Aprendiendo a separar las cosas y a ser gente.

Si hay algo que nos toca en la vida es aprender. Y dicho acto implica estudiar, recordar, pensar, memorizar, entrenar, desplegar habilidades. Todo el ser está implicado en dicha tarea: intelecto, emociones y voluntad. Y a eso es a lo que quiero invitarte a la hora de leer estas palabras. Aprender a separar las cosas y a ser gente. ¿De qué se trata esto? Trataré de explicarlo a continuación. 

¿A qué me refiero con “aprender a separar las cosas”? Ese fue el nombre que le dimos con uno de mis mejores amigos a un modo de ser y actuar, que se daba específicamente después de reuniones de delegados o del directorio del Departamento Juvenil de la iglesia en la que crecí. En muchas ocasiones tuvimos discusiones respecto de distintos asuntos: planificaciones de actividades, responsabilidades que recaían sobre nuestros hombros (cumplidas o no) y las más difíciles, cómo afrontar situaciones de crisis o que habían generado cierto conflicto de distinto alcance. Aprender a separar las cosas consistía en no perder de vista que una discusión, un zamarreo metafórico, una confrontación respecto de lo realizado mal o de forma mediocre, nunca, pero nunca, tenía el poder de minar nuestra amistad. Y la prueba concreta de aquello, es que al finalizar dichas reuniones, siempre terminábamos en un carrito de completos, para comer una de esas enjundiosas preparaciones, junto con una bebida – Sprite, en mi caso-, conversando de otras cosas, riéndonos de chistes y anécdotas. Eso es sumamente fácil cuando es a uno a quien le toca confrontar, pero no cuando el papel es el inverso, cuando uno es el reprendido, exhortado, por algo que se hizo mal o se dejó de hacer. Pero la amistad real no se basa en la lisonja o en el tabú que permite la convivencia, sino en la verdad del que nunca deja de amar. Es una tarea desafiante, en la que el completo y la bebida son un trabajo que disciplina a no perder de vista lo que realmente importa. El debate de altura entiende que una cosa es tener ideas distintas, y otra muy diferente, es pelear perdiéndote la amistad. Discutir no atenta contra la amistad ni la armonía social. Discutir es reflejo de la consistencia y parte sustancial del diálogo honesto. ¿Qué sentido tiene dialogar sólo con sujetos que piensan igual a ti? La amistad no consiste en espejos, sino en encuentros con diferentes.

¿Y “aprender a ser gente”? Muchas veces escuché a los más grandes de la familia decir que había que enseñarles a algunas personas a ser gente. El dicho se aplicaba respecto de personas que por alguna razón dejaban de saludar o, en el peor de los casos, no estaban cuando se necesitaba una mano de ellos. La idea, es que nunca se debía dejar de estirar la mano o saludar con cortesía, aunque parezca una pérdida de tiempo al sólo recibir desprecio. Y, por supuesto, si algo malo le acontecía a esa persona, uno debía ser el primero en estar allí. Porque lo cortés no quita lo valiente. ¿Cuándo aprenderemos que la transparencia no es espectáculo ni denigración, pues lo que se dice tiene contenido, forma, momentos, lugares y, en ocasiones, emisores calificados (por ejemplo, las redes sociales no son la iglesia o el lugar de trabajo)? Todo intento de separar la cizaña del trigo, siempre desde nuestro particular y no ausente de pecado punto de vista, en vez de vivificar, siempre terminará destruyendo. La confrontación del error, el contrapunto ante una idea disonante, el debate desde puntos de vista contrarios, nunca debe llegar al punto de dilapidar públicamente a una persona. Situación que llega al paroxismo cuando son meses y años de ataques, infundios o calumnias, lo que más que una idea discordante denota envidia, cobardía y crueldad. Ausencia de vida propia. Ociosidad que es madre de todos los vicios. 

Son tiempos difíciles estos que nos tocan vivir. Gira la máquina en forma indolente, al nivel que la indiferencia e irrespeto son la tónica. Da lo mismo el trabajo ajeno, el dolor vital, el cansancio, los contextos. Esa es la sociedad actual,  el Chile jaguarezco y ensimismado, marcado por el derecho individual a ser feliz, que no es otra cosa que un sentido de vida nauseabundo y agobiante. ¿Cuándo se nos perdió la comunidad? ¿Cuándo se nos perdió el respeto y la cortesía, tan habituales en nuestras calles de no tan ayer? ¿La sociedad amurallada y enrejada de los noventa – y hoy más- derivó en mentes y emociones amuralladas y enrejadas también? 

Hoy más que nunca se necesario aprender a separar las cosas y a ser gente. Y claro está, todo el ser se encuentra implicado en esta tarea: intelecto, emociones y voluntad. El apóstol Pablo habla fuerte y claro sobre esto (y vaya que el apóstol tuvo discusiones fuertes): “El amor debe ser sincero. Aborrezcan el mal; aférrense al bien. Ámense los unos a los otros con amor fraternal, respetándose y honrándose mutuamente. Nunca dejen de ser diligentes; antes bien, sirvan al Señor con el fervor que da el Espíritu. Alégrense en la esperanza, muestren paciencia en el sufrimiento, perseveren en la oración. Ayuden a los hermanos necesitados. Practiquen la hospitalidad. Bendigan a quienes los persigan; bendigan y no maldigan. Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran. Vivan en armonía los unos con los otros. No sean arrogantes, sino háganse solidarios con los humildes. No se crean los únicos que saben. No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos. Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos. No tomen venganza, hermanos míos, sino dejen el castigo en las manos de Dios, porque está escrito: ‘Mía es la venganza; yo pagaré’, dice el Señor. Antes bien, ‘Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Actuando así, harás que se avergüence de su conducta’. No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien” (Romanos 12:9-21).

Así sea.

Luis Pino Moyano. 

Viejito Pascuero acuérdate de mi.

Es probable que esta sea la última navidad en la que mi hijo Miguel tenga certeza de la existencia del Viejo Pascuero. Ya ha comenzado a ponerlo en duda, producto de conversaciones con compañeros y por un capítulo de la primera temporada de Los 80 que estamos viendo. Es muy probable, que avanzando en esa senda, mi hija Sophía, tal vez, siga también sus pasos. Y es así, como un momento de la niñez se va, para seguir creciendo indefectiblemente, mientras los jóvenes de ayer cada día nos ponemos más viejos.

Más de alguien se preguntará, ¿por qué hacerles creer respecto del Viejo Pascuero si éste no existe? ¿No es acaso mentir? El Viejo Pascuero, conocido también como Papá Noel, Santa Claus y San Nicolás, no está en la esfera de la mentira, sino de la ficción, de la imaginación y del ensueño. La invitación es similar a la que te hace la novela de un autor favorito, o las películas que te encantan observar. Por eso, la discusión verdad-mentira no es pertinente acá.

Hace tiempo leí una respuesta que se le atribuye a Albert Einstein: “Si quieres que un niño sea inteligente, léele cuentos de hadas. Si quieres que sea más inteligente, léele más cuentos de hadas”. Es por esa convicción que yo fomento, y fomentaré hasta cuando sea posible, con la convicción de que dentro de la capacidad de pensar y crear está la de imaginar. Y sobre todo, en ciertas etapas vitales en las que lo real y lo imaginado se funden (aunque, en muchos casos, parece que eso excede las fronteras de la infancia). Ya llegará el momento de los teoremas, teorías y de los discursos históricos y político-sociales. Pero incluso en esas épocas seguirá siendo pertinente imaginar. En una de esas, ayudamos a otra generación cristiana a que tome el testimonio dejado por C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien, y las que por un realismo vacuo y carente de asidero no debe arrojarse por el suelo.

Cuando un niño entiende que esto no es mentira, sino imaginación, no quedan traumas ni dolor. Por el contrario, viene la sensatez de pensar en todos los esfuerzos que “los viejos” realizaron en la vida, en buenos y malos momentos, para dotarnos de alegría. Y por supuesto,  dicho relato podría complementarse con la historia de Nicolás de Myra, que vivió entre 270 y 345-352 aproximadamente. Este obispo era un hombre comprometido por la verdad del cristianismo, tanto que se llega a contar que en el Concilio de Nicea al encontrarse con Arrio le abofeteó el rostro por su negación de la deidad de Cristo (the real Viejito Pascuero era un rockstar), como con la práctica del amor radical, al nivel de regalar toda su fortuna a los pobres. Es en ese acto de amor que se entrega donde se originarían los relatos populares de Santa Claus.

¿Y qué pasa con el verdadero sentido de la navidad? ¡Nada puede hacer obnubilar la realidad, santidad, majestad, amor y poder de Jesucristo! Un relato como el del Viejito Pascuero no tiene esa fuerza, y menos debe adquirirla en nuestro relato. Pero por otro lado, a veces el moralismo supuestamente seducido por la verdad, es una expresión que apunta con el dedo y gana adeptos, pero daña vidas propias y de otros. Los grinch que ven paganismo en todos lados no conocen a Aquél que dijo “He aquí yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5). Dar y reír deben ser una constante en las vidas de quienes seguimos las pisadas de Jesús. Ninguno, uno o muchos regalos pueden reflejar la actitud de tu corazón. El agrapha de Jesús es rotundo: “hay más dicha en dar que recibir” (Hechos 20:35). Si eres cristiano y no entiendes que celebrar y regalar son expresiones de la espiritualidad, te falta mucho por caminar…

Caminar y no andar peleando por nimiedades.

Luis Pino Moyano.

Cuando la comunidad se rompe por una idea diferente.

Leyendo una compilación de entrevistas hechas a Violeta Parra entre 1954 y 1967, me encontré con una en la que se le preguntó sobre la opinión que la prensa tenía respecto de ella. Señaló que particularmente los diarios que discordaban de su opinión política (ella habla de “los diarios de derecha, de la burguesía”) no la trataban bien. Acto seguido, señala lo que a mi me parece relevante sacar a colación en este post. Dice Violeta Parra: “Cada vez que me meto en política, esa gente se enoja conmigo; quisieran que sólo fuera cantante. Pero también hay personas pertenecientes a la burguesía que son muy abiertas y me aprecian. Lo que hay que hacer es juntar a todo el mundo… y a veces los enemigos son más interesantes que los amigos”[1].

Me gusta la fuerza de la expresión parriana, porque me lleva a pensar en la realidad de la iglesia. Hay muchos factores que causan divisiones al interior de las comunidades eclesiales, pero sin duda, la más compleja de vivir y derruir es aquella que dice relación con las posiciones políticas. A veces, se espera que ciertos sujetos no den sus opiniones políticas, acallando el pensamiento diverso y la capacidad de pensar. Entonces, “facho”, “amarillo” y “marxista” surgen como adjetivos calificativos, de corte denigratorio, más que como conceptos respecto de una identidad política. Somos veloces para definir a las personas, sin siquiera hacer el ejercicio de escucharles. Todo esto, a expensas de no aprender ni conocer, precisamente, porque no nos abrimos al diálogo con el diferente, con un otro que tiene la fuerza para mostrarnos la debilidad de nuestros argumentos y no simplemente con el otro-igual que nos palmotea el hombro, nos felicita o de buenas a primeras nos da un like de Facebook. Esto es lamentable, porque a veces no-creyentes nos dan lecciones de “amistad cívica” mayores a las que nos encontramos en muchas comunidades (gloria a Dios por la gracia común). Nos alejamos voluntaria y unilateralmente de la posibilidad de encontrar lo “interesante” que existe en el que a simple vista es un «enemigo».

Todo esto tiene mucha relación con lo expresado años atrás por el apóstol Pablo en su carta a los Gálatas. Documento clave en el contexto de la Reforma Protestante, por ser un emblema de la libertad cristiana. Pablo es sumamente radical cuando dice: “Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús, porque todos los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26-28, NVI). En el contexto vital de la carta, los paganos eran tenidos por los judíos como “perros”, los griegos consideraban a los esclavos “implementos animados”, las mujeres -como en muchos momentos de la historia- eran vistas como sujetos inferiores. Lo que Pablo exhorta acá debe resonar en nuestras mentes y corazones. Todas las barreras sociales, culturales y de género deben ser abandonadas, porque nadie puede salvarse por ellas, ni mucho menos, puede ganar el favor de Dios por una determinada condición. El Señor proclamó la paz entre nosotros botando con el poder de su Espíritu “el muro de enemistad que nos separaba”, haciéndonos parte de un mismo pueblo. Lo que nos identifica plenamente es que somos “hijos de Dios”. ¡No hay mayor apelativo identificador que podamos recibir!

Con la ayuda del Señor la iglesia se transforma en el único lugar que puede vivir la amistad y hermandad de aquellos que, en otros contextos, nada ni nadie los podría unir. Y esto, porque la iglesia no es lugar para la arrogancia, para creerse mejores que los otros. Todos fuimos comprados al mismo precio: a saber, la sangre preciosa de Jesucristo en la cruz. Somos cristianos por encima de cualquier cosa. Somos de Cristo, eso es lo que marca nuestra existencia y nuestras relaciones con los demás.

Esto nos reporta dos desafíos: evaluar todos nuestros pensamientos a la luz de una sólida cosmovisión cristiana, que tiene como fundamento la única y suficiente regla de fe y de práctica. Aún así, es susceptible que sigamos reconociendo diferencias de opinión en la iglesia de Cristo. Entonces, vale la pena decir con fuerza que ninguna de esas divisiones y diferencias vale algo en el pueblo de Dios. En Cristo, somos uno. Y si usted tiene como mayor cualquier cosa ocurrida en el país en el devenir histórico, a un actor político del pasado o del presente o un determinado principio filosófico-político-o-económico, y eso obstaculiza su relación de hermano con otro en la iglesia, está poniendo otra cosa en lugar de Cristo, como señor y dios de su vida, sustituyendo a la fuente de agua viva por cisternas rotas que no retienen agua (Jeremías 2:13). Si usted ama más un determinado proyecto político que a su propio hermano, como lo mandata la Escritura, no está siguiendo uno de los principales mandamientos de quienes siguen a Jesús (Juan 15:17; 1ª Juan 4:7,8,20,21). Tengamos la capacidad de dialogar y de disentir de manera respetuosa frente a las posiciones ajenas.

Que la ideología propia con la que vemos los ídolos de los demás (y que nos hace gozar cuando éstos se desmoronan), no obnubile la mirada respecto de nuestros propios ídolos. La honestidad del corazón, más que necesaria, es urgente. Claramente esto cuesta. Pero “Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9, NVI). No seamos culpables de destruir la unidad del cuerpo de Cristo por levantar muros e ídolos que el Señor derribó y derrotó con su sangre en la cruz. Y en esto, Dios no nos pide tibieza ni medias tintas, sino llegar a “dar la vida por los amigos” (Juan 15:13). Eso de “no meto las manos al fuego por nadie”, no forma parte de los principios del Reino sino de la ideología del mundo. Más allá, de que corras el riesgo de quemarte.

Como dice mi amigo Elemento, con la fuerza de su hip-hop, “Porque, ¿qué son las diferencias? / Cuando se sirve a Cristo ya no hay más rotos ni realeza”[2].

 Luis Pino Moyano.


[1] “Violeta Parra: una gran artista chilena”. Entrevista realizada por Hubert Joanneton para Radio-TV Je Vais Tour, Lausana, Suiza. En: Marisol García. Violeta Parra en sus palabras. Entrevistas (1954-1967). Santiago, Catalonia y Periodismo UDP, 2016, p. 109.

[2] Elemento. “Presuntos enemigos”. En el EP: El poeta es un profeta.

Incendios, coherencia y trabajo por hacer.

Gente querida: no se haga parte del juego ensimismado y desinformador de las redes sociales. No asuma la posición cómoda de lanzar frases para la «barra pop», para quedar súper bien con los demás por su rigurosa certeza, cuando lo que aquí está en juego es el dolor de personas de carne y hueso, con sangre en las venas y con profundas emociones reunidas, sumado a la pérdida material que a varios les ha llevado a quedar sin nada.

 Este no es el momento para lanzar palos a uno y a otro, más allá de si su color político es demasiado diferente al mío. Este no es el momento para elaborar teorías conspirativas sin ningún argumento más que una fértil imaginación acompañada de una alta dosis de ociosidad. Este no es el momento de buscar rédito político que potencie una futura posible elección en un cargo público. Además, ninguno de nosotros es órgano persecutor. Las policías y el ministerio público hacen ese trabajo. Mientras no hayan evidencias no podemos acusar a nadie. Se ha comprobado la intencionalidad, pero no quién llevó a cabo los hechos. ¿Seguiremos acusando a mapuches o dueños de las forestales sin argumentos ciertos y seguros?

 Este es el momento de colaborar con la gente que perdió todo o parte de lo que tenían. Este es el momento de consolar y animar a quienes perdieron a seres queridos. Este es el momento para colaborar con mercadería, ropa, artículos de aseo, servicios, música y alegría (la gente también necesita eso). Este es el momento para defender a los bomberos de este país, jugados y voluntarios (no todas las relaciones son de consumo, por ende, las relaciones pactales no siempre requieren de un pago monetario. ¡Eliminemos esa perversión de nuestra mente!), ayudarles con comida rica que les ayude a recomponer fuerzas. Este es el momento para que aquellos que más tienen puedan contribuir a la sociedad de una vez por todas entendiendo que la misericordia no puede disociarse de la justicia. Este es el momento de que todos aportemos de lo que tenemos, porque la avaricia es una idolatría desgarradora. No por causa de la maldad debe acabarse nuestro amor.

 Lo que he dicho puede ser transversal a todos quienes lean estas palabras. Pero quisiera cerrar con un mensaje para mis amigos cristianos. Seamos prudentes con el uso de las redes sociales, no estemos difundiendo cualquier cosa, pensemos en el daño que podemos ocasionar a otros por nuestra falta de empatía. Oremos mucho por nuestro país, por la gente que sufre y por quienes están «en eminencia»: ¡del bienestar de la ciudad depende nuestro propio bienestar! Estemos atentos a todas las iniciativas que puedan surgir desde nuestras iglesias, desde organizaciones de creyentes y no creyentes en las que podamos hacer concreto eso que decimos y confesamos en las palabras de Jesús: «hay más dicha en dar que en recibir».

 Un abrazo fraterno, Luis.

(Escrito en Facebook el 26 de enero de 2017).

Amistad & Reciprocidad.

* J.R.R. Tolkien, C.S. Lewis, Charles Williams. Tres amigos.

La amistad nunca es desinteresada, pues siempre requiere de retroalimentación y RECIPROCIDAD. Es en el acto de dar-recibir-dar que la amistad cumple su objetivo: vivir mejor en el otro. Si sólo se recibe, la amistad y la comunidad es puro parloteo vacuo. Palabras, bonitas, pero cero acción.

 Reciprocidad no es dar un kilo y recibir un kilo. Es dar de lo que uno tiene. Eso permite la sensación de estar completo en la amistad. Un buen ejemplo de esto es el planteado por C.S. Lewis, respecto a su amistad con Charles Williams y J.R.R. Tolkien:

 “En cada uno de mis amigos hay algo que solo otro amigo puede sacar plenamente a la luz. Por mí mismo no soy lo suficiente grande como para llamar a todo el hombre a la actividad; quiero otras luces aparte de la mía propia para mostrar todas sus facetas. Ahora que Charles ha muerto, nunca veré de nuevo la reacción de Ronald [Tolkien] a una broma específicamente de Carolina. Lejos de tener más de Ronald, teniéndolo ahora ‘para mí solo’ cuando Charles se ha ido, tengo menos de Ronald. De aquí que la verdadera amistad es el menos celoso de los amores. Dos amigos se deleitan cuando se les une un tercero, y tres por un cuarto […] No poseemos menos a cada amigo, sino más, conforme aumenta el número de aquellos con quienes lo compartimos. En esto, la amistad exhibe una gloriosa ‘cercanía por similitud’ con el cielo […] Porque cada alma, viéndole a ÉL a su propia manera, comunica esa visión singular a todos los demás. Por eso dice un viejo autor, es que los serafines en la visión de Isaías claman ‘Santo, Santo, Santo’ unos a otros (Is 6:3). Cuanto más compartamos así el Pan Celestial entre nosotros, más tendremos todos nosotros”[1].

 Léase también: “Algunas palabras sobre la amistad”.

[1] C.S. Lewis. Los cuatro amores. Citado por Timothy Keller. Iglesia Centrada. Miami, Editorial Vida, 2012, p. 333.

¿Qué celebro el 18 de septiembre?

Una amiga, en medio de la preparación de un asado dieciochero, me hizo la pregunta: “- Si tú no eres nacionalista, ¿qué celebras en estas fechas?”. Y pensándolo bien, esta es mi mejor respuesta.

 No celebro la patria ni las glorias de institutos armados. Nada de eso es mío, nada de eso me representa.

 Pero tampoco celebro a los grinch, que despotrican desde su moral anquilosada, sobre todo a esa febril revolución que comienza los lunes y termina los viernes.

 Y no celebro lo último, porque si hay mucho que celebrar. Y si una fecha permite hacer un alto, ¿qué nos impide ocuparla desde un sentido transformador?

 Celebro a los chilenos y chilenas que día a día se sacan la mugre trabajando por llevar un mejor mañana a sus hijos e hijas, hijos de este terruño.

 Celebro a los obreros, campesinos, intelectuales, estudiantes, militantes y no, todos y todas quienes lucharon, muriendo por la vida, y a quienes siguen haciéndolo, a pesar de los golpes de la vida, por el sueño de un país.

 Celebro a los y las estudiantes, especialmente a mis estudiantes, “porque son la levadura del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura” (Violeta Parra).

 Celebro por nuestros artistas, cantantes, poetas, narradores, pintores, cineastas y actores, porque nos permiten ver en sus representaciones alegrías y desdichas, incertidumbres y esperanzas.

 Celebro a los viejos, aquellos que todavía se visten para la ocasión y nos recuerdan la importancia de la mesa familiar.

Celebro la cueca, la empanada, el asado y el vino tinto, porque nunca son en soledad, sino siempre en amistad.

 No celebro lo oficial, celebro lo nuestro, lo no-dictado ni enseñado, pero si lo aprendido y amado.

 Y ojo, respeto al que no celebra nada, porque piensa y cree que no hay nada que celebrar. De la misma manera respeto al que cree y piensa que hay que celebrar todo.

 Mi punto parte desde otra premisa: efectivamente, las cosas son, pero las cosas también cambian. Y no tengo que esperar la toma del palacio de invierno para celebrar de otra manera. Si otros celebran la nación y su construcción elitaria, allá ellos. Mi vida no consiste en hacerle feo e ingrato su andar a la gente.

 Vivan los chilenos y las chilenas.

 Luis Pino Moyano.

Esos días que te invitan a pensar en cosas como el perdón.

* La imagen: la parábola de los dos hijos, el abrazo del padre que entiende y vive la gracia y perdona. Un hermano que pide misericordia. Otro que se niega a perdonar.

Hace unas horas atrás hermanos y hermanas de la iglesia en la que fui miembro por varios años celebraron su aniversario número 48. En realidad, la fecha del hito fundacional es el 19 de mayo de 1966, pero se celebra el 21 por las facilidades que otorga el día feriado. Es un día en que se recuerda a ese grupo de valientes hombres y mujeres, de quienes crecimos escuchando sus historias (sobre o desde ellos/as), se escuchan predicaciones, se canta, hay discursos de felicitaciones y homenajes, representaciones dramáticas y se comparte la mesa. Memoria y comunión es la característica de este día en la Iglesia Pentecostal Naciente.

Ya van cinco aniversarios en los que no participo, debido a mi renuncia a dicha iglesia el 27 de diciembre de 2009. Y hoy, en medio de mi tiempo de descanso, recordé este día. Son muchos los recuerdos que pasan por mi mente, pero quiero sintetizarlos en una sola palabra: perdón.

Yo no salí feliz de dicha iglesia. El dolor era grande porque el daño fue grande. Cuando uno está ahí, “donde las papas queman”, no se siente el dolor. Es más, se naturaliza. En muchos casos, tiene que venir alguien y hacerte una pregunta como esta: “¿hasta cuándo el masoquismo?”. Y sí pues, ahí te das cuenta cabalmente de los golpes de la incomprensión, la envidia, la hipocresía, la cobardía. Eso que antes no te dolía, te duele. Eso fue lo que me pasó. Quince años se detienen en menos de un mes, diciembre de 2009. No puedo olvidar la tristeza que me apretaba el alma, cuando les leí a mis amigos mi despedida de la iglesia, en el borde del estero El Manzano, mismo texto que leí en la iglesia al finalizar la escuela dominical, mi último servicio prestado a la que la iglesia en la que crecí. No olvidaré tampoco la fila de hermanos y hermanas, que se despidió de mí, al bajar del púlpito ese día. Sí, fue un día triste. Todo esto sin sumar todo el daño que vino después y que alcanzó a mi familia. Simple demostración de la pecaminosidad propia de una humanidad caída. Pocos entienden todas las veces en la que se te aprieta el estómago a la hora del más mínimo recuerdo. Pocos entienden el dolor que se siente no vivir la comunidad en la iglesia, sentir que dicho espacio deja de ser un lugar que produce felicidad y descanso.

Estar en una comunidad de fe como Puente de Vida, produjo algo a lo que he llamado “desintoxicación”. Escuchar el evangelio domingo a domingo; vivir la comunidad no yendo a pelear a la iglesia; tener un pastor que desarrolla labor pastoral, visitando, acompañando, exhortando, consolando; ir eliminando ideas que actuaban como ídolos en mi vida y que se habían enquistado, entre otras cosas, por la ausencia de confesionalidad; reformar mi pensamiento del diezmo, dañado por malas prácticas e incomprensión de la Escritura; reformar mi pensamiento respecto al bautismo infantil, reconociendo el Pacto de Dios; restaurar la comprensión y la práctica de mi rol como esposo y padre dentro de mi hogar. Todo esto, y más, ha sido símbolo de este retorno al hogar. Hoy camino feliz y esperanzado hacia el ministerio como pastor presbiteriano, con la seguridad de que no podría hacerlo en otro lugar.

Pero la desintoxicación de ideas y prácticas sería incompleta si la sanidad no fuese total. Y eso tiene que ver con cómo escribo mi propia historia. Sí, fui dañado y terriblemente. Me costó un montón volver a confiar y no andar a la defensiva. Tuve que entender todas las áreas en las que recibí malas enseñanzas, disociadas de la comprensión sana de la Palabra. Pero el evangelio puede más y tiene un poder cautivador incomparable e insoslayable. Es el evangelio el que me permite entender el perdón y mirar más allá del daño. Mirar que Dios, que me salvó, me amó y perdonó mi ofensa que merecía simplemente la muerte, y que me perdona una y mil veces aunque “tropiece de nuevo con la misma piedra”. ¿Cómo no perdonar, entonces? Y esto es mucho más radical que olvidar el daño, y volver a ponerse en pie para seguir caminando. Es olvidar el daño por amor y extender la mano o un abrazo restaurador. Es poner la otra mejilla. Es entender que la reputación vale nada, porque simplemente lo que vale de nuestra identidad es lo que procede de Cristo. Todo esto ayuda y posibilita “retener lo bueno y dejar pasar lo malo”. Por ello, puedo recordar el cariño, sabiduría, esfuerzo y valentía de una mujer como la pastora Zulema Guajardo, de quien quiero replicar muchas cosas en mi futuro ministerio. Me ayuda a recordar a todos esos ancianos y ancianas, que con amor por Dios y su obra, salían a la calle con calor o frío a anunciar el evangelio, que con escasos recursos educativos y económicos levantaron iglesias a lo largo y ancho de este país, llegando inclusive al extranjero. Me ayuda a recordar ese saludo fraterno y sincero que iba acompañado de un “Dios lo bendiga mijito”, o “estoy orando por usted”. Me ayuda a recordar que también escuché excelentes predicaciones y enseñanzas, que son parte de mi sustrato escritural. Me ayuda a recordar que también reí con ganas, que soñé y luché, con amigos y amigas, por la misión de Dios y la extensión del Reino a todas las esferas de la vida. Me ayuda a recordar y entender que yo no me comporté siempre de manera acorde con el evangelio y que no todas mis enseñanzas procedían de la “Sola Scriptura”, y que por lo tanto, yo también debo pedir perdón. Me ayuda a entender que siempre la iglesia es una comunidad de pecadores santificados por la obra del Espíritu, y no por sus capacidades.

Sí, hoy escucho el evangelio de manera cotidiana, a través de una predicación cristocéntrica.
Sí, hoy vivo en una comunidad como en la que siempre soñé estar. 
Sí, hoy tengo una mayor comprensión de la fe, gracias a los esfuerzos que por años han hecho los cultores de la teología reformada.
Sí, fue la mejor decisión salir de mi anterior iglesia junto a mi familia. La voluntad de Dios se ha expresado en la escucha y proclamación del mensaje bíblico y el trabajo en la misión que es de Dios y no nuestra.
Pero absolutamente nada de eso serviría, si sólo creo en la gracia y no la vivo. No serviría de nada, si me comporto como el hermano mayor de la parábola conocida como la del hijo pródigo, siendo un petulante que se pone en una posición virtuosa, inalcanzable, exaltando mi moral y conducta aparentemente correcta, pero sin amor, y por sobre todo de manera autocentrada, apartando la mirada del Dios vivo. No serviría de nada, si no entiendo que la providencia de Dios, que sabia, amorosa y justamente actúa en mi vida, también lo hizo por los quince años de mi paso por la iglesia de la calle Eyzaguirre, la iglesia que por muchos fue conocida como “la iglesia del amor”. No serviría de nada, si no aprendo a perdonar. No serviría de nada, si no tengo palabras de bien y no de mal, para quienes fueron mis “compañeros de milicia” al decir paulino.

Lo que para los miembros de mi anterior iglesia fue un día de recuerdo y comunión, fue para mí un día para pensar en cosas como el perdón.

Luis Pino Moyano.

Cuando todo parece oscuro, Jesús nos da certezas.

El lunes 21 de abril se fue a la casa del Padre una bella y luchadora bebé, hija de mis queridos amigos Cristian y Ruth: Amandita. Entre toda la premura de estos días me correspondió una tarea que nunca hubiese querido tener, pero que, a la vez, considero una tremenda honra: compartir el mensaje del evangelio en los funerales. Para ello preparé esta breve reflexión bíblica, que les comparto hoy, registrando en esta bitácora este hecho triste pero esperanzador.

 Juan 14:1-6 (Nueva Versión Internacional): “No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté. Ustedes ya conocen el camino para ir adonde yo voy. Dijo entonces Tomás: —Señor, no sabemos a dónde vas, así que ¿cómo podemos conocer el camino? —Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí”.

Introducción: Poco antes de ir a la cruz, en medio de un momento de incertidumbre y turbación, “un valle de sombra o de muerte” para discípulos que aún no entendían con claridad la misión de Dios por Cristo. Cuando todo parece oscuro, cuando la cruz ignominiosa comienza a mostrar sus sombras, Jesús da certezas a sus discípulos. ¿Cuáles son esas certezas?

I. LA CERTEZA DE LA PAZ (JUAN 14:1).

  1. Jesús no nos prometió “parar de sufrir”. De hecho dijo claramente que en el mundo tendríamos aflicción. Pero cuando todo parece inquietud y turbación podemos tener paz, la paz que da Dios.
  2. La razón de la serenidad que les debe caracterizar es la fe en Dios (el Padre que da a su Hijo) y en Cristo (el Hijo que da su vida).
  3. Es un gran consuelo para nosotros saber que el Señor conoce los momentos en que las tribulaciones nos apremian y nos ayuda en nuestra debilidad para que nuestra fe no falte. En Él hay paz.

 II. LA CERTEZA DEL HOGAR (JUAN 14:2,3).

1. La idea del texto original habla de una casa permanente. Todas las casas de esta tierra, por más fastuosas que parezcan pueden ser destruidas, pero la morada en el hogar, junto al Señor, es y será para siempre. Eternidad y seguridad se funden en el hogar.

2. Esta esperanza es real, y podemos saberlo, porque ya vivimos elementos de ella. La presencia de Cristo, su morada en nosotros, es espiritualmente real. “Ya no vivo yo, Cristo vive en mí”.

3. La muerte es un paso para ello. Pablo decía que: “deseo partir y estar con Cristo, que es muchísimo mejor” (Filipenses 1:23).

 III. LA CERTEZA DEL CAMINO (14:4-6). 

  1. Aquellos que se suponía que después de tres años debían saber cuál era el camino al Padre, seguían teniendo dudas, de lo cual Tomás es la personificación.
  2. ¡El camino al hogar del Padre es Cristo! ¡No hay otro camino!
  3. Jesús es la verdad y la vida. Él está queriendo decir: “Yo soy el camino hacia el Padre porque yo soy la verdad y la vida”.
  4. No hay muchas verdades. Cristo es la verdad acerca de Dios. La vida con Dios es verdadera, abundante y plena.
  5. Nuestra seguridad está en Cristo no en lo que podamos hacer. Y todo esto es por pura gracia. En Jesús la verdad y el amor son indisociables.

Conclusión: Cuando todo parece oscuro, Cristo nos da certezas. No necesariamente sabremos todo respecto a los propósitos de Dios a la hora de pasar por los momentos dolorosos. Pero en medio de ese dolor, en el camino bañado por nuestras lágrimas, de manera gozosa y segura podemos tener la certeza de la paz, del hogar y del camino. Y todo eso se sintetiza en una sola palabra, en un solo nombre: Jesús.

 Luis Pino Moyano.