Cuarenta y uno.

Sé que nací un día como hoy

que no fue sábado sino jueves.

Sé que nací y vivo en Puente Alto

una república independiente

que vive el esfuerzo de lo digno 

en cada ardua jornada.

Sé que tengo cuarenta y un años

y que en ellos he aprendido a amar.

Amo a mis vástagos, Miguel y Sophía

que llenan mis días con el deber alegre

en que lucho por ser un buen padre

gozando de lo que viven y hacen.

Amo a cada persona

que ha sido parte de mi existencia

por los proyectos históricos,

la vida juntos,

las alegrías en las que se ríe fuerte

y en los momentos en los que se llora.

Amo y añoro a las personas

por las que llevo un luto inquebrantable.

Amo, además, caminar bajo la lluvia

pensando en un mañana.

Amo el café negro que me despierta

y que en la performance educativa

me hace ser una bomba a punto de estallar.

Amo los libros por lo que dicen

y también por sus colores y olores.

Amo las películas y series

las que me hacen descansar o pensar

según sea lo que necesite.

Amo la mesa compartida

tenga lo que tenga sobre ella.

Amo el silencio que no me obliga hablar.

Amo la compañía que me arranca de la soledad.

Estoy aprendiendo a amar y habitar

el hoy, tanto como el ayer y el mañana.

Hoy me doy cuenta,

cuando cumplo cuarenta y un años,

que amar rima con caminar.

Luis Pino Moyano

Puente Alto, 4 de marzo de 2023.

Pensando en voz alta sobre el suicidio.

Si la noticia de una muerte es por sí misma impactante, con mayor razón lo es la noticia del suicidio. Lo violento y, a veces, imprevisto de un acontecimiento como éste nos sacude, sobre todo, cuando se trata de una persona cercana, con la que podríamos haber empatizado más, puesto que siempre pudo haberse hecho algo más. Debido a las deformaciones intelectuales de la época presente cuando pensamos en la depresión, pensamos en medicamentos o tratamientos con especialistas, en vez de compañía que abraza, escucha y acoge. Vivimos tan ensimismados que el dolor ajeno casi es impercetible, hasta que una foto de un rostro alegre, con una familia bella alrededor, queda trunca y rota por la decisión trágica de alguien que se encamina presuroso por el “valle de sombras y de muerte” en la más completa y triste soledad. 

Una de las razones que más ha complejizado el abordaje del suicidio desde la fe cristiana, tiene que ver con la connotación que se le ha dado, como si se tratara de un pecado imperdonable que te conduce directamente al infierno: “los que se suicidan se van al infierno”, es el mensaje repetido hasta la saciedad. Yo crecí en una comunidad eclesial en la que, con contadas y honrosas excepciones, el suicidio se abordaba desde ese prisma. Esa visión conlleva una serie de tabúes:

El primero de ellos, dice relación con una de las investigaciones que abrió el camino del estudio sociológico en la modernidad. Se trata de la investigación realizada por Emil Durkheim en 1897. Está claro que la evidencia actual, muy probablemente, haya dejado obsoleta dicha investigación, pero algunas cosas tanto de metodología como de información son sumamente importantes de relevar. Por ejemplo, la constatación de este padre de la sociología respecto que en el caso de los países europeos mayoritariamente católicos, las tasas de suicidio eran más bajas que en los países mayoritariamente protestantes, lo que se daba a la inversa en el caso de homicidios. Durkheim plantea que: “Son los cantones protestantes los que cuentan más divorcios; ellos son también los que cuentan más suicidios. Vienen después los cantones mixtos, en los dos puntos de vista, y, solamente luego, los cantones católicos. […] Entre los cantones protestantes alemanes no hay ninguno que tenga tantos divorcios como Schaffouse; Schaffouse está también a la cabeza en los suicidios” [1]. Uno de los factores que Durkheim visibiliza tiene que ver con el individualismo protestante, mediatizado por lo que se dio en llamar con el tiempo “libre examen”, con el cual en palabras del sociólogo, el sujeto va construyendo su camino en la religión. ¿Cuánto influye nuestro concepto del pecado y su gravedad en esto? ¿Cuánto influye una incomprensión de la gracia sobre todo en quienes la predicamos? ¿Cuánto influye el deslumbramiento en la reputación personal perdida al lado de la gloria de Cristo? ¿Cuánto influye las altas expectativas que nosotros, creyentes cristianos, ponemos sobre los hombros de otros sujetos tan santos y pecadores como nosotros? Todas preguntas que ameritan reflexión teológica interdisciplinaria. 

El segundo tabú dice relación con la persecución de cristianos. El cristianismo cada día va construyendo un martirologio más amplio, con cristianos que viven y mueren por su fe en el mundo, a los que elevamos a un pedestal de admiración marcado por relatos hagiográficos que nada dicen de errores, elementos críticos e, inclusive, pecado. ¿Por qué no decimos nada respecto de los creyentes que estando en misión han acometido suicidio para rehuir el peso del terror de quienes le persiguen? ¿Por qué seguimos deshumanizando a creyentes porque lo que importa es el testimonio, por más artificial que éste sea? ¿Hacemos bien en preservar el tabú con el riesgo de que futuros misioneros se encuentren de manera abrupta con este dilema?

Y el tercer tabú es muy sencillo de declarar, más allá de la perplejidad que podamos asumir: creyentes se suicidan. Sí, leyó bien, creyentes, genuinos cristianos, se suicidan. Y, a veces, no porque estén lidiando con el adulterio, con otros tipos de inmoralidad, con desfalcos u otro tipo de corrupción económica, sino simplemente por no saber cómo lidiar con el dolor o la incertidumbre. Conocí, por ejemplo, muy de cerca el caso de una madre anciana, una cristiana de toda la vida, que tomó esta trágica decisión luego de no tener certeza sobre quién se haría cargo de sus hijas que adolecían de discapacidades intelectuales. Él saber qué su muerte estaba cercana y que nadie cuidaría de las hijas que ella con tanto esfuerzo y postergación humana cuidó, la aterrorizó tanto, que un día las tomó de la mano y se recostó con ellas sobre una línea de tren. Una de las hijas se libró de la muerte. Y no saben lo terrible que fue, ante el tabú del suicidio, ver personas que mandaban a esta querida hermana al infierno en medio de susurros de pasillo, sin misericordia, sin conocimiento de la gracia de Dios, de sus propósitos eternos, y por supuesto, sin haber hecho absolutamente nada, deslumbrados ante una noticia y no ante una historia. Sí, tristemente, creyentes se suicidan. 

¿Qué decir respecto del suicidio y de las personas que lo acometen?

a) Puede que algunas personas hayan tenido una opinión engañosa respecto de mi idea sobre el suicidio al leer este post. Pero a esta altura quiero señalar con firmeza y claridad que se trata de pecado, de verdadero pecado. El único dueño de la vida es el Dios que nos creó y que tiene dominio del tiempo y de nuestras historias. Creo y afirmo, junto con el Catecismo Mayor de Westminster que “Los pecados prohibidos en el sexto mandamiento son, todo acto de quitar la vida a nosotros” (pregunta 136). En ese sentido, la práctica de matar prohibida en la Biblia incluye el suicidio. Ergo, el suicidio es pecado, y “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23a). El suicidio, como todo pecado, nos separa de Dios. Además, al igual que otros pecados, tiene o puede tener consecuencias sociales, sobre todo en lo que dice relación con su familia, específicamente, padres y madres, cónyuge e hijos. El dolor se reparte de manera indefectible en dichos casos. 

b) Al igual que con ningún muerto podemos afirmar a cabalidad algo respecto del destino final de las personas. Si el hermano o hermana se pierde, y se va al infierno, no se va a ese lugar sólo por suicidarse, sino por todos sus pecados y por su naturaleza pecaminosa heredada de Adán. Por otro lado, si este hermano o hermana se salva y se va al cielo, no vivirá ahí porque el suicidio no sea pecado, sino porque Cristo murió por Él, así como por todos los elegidos, siendo su sacrificio completamente eficaz para el perdón de los pecados pasados, presentes y futuros, incluido este acto con él cual acabó con su vida. Sintetizando, nadie se salva por no suicidarse, sino por la obra de Cristo en la cruz. Creo y afirmo, junto con el Catecismo Mayor de Westminster que: “Ningún hombre es capaz, ni por sí mismo, ni por alguna gracia recibida en esta vida, de guardar perfectamente los mandamientos de Dios; sino que diariamente los quebranta en pensamiento, palabra y obra” (pregunta 149). Recalco una idea: este punto no debe entenderse como una apología del suicidio en tanto acción plausible. El suicidio es pecado y debe ser mortificado por nosotros con la ayuda del Espíritu Santo. Explicar nunca significa per se legitimar. 

c) En un perfil más pastoral si se quiere (¡aunque el punto anterior también lo fue!), creo que somos muy rápidos para juzgar el suicidio, así como todos los pecados visibles de las personas, sin empatizar y mirar desde el evangelio cada caso. Insisto, es un pecado. ¿Pero estoy yo en la mente y en el corazón desesperado de una persona? ¿Estoy consciente del terrible suplicio interno que alguien vive al nivel de pensar en el suicidio? La desesperación terrible que lleva alguien al suicidio no es de un momento, sino de días y meses, donde se lucha por dar ese paso. ¿Acaso eso no es también responsabilidad de la comunidad que hizo pensar a la persona que estaba totalmente solo, sin que pudiera catalizar su sufrimiento? La salud mental es algo tan problemático que meterse a juzgar las motivaciones de alguien que sufre una enfermedad de ese tipo es más que complejo, es inoportuno. Bíblicamente, el ser humano es una unidad psicosomática [2], por lo que debe ser entendido desde esa integralidad y no sólo por la preocupación del componente espiritual. En ese sentido, comparto lo señalado por el pastor y teólogo R. C. Sproul, cuando señaló que: “El punto es que las personas se suicidan por razones muy diversas. Solo Dios conoce a cabalidad la complejidad del proceso de pensamiento de una persona [en] el momento de suicidarse. Por lo tanto, solo Dios puede hacer un juicio justo y preciso a cualquier persona. A fin de cuentas, la salvación de un individuo depende de si ha sido unido a Cristo por la sola fe. Sigue siendo cierto que los cristianos genuinos pueden sucumbir a una marejada de depresión. / Si bien debemos intentar disuadir a las personas de suicidarse, dejamos a quienes lo han hecho a la misericordia de Dios” [3]. Hago mías estas palabras. 

Todo esto implica, por parte de la iglesia orgánica (tú, yo, nosotros) e institucional, una preocupación más amplia por entender los dilemas existenciales a la que nos llevan los traumas y otras experiencias dolorosas [4]. Pero esto, no sólo implica una preocupación intelectual, necesaria pero insuficiente en sí misma, sino una que vaya acompañada del acto emocional y hasta físico de hacernos parte, de involucrarnos en la vida de los otros, de pasar del discurso de la comunidad a la vida en comunidad. ¡Qué no hayan personas solas en nuestra iglesia! Ni solos que piensan en el suicidio, ni personas solas que están viviendo el duelo de alguien que precipitadamente decidió acabar con sus días. Y, por supuesto, lo que hay que hacer, definitivamente, es descansar en Cristo, en su gracia anhelando que nuestro hermano haya sido salvo, con la esperanza segura del día final, en que Dios enjugará toda lágrima de nuestros ojos. 

Evidentemente, no pretendo con este post tener una palabra final sobre este tema. Ni por extensión ni profundidad es ese el objetivo. Por cierto, sin dudas, esto puede abrir diálogos y debates. Pero tampoco es mi objetivo. Mi punto es doble: me interesa asentar una posición que creo es bíblica y teológicamente consistente con la fe cristiana; y, por otro lado, alzar la mano para decirte que estoy disponible, dentro de mis posibilidades, para escucharte y acompañarte en una circunstancia tan compleja. Sobre todo, cuando la empatía de alguien que sintió este impulso trágico y pecaminoso en momentos de la vida no cuesta tanto. Y sobre todo, porque conozco todo lo que sirve no dejar revolotear “los pájaros en la cabeza” en soledad ensimismada. 

Se puede caminar y sobrevivir, sólo por el amor y la gracia de Cristo que se hace patente en múltiples gestos simples y cotidianos. Y, gloria a Dios por eso. 

En Cristo, Luis Pino Moyano.

Notas bibliográficas. 

[1] Emil Durkheim. El suicidio. Estudio de sociología. Libro primero “Los factores extrasociales”. En: http://biblio3.url.edu.gt/Libros/2012/LYM/los_FESociales.pdf (revisada en agosto de 2018). 

[2] Véase el tratamiento del ser humano como un ser integral, una “unidad psicosomática” en: Anthony Hoekema. Creados a imagen de Dios. Grand Rapids, Libros Desafío, 2005, pp. 263-291.

[3] R. C. Sproul. Sorprendido por el sufrimiento. El papel del dolor y la muerte en la vida cristiana. El Paso, Editorial Mundo Hispano, 2017, p. 149. 

[4] Sobre el problema del dolor, véase: C. S. Lewis. El problema del dolor. Miami, Editorial Caribe, 1977. Otro breve acercamiento en: Josep Araguàs et al. Jesús ante los problemas emocionales. Barcelona, Publicaciones Andamio, 2009.

Viejito Pascuero acuérdate de mi.

Es probable que esta sea la última navidad en la que mi hijo Miguel tenga certeza de la existencia del Viejo Pascuero. Ya ha comenzado a ponerlo en duda, producto de conversaciones con compañeros y por un capítulo de la primera temporada de Los 80 que estamos viendo. Es muy probable, que avanzando en esa senda, mi hija Sophía, tal vez, siga también sus pasos. Y es así, como un momento de la niñez se va, para seguir creciendo indefectiblemente, mientras los jóvenes de ayer cada día nos ponemos más viejos.

Más de alguien se preguntará, ¿por qué hacerles creer respecto del Viejo Pascuero si éste no existe? ¿No es acaso mentir? El Viejo Pascuero, conocido también como Papá Noel, Santa Claus y San Nicolás, no está en la esfera de la mentira, sino de la ficción, de la imaginación y del ensueño. La invitación es similar a la que te hace la novela de un autor favorito, o las películas que te encantan observar. Por eso, la discusión verdad-mentira no es pertinente acá.

Hace tiempo leí una respuesta que se le atribuye a Albert Einstein: “Si quieres que un niño sea inteligente, léele cuentos de hadas. Si quieres que sea más inteligente, léele más cuentos de hadas”. Es por esa convicción que yo fomento, y fomentaré hasta cuando sea posible, con la convicción de que dentro de la capacidad de pensar y crear está la de imaginar. Y sobre todo, en ciertas etapas vitales en las que lo real y lo imaginado se funden (aunque, en muchos casos, parece que eso excede las fronteras de la infancia). Ya llegará el momento de los teoremas, teorías y de los discursos históricos y político-sociales. Pero incluso en esas épocas seguirá siendo pertinente imaginar. En una de esas, ayudamos a otra generación cristiana a que tome el testimonio dejado por C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien, y las que por un realismo vacuo y carente de asidero no debe arrojarse por el suelo.

Cuando un niño entiende que esto no es mentira, sino imaginación, no quedan traumas ni dolor. Por el contrario, viene la sensatez de pensar en todos los esfuerzos que “los viejos” realizaron en la vida, en buenos y malos momentos, para dotarnos de alegría. Y por supuesto,  dicho relato podría complementarse con la historia de Nicolás de Myra, que vivió entre 270 y 345-352 aproximadamente. Este obispo era un hombre comprometido por la verdad del cristianismo, tanto que se llega a contar que en el Concilio de Nicea al encontrarse con Arrio le abofeteó el rostro por su negación de la deidad de Cristo (the real Viejito Pascuero era un rockstar), como con la práctica del amor radical, al nivel de regalar toda su fortuna a los pobres. Es en ese acto de amor que se entrega donde se originarían los relatos populares de Santa Claus.

¿Y qué pasa con el verdadero sentido de la navidad? ¡Nada puede hacer obnubilar la realidad, santidad, majestad, amor y poder de Jesucristo! Un relato como el del Viejito Pascuero no tiene esa fuerza, y menos debe adquirirla en nuestro relato. Pero por otro lado, a veces el moralismo supuestamente seducido por la verdad, es una expresión que apunta con el dedo y gana adeptos, pero daña vidas propias y de otros. Los grinch que ven paganismo en todos lados no conocen a Aquél que dijo “He aquí yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5). Dar y reír deben ser una constante en las vidas de quienes seguimos las pisadas de Jesús. Ninguno, uno o muchos regalos pueden reflejar la actitud de tu corazón. El agrapha de Jesús es rotundo: “hay más dicha en dar que recibir” (Hechos 20:35). Si eres cristiano y no entiendes que celebrar y regalar son expresiones de la espiritualidad, te falta mucho por caminar…

Caminar y no andar peleando por nimiedades.

Luis Pino Moyano.

Parar la máquina.

Y si en vez de seguir caminando

hacia horizontes inconclusos,

caminando por tierras áridas,

sembrando semillas estériles,

masticando el amargo dolor, 
durmiendo sin soñar,

escribiendo para que te lean sin leer,

peleando con la vida sin disfrutar-la,

aguantando lágrimas que luchan con la gravedad,

apretando dientes y el ceño hasta explosionar,

viviendo sin hacer,

andando sin avanzar…

damos un paso al costado,

cerramos el boliche,

y sin que nadie nos vea,

tocando la cada vez más real soledad,

nos atrevemos de una vez por todas

a descansar de verdad,

a parar la máquina…

No es necesario el esfuerzo vacuo.

El mundo caminará.

Al carajo Brecht y sus imprescindibles que luchan toda la vida.

Al carajo… total hace rato no soy el mejor.

Ni quiero serlo.

Eso.

Luis Pino Moyano.

¿Salir de la «vieja y querida sinagoga de Nazaret»?

“Por eso les dijo: — Sólo en su propia tierra, en su propia casa y entre sus familiares menosprecian a un profeta” (Marcos 6:4).

 Cuando Jesús ocupa este proverbio y lo enuncia en la sinagoga de Nazaret, no está avalando una realidad. Simplemente está constatando una realidad. Una triste realidad. Tristemente, en muchos lugares la actitud de menosprecio a los que crecen en un espacio, impidiendo el desarrollo de los dones que por gracia han recibido, se sigue repitiendo. Pero más tristemente aún, algunos piensan que deben gastar sus energías dando batallas personales para que las cosas cambien, simplemente por el gustito de seguir estando en la “vieja y querida sinagoga de Nazaret”…

 Es triste, porque piensan en la muerte al más puro estilo del mártir, esforzándose y gastándose por una posible pequeña victoria, o muriendo en el intento, para luego pasar del desuso al olvido.

 Es triste, porque, en el fondo, piensan en su muerte y no en la muerte de Cristo que les da la vida por gracia.

 Es triste, porque olvidan que la misión no es de ellos, sino de Dios que les ha convocado a la misión.

 Es triste, porque gastan sus fuerzas en cuestiones inútiles, toda vez que su condición de miembro del cuerpo parece más una prótesis forzada e incómoda.

 Es triste, porque no viven el evangelio de la gracia y el gozo y descanso para el alma que él produce.

 Si en tu “sinagoga de Nazaret” te menosprecian no pienses que ir a otro espacio constituye al que te recibe en “ladrón de ovejas”. No es ladrón aquél que abre la puerta del redil a una oveja desamparada y perniquebrada.

 Y por otro lado, es probable que mires con más gracia a los miembros de la “vieja y querida sinagoga de Nazaret” estando fuera de ella, que combatiendo por girar sus pesadas y naturalizadas realidades. A veces, será mejor, ir como Jesús a “las aldeas de alrededor” (v. 6b).

 Un abrazo, Luis…

Con las manos en el arado…

* El Pr. Vladimir Pacheco comunicándome la aprobación de mi candidatura al Sagrado Ministerio y de que el sería mi tutor eclesiástico.

“Se comprende lo que es el sistema de gobierno presbiteral sólo cuando se participa en una Asamblea Presbiteral. En medio de la COMUNIDAD DE HERMANOS es dónde uno se da cuenta de la dimensión concreta del ejercicio del oficio de servicio y de gobierno para la gloria del Nombre de Dios en la Iglesia. Todos iguales, comprados por igual precio, cada uno en la Brisa del mismo Espíritu con las notas de la particularidad de los dones de la multiforme gracia del Señor. Sabiduría, prudencia, humildad, honestidad, humor, fraternidad verdadera y constatable. Doy gracias a Dios por haber participado en esta Asamblea de Verano del H. Presbiterio Centro… Alegría de saberme parte de un Cuerpo… del Cuerpo de Cristo. ¡Aleluyah! SOLI DEO GLORIA”. Cuánta razón hay en las palabras de mi amigo, el Presbítero Carlos Parada. Eso fue lo que vivimos en la Asamblea de Verano del Presbiterio Centro de la Iglesia Presbiteriana de Chile, durante los días 23 al 25 de enero de 2014, realizada en la 2ª Iglesia Presbiteriana de Santiago. Maravilloso poder conocer a pastores y hermanos que con esfuerzo y dedicación contribuyen a la edificación del cuerpo de Cristo, teniendo como motivación la gloria de Dios.

Durante el día viernes 24 de enero me tocó vivir un momento inolvidable. Fue presentada mi candidatura al Sagrado Ministerio y, por ello, fui examinado sobre mi vocación pastoral. Estaba muy nervioso, pero en un clima de madurez, honestidad y solidaridad emergieron recuerdos, certezas y proyecciones. Y por lo mismo, mucho que agradecer a Dios. Debo agradecer por mi familia consanguínea, por mi papá, mamá, hermanos y hermanas, porque fue en ese hogar el primer lugar en el que se me anunció el evangelio, experimentando la bendición del pacto que Dios hace con familias. Agradecer por el paso formador en el Instituto Bíblico Nacional, en la Universidad Arturo Prat, en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y en la Universidad de Santiago de Chile, lugares en los que aprendí y tuve la oportunidad de conocer a amigos y profesores con los cuales el ejercicio intelectual, el diálogo y el aprendizaje fueron parte de un ejercicio cotidiano. Agradecer por mi paso por la Iglesia Pentecostal Naciente, por la bendición de haber sido pastoreado por una mujer ejemplar, virtuosa al decir del proverbista, la pastora Zulema Guajardo. También por las personas que ayudaron en mi crecimiento y formación, en especial al Departamento Juvenil, lugar en el que trabajé junto amigos por largos años. Agradecer por mis amigos Pablo y Cristian, quienes siempre han estado. Agradecer por la Iglesia Puente de Vida, mi comunidad de fe, el lugar donde están amigos y hermanos que me ayudan a crecer cada día, con quienes puedo servir y aprender. En Puente de Vida, me he encontrado con el evangelio, con la luz de la Sola Escritura. Allí he aprendido a ser hombre, padre y esposo (¡Gracias Luis y Silvia por el aporte tremendo!). Y he podido volver al hogar, a tomar, nuevamente, la mancera del arado. A los 18 años ingresé a estudiar al IBN con el íntimo propósito de prepararme para el ministerio y hoy estoy, nuevamente, en ese camino. Aquí ha sido clave el trabajo de Vladimir, mi amigo y pastor, quien desde antes del 24 de enero ha sido, informalmente, mi tutor eclesiástico, exhortando, enseñando, ayudando y confrontando con su palabra y vida. Agradecer por la Iglesia Presbiteriana de Chile por su énfasis escritural, teológico, confesional y constitucional. Al Seminario Teológico Presbiteriano José Manuel Ibáñez Guzmán, a sus profesores, funcionarios y estudiantes, por la enseñanza de calidad, por el aprendizaje, el diálogo y la amistad. Agradecer por mi familia, por Mónica mi amada esposa que siempre ha estado conmigo y con su amor, paciencia, sabiduría y complicidad he podido crecer y refundar mi vida, nuestras vidas, en las Escrituras, por mis hijos Miguel y Sophía, los hijos que Dios me ha dado y a quienes por sola gracia puedo pastorear, enseñar y amar. En definitiva, y por sobre todas las cosas, agradecer a Dios, porque en su providencia he podido vivir todo lo que he señalado con antelación, a Jesús mi Redentor, el maestro que ha trazado el camino por el cual debo vivir y el Señor al que me someto de todo corazón y al Espíritu que me anima a trabajar para mayor gloria de Aquél que vive y permanece para siempre.

Esto recién comienza. Hay mucho que trabajar, estudiar y vivir. Faltan procesos por empezar y culminar. Pero hay una tremenda certeza: Mi familia, mi pasado-presente-futuro está en las manos de quien me creó y me amó. Y sólo por gracia, con mis manos en el arado. Soli Deo Gloria. Estoy feliz y con un fuerte sentido de responsabilidad. Feliz porque la misión es de Dios. Sentido de responsabilidad, porque la agenda de esa misión no está en mis manos, por lo que mi respuesta es, simplemente, “heme aquí, envíame a mí”.

Luis Pino Moyano.

A mi Tata.

Desde que leí La Tregua de Mario Benedetti no puedo decir que alguien “falleció”. Mi Tata murió ayer, y tal como muchas veces lo pensé, recibí la noticia de ese acontecimiento mientras estaba con mis compañer@s estudiantes del Andino haciendo una clase de Historia. Cómo poder explicar que algo es previsible pero inesperado. Por eso no había palabras preparadas y ante la premura de esta ocasión quise escribir estas letras, porque quiero hacer un digno homenaje a mi Tata. Quiero expresar palabras claras y firmes sin titubear por algún instante.

Tata, en esta ocasión me tomaré una licencia como escribiente de estas palabras. Haré algo que nunca he hecho cuando conversé contigo. Hablaré de “tú-a-tú”. Ayer Vladimir, mi amigo y pastor, dijo que tú habías atravesado casi todo el siglo XX y así fue. Eso es lo primero que quiero decirte. Miguel alcanzó escasamente a conocerte y Sophía sólo te dio algunas sonrisas sin comprender a cabalidad quien eras. Pero quiero señalarte que tu memoria será imperecedera. Que los tallos podrán ser cortados, como decía la lira popular, pero nunca la raíz. Mi hijo e hija sabrán de ese humilde niño talagantino que iba a la escuela y que en invierno hacía sonar la escarcha con sus pies azulados desnudos. Sabrán también del estudiante que, en una sociedad elitista, con mucho esfuerzo llegó a estudiar al Valentín Letelier y, luego, a la Escuela de Artes y Oficios. Sabrán del niño que tuvo que hacerse hombre volviendo a trabajar a la talabartería de su padre. Sabrán de quien manejó carros y micros por las calles de Santiago y que fuiste testigo de las dos “huelgas de la chaucha”. Sabrán de quien fue taxista y dirigente, luchando por la organización y los derechos de los trabajadores, inclusive, en las épocas más álgidas de nuestra historia. Sabrán de quien fue mecánico en el Haras de Pirque. Sabrán del “Maestro Pino”, a quien siempre vi recibir el saludo de cariño y respeto. Sabrán de aquél trabajador que hasta hace muy poco se levantaba a las 5:30 de la mañana para ir a laburar, que compraba las herramientas que le hacían falta para ejercer con calidad su oficio. Sabrán de quien gustaba del buen fútbol, y que, probablemente, siguiendo a su jugador favorito, el mejor de la historia según tú, René Orlando Melendez, dejó de hacer barra al Everton de Viña del Mar para hinchar por el equipo azul, la Universidad de Chile. Sabrán también de quien fue esposo de una mujer inigualable e imprescindible, Graciela, mi Mamita Chela, y que con ella engendraste a Luis, Patricia y Jessica. Sabrán del abuelo de siete nietos y del bisabuelo de cinco hermosos niños y niñas.

Pero quiero también, en esta ocasión, agradecerte por ser más que un “abuelo”. Por ser mi Tata. Porque hasta el último día en que tu memoria pudo reconocerme me dijiste Rodriguito. Y, porque cuando en tu propia batalla por la memoria no pudiste reconocerme, un día le dijiste a mi bienamada Mónica que me cuidara. Cómo olvidar todos los partidos de fútbol y carreras de Fórmula 1 que vimos. Cómo olvidar los pollitos asados de la calle Clavero que compraste para compartirlos conmigo. Cómo lamento no haberme tomado nunca un Schop contigo mientras comíamos un lomito o un completo en el Nino Pizza. Cómo olvidar esos paseos a Cartagena que organizabas para tus compañeros de trabajo. Cómo olvidar las veces que me enseñaste a escribir, a memorizar las tablas de multiplicar. Cómo no recordar aquella ocasión cuando me retaste porque me colgué una moneda de $1 como medalla, impugnando el hecho de que tuviese a O’Higgins, un traidor en mi pecho, y acto seguido diciéndome que Manuel Rodríguez era el verdadero “padre de la patria”. Cómo olvidar que fue contigo con quien conocí de Salvador Allende, y que si hoy podría recitar su último discurso de memoria fue por todas las veces que lo escuché contigo en ese casete que era la copia de la copia de la copia. Cómo olvidar la vida contigo, los fines de semana y los veranos de mi infancia, en los que te esperaba para ayudarte a cargar tu maletín lleno de herramientas, o las noches en las que te visitaba, o aquél tiempo desde el 2005 al 2007 en el que vivimos juntos. Cómo olvidar esas noches viendo a Paulsen en Última Mirada o a la Carola Urrejola en Medianoche, mediados por un té o una sopa Maggie cuando hacía mucho frío, y las conversaciones y discusiones de política, en las que con mucha pasión argumentábamos nuestras posiciones. Cómo no recordar tu complicidad la que se manifestó por años en actos simples y cotidianos y, también, en los más importantes, en los que repitiendo la historia fuiste el primero en apoyar mi matrimonio. Son tantos momentos, tantos recuerdos, tantas esperanzas, tantas convicciones.

Yo sé que cometiste muchos errores como esposo, pero no olvidaré tus esfuerzos y lealtad por mantener viva la memoria de quien fuera tu esposa. Sé que cometiste muchos errores como padre, pero si pudiera imitar algo de ti, sería que nunca te vi decirles un solo garabato a tu hijo e hijas, que nunca te vi tutearlos, que siempre te escuché verbalmente tratarlos con mucho respeto, además de ir en ayuda de él y ellas en los momentos difíciles de la vida. Y, por supuesto, si viviera muchos años y Miguel y Sophía hicieran que fuese abuelo, me encantaría ser un Tata como tú, respetuoso, figura paternal y protectora, maestro de vida, compañero en el pleno sentido de la expresión, cariñoso, solidario, entregado totalmente. Fuiste un hombre de verdad, por eso te amo y te admiro.

No quisiera terminar estas palabras sin agradecer a mi papá, a mi mamá, a Dámaris, Camilo y Abigail, por vivir estos últimos años con él, por cuidarlo, por alimentarlo y por experimentar algo que ningún testigo afuerino puede dimensionar a cabalidad: el sacrificio de sostener y vivir junto a un enfermo postrado y que poco a poco fue perdiendo su memoria. Yo sé que la semilla que ustedes hicieron caer en buena tierra germinará en hermosos frutos. Y, por supuesto, agradecer a Dios porque en su soberana providencia nos permitió gozar la vida junto a Héctor Manuel Pino Parada, por todos los aprendizajes y alegrías y, también, por las penas, enojos y luchas.

La letra avanzó, nuevamente, sola. Algunas lágrimas también. Termino de escribir esto con la seguridad de que no será la última vez que hable de ti. Hasta siempre, Tata.

San Bernardo, 18 de mayo de 2013.

Luis Rodrigo Pino Moyano.

Manuel, Miguel, Luis y Luis.