El año 2012, publiqué mi primer libro. Se trataba de mi tesis de grado «La religión que busca no ser opio. La relación cristianismo-marxismo en Chile, 1968-1975», la que había sido evaluada con nota máxima el año anterior. Siempre tuve la intención de que fuese publicada, más que por el interés de la sobrevivencia académica, por el anhelo que un trabajo construido con mucho esfuerzo no quedara anquilosado en un anaquel polvoriento de biblioteca (eso, en el mejor de los casos), sino que circulara. Dicho sea de paso, ese objetivo se logró muy parcialmente con la primera edición, cuyo valor hacía que fuese poco asequible y desde una editorial con prácticas poco felices. Eso me llevó a considerar, 10 años después, que era necesario volver a publicarla, ahora bajo el sello independiente «Raco Ediciones», con un precio mucho más asequible. Y de una manera fortuita, esta reedición coincide con algunos actos académico-divulgativos a propósito de los 50 años del «Primer Encuentro Latinoamericano de Cristianos por el Socialismo», efectuado los días 23 al 30 de abril de 1972.
El libro busca relevar dos aspectos de la relación cristianismo marxismo en Chile durante los años 1968 a 1975. Un aspecto «concreto», que reporta una construcción histórico-relacional en movimientos y partidos tales como: Iglesia Joven, el Movimiento Camilo Torres, Cristianos por el Socialismo y los partidos Movimiento de Acción Popular Unitaria e Izquierda Cristiana. Esa relación emergió a fines de la década de 1960, abriéndose paso en la escena política durante el gobierno de la Unidad Popular y teniendo gran importancia en el período dictatorial, en la conformación de un frente político por la irrestricta defensa de los derechos humanos y en el proyecto de asentamiento democrático nacional. El otro aspecto es «subterráneo», posible de constatar en elementos discursivos que son transversales a marxistas y cristianos y que determinan modos de entender y vivir la realidad. Dichos elementos son representaciones subjetivas tales como una ética revolucionaria y una práctica acelerada que permiten nuestro acercamiento a una cultura política de izquierdas de nuevo cuño, entendiendo el fenómeno religioso de manera independiente a la ideología dominante.
¿Qué tiene de diferente esta segunda edición, además de la portada y el sello editorial? Hice para estos efectos una revisión de estilo y redacción, corregí mínimos datos y agregué imágenes ad hoc, y una adenda bibliográfico-textual, en la que explico el proceso de la investigación, su edición y además, señalo una cuestión de fondo: si bien es cierto, hoy no me posiciono desde la misma visión del mundo y la vida que hace diez años atrás, no obstante, creo que esta investigación sigue contribuyendo al debate historiográfico. Por lo menos, eso espero.
Si tienes interés en conocer más de este libro, comparto acá una muestra con el índice, la introducción, la adenda bibliográfico-textual y los agradecimientos de la primera edición. Puedes acceder a ella, haciendo clic aquí.
También, comparto la vista previa que provee Amazon:
Finalmente, si quieres comprar el libro, puedes hacerlo en Amazon con la posibilidad de conseguirlo en formato impreso y/o digital, o en Buscalibre que es una opción más económica para quienes viven en Chile. Comparto los links:
El 2020 comenzaron los tiempos del Covid en estas latitudes, y eso implicó múltiples cambios en la vida cotidiana, en las relaciones con otros seres humanos y, por cierto, en el trabajo. Soy profe guía de un octavo básico y de historia en el ciclo Media. El año pasado, cuando empezaba a conocer a mi curso en la tarea de lo que antes de llamaba “profesor jefe”, con menos de dos semanas de clase, tuvimos que irnos a nuestros hogares y todo cambió. Las dos primeras semanas, implementamos la realización de guías por parte del estudiantado, mientras que, paralelamente, íbamos asimilando tecnologías que existían pero no usábamos, siendo Classroom, Meet y Zoom las más utilizadas, incluyendo otras como pizarras virtuales, la grabación de cápsulas, las que por cierto, para que no tuviesen ruidos molestos en mi caso eran realizadas de noche. Así, en menos de dos semanas teníamos Classroom activados, Instagram por curso, y en mi caso por mis TOCs, un sitio de internet que tiene horarios, códigos de la plataforma de Google mencionada y links de videollamadas, junto con textos de estudio y otras informaciones. Junto con ello, vivimos la transformación de WhatsApp como la aplicación orientada al trabajo, tanto con colegas como con apoderados/as, cosa que por años me rehusé a realizar, por ser tan invasiva y con límites temporales líquidos (nada que el eliminar notificaciones por banderas, sonidos o vibraciones no pueda solucionar, por cierto).
Pero ahí empezó la otra aventura. Trabajar todo el día sentado, sin poder moverse en una sala, ni sentarse de vez en cuando en la mesa, jugar con la pizarra aunque se tenga una presentación con diapositivas. Pero por sobre todo ese contacto humano, en el que hay miradas, risas, en el que se puede ver con claridad la concentración o el aburrimiento, lo que permite un mejor ejercicio de la clase como tal. Acá se ven pantallas negras, con nombres. Y alguien dirá: qué falta de respeto la de estudiantes que no encienden su cámara. Pero por muchos años hay estudios que señalan los efectos adversos que produce la sensación de estar siempre siendo grabados, sin posibilidad de controlar lo que se hace con nuestras imágenes, como si estuviésemos rodeados todo el día por espejos. Y, por supuesto, la invasión de la intimidad de un espacio en el que no tenemos jurisdicción. Me gustaría ver a mis estudiantes todos los días, pues creo que eso genera una sensación de mayor cercanía, pero es su derecho encender una cámara o no, y quienes somos adultos debemos lidiar con ese desafío.
Por eso, nadie más feliz que un/a profe con volver a lo presencial. Cuando a inicios de marzo lo hicimos, por poco más de tres semanas, vimos la alegría del contacto humano y que, a pesar de mascarillas y distanciamiento social, y por cierto, el pensar actividades para estudiantes en el colegio y en casa, con bloques de una hora lo que hacía que en una mañana pudiésemos estar con seis cursos en un ritmo intenso, así y todo era más llevadero, más humano si se quiere. En mi caso, que trabajo en el Cajón del Maipo, el aire en la cara cuando manejo con la ventana del auto abierta, los árboles, el patio, el café conversado, todo eso era vitalizador. Esas tres semanas sentí recuperar el rostro humano. Pero volvimos a la otra realidad.
Por cierto, con todo el anhelo de volver a lo presencial, siempre fue mi opinión el que debíamos partir en marzo de manera virtual y evaluar en abril un retorno, por toda la información proporcionada por el Ministerio de Salud y otras instituciones, como por ejemplo, el Colegio Médico. Además, los/as profes de mi rango de edad comenzamos a ser vacunados con la primera dosis en la primera semana de marzo. Y así fue que tuvimos colegios cerrados a los dos o tres días de abiertos, por contagio de estudiantes y colegas. Pero cuando hablamos de esto, el profesorado era flojo, pues según algunos miembros de la clase política y medios de comunicación privados con impactos público, estuvimos de vacaciones un año, o en el mejor de los casos, obstruccionistas que sólo queríamos oponernos a seguir las directrices del gobierno actual. En el caso del ministro de economía, Lucas Palacios, el patetismo llegó a niveles inimaginables: “En el caso de los profesores, llama la atención que busquen por todas formas no trabajar, es un caso único en el mundo y yo diría que de estudio”. A las horas, aclaró-oscureciendo que se refería al Colegio de Profesores, que por cierto no está conformado por ingenieros, y que nos guste o no es interlocutor válido con el gobierno. El año pasado, y lo que va de éste, es el tiempo en que más me he sacado la mugre trabajando, con horas y horas sentado frente a una pantalla, con disolución de los tiempos libres, con la conversión de mi casa en espacio laboral. Y vienen sujetos con una falta de respeto gigante a inocular el sentido común del profesor flojo, dando cátedra de lo que significa gobernar en un mundo paralelo. En otros tiempos, “gobernar ERA educar”.
El exministro de hacienda, devenido en candidato presidencial, Ignacio Briones se ha esforzado en instalar otro sentido común, de manera más sutil por cierto, pero no por eso menos evidente. Hace unos días atrás, propuso: “hagamos un concurso, gastemos las lucas que se requieran, para traer los mejores profesores y mejorar la calidad de la educación. Eso se lo debemos a los niños de Chile”. Suena bonito, porque es integrador, abre las fronteras a extranjeros (no a migrantes, que suena parecido pero no es igual). Pero el sentido común a instalar es claro: los/as profes de Chile, diciéndolo en buen romance, somos pencas. ¿Por qué no esas mismas lucas se invierten en mejorar los sueldos del magisterio y sus posibilidades de capacitación? En Chile cada vez más nos hemos acostumbrado al ninguneo de profesionales a quienes no nos regalaron nuestros grados académicos o títulos profesionales, y que invertimos día a día en conocer un poco más, y en tecnologías para llevar a cabo nuestras labores con sentido ético, calidad y decencia. Siempre le he dicho a mis estudiantes que creo en el derecho a la educación, y ese derecho se defiende en la calle, en la actividad política y también en la sala de clases. Ese es el marco del respeto a la tarea educacional, que hoy sostenemos esforzadamente, a riesgo de nuestra propia cotidianidad, en educación a distancia, buscando que los/as estudiantes no sólo aprendan, sino que tengan un espacio donde ejercitar sus habilidades, sin agobio. Porque esto no es sólo educación a distancia, es educación a distancia en contexto de pandemia y con encierro obligado por la cuarentena. ¿Qué más quieren? ¿Quieren que hagamos adobe también?
Ni flojo ni penca. Soy profe, un ser humano que vive y que desarrolla su labor con profundo respeto y esfuerzo, con todos los riesgos y reveses que ha traído esta época.
Un día contaré a mis futuros estudiantes y nietos/as, si es todavía estoy vivo, que fui profe en los tiempos del Covid. Y si no, esta bitácora lo dejará registrado.
Luis Pino Moyano, Profesor de Historia, Ciencias Sociales y Educación Ciudadana.
Estaba en mi casa y veía que la gente comenzaba a llegar a la Plaza Baquedano muchas horas antes de la convocatoria. Había visto su propaganda, convocando a la marcha más grande de la historia, y quise ir. Como cristiano, como ciudadano y como profesor de historia, todo eso junto, enmarañado como la vida misma. Como un protestante que protesta, tomé un block y anoté dos versículos bíblicos (Proverbios 31:8,9 e Isaías 32:17), para usarlo como pancarta y me encaminé a Santiago. Mucha gente en los paraderos para salir a Santiago. Me bajé del colectivo en Matta con Vicuña Mackenna y caminé por esa última calle hacia la Plaza Italia. Miles de personas caminando por la calle, gritando consignas, múltiples, con distinto contenido y fondo. Me detuve casi al lado de un escenario improvisado donde cantaban los Sol y Lluvia, donde quienes participaban de esta movilización coreaban esas letras surgidas en los años ochenta y que me recuerdan los tiempos de la vida en la pobla, en la Angelmó de San Bernardo, y el sabor de los cubos (bolsas largas de jugo congelado). Cuando terminaron la presentación caminé por en medio de ese mar de gente. Andaba con mi polera de homenaje al “Chamaco” Valdés, y cabros de la U me felicitaban y decían “¡Grande Chamaco!”. Sí, era otro mundo, uno que no imaginábamos. Crucé la Alameda y llegué hasta Pío Nono. Me devolví. Tomé algunas fotos. Miré aquello que no imaginaba ocurriría y que ocurrió. Me devolví caminando por Vicuña Mackenna con la tranquilidad de siempre. El dolor de un lumbago crónico que padezco de años, no me permitió estar más rato. Pero sí, era para estar alegres.
Más allá de la espontaneidad de la misma movilización, con gente caminando para distintos lados, sin el orden que el pequeño Portales que llevamos dentro y nos constriñe a la estructura no me hacía entender, hay múltiples cosas que son destacables:
La primera, es la gran diversidad de personas que participaban: gente de distintas edades, clases sociales, convicciones políticas.
En segundo lugar, desde el 4 de septiembre de 1973, cuando los partidos de izquierdas celebraban los tres años del gobierno de la Unidad Popular que no se movilizaba por las calles de Santiago un millón de personas. Hoy, según las cifras oficiales, hubo un millón doscientos mil personas tomando el espacio público en son de protesta y celebración.
A propósito de lo último, el país sin carnaval, se sacó la máscara y salió a la calle en tono celebrativo. Pese a todo lo que vivimos estos últimos días, la gente no sólo sonreía, festejaba.
Y, por último, esta es la movilización más masiva en la que se haya vuelto ocupar la bandera chilena como símbolo, luego de las movilizaciones contra la dictadura en las jornadas de protesta iniciadas en 1983. Eso es esperanzador. El cariño por la tierra de nuestros padres y madres, y el sueño de un país diferente se funden en ello.
Cuando esto se cuente en los libros de historia, podré decir a mis futuros estudiantes: “yo estuve ahí”. Cuando hayan documentales sobre este hito histórico, podré hablar con mis nietos, diciéndoles: “yo estuve ahí”.
Y es que el Chile que viene requiere compromiso: en el estudio, la reflexión, el diálogo y la acción vital.
No quería que pasara el día sin escribir algo sobre este acontecimiento histórico, junto a momentos aledaños a él, y que tiene tintes de celebración y conmemoración, dependiendo de lo que se recuerde. Este post no tiene la finalidad de plantear reflexiones histórico políticas (para eso puede leerse, haciendo clic aquí, la columna de opinión que escribí en 2013 para “El Quinto Poder”), sino más bien, presentar algunos recuerdos dispersos asociados al 5 de octubre de 1988. ¿Por qué un post memorial de alguien que a esa fecha era un cabro chico? Por varias razones: a) porque la dictadura cívico-militar presidida por Augusto Pinochet no sólo tiene que ver con septiembre de 1973, sino con un proceso que dura hasta marzo de 1990, y cuyas consecuencias se reflejan hasta hoy en aspectos muy relevantes de esta sociedad; b) porque tenía seis años, y desde muy chico cultivé un gusto por la historia, fomentado por mi familia, la que también me sensibilizó a temas de nuestra historia reciente; y, c) porque quiero dejar un registro de mis vivencias para la posteridad, para que mi hijo e hija lo puedan leer, recuperando uno de los aspectos originarios de los blogs, el de una bitácora que emerge en el viaje de la vida.
Mediados de 1988, no recuerdo el día, pero con toda seguridad era un sábado. Fue una de las pocas veces que acompañé a mis viejos al supermercado, uno que quedaba en el paradero 18 de Gran Avenida. Habíamos hecho las compras. Para irme a la segura, le pedí a mi papá $100, me los dio sin “peros”, y me fui corriendo cerca, a un kiosco. Muy probablemente mi viejo pensó que me compraría un sobre de láminas de los dibujos animados del momento (creo que de los Silver Hawks). Pero no. Llegué corriendo con una banderita en mi mano, que tenía el logo del NO, de esas que se pegan en los parabrisas de los autos, haciéndola flamear y cantando “Chile, la alegría ya viene” [ver anexo 1]. La cara de susto que tuvieron mis viejos no la olvidaré nunca. Me pidieron que me quedara callado. El miedo a lo político era algo que ellos respiraban. Así y todo, un día mi viejo me llevó a una concentración del NO y me cargó en los hombros, todo hasta que un “zorrillo” apareció arrojando sus gases.
De las cosas entretenidas de la vida, y con mi hermano mayor, Sergio. Afuera de mi casa había un poste de luz, y pusieron un póster de Pinochet. Él se subió al poste y lo sacó. Lo metimos a una pieza y con plumones le pintamos los dientes, le dibujamos unos “tajos”, le hicimos lentes y le cambiamos el nombre a “Perrochet”. Luego, él volvió a colocarlo en el poste. No sé si él alguna vez pensó las consecuencias que podría haber tenido por ello. Aunque tal vez, por estar en una población como la Angelmó en San Bernardo, le haya generado cierta protección, pues la mayoría de nuestros vecinos eran opositores al dictador. Otro recuerdo con él, es de cuando llegó con un cancionero de los “Sol y Lluvia”. “Para que nunca más en Chile”, fue la canción que me aprendí y, claro, la canté en varios viajes en micro a Santiago, sentado con mi Mamita Chela, mi abuela materna.
Ya que mencioné a mi Mamita Chela, yo estaba con ella el día lunes 25 de abril de 1988. En esa casa, el trasnoche era cotidiano, las conversaciones eran largas y entretenidas, y por supuesto la tele estaba prendida. Ese día, en medio del programa “De cara al país”, conducido por Raquel Correa, una de las pocas cosas del 13 que se veían en dicho hogar, estaba invitado Ricardo Lagos, uno de los políticos que mi Tata siempre respetó. En varios momentos se habló que “el compañero” Lagos iba a hablar. Y habló, como todos lo recordamos, con su dedo, desafiando a Pinochet como pocos lo habían hecho tan visiblemente [ver anexo 2]. Mi abuela, que era histriónica, de esas que discutía con la tele, maña que yo también tengo, se enderezó en la cama y aplaudió al político. Es imposible no pensar en Lagos mediatizado por ese recuerdo.
Otra de Lagos. Pasado el plebiscito, junto a mi Tata y a mi Papá, fuimos a una concentración que se hizo en un peladero de Puente Alto, en la intersección de Diagonal Sur con Avenida Central. Hubo discursos de Jaime Estévez, Hortensia Bussi, canciones de Ramón Farías (sí, el actor devenido malamente en cantante, y luego en político). Pero el actor principal de la noche era Ricardo Lagos. Lo traían en un furgón. Me acuerdo porque se bajó justo por dónde estábamos nosotros. Mientras le abrían el paso, me planté frente a él, le estiré la mano y le dije “Hola pos compañero Lagos”. Él se sonrió, y me estiró la mano, y me dijo “hola pos compañero”. Debo decir, que si hubiese cumplido los 18 antes de las elecciones de diciembre de 1999, habría votado por él. Mi concepto político respecto de la Concertación cambió a base de experiencia universitaria y política, de lecturas de historia, y de seguimiento cotidiano de la actualidad nacional, transformándome en crítico de dicha coalición, al nivel de no votar sistemáticamente por ella. Pero debo decir, que mientras escuchaba al ciudadano Lagos esta semana, he pensado que él es uno de los últimos representantes vivos de la política letrada de antaño y, a la vez, es el único de los políticos de élite que está pensando el Chile del futuro de manera muy consistente. Eso, con todo lo que implica su nombre y su gobierno aplaudido más por los empresarios que por el pueblo de a pie.
Sobre el 5 de octubre, recuerdo a mi mamá yendo a votar temprano en un colegio sanbernardino, y a mi papá yendo por la tarde a un colegio puentealtino. Mi viejo, estuvo en una fila muy larga, casi hasta última hora, esperando emitir su derecho a sufragar. Como ya señalé, mi interés por la política contingente partió de chico. Entonces quería ver los resultados. Resultados falseados por el ministro Cardemil. Resultados que se ocultaron hasta largas horas de la noche. En mi casa nos acostamos todos, se apagaron las luces más temprano que nunca. Y nos costó quedarnos dormidos. Al parecer el susto de que pasara algo no era infundado en ellos. Dormimos. Al otro día nos enteramos que Pinochet había perdido. Como diría “El Fortín Mapocho”, “corrió solo y llegó segundo”. La próxima elección, la de diciembre de 1989, la viví en la casa de mis abuelos. Ahí fue la primera vez que vi a mi Tata en su performance de votación: se levantaba temprano (como siempre), se vestía de terno y corbata, y partía al recinto de votación. Mi Tata era de los que anhelaba ser vocal de mesa (lo había sido en varias elecciones desde las presidenciales de 1958). Fue mi Tata el que me inculcó esa responsabilidad, la de valorar la democracia aunque sea de baja intensidad, participando de todas las instancias posibles para defender nuestros derechos. Fu él, el que me animó cuando fui vocal de mesa, me dijo que era divertido, y no se equivocó. En la noche, cuando se supo el triunfo de Aylwin, gritamos de alegría, aplaudimos, y hasta se destapó un champagne mientras cantábamos el himno nacional.
Y con eso termino. Estaba en 3º Básico en marzo de 1990, cuando luego de la transmisión del mando (que implicó una de las tareas para la casa más lindas y significativas que recuerde), el ministro de educación, Ricardo Lagos, firmó un decreto que anulaba el canto de la tercera estrofa de nuestro himno, a saber, la de “los valientes soldados”. El primer día lunes después de aquello fue potente: ver profesores y compañeros felices por aquello es un recuerdo inolvidable. Debe ser de los aplausos más grandes que he escuchado y dado, cuando el himno se termina en el “o el asilo contra la opresión” sin cantar la estrofa resignificada durante la larga noche de la dictadura (Eusebio Lillo, militante de la Sociedad de la Igualdad no tenía en mente a una dictadura cuando la escribió).
Estos son mis recuerdos dispersos. Son recuerdos que me hacen encontrar con muchas personas amadas, junto a sujetos y acontecimientos de nuestra historia reciente. Son recuerdos que me invitan a valorar cada vez más la democracia, la historia con su dimensión social, la conversación profunda de política y las tareas en las que muchos coadyuvan para la construcción en la que haya “abundancia para todos, bienestar común, felicidad colectiva y justicia social”. Y eso, para que nadie se espante, lo dijo Cantinflas en la película “Su Excelencia”, a quien también conocimos en el Chile de antaño.
¡Salud!
Luis Pino Moyano.
Puente Alto, 5 de octubre de 2018.
[Anexo 1] El himno de campaña: “Chile, la alegría ya viene”.
[Anexo 2] Ricardo Lagos en “De cara al país”.
[Bonus Track] La canción “No me gusta, no”, la mejor de la campaña según mi apreciación.
El año 2013 comencé una aventura en el Colegio Andino Antuquelén llamada “Taller de Historia y Memoria”. Era una instancia optativa, dentro de diversas posibilidades que el colegio otorga para los lunes y miércoles en las tardes. Si bien es cierto, en dicho espacio educativo siempre he tenido la posibilidad de tensionar y criticar el currículum, este taller, me daba la posibilidad de crear en el diálogo con estudiantes, en este caso, desde la disciplina historiográfica. La idea era producir un rescate de la historia y las memorias de Chile y América Latina en el pasado reciente, en el período que Eduardo Devés llamó “todo es política” (desde la década de los sesenta), a partir de fuentes diversas. Desde el 2016, por mi trabajo en la iglesia, ocupo el lunes, mi día libre para continuar con este espacio dialógico.
¿Qué tiene que ver lo anterior con el título del post? Todo, particularmente este año. Pues en el marco de las conmemoraciones del centenario del natalicio de Violeta Parra me decidí a hacer un giro del taller, ocupando la experiencia vital y la obra de esta mayúscula artista como la base y el sustrato del taller que piensa nuestro pasado reciente. Y elegí a Violeta Parra por varias razones. Por su música sencilla y belicosa, sin grandes aspavientos, con una fuerza dramática inigualable, que dejan a la vera del camino aquellos artefactos bonitos pero sin “enjundia” en el decir popular. Elegí a Violeta por su rupturismo con el folklore tradicionalista, ese que le cantaba a la bandera, el huaso y la cordillera, en el marco idealizado de una realidad en la que todo eso, y más, tiene múltiples rostros, y no sólo la belleza de la representación uniforme. Violeta cantó de las experiencias de gente de carne y hueso, miró sus realidades, empatizó con ellas, cosa que no costó porque Violeta procedía del mismo lugar. Mucho se discute en los círculos de las ciencias sociales acerca de la posibilidad de habla del subalterno, pues bien, Violeta Parra precisamente hizo hablar al subalterno no sólo al retratar su vida, en la alegría, el sufrimiento, el trabajo y la lucha vital que ellos encarnaban, sino también, al rescatar canciones en una amplia recopilación que dio permanencia a voces que habrían sido sepultadas junto a los cuerpos de tantos cantores de esta tierra.
Elegí a Violeta por sus letras comprometidas con la historia y su tiempo, canciones que no sólo son “de protesta” como cierto rótulo mercantil y cooptador quiso darle al género, sino canciones que acompañan la vida de la gente más sencilla. Sus descripciones tan acertadas respecto de la realidad del país, en el que la “larga duración” de los actos de poder de los menos que domina y constriñe a los más nos persigue, sumado a la fuerza de los clásicos da vigencia a su mirar, generando utillaje pedagógico en la caja de herramientas del saber y, también, una reserva teórica y conceptual para nuevos análisis. De hecho, en este caso se hace cada vez más manifiesta la perversión que desliga los contenidos del área de lenguaje con la de historia en la educación chilena, imposibilitando el aprendizaje que liga y construye puentes. Aunque, el deber de subvertir aquello está a la orden del día.
Elegí a Violeta porque sus letras de amor y risa celebran apasionadamente el acto bello del encuentro de otros que se unen en un yo, como a su vez, en el caso de su lírica desgarrada posee letras que vomitan rabia y dolor frente al cual no se puede quedar impávido. Por eso es que ocupé el concepto de artista, pues reducirla a cantante o poeta habría anquilosado la mirada. La expresión musical de Violeta es multisensorial apelando a la razón y al sentimiento. Violeta Parra es una “romántica de la noche”, marcada por un ejercicio activo de la voluntad que se expresa desde el fuego vital que empodera su habla como nuestra escucha. Si bien es cierto, su música no era rockera, sus letras lo eran: allí están “El gavilán”, “¿Qué dirá el santo padre?”, “Miren como sonríen” y, por supuesto y entre tantas otras, “Maldigo del alto cielo”, sumado al acto de llamar “Las últimas composiciones de Violeta Parra” al que fue de facto su último disco. Violeta no sólo es antecedente necesario a la hora de analizar la Nueva Canción Chilena, sino otras expresiones musicales, incluso a las que traspasaron la escena artística en el marco dictatorial.
Violeta Parra, la cantante desvalorada en su época y en muchos casos reducida y caricaturizada como la mujer cantora de «Gracias a la vida» que después se suicidó (como si dicho acto de dolor fuese sólo marcado por la cobardía y la frustración), debe ser rescatada más allá de su centenario. Debe ser leída, escuchada y disfrutada no sólo por el pasado, sino para el presente, por nuestro presente. Podríamos decir con su hermano Nicanor “Cántame una canción inolvidable / Una canción que no termine nunca / Una canción no más / una canción / es lo que pido. / Que te cuesta mujer árbol florido / Álzate en cuerpo y alma del sepulcro / Y haz estallar las piedras con tu voz/ Violeta Parra” (en «Defensa de Violeta Parra»).
Por mi parte, valoro la compañía literaria y musical de Violeta Parra, y no sólo los lunes, sino en mis días, porque ella es la que con la habilidad de la mejor de las profesoras me ha enseñado que “Lo que puede el sentimiento / no lo ha podido el saber / ni el más claro proceder / ni el más ancho pensamiento. / Todo lo cambia el momento / cual mago condescendiente, / nos aleja dulcemente / de rencores y violencias. / Solo el amor con su ciencia / nos vuelve tan inocentes”. La inocencia, frente a los monstruos levantados por la razón moderna, no sólo es desafío… es también, vital.
* Este 27 de octubre de 2013 tuvimos nuestra primera asamblea y culto de organización de la 11ª Iglesia Presbiteriana de Santiago Puente de Vida. Me correspondió preparar y leer un texto a propósito de nuestra breve historia, el que pongo a disposición de ustedes en este blog.
Uno de los historiadores más importantes del siglo XX, fundador de la Escuela de los Annales, Marc Bloch, señaló en su Apología de la Historia que el cristianismo era una religión de historiadores. Eso lo podemos corroborar, toda vez que en nuestros cultos leemos la Escritura y ellas no sólo nos enseñan doctrinas y principios para la vida, sino además nos relevan la historia trazada por la mano providente de Dios de principio a fin. Lo podemos ver expresado en el sacramento que nos invita a hacer memoria mirando también al futuro. Lo notamos en la Missio Dei, que nos muestra a un Dios misionero actuando en la historia y llamando a sus hijos e hijas a ser ministros de la reconciliación. En nuestra breve historia como comunidad se funden todos estos elementos como reflejo del “teatro de la gloria de Dios”.
A propósito del día del profesor y la profesora, escribo este post. En algunas ocasiones me han preguntado por qué me refiero a mis estudiantes como “compañer@s estudiantes”. Y esto me lleva a recordar una conversación con una ex estudiante del colegio en el que trabajo, hoy estudiante de Literatura Inglesa en la Universidad de Chile, Sofía Valenzuela. Yo le decía, por mi apego a la teoría y práctica freiriana que prefería los conceptos de “educador-educando” y “educando-educador”. En medio de la conversación, llegamos al convencimiento de que el escaso uso de “educando” implica que uno siempre tenga que andar explicando el significado de dicha expresión. Había que optar, entonces, por un concepto más claro. Así llegamos a la idea del “compañero profesor” y el/la “compañer@ estudiante”, que cargan dentro de sí todo el sustrato de la lectura del pedagogo brasileño Paulo Freire.
Y es que un “compañero profesor” no es aquel que se dedica a cumplimentar planificaciones, o preparar máquinas de respuestas para pruebas homogenizantes. Un “compañero profesor” no es el que improvisa ni el que simplemente es un “gana pan”. Un compañero profesor, al decir freiriano sería un científico, en tanto realiza su ejercicio desde un saber, desde un conocimiento; es también un técnico porque aplica una metodología a su trabajo; pero, a la vez, es un artista porque trabaja con la belleza incidiendo con ella en la realidad en la que vive. Es uno que entiende que su rol es protagónico, tanto como el de l@s estudiantes, porque la educación estaría sustentada en el diálogo, imposible sin una noción de amor. Y por otro lado, es uno que entiende que la sala de clases no está aislada de un contexto local, nacional y global, que no se trata de un laboratorio en el cual se construye “orden y progreso”, sino un espacio dialógico en el que constantemente se discute lo que pasa fuera-dentro con el anhelo de transformación. De ahí que el ejercicio pedagógico no sea un ejercicio aséptico, sino fundamentalmente político.
Hay una frase de Freire que la leí en mi primera ayudantía en la Academia de Humanismo Cristiano, y luego he vuelto a leer en otros espacios en los que me ha tocado ejercer la docencia. Dice así: “En nombre del respeto que debo a mis alumnos no tengo por qué callarme, por qué ocultar mi opción política, admitir una neutralidad que no existe. Esta, la supresión del profesor en nombre del respeto al alumno, tal vez sea la mejor manera de no respetarlo. Mi papel por el contrario, es el de quien declara el derecho de comparar, de escoger, de romper, de decidir, y estimular la asunción de ese derecho por parte de los educandos”. Mi papel como profesor no es el de repetir y aplicar, sino el de coadyuvar y motivar el pensamiento crítico, no olvidando nunca el rol protagónico de l@s estudiantes en dicho proceso. Por eso, toda vez que preparo mis clases de historia tengo siempre en mente no sólo el pasado como una entelequia inamovible, sino siempre en diálogo y discusión con el presente, y con la intensión de tramar un nuevo y mejor horizonte de expectativas.
Ahora bien, la categoría de “compañer@ estudiante” no se obsequia, no cualquier estudiante la merece. Es algo por lo cual se debe trabajar. Un/a compañer@ estudiante es quien está dispuesto no sólo a cumplir con sus deberes y tareas, sino quien está dispuesto a pensar, dialogar y discutir. No es aquél/aquélla que se molesta cuando uno señala que hay que leer o investigar, sino que gusta de dichos procesos en los cuales deja de ser un mero receptáculo y pasa a ser un sujeto pensante, actor clave de su formación. Es quien entiende que lo que se vive en el aula es también una lucha por una educación digna, tanto como lo que sucede en las calles de nuestro país. Es quien no se entiende como el beneficiario de un servicio por el cual paga y, en algunos casos, se transforma en alguien peor a un explotador. En definitiva, un/a “compañer@ estudiante” es alguien que se precia de protagonista, que entiende que tiene un rol con la historia, con su historia y con la de su sociedad, que aprehende, discute, dialoga, posibilita espacios de conocimiento, que es un/a luchador/a activo/a por un mundo mejor, más allá de lo que crea o piense de esa aspiración. Como dijo Allende, en el que a mi gusto fue el mejor de sus discursos, en la Universidad de Guadalajara, “el maestro […] respeta al buen alumno y tendrá que respetar sus ideas cualesquiera que sean”.
Son estas nociones las que hacen que uno se levante temprano en las mañanas, y más allá de la poca plata que llega a nuestros bolsillos a fin de mes (también somos víctimas de la división del trabajo), hagamos nuestra pega con gusto, dedicación y amor, pega que no empieza ni termina en los 90 minutos que dura un clase, sino que forma parte importante del tiempo que vivimos. Ningún pago es mejor que el respeto y aprecio que un/a compañer@ estudiante te pueda dar. Alegrémonos.
* Reunión de Fidel Castro, en su visita a Chile, con los 80 sacerdotes de Cristianos por el Socialismo. Fotografía tomada de la revista Punto Final. Año VI, Nº 146, martes 7 de diciembre de 1971, p. 51.
El día 3 de septiembre de este año, participé como ponencista en el seminario «A 40 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO EN CHILE. USOS Y ABUSOS EN LA HISTORIA», realizado en el GAM. Presenté parte de un artículo titulado «Cristianismo, socialismo y revolución. El Movimiento Cristianos por el Socialismo (Chile, 1971‐1973)». Dicho artículo ha sido publicado en laRevista Razón y Pensamiento Cristiano.