en Argentina 1978, titulada “El entusiasmo por el fútbol puede ser algo más que mera diversión”. Allí Ratzinger señala: “El juego sería también una especie de anhelado retorno al paraíso, la salida de la seriedad esclavizadora de la cotidianidad y sus preocupaciones vitales, hacia la libre seriedad de aquello que no tiene que ser y por ello es hermoso. […] Todo esto se puede pervertir con una lógica comercial, que somete todo a la estéril seriedad del dinero y transforma el juego en una industria, que genera un mundo ilusorio de terribles dimensiones. Pero incluso este mundo aparente, no podría subsistir si no hubiera una razón positiva, que está en la base del juego: el ejercicio de la vida y la superación de la vida en dirección de un paraíso perdido” [2]. Fíjense a qué compara con el fútbol este teólogo: al paraíso perdido. Al lugar donde la “libre seriedad” permite encontrarse con lo hermoso, con la vida por sobre la seriedad de la muerte. Belleza que es opacada cuando el mercado se apodera del fútbol haciendo que la pelota se manche, aunque con su fuerza creadora y subversiva, el anhelo del paraíso sigue sobreviviendo. Palabras que tienen más razón en 2022, a propósito del Mundial de Qatar, manchado en la previa con explotación y muerte, pero que en la cancha durante un mes nos mostró un gran torneo, el mejor que muchos hemos visto. A partir de otro texto, el cientista social Fernando Mires, reflexiona sobre la teorización futbolística de Ratzinger, a propósito del gol con la mano de Maradona a los ingleses en México 1986. Dice: “Maradona sabía que había marcado el gol con su mano y no con la mano de Dios. Para un teólogo rigorista, Maradona habría incurrido en un doble pecado. Primero: mintió, y segundo: ‘nombró su santo nombre en vano’. Pero quienes entienden de fútbol, seguro, aunque sean rigoristas, ya lo han perdonado. Y quienes sienten a Dios, como Benedicto XVI, quizás también. Porque de una manera u otra, Maradona estaba diciendo, a quienes le escuchábamos, que existe una mano de Dios en nuestra vida y que a esa mano invocamos cuando más la necesitamos. O por lo menos -como dio a entender Maradona- que quisiéramos que la mano de Dios aparezca en el juego de la vida, y no nos dejara tan, pero tan solos, como a veces nos sentimos” [3]. El fútbol nunca hace olvidar la providencia y la gracia.
El otro eje que une a Pelé y a Ratzinger es el goce en el quehacer. Pelé era un jugador que gozaba del fútbol, al que colocaba todo su talento, fuerza, sentido colectivo y alegría. Pelé era de esos jugadores que sonríen. Por eso, su juego genera hasta el día de hoy tanta adhesión. Eduardo Galeano lo sintetiza de la siguiente manera: “Quienes tuvimos la suerte de verlo jugar, hemos recibido ofrendas de rara belleza: momentos de esos tan dignos de inmortalidad que nos permiten creer que la inmortalidad existe” [4]. Por su parte, Ratzinger es un teólogo que no sólo habló, sino que escribió y debatió. Y lo hizo por el amor que sentía por la verdad que estaba afirmada en su corazón. El teólogo que hablaba gozando del fútbol es el mismo que debatía erudita y fervorosamente con Habermas. Su “Introducción al cristianismo” y su trilogía sobre la vida de Jesús de Nazaret ameritan ser leídas profusamente por su erudición y lectura preclara de la Biblia y la teología. Vuelvo a citar a Mires, quien plantea que: “Leer a Ratzinger será siempre un placer para el intelecto, un gusto para el entendimiento, y una alegría para el corazón. La palabra de Ratzinger nunca es fariseo. Su retórica está muy lejos de aquel guardián celoso de la fe que han construido los medios de comunicación. En el fondo de cada argumentación suya, hay una transmisión de inocultable amor, por Dios, por Jesús, por la vida, por los humanos” [5]. Ver jugar a Pelé y leer a Ratzinger son placeres de la vida porque su juego y su teología, respectivamente, son fruto de la alegría, de aquello que apasiona, de lo que entusiasma en el sentido etimológico de la palabra, pues es Dios llenando con su gracia común a sujetos en su quehacer.
Como maradoneano me alejé por muchos años de Pelé. Recientemente, un documental de Netflix sobre la figura del astro brasileño me volvió a acercar a él, porque esa fuente fílmica nos lo muestra en su dimensión humana, su grandeza como futbolista, su relación con la dictadura brasileña y la de ésta con el fútbol, pero también releva cómo opositores a dicho régimen pudieron acercarse a ese deporte y amar a Pelé a pesar de ello. Por otro lado, por muchos años estuve lejos de Ratzinger. Sus críticas a la teología de la liberación, a lo que se sumaba la imagen mediática del celoso guardián de la fe ultraconservador, generaban un prejuicio enorme e infundado. Fue la lectura del libro de Fernando Mires, un sujeto que no puede ser sindicado como un intelectual de derecha, la que me permitió contextualizar y conocer al autor y su pensamiento, a lo que se sumó la lectura directa de sus libros. Recomiendo también, a propósito de canales de streaming, la película “Los dos Papas”, que representa, en conjunción entre realidad y ficción, las grandezas y miserias, junto con las fortalezas y debilidades, de Ratzinger y Bergoglio (Francisco), en un buen acercamiento a dos sujetos cuyo conocimiento es imprescindible para entender el mundo de hoy y para reflexionar sobre la fe cristiana en este siglo. A quienes profesamos la fe cristiana no se nos puede pasar por alto la figura y el pensamiento de uno de los principales teólogos del siglo XX e inicios del XXI, quien dijera en 1963 que: “Lo que la Iglesia necesita no son los alabadores de lo establecido, sino hombres en los que la humildad y la obediencia no son menores que la pasión por la verdad, hombres que aman más a la Iglesia que la comodidad y seguridad de su destino” [6].
En definitiva, lo que unió a Pelé y a Ratzinger, más que la época, el fútbol y el goce en el quehacer fue el amor que vence la comodidad conformista.
Luis Pino Moyano.
* Agradezco a mi amigo Carlos Parada su sugerencia de escribir este post uniendo a ambos sujetos de la historia reciente.
[1] Danilo Díaz et al. Cracks de los mundiales 1930-2010. Santiago, Confín Editores, 2013, p. 79
[2] Tomado de: “Ratzinger sobre el fútbol”. En: http://www.latinitas.va/content/cultura/es/dipartimenti/sport/risorse/giocoratzinger.html (Consulta: enero de 2023). Es la transcripción de la charla del Arzobispo de Munich-Freising, el Cardenal Joseph Ratzinger, en la transmisión «Zum Sonntag», de la Bayerischer Rundfunk, del 3 de junio de 1978.
[3] Fernando Mires. El pensamiento de Benedicto XVI (Joseph Ratzinger). Santiago, LOM Ediciones, 2006, p. 203.
[4] Eduardo Galeano. El fútbol a sol y sombra. Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2021, p. 152.
[5] Mires, Op. Cit., p. 10.
[6] Joseph Ratzinger. Crítica y obediencia. En: https://seleccionesdeteologia.net/assets/pdf/007_07.pdf (Consulta: enero de 2023). Publicado originalmente en Word und Warheit, Nº 17 (1962), pp. 409-421.