Visiones e ilusiones políticas #3: Democracia y el “vox populi, vox Dei”, y el socialismo y la salvación por la propiedad común.

Nota introductoria: Este material formó parte de un «cuaderno de trabajo» para un curso que estuvo basado en el libro de David Koyzis «Visiones e ilusiones políticas. Un análisis y crítica cristiana de las ideologías contemporáneas». Todo lo que está en azul en este texto es señal de resumen o de traducción literal de dicho libro. Para mayor detalle ver el post número 1 de esta serie, haciendo clic aquí. Véase también el post número 2 dedicado al liberalismo, conservadurismo y nacionalismo, haciendo clic aquí.

Democracia.

Cada vez que se habla de democracia, luego de hacer alusión a su origen etimológico en el griego que se traduciría literalmente como el “poder del pueblo”, se recuerda de manera muy recurrente la definición de Abraham Lincoln: “Democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. La democracia es principalmente un sistema de gobierno que tiene como principios fundamentales:

  • La dignidad de la persona humana.
  • La libertad de conciencia y el pluralismo. 
  • La igualdad de todas las personas, lo que se traduce en los mismos derechos.
  • El ejercicio y promoción de los derechos humanos.
  • El gobierno de la mayoría con el respeto a los derechos de las minorías. 

La democracia es aplicada en la sociedad en el marco del estado de derecho, que supone la sumisión al ordenamiento jurídico (la Constitución y las leyes), el principio de elecciones libres, competitivas, pacíficas y reguladas jurídicamente con las que son elegidas sus autoridades. Dicho derecho al sufragio no sólo es el mecanismo de elección, sino también, el mecanismo de control de las autoridades por parte de la ciudadanía [1].

Uno de los grandes dilemas del sistema democrático dice relación con la conflictividad y el ejercicio de la tolerancia. El cientista político Marcelo Mella señala que: “La tarea de la democratización implicaría politizar el conflicto en tanto fenómeno, transformando la política institucional en un campo vinculado al pluralismo y a los conflictos de las sociedades complejas” [2]. La democracia no es la ausencia de conflicto ni de discusión, sino más bien, el sistema que construye el cauce para su expresión con respeto a la pluralidad de voces que pueden manifestarse en el espacio público. Es ahí donde expresiones tales como “amistad cívica” reportan un deber-ser en la sociedad: la idea ajena no debiese implicar falta de respeto o imposibilidad de trabar lazos colaborativos y/o de amistad. 

Pero, ¿hasta qué punto la tolerancia? Karl Popper lo explica de la siguiente manera a la hora de hablar de la “paradoja de la tolerancia”. Señaló: “Menos conocida es la paradoja de la tolerancia: La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aún a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia. Con este planteamiento no queremos, significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñen a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos” [3]. En un contexto como el actual, donde la individualidad se ha radicalizado al punto de considerar la verdad como algo propio (“mi verdad no es lo mismo que tu verdad”), ha hecho que también aparezcan discursos de odiosidad respecto de personas y grupos. 

Es aquí donde Koyzis acierta cuando diferencia la democracia como estructura de la democracia como credo. La democracia como credo, a diferencia del liberalismo (o en complemento de él), presupone la soberanía popular, en otras palabras, el pueblo es quien gobierna, es “el soberano” en el sistema democrático. La soberanía del pueblo como credo podría llevar a pensar que la mayoría nunca se equivoca. “Vox populi, vox Dei”. Esa declaración pone de manifiesto la deificación de la mayoría. Es ideal, que nuestras decisiones sean acordadas y no impuestas en la sociedad, pero en muchas ocasiones en la historia las mayorías no sólo han cometido errores, sino también horrores y abusos. En dichos momentos de la historia, se ha presupuesto la igualdad, pero ocupando la metáfora orwelliana, han habido algunos más iguales que otros. La democracia es debilitada y debilitada cuando se impone el sentido común de los más iguales, sus ideas políticamente correctas, sus voces altisonantes que se imponen en las asambleas más por miedo que por persuasión. En dicho contexto no hay espacio para deliberación, el consenso, el debate… para la Política con mayúsculas [4]. 

Haremos bien en considerar la conclusión de Koyzis respecto de este tema: “Tenemos buenos motivos para apreciar la democracia constitucional y las oportunidades que ella confiere a los ciudadanos de participar del proceso político. El sufragio universal e igualitario, las elecciones verdaderamente competitivas y la libertad de participar del debate público son éxitos dignos de celebración. Al final, como vimos, la democracia da forma concreta a la noción de ciudadanía, de participación en el cuerpo político, y esto la hace mejor que las formas menos democráticas de gobierno. Todavía, debemos evitar la suposición que democracia es sinónimo de gobierno justo. No debemos presuponer que la democracia represente el estadio final de una historia redentora y el punto culminante del desarrollo de toda constitución política. En ese sentido, es necesario huir de la tentación de deificar un sistema político que, no más, es bueno y virtuoso. La democracia puede ser un bien, pero no es un dios” [5].

Socialismo. 

El socialismo ha tenido en su historia dos grandes vertientes que se han transformado en corrientes basales ideológicas de distintas fuerzas políticas, a saber, el marxismo y la socialdemocracia. Las presentaremos de manera breve, por separado. 

Marxismo.

El marxismo es una teoría política, económica y social que percibe la realidad desde el punto de vista de los sujetos que viven condiciones de explotación. Se fundamenta en el pensamiento de Karl Marx y Friedrich Engels. Sustenta su observación de la realidad en el materialismo dialéctico, es decir en el entendimiento que la realidad material es no sólo observable sino que, también, modificable. Como señalara Marx en sus “Tesis sobre Feuerbach” número 11: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo” [6].

Son elementos distintivos de la teoría marxista: a) la concepción de la historia como una constante lucha de clases, que es susceptible de ser pesquisada a partir de los diversos modos de producción que se han dado en el tiempo; b) la conceptualización negativa de la ideología como la verdad producida por la clase dominante y colocada como sentido común que conforma la realidad; c) la centralidad estratégica de la clase obrera: los proletarios son los sujetos revolucionarios; d) el horizonte comunista tiene en cuenta la destrucción del estado y de las clases sociales, para producir “el encuentro del hombre con el hombre”; y e) que esa lucha tiene en cuenta la violencia como medio para la conquista del poder [7]. Como plantearía Marx contraviniendo la tesis socialdemócrata: “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el periodo de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este periodo corresponde también un periodo político de transición, cuyo estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado” [8]. La finalidad de dicho régimen, es la utilización del estado para conducir el proceso transformador de la colectivización de la propiedad privada a su abolición, y de la hegemonía de la clase obrera a su abolición. Por su parte, Engels, diría respecto del Manifiesto Comunista que: “La idea central que inspira todo el Manifiesto, a saber: que el régimen económico de la producción y la estructuración social que de él se deriva necesariamente en cada época histórica constituye la base sobre la cual se asienta la historia política e intelectual de esa época, y que, por tanto, toda la historia de la sociedad -una vez disuelto el primitivo régimen de comunidad del suelo- es una historia de luchas de clases, de luchas entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, a tono con las diferentes fases del proceso social, hasta llegar a la fase presente, en que la clase explotada y oprimida -el proletariado- no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime -de la burguesía- sin emancipar para siempre a la sociedad entera de la opresión, la explotación y las luchas de clases; esta idea cardinal fue fruto personal y exclusivo de Marx” [9].

Huelga decir que existen distintas corrientes marxistas, que surgen no sólo del acercamiento a la obra de Marx y Engels, sino también respecto de sus polifónicos herederos: Lenin, Stalin/Trotsky, Mao Tse Tung, Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, Ernesto Guevara, entre otros [10] . El concepto “marxiano”, por su parte, da cuenta de la lectura y especialización en la obra de Marx.

Socialdemocracia. 

Esta corriente se aboca a la administración del capitalismo, mediante políticas reformistas que configuren lo que en Europa se ha denominado “estados de bienestar”, con marcado acento asistencialista. Ese estatismo, orientó su trabajo con la clase obrera desde la perspectiva corporativa, fomentó la configuración de estados nacionales fuertes (legal, económica y subjetivamente), y que se abre a la lógica de la mundialización. Por su parte, el sector socialdemócrata de la clase obrera organizada no busca la supresión del sistema capitalista, pues ve que el mercado otorga posibilidades para la regulación de la esfera económica (contra la tesis liberal) y la organización de la producción.

Sus reformas se han centrado en los siguientes aspectos: a) expansión progresiva de los servicios públicos, sobre todo en educación, salud y vivienda; b) un sistema fiscal regulador y actor en la esfera de la producción; c) institucionalización de la disciplina del trabajo que facilite la ejecución de los derechos de los/as trabajadores/as y políticas que lleven a la meta del pleno empleo; d) redistribución de la riqueza para garantizar a toda la ciudadanía un rédito mínimo; y c) un sistema solidario de pensiones. Como señala una declaración reciente: “La Internacional Socialista se fundó hace cien años para coordinar la lucha mundial de los movimientos socialistas democráticos por la justicia social, la dignidad humana y la democracia. En ella se reunieron partidos y organizaciones de tradiciones diferentes, que compartían el objetivo común del socialismo democrático. A lo largo de su historia, los partidos socialistas, socialdemócratas y laboristas han defendido los mismos valores y principios. […] Los socialistas democráticos han llegado a proclamar estos valores por caminos muy distintos, a partir del movimiento obrero, de los movimientos populares de liberación, de las tradiciones culturales de asistencia mutua y de solidaridad comunitaria en muchas partes del mundo. También tienen raíces en las diversas tradiciones humanistas del mundo. Pero aunque existan diferencias ideológicas y culturales, todos los socialistas comparten la concepción de una sociedad mundial pacífica y democrática, con libertad, justicia y solidaridad” [11].

Teniendo en cuenta lo anterior, sus organizaciones socialdemócratas, socialistas, laboristas, radicales, entre otras, buscan vivir los principios del socialismo en los márgenes de la democracia liberal. Cabe acá la expresión de Kautsky: “la socialdemocracia es un partido revolucionario, no un partido que hace la revolución”. Esta corriente tuvo entre sus fundadores a Louis Blanc, August Bebel, Ferdinand Lasalle, entre otros. Tuvo un ala marxista a inicios del s. XX, que en Alemania dio a sus principales dirigentes: Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo.

La idolatría detrás de estas corrientes.

Uno de los elementos fundamentales de la construcción idolátrica del pensamiento socialista es que niega totalmente la idea de un Dios creador. Marx abraza el darwinismo como “la ciencia”, por lo que supone la preponderancia de la naturaleza en la realidad. Aquí hay una deificación de la materia. Por otro lado, la prioridad la tiene acá el sujeto colectivo en detrimento del individuo (contradicción con el pensamiento liberal). Ese sujeto colectivo está tensionado por la realidad dialéctica, ya no sólo de la naturaleza, sino de la historia, raíz del entendimiento de la violencia como “partera de la historia”. No hay “encuentro del hombre con el hombre” en la teoría marxista sin la violencia clase contra clase. Esa idea, si bien es cierto, se encuentra diluida en algunas expresiones socialistas actuales, la configuración de proyectos por la clase explotada sin colaboración de otras clases sociales es otra manera de verificar dicho conflicto. El encuentro que se busca no se da en la realidad concreta. 

Por otro lado, el socialismo es un tipo de historicismo, que absolutiza la historia y que plantea la necesidad de reescribirla y reconstruirla constantemente. Quienes profesamos la fe cristiana creemos que la historia ha sido trazada de principio a fin por Dios, y que quien la consumará será Jesucristo. Ningún acto de violencia puede derivar en paraísos en la tierra. La Internacional cantaba: “El día que el triunfo alcancemos / ni esclavos ni hambrientos habrá. / La tierra será el paraíso / de toda la humanidad”. Lamentablemente, a lo largo de la historia, también expresiones del marxismo y del socialismo han mostrado, con pruebas más que elocuentes, el problema de la existencia de unos más iguales que otros relevado por Orwell en su maravillosa novela. La única posibilidad de encontrar justicia y paz verdadera se encuentran en Jesucristo. No podemos deificar estas teorías al nivel de asumirlas como propias. 

Tomando prestadas las palabras del Winston Churchill, “La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás”. La democracia tiene méritos, pero no es el fin de las cosas. Nosotros creemos en un sistema de gobierno mucho mejor, uno en el cual Cristo es quien gobierna y es el rey y soberano del mundo. 

Luis Pino Moyano.


[1] Síntesis de las ideas planteadas en: Humberto Nogueira (Coordinador). Manual de Educación Cívica. Santiago, Corporación Participa y Editorial Andrés Bello, 1992, pp. 137-150. 

[2] Marcelo Mella. Elementos de ciencia política. Vol. 1.  Conceptos, actores y procesos. Santiago, RIL editores, 2012.

[3] “La sociedad abierta y sus enemigos de Karl Popper”. En: https://dialektika.org/2021/01/06/la-sociedad-abierta-y-sus-enemigos-karl-popper/ (Consulta: agosto de 2021). 

[4] George Orwell. Rebelión en la granja. Santiago, Editorial Planeta, 2013. 

[5] David Koyzis. Visões & ilusões políticas. Uma análise & crítica cristã das ideologias contemporâneas. São Paulo, Edições Vida Nova, 2018, p. 182. La traducción es mía en esta y en todas las referencias a dicho material.

[6] Karl Marx. Tesis sobre Feuerbach. En: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/45-feuer.htm (Consulta: agosto de 2021). 

[7] La mayoría de estas ideas se encuentran esbozadas en: Karl Marx y Friedrich Engels. Manifiesto comunista. Barcelona, Editorial Crítica, 1998. 

[8] Karl Marx. Crítica del Programa de Gotha. En: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/index.htm (Consulta: agosto de 2021). 

[9] Friedrich Engels. “Prólogo a la edición alemana de 1883 del Manifiesto Comunista”. En Marx y Engels. Op. Cit., p. 129. 

[10] Para quienes quieran conocer más sobre esta temática, recomiendo: Ernesto Ottone. Marx y sus amigos. Para curiosos y desprejuiciados. Santiago, Catalonia, 2019. 

[11] Declaración de principios de la Internacional Socialista, septiembre de 2013. En: https://www.internacionalsocialista.org/quienes-somos/declaracion-de-principios/ (Consulta: agosto de 2021). 

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