Una de las tantas escenas de la película “El Padrino” que se han transformado en icónicas, es aquella en la que la Familia está reunida luego del intento de asesinato de Don Vito Corleone. No sólo una vez lo habían intentado, disparándole mientras compraba frutas de manera previa al regreso a su casa, sino que quisieron hacerlo mientras yacía en el hospital. El día y la hora señalados, en que el hospital había sido vaciado, llegaron al lugar, pero estaba Michael, el hijo menor de Don Vito, quien no había sido incluido en las acciones de la mafia, para defender su vida. En dicha ocasión, un viejo y avezado policía que trabajaba clandestinamente para otro Don, McCluskey, le dio un golpe a Mike con tal fuerza, que deformó su cara. Es luego de esto que se da dicha reunión de la Familia. El silencioso Mike comienza a tomar un protagonismo que se denota incluso en un cambio de su voz y de sus ademanes. Él señala que la única posibilidad que tiene la Familia para sobrevivir es matar a Sollozzo y a McCluskey para que luego, junto a otras acciones armadas y comunicacionales, volver a un escenario de beligerancia, al estilo de una “paz armada”. Sonny, el hermano mayor, y Tom Hagen, el Consiglieri de la Familia e hijo putativo de Don Vito, tratan de convencer a Mike para que aminore sus deseos de venganza, porque llevar las cosas a lo personal nublaría la razón. Mike insiste, y señala una de las frases más célebres de la película: “Nada personal, Sonny. Es estrictamente de negocios”. Y así, hasta el día de hoy, muchas personas repetimos la fórmula de “Nada personal, sólo cuestión de negocios”.
Si bien es cierto, la narración fílmica de Francis Ford Coppola, contó con la autorización de Mario Puzo, la novela pone en la palestra un habla distinto, y con ello, una lógica diametralmente diferente. En el libro, Tom encuentra que hay razón en lo que Mike está planteando, pero trata de insistir que no hubo nada personal en el golpe que McCluskey le había propinado. Allí, el hijo menor de Don Vito y quien le sucedería como Padrino, señaló: “-Mira Tom, no te equivoques. Todo es personal, incluso el más simple y menos importante de los negocios. En la vida de un hombre todo es personal. Hasta eso que llaman negocios es personal. ¿Sabes quién me enseñó eso? El Don. Mi padre. El Padrino. Si alguien perjudica a un amigo suyo, el Don lo toma como una ofensa personal. […] A las personas que consideran los accidentes como insultos personales, no les ocurren accidentes”*. La idea del “nada es personal” es performática, una posición frente al resto de las personas, ya sea por virtudes que parecen en desuso en el tiempo presente, a saber, la cortesía y la precaución. Consiste en el intento de tratar de mantener la cabeza fría cuando el corazón no ha dejado de arder.
No había leído la novela de Puzo hasta el año pasado. Sólo había visto la película. Y no puedo dejar de decir que concuerdo con su planteamiento narrativo. Cuando comencé la aventura bloguera en 2006 y decidí comenzar una nueva, se trataba de un esfuerzo vital y, por ende, personal. Los blogs son bitácoras virtuales del viaje de la vida, que quieren constituir en un presente constante los recuerdos y reflexiones de un tiempo. Si bien es cierto, en este blog he tratado siempre de decir lo que pienso no sólo como un acto racional sino también con emociones, en la tarea de sentipensar la realidad, son pocos los posts que uno podría denominar personales al estilo de una bitácora de viajes. Éste será uno.
Cuando pienso en que todo es personal, pienso en las relaciones humanas, en las que la indiferencia nunca es la opción. En las que uno se alegra, se entristece, se enoja, se asombra. En las que se lucha por un mejor devenir para uno y para el resto. Pienso en las personas que se ama por las que “se gasta la vida y más”, como diría una canción de un grupo penquista de rock. Pienso en una crianza en la que no puede buscarse algo más relevante que el apego, que hace que el desarrollo, la responsabilidad, la autonomía, vayan creciendo con el avance de la vida, y que por eso, es un mínimo ético una paternidad presente. Pienso en la amistad y esa lealtad que hace que cuando se escucha hablar mal del otro las opciones sean irse del lugar y/o defender a la persona con quien se tiene ese lazo. Pienso en mi trabajo como profe, en el cual hago todo mi esfuerzo por entregar conocimientos significativos y busco propiciar el desarrollo de habilidades, pero sin perder de vista que si hay algo de lo cual mis estudiantes nunca olvidarán es cómo fui con ellos como persona. Porque se puede ser genial en lo que se hace, con una solidez y corrección teórica, pero una persona con sentimientos sucios, con intenciones dañinas respecto del resto.
¿Qué más personal que cubrirse las espaldas por un acto de lealtad? ¿Qué más personal que asumir el compromiso de buscar el bien del otro aunque el presente común sea una mierda? ¿Qué más personal que el acto de dejarse de creer el centro del universo para escuchar activamente al otro, en sus problemas, y no esperar el turno para ampliar el soliloquio? ¿Qué más personal que encontrarse presencialmente, abrazar y romper la lógica zoom de la distancia higienizada?
Este tiempo duro ha sido el de una explicitación más radical de la idea del Mike de la novela: “Todo es personal”. Porque lo personal no se mide solamente en los momentos gratos de la vida, o en el banquete opíparo de una mesa compartida, sino cuando las papas queman, cuando se sufre, cuando hay dolor, llanto, fracaso.
Si no se vive así, ni siquiera es negocio. Es puro individualismo.
Luis Pino Moyano.
* Mario Puzo. El Padrino. Bogotá, Penguin Random House Grupo Editorial, 2018, pp. 203, 204.