¿El amor [no] duele?

“No será tan fácil, ya sé qué pasa

No será tan simple como pensaba

Como abrir el pecho y sacar el alma

Una cuchillada del amor. 

[…]

Y hablo de países y de esperanzas

Hablo por la vida, hablo por la nada

Hablo de cambiar esta nuestra casa

De cambiarla por cambiar no más

¿Quién dijo que todo está perdido?

Yo vengo a ofrecer mi corazón”.

Fito Páez, Yo vengo a ofrecer mi corazón.

Hace unos días atrás, iba caminando con mi hijo por una calle de Santiago cuando me encuentro con un rayado en una muralla que decía originalmente y en letras lilas: “El amor duele”. Mismas palabras que fueron intervenidas con un “no” en letras negras. Así la frase terminó diciendo “El amor no duele”. Me encantó el fuego cruzado en esa pared hablante, porque me hizo pensar y ahora escribir. ¿Quién tiene la razón respecto del juego del amor en la vida? ¿El amor duele o no duele?

El dilema es demasiado profundo. Vivimos en una sociedad individualista y exitista, llena de discursos motivacionales que nos dicen todo lo bueno y fuertes que podemos ser, amparados en la ideología del derecho a ser felices, negando en nuestra existencia la posibilidad del dolor. En esa ideología, cada persona se vuelve el más sanguinario y cruel dios, el que exige los mayores sacrificios y ante quien nunca, pero nunca, se da el ancho, porque siempre quiere más y más y más, y no puede lograrlo, cayendo de bruces en el suelo quedando con una herida profunda de insatisfacción. Y allí, la explicación aparentemente más obvia es similar a la del poeta de baratijas cantadas: “se nos muere el amor”. Y así, se busca encontrar en otras veredas individualistas chocando con la misma realidad, repitiendo el ciclo hasta el hartazgo. Porque hagamos lo que hagamos, el dolor existe, es real. El problema radica en qué hacemos con el dolor, qué hacemos para aminorarlo o cómo aprendemos a vivir con él. La existencia del dolor puede ser un acicate que potencie una acción cotidiana. 

Hay que decirlo, no estoy negando el hecho de la felicidad, asombro, placer, descanso, tranquilidad, seguridad que produce el saberse amado cuando se ama. Cierro los ojos, momentáneamente, antes de escribir esta línea, y pienso en el goce de caminar con las manos entrelazadas por la orilla de la playa o una callecita de la ciudad iluminada. O en esa conversación en la que hay escucha activa para disfrutar en la admiración y el asombro de cada palabra dicha por la persona amada. O en ese silencio que no incomoda, pues aleja del ruido que exige una sociedad que quiere que estemos constantemente haciendo cosas productivas y percibiendo una infinidad de estímulos sensoriales. O en la preparación de la comida que nos gusta, mezclando sabores, sintiendo olores, para terminar untando el plato que produce placer. O en el regalo de las cosas que nos gustan, en mi caso, el libro que siempre he querido o uno escrito por quienes siento predilección literaria. O el saber que se puede exponer la vulnerabilidad, sea esta en la desnudez de la intimidad, o en el llanto de la tristeza o la rabia que se estaba albergando en el corazón. Puedes llenar hasta el infinito este párrafo con todo lo que se te venga a la mente y te haga pensar en el amor. Es por eso que hablé de la ideología del derecho a ser feliz, porque como todo constructo de ese tipo nos permite vislumbrar elementos de la realidad, pero de manera distorsionada o incompleta. 

Porque es cierto, en ocasiones el amor no duele. Pero, hay muchas en las cuales sí duele. El filósofo esloveno Slavoj Žižek en una entrevista de respuestas breves cuando se le consulta sobre el amor lo define como una catástrofe. Por otro lado, Wayan, una personaje de la película “Comer, rezar, amar”, dice que el amor es aterrador y peligroso. Hace poco me encontré con un verso de Benedetti que dice que “El amor deja cicatrices; el odio, sólo costurones”. Como creyente cristiano no dejan de resonar en mi mente las palabras del apóstol Pablo cuando señala que el amor “todo lo sufre”. La teóloga y biblista Elsa Támez propone la siguiente traducción de las palabras del apóstol: “todas las cosas sufre”. La idea de sufrimiento no tiene que ver, en absoluto, con soportar actos de violencia de una pareja (¡eso hay que denunciarlo!), sino más bien, la palabra griega usada en el texto refiere al acto de soportar y preservar protegiendo a la otra persona de todo aquello que la esté amenazando. 

El amor duele porque nos descentra, nos hace pensar en otra persona y en lo que ella vive, con todo lo que eso implica. El amor duele porque exige entrega que saca de la comodidad, y que implica en ocasiones luchar por la vida contra aquello que mata literal o simbólicamente hablando. También invita a abandonar ideas o mandatos culturales que anulan, invisibilizan o cosifican a la otra persona, en formas que por mucho tiempo han sido toleradas pero que sólo producen daño. El amor exige decir palabras duras (¡no ofensas!) que nos hacen salir de la realidad distorsionada que estamos construyendo en nuestros actos cotidianos. El amor exige callar cuando la otra persona lo único que quiere es “volverse bolita”, y donde lo único legítimo es estar en silencio haciendo un cariño en la cabeza, o secar lágrimas y dar una agüita de alguna yerbita con una pizca de azúcar para que pase la pena. El amor acompaña en la enfermedad, el duelo, el empobrecimiento, llorando y apañando. El amor acompaña a la persona que ha sufrido violencia, ayudando a encontrar sanidad y en su lucha por fortalecerse. El amor que duele se hace parte de los procesos vitales y asume el dolor ajeno como propio. 

Y esto también hay que decirlo: Jesús, el carpintero de Galilea, dijo en una ocasión que se debía amar al prójimo como a uno mismo. Y ese amor también duele, porque hay muchas ocasiones en las que estamos tan lejos de eso, porque mirándonos al espejo, literal y simbólicamente, nos odiamos o sentimos conmiseración. Nos odiamos cuando hemos fracasado en nuestros proyectos vitales, o cuando nuestros sueños que parecían cerca de concretizarse se disolvieron como humo. O nos tenemos lástima, pensando que somos las únicas personas que andan con la nube negra, en un ensimismamiento que nos hace creer el centro del universo. En todos esos momentos el amor que duele es la opción, porque encontrarse con el dolor ajeno que se asume como propio, no sólo descentra, sino que nos hace reconciliarnos con nuestras propias historias de vida. En ese acto recíproco de amor y reparación conjunta terminamos amando al prójimo y amándonos a nosotros mismos. Eso es tan contracultural en un amor manchado por el consumo que consume y por las ideaciones de una felicidad aparente y superficial.

El amor no duele en ocasiones y duele en otras, parecería ser una fórmula mejor para el juego vital. El amor que hace encontrarse con otra persona siempre nos confrontará, ya sea en “la cuchillada del amor”, o en la esperanza, la vida, la nada y el cambio. Nos confrontará en la emoción (dimensión exacerbada por el amor romántico), pero también lo hará en el intelecto y la voluntad. Porque el amor que no duele en ocasiones y duele en otras se siente, se piensa y se vive. 

Luis Pino Moyano.

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