Espiritualidad presbiteriana. Conceptualización y aterrizaje práctico.

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Luis Pino Moyano[1].

El sentido común ha hecho creer que presbiterianismo es sinónimo de un racionalismo frío, falto de una espiritualidad rica, lo que se traduciría en una suerte de adolescencia de los creyentes en su acercamiento cotidiano a Jesucristo. Nada más alejado de la realidad. No por nada, el símbolo original del presbiterianismo fue la zarza que ardía en la gloriosa manifestación de Dios a Moisés (Éxodo 3:1-7), junto con el emblema latino de “Nec Tamen Consumebatur”, “Aún así no se consumía”. Yahvé, el Dios del Pacto, se ha revelado en su Palabra y ha trazado una relación de amor con su pueblo. Ha sido tan indestructible dicha relación, que el fuego de su santa justicia se nos manifiesta misericordiosamente sin consumirnos. Dicho símbolo, tiene otro elemento aplicable a la vida de los creyentes, en el sentido que nuestros hermanos escoceses, y luego, por herencia, muchos otros presbiterianos en el tiempo tuvieron a la vista, pues, como dirá Carlos Parada, “estaban conscientes que la Palabra de Dios es llama que no se apaga y que tiene como propósito encender el mundo entero”[2]. Ese acto de encender el mundo se lleva a cabo en el seguimiento fiel de Jesucristo, en la vida de santidad, en la proclamación del evangelio y de la extensión del Reino de Dios en todas las esferas de la vida.

Un eje significativo de la espiritualidad presbiteriana es que ésta es confesional, es decir, que esta adhiere y sustenta su práctica en una declaración de fe, que explica los elementos fundamentales de la enseñanza bíblica y produce una defensa frente a quienes atenten contra ella (en el caso de la Confesión de Fe de Westiminster, el catolicismo romano y el anabaptismo, principalmente). A su vez, esta Confesión de Fe se haya fortalecida por el aprendizaje y reconocimiento de los credos del cristianismo universal, que hacen que no perdamos de vista la catolicidad de la Iglesia, y los catecismos que nos ayudan en la instrucción de los creyentes, sobre todo de quienes están dando sus pasos para una membresía en plena comunión. En mi caso, soy miembro de la Iglesia Presbiteriana de Chile, y ella reconoce junto con la cristiandad universal los credos apostólico, niceno-constantinopolitano, atanasiano y el de Calcedonia. Por su parte, reconoce la Confesión de Fe de Westminster en su revisión de 1903, la que es suscrita por sus oficiales (pastores, presbíteros y diáconos), junto con los Catecismos Mayor y Menor de Westminster y el de Heidelberg. Para algunos creyentes cristianos en la actualidad, decir que somos una iglesia confesional sería sinónimo de ausencia de libertad, a lo que digo que eso es totalmente falaz, toda vez, que la libertad cristiana es por definición comunitaria, y tiene la intención de amar y servir a Dios y al prójimo (véase Gálatas 5:1-15). Lo que hace la confesionalidad es dar un marco para la vida eclesial, permitiendo ser realmente una “común-unidad” que reconoce y acuerda como suyos unos artículos de fe, sumado a la limitación de la tiranía eclesiástica: nadie enseña a su antojo cosas que escapan a la Escritura, en asuntos de doctrina y práctica[3]. Esto, porque la Confesión es una norma normada por la Biblia, que es la única Palabra de Dios. Entonces, la confesionalidad es bandera de libertad y no cadena que inmoviliza.

Si quisiéramos definir la espiritualidad presbiteriana de manera muy breve, deberíamos decir que se trata de la práctica de creyentes reformados por el Espíritu Santo, sustentada en en la enseñanza de la Palabra de Dios, y que se traduce en una vida que anhela “glorificar a Dios y gozar de él para siempre”[4]. Todo lo que colabore en la tarea de glorificar y gozarnos en Dios, contribuye a una espiritualidad sana. Y aquí hay un papel doble: el del Espíritu Santo que aplica las obras de la gracia, de manera soberana, renovando la vida de los creyentes en Cristo, como también, la respuesta de dichos hombres y mujeres a dicha obra, viviendo de acuerdo a la nueva naturaleza que se nos ha sido dada (véase Romanos 8:1-17).

Hace un momento atrás, señalé que soy miembro de una iglesia que suscribe la Confesión de Fe de Westminster, en su versión de 1903, lo que tiene mucho que ver con el entendimiento de la espiritualidad, puesto que entre los dos capítulos añadidos por la PCUSA a los treinta y tres originales, posee uno titulado “Del Espíritu Santo”. Hay muchos presbiterianos en el mundo que no suscriben dicha versión confesional, porque creen que no son necesarios, toda vez que la Confesión original ya hablaba de dichos temas. Hay otros que han señalado, sin desparpajo que estos harían guiños al arminianismo y al liberalismo teológico. Bástenos acá citar a Benjamin Warfield, de quien nadie dudaría de su ortodoxia, y que fuese uno de los opositores a dicha reforma, cuando asume su posición como un “voto vencido”: “La doctrina expuesta en estas varias secciones es la doctrina común de las iglesias calvinistas, y se puede encontrar ampliamente expuesta en el cuerpo de teología de cualquier teólogo calvinista común. El capítulo es, por lo tanto, un resumen compacto de la doctrina calvinista ordinaria del Espíritu Santo y su obra”[5]. En otras palabras, estamos frente a una respuesta calvinista de cuño presbiteriano, a la obra del Espíritu Santo y al amor de Dios y las misiones, en un contexto de auge del pentecostalismo y del movimiento misionero moderno, lo que da cuenta que la teología es contextual, puesto que responde a las interrogantes del presente a la luz de la Escritura. El capítulo 34 de la Confesión de Fe de Westminster, reformado por la PCUSA en 1903, señala en su punto 4: “Cuando el Espíritu Santo mora en los creyentes, éstos quedan estrechamente unidos a Cristo quien es la Cabeza y, por lo tanto, unidos entre sí en la Iglesia, que es Su cuerpo. El llama y unge a los ministros para su santo oficio, habilita a los demás oficiales de la Iglesia para su obra especial, y proporciona distintos dones y gracias a los miembros de ella. Hace eficaces la Palabra y las ordenanzas del Evangelio. Él preservará la Iglesia, la hará crecer hasta que llene el mundo, la purificará y posteriormente la presentará completamente santa en la presencia de Dios[6]. De dicha declaración extraeremos a continuación algunos principios para la espiritualidad.

Un principio prioritario de la espiritualidad presbiteriana es que es esencialmente comunitaria. Hoy, cuando hablamos de espiritualidad, se tiende a ensalzar la intimidad y lo interior, enfatizando en la práctica de las disciplinas espirituales. En cambio, la espiritualidad presbiteriana tiende a ensalzar lo comunitario, con prácticas visibles en lo exterior, que impactan en el alma por cierto, y que enfatizan en la práctica de los medios de gracia. Como señalará Timothy Keller: “Debemos decir con claridad que no estamos hablando meramente de relaciones informales e individuales entre cristianos, sino también de membresía y participación en la iglesia institucional, reunida bajo sus líderes para la predicación de la Palabra y la administración de los sacramentos del bautismo y la Cena del Señor. La predicación de la Palabra por aquellos dotados, preparados y autorizados por la iglesia para hacerlo, y la participación de la Cena del Señor –con todo el autoexamen y la rendición corporativa de cuentas que lleva consigo- son maneras irremplazables en que la comunidad cristiana provee testimonio, formación espiritual y comunión con Dios[7]. Charles Hodge, en un discurso en el que describe qué es el presbiterianismo, planteaba que: Esta morada del Espíritu en el cristiano que enlaza a todos los miembros del cuerpo de Cristo, produce, no solamente aquella unión interior o subjetiva que se manifiesta en la simpatía y cariño, en la unidad de fe y amor, sino también la unión y comunión externas. Hace que los cristianos se reúnan para celebrar el culto, y para vigilarse y cuidarse mutuamente, debiendo para ello estar sujetos el uno al otro en el temor del Señor. / Pone a todos en sujeción a la palabra de Dios como la regla de fe y práctica. Les da no solamente interés mutuo en el bienestar, pureza y edificación de cada uno, sino que también les impone la obligación de promover estos resultados. Cuando alguno de los miembros sufre, todos sufren con él; y cuando alguno de ellos se siente satisfecho, todos se regocijan con él[8]. Por su parte, John Knox, reformador reconocido por ser el padre del presbiterianismo, decía que: La congregación a la que me refiero es la que se reúne en el nombre de Jesucristo, dando gloria y magnificando a Dios Padre por los infinitos beneficios reunidos en su Hijo, nuestro Señor. […] Quien se aparta de una congregación como esta (pero ¿dónde hallarla?) declara que no es miembro del Cuerpo de Cristo[9]. Todas estas citas, presentadas en orden cronológico inverso, presuponen que la espiritualidad presbiteriana se hace manifiesta en un compromiso espiritual y activo con la iglesia visible, la que colabora en la edificación del cuerpo de Cristo con la multiplicidad de dones que se manifiestan en ella. No se puede ser creyente cristiano sin participar de la vida de la iglesia. No se puede orar diciendo “Padre nuestro…”, si el nosotros no es real en un tiempo y en un espacio determinado. El cristianismo es indefectiblemente comunitario, o no será.

Un elemento sumamente relevante para la espiritualidad presbiteriana es la celebración del culto comunitario y el acto de guardar el día del Señor. El capítulo 21 de la Confesión de Fe de Westminster[10], enseña que:

  • Sólo hay un Dios que debe ser adorado: el trino Dios, único digno de recibir gloria por parte de su pueblo.
  • La forma aceptable de adoración está instituida y limitada por la Escritura, no por nuestra imaginación o por el influjo de Satanás.
  • La adoración sólo es posible por el acto mediador de Cristo.
  • La oración por medio de Cristo y ayudada por el Espíritu tiene un papel fundamental en la adoración.
  • Partes de la adoración religiosa: lectura de la Biblia, predicación sana, la escucha atenta de la Palabra, el canto de los salmos con el corazón, la debida administración y recepción de los sacramentos. En diferentes oportunidades pueden realizarse: juramentos y votos, ayunos solemnes y acciones de gracias.
  • La adoración no está condicionada por el lugar en que se realiza, sino por la disposición del corazón: adorar en espíritu y en verdad. Esto es fundamento del culto individual, familiar y de la iglesia reunida.
  • El sábado cristiano, que es el domingo, por la resurrección del Señor, es el día que debe ser guardado por la comunidad cristiana.

De este asunto quisiera relevar con mayor fuerza el carácter cristocéntrico de la espiritualidad presbiteriana, porque todo el acto de adoración de los creyentes, sea en el culto lato de la vida, como en el culto estricto de la comunidad de creyentes reunidos en el día del Señor, necesitan de la mediación de Cristo. Nuestro culto a Dios, en el cual todo el ser es presentado a Dios en adoración, en el que la mente es transformada por la Palabra de Dios, en el que cantamos con gratitud en el corazón y en el que actuamos con amor, justicia y misericordia hacia nuestro prójimo (Romanos 12:1,2; Hebreos 13:15,16), sólo es posible porque Cristo está en-y-con nosotros, ayudándonos a vivir para la gloria de Dios. Calvino decía que “Para que las ceremonias nos sirvan de ejercicio de piedad es preciso que nos lleven a Cristo”[11]. La espiritualidad presbiteriana no pierde de vista ni a Dios ni al prójimo. Aquí es pertinente recoger la definición de “piedad” propuesta por Hermisten Maia, al entenderla como una relación teológicamente orientada del humano para con Dios en su devoción y reverencia y, a su conducta bíblicamente ajustada y coherente con su prójimo. La piedad envuelve comunión con Dios y el cultivo de relaciones justas con nuestros hermanos. La obediencia es la madre de la piedad, resume Calvino[12]

Hablamos en el párrafo anterior de la transformación que experimentamos los creyentes en Cristo. Si los seres humanos somos entendidos como creados a imagen y semejanza de Dios, como unidad psicosomática (el cuerpo es la expresión material del alma en un tiempo y espacio), como criatura (súbdito) y persona (libertad según su naturaleza)[13], el ser humano completo requiere ser transformado. Es así que llegamos a plantear otro principio fundamental de la espiritualidad presbiteriana: ¡Todo es espiritual! El corazón, que es el “centro religioso de la vida”[14], en las palabras de Dooyeweerd, viene a dotar de coherencia todas las áreas de la existencia humana. La verdadera transformación del corazón implica el cambio del intelecto, las emociones y la voluntad. Una espiritualidad profunda debe buscar el enriquecimiento de dichas áreas, cuidando el corazón, como diría el proverbista, porque de él mana la vida (Proverbios 4:23). Timothy Keller y Kathy Keller dirán que: La mejor manera de cuidar tu corazón para la sabiduría es adorando a Dios, procurando que tu boca, tu mente, tu imaginación e incluso tu cuerpo estén todos orientados hacia Él”[15].

En la práctica de la piedad que es consciente de la realidad espiritual de todas las cosas, tiene en un puesto de primacía la Biblia como Palabra de Dios. La espiritualidad presbiteriana es bíblica, y entiende que soberanía de las esferas no deja de lado lo que dice la Escritura, puesto que ella da respuesta a las problemáticas  de la vida, en sus diversas áreas de desarrollo. Así lo señala la Confesión de Fe de Westminster en su capítulo 1, punto 6: “Todo el consejo de Dios tocante a todas las cosas necesarias para su propia gloria, la salvación del hombre, la fe y vida, está expresamente expuesto en la Escritura o por buena y necesaria consecuencia puede ser deducido de la Escritura[16]. La Biblia es, y debe ser, la base de todo lo que creemos y hacemos, y todo lo que acontece a nuestro alrededor debe ser leído con sus lentes.

La espiritualidad presbiteriana está marcada por la doctrina del sacerdocio universal de los creyentes (véase, 1ª Pedro 2:4-10), pues en el presbiterianismo no existe la separación entre clero y laicos. Todos somos el pueblo de Dios, sacerdotes que buscamos con todo ahínco que Dios sea glorificado en cada cosa que hacemos, con los dones que el Espíritu Santo nos ha dado. Lo que sí distinguimos es el oficio particular al que alguno de sus miembros han sido llamados por Dios, y que es reconocido en la comunidad, lo que se refrenda en las asambleas de ella por medio del voto. Creemos que el liderazgo bíblico tiene poco que ver con jerarquías, sino más bien con relaciones significativas de acompañamiento espiritual, en el que todos los creyentes somos responsables. Somos responsables de acompañar y de ser acompañados por nuestros hermanos, en la tarea de aprender y servir. Esa tarea es espiritualidad. En sí, el sacerdocio universal es un llamado al trabajo: en el evangelismo, el discipulado, la adoración, la familia, la comunidad eclesial y en las distintas vocaciones que Dios nos ha dado. Somos sacerdotes todos los días, en todo lugar y toda la vida[17]. Como toda bendición va acompañada de responsabilidades, y para ello, necesitamos a Jesucristo, el perfecto sumo sacerdote, aquel que nos toma de la mano, nos transforma, corrige, anima, consuela y nos ayuda a caminar.

Juan A. Mackay, en “El sentido presbiteriano de la vida”, concluye que: “Los presbiterianos y las iglesias presbiterianas, debido a su profunda convicción acerca de la intervención de Dios en la historia, proclaman la necesidad de considerar los asuntos humanos desde una perspectiva profética. Si el mundo es verdaderamente el teatro de la gloria de Dios, entonces la vida humana en todos sus aspectos deberá mirarse e interpretarse a la luz misma de Dios[18]. Siendo Cristo Señor de todo, viviendo vidas que están sustentadas en la Palabra que vive y permanece, y misionando para el Reino de Dios en todas las esferas de la vida, la adoración debiese abarcar todas las áreas de nuestra existencia. Isaías 66:1,2 señala con toda claridad: Así dice el Señor: El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis pies. ¿Qué casa me pueden construir? ¿Qué morada me pueden ofrecer? Fue mi mano la que hizo todas estas cosas; fue así como llegaron a existir afirma el Señor . Yo estimo a los pobres y contritos de espíritu, a los que tiemblan ante mi palabra. En la vida para Dios no hay posibilidad para el dualismo. No hay posibilidad de pensar y vivir la adoración sólo en templos o parroquias. Así como la mirada de fe del cristianismo es total y la misión lo abarca todo, la adoración, por su parte, es cósmica y pública. Porque como señalará Francis Schaeffer: Las personas hacen de acuerdo con lo que creen. Cualquiera que sea el punto de vista sobre su mundo, eso es lo que serátrasladado al mundo exterior[19]. Lo que creemos se traduce siempre aquello que hacemos.

A la luz de todo esto, la vocación a la que Dios nos ha llamado, y que se traduce en nuestro trabajo en cada lugar en el que nos desenvolvemos, debe ser leído en clave espiritual. Dios nos ha llamado a servirle en el mundo con nociones de amor y de justicia, siendo el fruto de nuestros manos, la forma en la que Dios se acerca dando bienestar a quienes nos rodean[20]. No hay trabajo sagrado o profano, sólo hay trabajo que glorifica a Dios o que no le glorifica. Como diría David Trumbull, fundador de la obra presbiteriana en Chile, “Servir a Cristo es reformar la sociedad, es consolar al afligido, es instruir al ignorante y es conducir al arrepentimiento a los que están alejados de Dios”[21]. No por nada el presbiterianismo del que hemos sido herederos en América Latina, por la vía de la misión, se esforzó en predicar el evangelio de la mano de una ardua tarea social, manifestada en la creación de centros educacionales (primarios, secundarios y terciarios), de hospitales y diversos centros de salud, orfanatos y ligas contra la intemperancia; todo eso unido al apego a un sistema democrático representativo, al respeto y promoción de los derechos humanos y civiles, y al desarrollo de una economía que promueve la inventiva, el emprendimiento y la libre circulación de mercancías para el desarrollo de calidad de vida. Todo este trabajo misional es entendido como acto responsable de los creyentes en la búsqueda de la glorificación a Dios (ética protestante del trabajo).

Por eso, no deja de llamar la atención, que en algunos sectores del presbiterianismo hoy día, por cuidarse de los embates del liberalismo teológico, el liberacionismo y el posmodernismo, tienda a refugiarse bajo el techo y abrigo del fundamentalismo. Lo que Eliezer Leal aplica para la confesionalidad presbiteriana en 1903, quisiera ponerlo en la palestra hoy, pues la espiritualidad presbiteriana “nos acerca a un calvinismo que no cede ante el liberalismo teológico, pero tampoco se conforma a una escolástica protestante cómoda y exclusivista. Nos acerca a un calvinismo que supera la dicotomía entre lo bíblico y lo relevante, y nos invita a involucrarnos con nuestra cultura, reconociendo los dones del Espíritu en medio de ella, pero también siendo celosos en reconocer sus idolatrías y vanas filosofías[22]. La espiritualidad presbiteriana no es ensimismada. Alza sus manos y voces para glorificar a Dios, y extiende las manos horizontalmente, cuando ama a su prójimo, hermano en Cristo o no, buscando su alegría, aliento, sanidad y consuelo.

Que Dios siga siendo glorificado en la iglesia y en el mundo.


[1] Presbítero de la 11ª Iglesia Presbiteriana de Santiago “Puente de Vida”. Licenciado en Historia con mención en Estudios Culturales de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Este artículo fue escrito a modo de apuntes para el Conversatorio: “¿Qué entendemos por espiritualidad?”, organizado por la Red Teológica de Estudiantes (Santiago, 21 de mayo de 2020).

Consecuente con la propuesta temática, he procurado citar a autores presbiterianos, con la sola salvedad de Calvino, Dooyeweerd y Hoekema, que forman parte de la tradición reformada. En el caso de Kuiper, el texto referido fue escrito por él mientras era pastor de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa.

[2] Carlos Parada. Hacia una visión reformada de la relación personal del creyente con el Espíritu Santo. Una propuesta de definición desde la Confesión de Fe de Westminster y obras de teología reformada relevantes en lengua castellana, en diálogo con la comprensión que tienen de dicha relación miembros de la Iglesia Presbiteriana de Chile. Tesis para el grado de Licenciado en Teología del Seminario Teológico Presbiteriano José Manuel Ibáñez Guzmán. Santiago, 2016, p. 112.

[3] Véase: Carl Trueman. ¿Por qué los cristianos necesitan confesiones? En: http://icr-grancanaria.jimdofree.com/por-qué-los-cristianos-necesitan-confesiones-por-carl-trueman/ (Consulta: mayo de 2020).

[4] Catecismo Menor de Westminster, pregunta 1. Disponible en: Los estándares de Westminster. San José, Confraternidad Latinoamericana de Iglesias Reformadas, 2010, p. 119.

[5] Benjamin Warfield. “The Confession of Faith as revised in 1903”. En: The Union Seminary Magazine. Nº 1, Vol. XVI. Richmond, 1904, pp. 13, 14. Disponible en: http://static1.squarespace.com/static/590be125ff7c502a07752a5b/t/5adce3ce352f538288fe51ee/1524425681807/Warfield%2C+Benjamin+Breckinridge%2C+The+Confession+of+Faith+as+Revised+in+1903.pdf(Consulta: mayo de 2020). Citado y traducido en: Eliezer Leal. Una Teología histórica de la enmienda de 1903 a la Confesión de Fe de Westminster. Tesis para el grado de Licenciado en Teología del Seminario Teológico Presbiteriano José Manuel Ibáñez Guzmán. Santiago, 2019, p, 71.

[6] Confesión de Fe de Westminster. Versión de 1903. En: http://www.puentedevida.cl/wp-content/uploads/2020/03/Confesión-de-fe-de-Westminster-1903.pdf (Consulta: mayo de 2020).

[7] Timothy Keller. Iglesia centrada. Miami, Editorial Vida, 2012, p. 333.

[8] Charles Hodge. ¿Qué es el presbiterianismo? México, Imprenta Presbiteriana de Vapor, 1886, pp. 58, 59. Se ha actualizado la ortografía acentual.

[9] John Knox y Juan Calvino. Oración y la vida cristiana. Buenos Aires, Editorial Peniel, 2017, pp. 44, 45. El texto citado de Knox data de 1553, y fue titulado: “Tratado sobre la oración, o confesión y declaración de oraciones a ella añadidas”. La consulta que apela a la ubicación de una iglesia fiel a Jesucristo está ligada a un contexto en que la Reforma recién estaba emergiendo.

[10] Confesión de Fe de Westminster. Op. Cit.

[11] Juan Calvino. Institución de la Religión Cristiana. Libro IV.X.29. Rijswik, Fundación Editorial de Literatura Reformada, 2006, p. 952.

[12] Hermisten Maia Pereira da Costa. “A vitalidade da teologia sistemática reformada: Algumas de suas ênfases e desafios”. En: Felipe Sabino de Araujo Neto (editor). A sistemática da vida. Ensaios en honra de Heber Carlos de Campos. Brasília, Editora Monergismo, 2015, p. 84.

[13] Esto es una síntesis de la sistematización teológica realizada en: Anthony Hoekema. Creados a imagen de Dios. Grand Rapids, Libros Desafío, 2005.

[14] Herman Dooyeweerd. No Crepúsculo do Pensamento Ocidental. Editora Hagnos, São Paulo, 2010. Específicamente el ensayo “O que é o homem?”.

[15] Timothy Keller y Kathy Keller. Sabiduría de Dios para navegar por la vida. Medellín, Poiema Publicaciones, 2018, p. 85.

[16] Confesión de Fe de Westminster. Op. Cit.

[17] Véase sobre este asunto: R. B. Kuiper. El cuerpo glorioso de Cristo. San José, Confraternidad Latinoamericana de Iglesias Reformadas, 2018, pp. 146-152 (bajo el subtítulo “El oficio universal”).

[18] Juan A. Mackay. El sentido presbiteriano de la vida. Bogotá, Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina, 1969. Edición digitalizada disponible en: http://iglesiapresbiterianadetexcoco.files.wordpress.com/2010/10/jhon-a-mackay-el-sentido-presbiteriano-de-la-vida.pdf (Consulta: mayo de 2020).

[19] Francis Schaeffer. Polución y la muerte del hombre. Enfoque cristiano a la ecología. El Paso, Editorial Mundo Hispano, 1973, p. 8.

[20] Soy tributario acá de la propuesta de Timothy Keller referida a la relación entre fe y trabajo. Timothy Keller. Iglesia centrada. Op. Cit., pp. 350-355; y, Timothy Keller. Toda buena obra: Conecta tu trabajo con el trabajo de Dios. Nashville, B&H Publishing Group, 2018.

[21] De un sermón de David Trumbull, titulado “Un siervo de Jesucristo”, basado en Romanos 1:1. Citado en: Irven Paul. Un reformador yanqui en Chile. Vida y obra de David Trumbull. Santiago, IPCH Ediciones, 1995, p. 159.

[22] Eliezer Leal. Op. Cit. pp. 77.

[Lectura Devocional] ¡La justicia es acto de espiritualidad!

“¡Lávense, límpiense! ¡Aparten de mi vista sus obras malvadas! ¡Dejen de hacer el mal! ¡Aprendan a hacer el bien! ¡Busquen la justicia y reprendan al opresor! ¡Aboguen por el huérfano y defiendan a la viuda! ‘Vengan, pongamos las cosas en claro -dice el Señor-. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana! ¿Están ustedes dispuestos a obedecer? ¡Comerán lo mejor de la tierra! ¿Se niegan y se rebelan? ¡Serán devorados por la espada!’. El Señor mismo lo ha dicho” (Isaías 1:16-20).

El profeta Isaías hace el anuncio al pueblo de Judá con una intención clara: que escuchen la Palabra de Dios. Pero la situación es muy adversa, pues dicho pueblo tiene su mente corrompida por el pecado, por lo que la voz profética diagnóstica enfermedad y asolamiento. El juego simbólico es muy interesante. Del símil del versículo 3, en el que se les compara con bueyes y asnos, que con toda su torpeza entienden la voz de su amo, mientras ellos no obedecen la voz de su Señor; se pasa a la metáfora del versículo 10, en la que los gobernantes son comparados a los principados de Sodoma y el pueblo todo, a Gomorra. Eso explica por qué su culto ofende a Dios, pues a pesar que en apariencia seguían estricta obediencia a Dios, su corazón y formalismos eran paganismo puro y sencillo (versículos 11-15). Ese es el contexto del pasaje citado al comienzo. 

La sección que he colocado al inicio habla de una serie de prácticas injustas de las cuales el pueblo de Judá debe arrepentirse, para aprender a actuar con justicia en el mundo. Es muy interesante ese punto: la justicia se aprende. ¿Y qué es lo que hay que aprender? Enumeremos: a) hacer el bien; b) buscar justicia; c) reprender al opresor; d) defender al huérfano y la viuda. Y luego de dicha enumeración, notamos toda la fuerza de uno de los versículos más conocidos del libro en el que se nos invita a buscar al Señor para recibir el perdón de nuestros pecados, por muy oscuros y profundos que éstos sean. Es el recuerdo del pacto de Dios con su pueblo, del Dios que nos ama y redime. Por eso, el texto refuerza dicha idea con consecuencias: si buscamos a Dios tendremos Shalom, es decir, vida abundante y verdadera; mientras que si no buscamos al Señor, seremos víctimas de la autodestrucción. En otras palabras, la justicia es una necesidad espiritual. 

¿Qué nos enseña este texto? Que bíblicamente, toda práctica de injusticia social emerge de una espiritualidad atrofiada, que busca ensalzar cosas y sujetos que perecen y que, por lo tanto, la justicia que necesita nuestra sociedad, y en la que nosotros debemos ser agentes activos del Reino de Dios, es un acto que busca en primer lugar la adoración del Dios vivo y verdadero. Es nuestra tarea urgente, entonces, volvernos a la Palabra de Dios para encontrar sustento en nuestras prácticas, y entender la justicia en la sociedad como una disciplina espiritual, pues esta requiere aprendizaje y un ejercicio que busca paliar una necesidad real de quienes somos creyentes en Cristo Jesús. No podremos hacer el bien, buscar la justicia, reprender al opresor y defender al huérfano y la viuda si lo hacemos sustentados en los principios de la cultura imperante, o en las ideologías de los partidos y movimientos que nos agradan, pues eso nos lleva a la parcialidad que es signo de la espiritualidad atrofiada. 

Quienes profesamos la fe evangélica en nuestro Chile debemos comenzar por arrepentirnos. Arrepentirnos de nuestro acomodamiento, ya sea a la vida en comunidades que no tienen ningún nexo con el mundo, como también, el que ha resultado de la búsqueda de meras cuotas de poder para tener algo de influencia. Debemos arrepentirnos por todas las veces que hemos creído que la tarea proclamar el evangelio está disociada de la disciplina espiritual de la justicia en la sociedad. Debemos arrepentirnos cuando hemos mirado a nuestro prójimo con parcialidad, siendo sumamente duros con el pecado y debilidad del resto, y muy autocomplacientes con nosotros mismos. Gracias a Dios por el evangelio, porque sólo en Cristo, nuestros pecados pueden ser anulados, como del “carmesí a la blanca lana”. 

Oración: Amado Señor, te adoramos por ser justo y verdadero. Nos postramos ante ti, en nuestros corazones, para pedirte perdón por nuestra espiritualidad atrofiada que se ha manifestado en injusticia, indiferencia y parcialidad. Queremos pedirte que nos limpies por el poder del sacrificio que Cristo hizo en la cruz, para que llenos del poder de tu Espíritu Santo, podamos mantener nuestra mirada en ti y en nuestros prójimos. Vivimos en nuestro país tiempos difíciles en los que no podemos actuar con indiferencia y quietud. Haznos ser artesanos de la paz que trabajan en el mundo sólo para tu gloria y honra. Lo pedimos en Cristo Jesús, amén. 

Luis Pino Moyano.

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La oración comunitaria.

Una de las preguntas que el Catecismo Mayor de Westminster se hace es: “¿Qué es la oración?” (178), a lo que responde diciendo: “La oración es el ofrecimiento de nuestros deseos a Dios, en el nombre de Cristo, y por la ayuda de su Espíritu; con confesión de nuestros pecados y reconocimiento agradecido de sus beneficios”. Juan Calvino, por su parte, en la Institución de la Religión Cristiana: “Todo el que se dispone a orar, que se arrepienta de sus pecados y se revista de la persona y afecto de un pobre que va de puerta en puerta”. En ese sentido, la oración no es el privilegio de los fuertes, sino la necesidad de los débiles, de los pobres en espíritu que entienden que la fortaleza propia y de la iglesia provienen de la fuerza de Dios, de su gracia y favor. Teniendo en cuenta este marco, es que vemos la oración como un medio de gracia, que disciplinadamente trabaja en pos de una espiritualidad bíblica que anhela una reforma del Espíritu Santo en nuestra vida. Por ello, la debemos practicar cotidiana y asiduamente. La idea es que, al decir de J. I. Packer y Carolyn Nystrom, podamos a través de la oración “encontrar nuestro camino pasando de la obligación al deleite”.

Ante la necesidad de esta disciplina espiritual, debemos reconocer que la oración comunitaria es sumamente importante. El Padrenuestro nos habla de un Señor que traza una relación de adopción no conmigo a solas sino con nosotros su pueblo. Decimos “nuestro” y no mío. No hay vida de oración sin este sentido comunitario. Dietrich Bonhoeffer en su libro “Vida en comunidad” dice: “es imposible que cristianos llamados a vivir bajo la autoridad de la palabra no acaben por dirigir, también unidos, sus oraciones personales a Dios. Presentarán a Dios las mismas preces, la misma gratitud, la misma intercesión y deberán hacerlo con alegría y confianza”. 

A partir del texto de Hechos capítulo 4, versículos 23 al 31 quisiera que reconociéramos principios bíblicos para la oración comunitaria. Antes de pasar a ello, se hace necesario contextualizar nuestra lectura. Pedro y Juan, apóstoles, luego de la experiencia vivida en Pentecostés, van al templo a orar, en el mismo horario en que lo hacían todos los judíos piadosos, cuando se encuentran con un mendigo lisiado que les pide limosna. Pedro le dice: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!” (Hechos 3:6). Luego de eso, Pedro anuncia el evangelio del Señor a todos los testigos de dicha señal. Todo esto está en el relato del capítulo 3 de Hechos. Acto seguido, el capítulo 4, en su primera sección muestra que Pedro y Juan son apresados por la guardia del templo y puestos en una celda. El Consejo de Jerusalén, compuesto por gobernantes, ancianos y maestros de la ley se reunió y luego de mucho debate se coincide en que Pedro y Juan sean liberados, pero con la orden terminante de no hablar ni enseñar en el nombre de Jesús, a lo que ellos respondieron: “¿Es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes en vez de obedecerlo a él? ¡Júzguenlo ustedes mismos! Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (4:19,20). Esto causó mucho gozo en el pueblo y mucho más profundamente en la naciente comunidad cristiana. Es ahí que aparece el versículo 23 diciéndonos a modo de conector con lo que veremos en este post: “Al quedar libres, Pedro y Juan volvieron a los suyos y les relataron todo lo que les habían dicho los jefes de los sacerdotes y los ancianos”. Eso da pie a una gozosa y fervorosa reunión de oración. 

I. Veamos, ahora, los principios para la oración comunitaria:

1. La oración comunitaria requiere de unidad: “Cuando lo oyeron, alzaron unánimes la voz en oración a Dios” (4:24a). 

El testimonio de la liberación de Pedro y Juan impactó tanto a la comunidad, que alzaron su voz para orar. Pero más que ese acto de hacerlo en voz alta, que es una cuestión de forma, lo realmente preponderante es la unidad de nuestros primeros hermanos. Ellos mantenían el espíritu de Pentecostés: la unanimidad, es decir, el mismo sentir y pensar respecto de aquello que es prioritario para la vida de la iglesia. 

Esto nos debe llevar a decir con suma claridad que la iglesia no puede existir ni subsistir si está dividida. No es un tema baladí (de poca importancia) el de la unidad de la iglesia. La unidad de la iglesia no es un valor de última categoría, transable por otros principios. El Señor Jesucristo, en la misma noche en la que fue entregado a sus captores, lo que derivó en su muerte de cruz, oró al Padre diciendo: “Pero no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo crea que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Juan 17:20-23 RVC). Esa oración de Jesús debe ser nuestro sentir y pensar. 

No podemos orar juntos si mantenemos prejuicios o rencores respecto de los demás. Debemos perdonar, restaurar, amar, para así pelear juntos la buena batalla de la fe. El sentido de cuerpo debe empaparnos en nuestro quehacer como iglesia de Jesucristo. 

2. La oración comunitaria está supeditada a la soberanía de Dios: “Soberano Señor, creador del cielo y de la tierra, del mar y de todo lo que hay en ellos” (4:24b).

Si hay algo que nuestros primeros hermanos tenían en cuenta es el marco de la soberanía de Dios. Orar no busca cambiar la voluntad de Dios, orar implica decirle a Dios lo que nosotros anhelamos pero con el anhelo que nuestro corazón sea transformado por la voluntad de Dios que es “buena, agradable y perfecta”. Y el texto para hacer dicho énfasis, nos presenta a Dios como soberano y como creador. Él es dueño absoluto de todo, porque Él creó todo el universo. Todo lo hizo bien y todo sigue siendo preservado y orientado hacia su consumación por la providencia de Dios. Dios tiene un poder irresistible e inmutable en su acción a lo largo de la historia.

Debemos tener conciencia de la soberanía de Dios cuando oramos. Y esa conciencia no tiene que ver con la falta de sinceridad ante Dios y con la expresión de nuestra vulnerabilidad ante Él, sino con un sentido de dependencia que produce descanso. Oramos a sabiendas que Él lo hará todo bien. Oramos con esperanza porque Dios tiene el poder para hacer nuevas todas las cosas.

3. La agenda de oración de la comunidad la pone la Biblia: “tú, por medio del Espíritu Santo, dijiste en labios de nuestro padre David, tu siervo: ‘¿Por qué se sublevan las naciones y en vano conspiran los pueblos? Los reyes de la tierra se rebelan y los gobernantes se confabulan contra el Señor y contra su ungido’” (4:25,26).

Aquí la oración de nuestros primeros hermanos se liga a otra disciplina espiritual: la de la lectio divina. La lectio divina es la disciplina de la lectura de la Biblia en oración gozosa. La Biblia es la que nos dice lo que debemos pensar (leer), sentir (meditar), orar y hacer (actuar-contemplar). La iglesia reunida en oración, hace suyo el Salmo 2:1,2, orándolo porque reconocen el cumplimiento de aquello en la persona de Jesucristo y su obra en la comunidad de creyentes. 

La oración comunitaria de la iglesia, al igual que nuestra oración privada, debe surgir de la lectura de la Palabra de Dios. Ella nos dice lo que debemos creer y hacer. La agenda de la iglesia no responde a proyectos y sueños personales que sólo tienen como resultado que un nombre se haga grande: ¡ese es el espíritu de las personas que construían la torre de Babel! La agenda de la Iglesia responde a lo que Dios reveló en su Palabra. Leer la Biblia no es un acto intelectual con el que se agrandan cabezas, sino que es un acto espiritual, en el que la mente y todo el ser se encuentran incluidos, donde el corazón es agrandado. Es decir, nuestro pensamiento, emociones y voluntad son cambiados cuando la Palabra de Dios penetra nuestro corazón. La iglesia viva es aquella que cree, ama y practica la Palabra. Como decía Dietrich Bonhoeffer, “No es la pobreza de nuestro corazón, sino la riqueza de la Palabra de Dios la que debe determinar nuestra plegaria” (Los Salmos: el libro de oración de la Biblia).

4. La oración comunitaria se vive en la realidad de la iglesia: “En efecto, en esta ciudad se reunieron Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y con el pueblo de Israel, contra tu santo siervo Jesús, a quien ungiste para hacer lo que de antemano tu poder y tu voluntad habían determinado que sucediera. Ahora, Señor, toma en cuenta sus amenazas” (4:27-29a).

Este texto muestra que la oración debe apelar a las necesidades de la comunidad. Particularmente, la de la persecución que comienzan a vivir. Momento difícil que no deja de expresar la voluntad de Dios. Me gusta mucho lo que dice una nota de la Biblia de Estudio “La justicia de Dios”: “La persecución no produce pánico en la iglesia sino que la conduce a orar. Al enfrentar la injusticia la iglesia declara la soberanía de Dios su Creador. La iglesia ora, citando la Escritura a Dios, para que ella misma recuerde que la palabra de Dios es digna de confianza. Los creyentes interpretan su situación a la luz de la soberanía de Dios y su palabra fidedigna. Los creyentes no piden un rescate, sino más bien denuedo para dar testimonio”.

¿Cuál es la realidad de nuestra iglesia-Iglesia hoy? ¿Qué necesitamos? ¿Qué debemos hacer? ¿Qué hemos recibido y qué hemos perdido con el paso del tiempo? ¿Qué debemos agradecer? ¿En qué debemos ser fortalecidos? No existe oración comunitaria si estamos solitarios y huraños respecto de lo que pasa en la vida de la iglesia. La iglesia no es un club que se reúne en ciertos horarios, la iglesia es comunidad que vive su fe todos los días, aunque nos encontremos lejos físicamente. Los grupos pequeños potencian ese sentido de comunidad, porque uno no es parte de una comunidad por compartir un café los domingos después del culto, es comunidad cuando se comparte la vida, y eso implica el compartir la mesa, el que nuestros hijos crezcan juntos y que en medio de sus juegos quiebren o derramen cosas en algún lugar de nuestro hogar. 

5. La oración comunitaria anhela el poder del Espíritu Santo para servir en la misión: “y concede a tus siervos el proclamar tu palabra sin temor alguno. Por eso, extiende tu mano para sanar y hacer señales y prodigios mediante el nombre de tu santo siervo Jesús. / Después de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos; todos fueron llenos del Espíritu Santo, y proclamaban la palabra de Dios sin temor alguno”. (4:29b-31).

La iglesia primitiva tuvo total claridad de la necesidad de la obra del Espíritu Santo. El libro de Hechos cada vez que menciona el poder transformador de la Tercera Persona de la Trinidad, da cuenta que su resultado es la proclamación de la fe. Por eso ellos oran para que lo que se proclame sea la Palabra y ésta se predique con valor. Toda la obra transformadora de la salud física, emocional y espiritual, en aquello que la Biblia llama milagros, busca principalmente señalar a Cristo. El texto señala que el lugar tembló luego de la oración, a modo de símbolo de la presencia divina y de la respuesta a la oración. 

Lucas dice con toda claridad que todos fueron llenos del Espíritu y eso señala que todos esos sujetos llenados de poder proclamaban su fe sin miedos. Es decir, lo que necesitamos para compartir nuestra fe ya lo tenemos y por pura gracia, mediante la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas. Debemos orar para que el Espíritu Santo nos llene de poder. Eso no es pentecostalismo, es cristianismo. El fervor y la pasión por el Reino debe conducirnos a ser una iglesia que desarrolla la misión con la alegría y la fuerza del Espíritu.

II. Veamos, también, algunas ideas prácticas para la oración comunitaria.

1. Aprovechar las instancias existentes. En nuestros programas eclesiales tenemos, o podríamos tener, reuniones de oración, vigilias, grupos pequeños ¿Cómo desarrollar estas actividades? Que siempre la oración surja de la lectura de la Palabra, que se genere una instancia para agradecer y suplicar y que, en lo posible quede una bitácora de oración para nutrir nuestras oraciones individuales. Esa bitácora puede servir no sólo para recordar por qué cosas debemos orar, sino también notar cómo Dios ha respondido las oraciones, lo que nos llevaría a agradecer u orar de otra manera.

2. La oración en el culto público. La oración es un elemento de nuestro culto comunitario, y en él esta debe ser expresada de manera tal que refleje los atributos divinos, la sinceridad de la oración, y debe ser hecha con solemnidad y simpleza, con palabras propias basadas en la Escritura, con brevedad y de acuerdo a lo que se pidió orar. La única manera de aprender a orar en público es orando y escuchando a otros, es por ello, que uno debe estar llano a escuchar las oraciones de los demás también en ese sentido. Aquí se hace pertinente señalar que el momento de la oración comunitaria no corresponde a “los comerciales” (spots publicitarios) de la liturgia. Es el momento para conversar con Dios, no para conversar con los hermanos o salir a otros lugares de las dependencias de la iglesia. 

3. Los miembros oran comunitariamente sin necesidad de eventos. Los creyentes podemos orar en el acompañamiento que produce el discipulado, en los momentos difíciles, en medio de las necesidades y triunfos, en medio de la debilidad por el pecado (nexo con la disciplina espiritual de la confesión, que no debe ser confundida con el sacramento católico romano). Quienes viven la amistad o el compañerismo cristiano no requieren que la oración comunitaria esté fijada en un calendario, simplemente se juntan para orar. 

4. ¿Cómo responder a una petición de oración que se nos hace? La promesa menos cumplida de la vida de la iglesia es “- oraremos”, cuando se nos pide pedir por alguna situación en particular. Cuando se recibe una petición de oración lo que se debe hacer es, en lo posible, orar de inmediato, decir que se está orando y preocuparnos de la persona con la disposición a ser no sólo acompañantes sino instrumentos de Dios en su respuesta. La persona que solicitó la oración debe también avisar cuando la situación cambia de tal manera que podamos agradecer o cambiar nuestra forma de orar.

5. Las reuniones de oración deben dejar de ser el pariente pobre de la iglesia. Puede sonar jocoso, pero en realidad no lo es. Es constatar una tragedia, pues no existe posibilidad de vitalidad y poder en la iglesia si está no dobla sus rodillas de manera constante. No hay nada más urgente, necesario y fundamental para nuestra comunidad que oremos. Y en eso debemos arrepentirnos, confiando que Jesucristo murió y resucitó, y por esa obra nos da de su Espíritu, que transforma nuestra vida y ser.

Luis Pino Moyano. 

 


 

* Este post fue construido a partir de un bosquejo de sermón predicado en la Iglesia Presbiteriana Puente de Vida, el 9 de junio de 2019, en el marco de la serie de mensajes “Ejercítate para la piedad. Disciplinas espirituales”. A no ser que se diga lo contrario, los textos bíblicos son citados de la Nueva Versión Internacional. 

El culto en el marco de la plantación y revitalización de iglesias en la Iglesia Presbiteriana de Chile.

* El artículo que compartimos a continuación es resultado de la conversión de una exposición presentada en la Conferencia “El culto en la revitalización & plantación de iglesias”, organizada por la Red Planta, del Presbiterio Centro de la IPCH, el 24 de septiembre de 2016. Debo señalar, que es una exposición que piensa desde la realidad de la IPCH en el proceso misiológico señalado, y preparada para ese contexto eclesial, aunque algunos principios puedan ser de beneficio para muchos hermanos de otras iglesias. 

Luis Pino Moyano.

  1. Una introducción necesaria.

 La plantación y revitalización de iglesias en el presente reporta una serie de desafíos en el desarrollo de la tarea misional. Uno de ellos dice relación con el culto y las expresiones comunitarias que emergen en él. Por ende, definir la adoración y sus alcances es tarea prioritaria, sobre todo, teniendo claro que un eje principal de la producción teológica presbiteriana es la gloria de Dios. Lejos de limitar la adoración a la música (y un tipo de música, lento, intimista), o sólo al momento del culto, sumado a la idea que señala que la celebración está ligada a momentos, circunstancias o cosas que nos satisfacen, queremos volvernos a la Escritura, viendo lo que ésta señala respecto de ella.

Las palabras que se traducen por adoración en nuestras versiones castellanas, en sus idiomas originales dan cuenta de a) postrarse, b) besar en la mejilla a la persona amada; c) reverencia con sentimiento de maravilla y asombro; y d) servir y homenajear[1].  Todo esto nos apunta al servicio de un esclavo que responde a la acción y mandato de un Señor que es soberano por sobre todo. Adorar es reconocer los atributos de Dios, su naturaleza, carácter y atributos, estimulados por el Espíritu Santo y sustentados en la Escritura. En la adoración la gracia, la fe y el conocimiento están férreamente ligados, al punto que nuestro acto de alabar al Dios de la vida se transforma en un acto vital y cotidiano que nace de un corazón regenerado y agradecido. Es pertinente acá referir las palabras de William Temple: “Adorar es despertar la conciencia por la santidad de Dios, alimentar la mente con la verdad de Dios, purificar la imaginación con la hermosura de Dios, abrir el corazón al amor de Dios y dedicar la voluntad al propósito de Dios”[2]. Todo el ser debe conducirse a la práctica constante de adorar. Intelecto, emociones y voluntad deben ser rendidos ante la presencia del Dios Todopoderoso.

Es en el acto cotidiano y permanente de adorar que emerge la necesidad de hablar del culto público en el contexto de la plantación y la revitalización de iglesias en el marco de nuestra denominación, la Iglesia Presbiteriana de Chile. Aquí resulta relevante usar, a modo de caja de herramientas, dos conceptos caros de la disciplina historiográfica, a saber, continuidad y cambio. La continuidad apela al tiempo en la larga duración[3], a lo que trasciende épocas. El cambio da cuenta del dinamismo de la historia (la historia no se repite), de las fracturas y de los elementos coyunturales. Esta contextualización hace más evidente nuestra situación, porque dentro de los elementos de continuidad de nuestra práctica litúrgica tenemos el desafío de ser iglesias presbiterianas, con todo lo que eso implica: una historia larga, una confesionalidad, una forma de gobierno y práctica eclesiológica distintiva, una forma de culto y, por supuesto, tradiciones, de las que, usando las palabras de J. I. Packer, “somos víctimas y beneficiarios”. Quienes trabajamos en la plantación o en la revitalización de iglesias no somos inventores de la pólvora ni mucho menos los agentes creativos o innovadores dentro de la Iglesia Presbiteriana de Chile, una comunidad de iglesias que hace unos días cumplió 150 años en el país. Somos, más bien continuadores de un largo peregrinaje. Dicho eso, claramente nos vemos desafiados por la situación de vida del Chile actual y de nuestros propios contextos locales, en las ciudades y barrios en los que nos movemos, como para mantenernos anquilosados. Hablamos acá del cambio que es resultado de la lectura del tiempo en que se vive y de la encarnación en una cultura. Entonces, el propósito de estas líneas es responder cuáles serían los elementos de continuidad y los de cambio en el culto de la Iglesia Presbiteriana de Chile, particularmente en sus plantaciones y revitalizaciones de iglesias. Esto se llevará a cabo siguiendo la lectura bíblica, la producción teológica y confesional reformada, como la reflexión reciente de algunos ministros que están pensando los procesos misionales de la iglesia, aterrizándolos a nuestra realidad como herramientas de las que se puede obtener utillaje y no como fórceps interpretativos de la misma.

  1. Elementos de continuidad en el culto.

 2.1. Bases bíblicas para la adoración del pueblo de Dios.

La Biblia en sus páginas, de manera continua, directa e indirectamente,  nos invita a llevar a cabo la tarea de adorar. Sólo para los efectos de este trabajo, me limitaré a seguir prioritariamente el texto de Isaías 12:1-6, el que complementaré con el seguimiento de otros textos. El profeta dijo:

En aquel día dirás: Cantaré a ti, oh Jehová; pues aunque te enojaste contra mí, tu indignación se apartó, y me has consolado. He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí.Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación.Y diréis en aquel día: Cantad a Jehová, aclamad su nombre, haced célebres en los pueblos sus obras, recordad que su nombre es engrandecido. Cantad salmos a Jehová, porque ha hecho cosas magníficas; sea sabido esto por toda la tierra. Regocíjate y canta, oh moradora de Sion; porque grande es en medio de ti el Santo de Israel[4].

El texto bíblico referido nos plantea de manera clara a quién es que debemos de adorar (versículos 2 al 3). Dios es quien debe recibir todos nuestros actos de adoración. Él debe ser glorificado siempre, fundamentalmente, porque en todo su poder y gloria se ha dignado, misericordiosamente, a salvarnos y, luego de hacerlo, no nos desampara, sino que nos da la fuerza para seguir viviendo renovados por su amor y guía. De hecho, por el acto de Dios de preservarnos y ayudándonos a vivir, por su presencia viva, poderosa y constante, es que el profeta proclamando la palabra del Señor, no limita la adoración a los momentos o circunstancias que estamos atravesando, sino que nos invita a cantar en cualquier situación, sea en los momentos agradables o en los adversos, en el enojo o en el consuelo dado por Dios (versículo 1). El Predicador lo dirá con fuerza: “En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él” (Eclesiastés 7:14). Nada escapa al plan perfecto de Dios. Decirlo de manera ortodoxa no cuesta tanto como creerlo de verdad y vivirlo. Es el Espíritu Santo quien nos ayuda en la debilidad para lanzarnos a los brazos del Señor siempre. Pareciera ser que en la adversidad es donde más nos cuesta adorar. Pero no siempre es así. Es más, como nuestro corazón está debilitado, partido o triturado delante de Dios, y nos hallamos impotentes frente a nuestro Creador, somos más susceptibles a depender de Dios. Es en la hora del éxito, de la fama, de los buenos resultados, donde debemos luchar con más ahínco contra el ensimismamiento que deriva en culto egolátrico. El Señor debe ser bendecido en todo tiempo, siempre alabado, porque Él es bueno, fiel y de gran amor (Salmo 34:1; 100:5). Cerrando esta profecía cantada, Isaías señala quiénes son los sujetos que adoran: el pueblo de Dios y, a su vez, todos los pueblos de la tierra (versículos 4 al 6). La adoración es convocada por el Dios creador de todo, siendo todas sus criaturas llamadas a brindársela. El culto público debe estar caracterizado por esa invitación universal que llama e incluye a personas, más allá de cualquier barrera humana, social, económica, religiosa o cultural. La adoración bíblica siempre es comunal y es convocante. Sobre esto, John Piper cuando planteará que:

Las misiones no son el objetivo último de la Iglesia. El objetivo último es la adoración. Las misiones existen porque no hay adoración. La adoración es el objetivo último, y no las misiones, porque Dios es la realidad última, no el Hombre. Cuando esta era se acabe, y los millones de redimidos se postren ante el trono de Dios, las misiones dejarán de existir. Es una necesidad temporal. Pero la adoración permanece para siempre[5].

En síntesis, la adoración comunitaria del pueblo de Dios, particularmente en el culto estricto del día del Señor, es una celebración escatológica y misional, es anuncio de la esperanza bienaventurada y proclamación de la buena noticia de Jesucristo.

Complementando lo dicho por Isaías, otros textos nos reportan otros elementos a tener en cuenta a la hora de adorar:

  • ¿Cómo adorar? La Palabra del Señor nos motiva a hacerlo con alegría y regocijo, marcados por un amplio sentido de agradecimiento (Salmo 100:2,4). Tenemos el gran desafío de mantener el aspecto celebrativo del culto a Dios. El culto es fiesta al Dios Todopoderoso que nos salvó en el marco de la alegría perdurable de la redención. Salmos, himnos y cánticos espirituales deben ser expresados a Dios de todo corazón (Efesios 5:19). El canto es resultado de la alegría (Santiago 5:13b).
  • La adoración es un gozoso trabajo disciplinado (1ª Tesalonicenses 5:16-18). Y es una disciplina que busca nuestra sumisión ante el rey que gobierna soberanamente la historia y nuestras historias particulares. Fuimos hechos por el Señor y no nos pertenecemos a nosotros mismos (Salmo 100:3), por lo que el culto no puede limitarse a las apariencias, a un movimiento de labios en actitud religiosa performática, sino de un corazón que teme a Dios y se acerca con sinceridad y humildad ante su presencia (Isaías 29:13).
  • La Biblia establece el día de la adoración comunitaria, el que debe ser guardado celosamente para dedicarlo solamente al Señor, santificando a Dios y descansando sólo en Él (Éxodo 20:8-11). Súmese a ello, que el sábado cristiano, el primer día de la semana, celebra la resurrección del Señor (Juan 20:1). El domingo es el día en que la comunidad cristiana, desde sus inicios (Hechos 20:7; 1ª Corintios 16:1,2), se deleita en el único vencedor del pecado y la muerte, avizorando el triunfo final, el reposo eterno que tendremos en el futuro (Hebreos 4:1-11). El domingo no hay cosa más importante que celebrar culto al Señor.

2.2. Bases de la tradición calvinista para el culto.

Como señalamos al comienzo, la gloria de Dios es el eje de nuestra teología. Hacemos bien, entonces, a recurrir a fuentes claves de la tradición calvinista respecto de nuestro culto comunitario a Dios.

Juan Calvino, señala prioritariamente, que “para que las ceremonias nos sirvan de ejercicio de piedad es preciso que nos lleven a Cristo”[6]. El culto no se trata de nuestra moralidad, esfuerzo, actos excelentes ni de la socialización entre creyentes. El culto nos conduce a Cristo, a su cruz, porque sólo por su obra redentora es posible cantar y orar de manera genuina. Es por la justicia de Cristo, en su vida y en su muerte, que podemos presentarnos frente al Dios santo y temible.

Para Calvino esto es tan relevante, que él nota que dentro de las necesidades que conducen a la reforma de la iglesia, un papel importante lo jugaba la adoración. Para el teólogo y pastor de Ginebra, el fundamento principal del culto es reconocer a Dios como Él es: fuente de toda virtud, justicia, santidad, sabiduría, verdad, poder, bondad, misericordia, vida y salvación. Para ello, hay que recurrir a las Escrituras, pues éstas nos dicen quién es Dios y cómo debe ser adorado, desechando toda innovación que se constituye en idolatría. Para Calvino, el culto romanista es un regreso al judaísmo, porque se centra en la forma vana y en el deber cumplido, y no en el sacrificio espiritual obediente, posible por Cristo que cumple el anuncio que realiza sobre él el Antiguo Testamento, por medio de las ceremonias del tabernáculo y/o del templo. La libertad cristiana se enmarca en la regulación que brinda la Palabra. Señala que: “Dios ni habita en ceremonias, ni pone valor alguno en ellas, si se consideran sólo en sí mismas; sino que Él mira la fe y la sinceridad del corazón; y que el único fin por el cual Él las ordenó, y las aprueba, es para que puedan ser ejercidos limpios de la fe, de la oración y de la alabanza”[7].

Por su parte, la Confesión de Fe de Westminster, en su capítulo 21 nos habla sobre la adoración religiosa y el día de reposo. Sintetizando, nuestro documento confesional declara:

  • Que sólo hay un Dios que debe ser adorado: el trino Dios, único digno en ser adorado.
  • La forma aceptable de adoración está instituida y limitada por la Escritura, no por nuestra imaginación o por el influjo de Satanás.
  • La adoración sólo es posible por el acto mediador de Cristo.
  • La oración por medio de Cristo y ayudada por el Espíritu tiene un papel fundamental en la adoración.
  • Partes de la adoración religiosa: lectura de la Biblia, predicación sana, la escucha atenta de la Palabra, el canto de los salmos con el corazón, la debida administración y recepción de los sacramentos. En diferentes oportunidades pueden realizarse: juramentos y votos, ayunos solemnes y acciones de gracias.
  • La adoración no está condicionada por el lugar en que se realiza, sino por la disposición del corazón: adorar en espíritu y en verdad. Esto es fundamento del culto individual, familiar y de la iglesia reunida.
  • El sábado cristiano, que es el domingo, por la resurrección del Señor, es el día que debe ser guardado por la comunidad cristiana.

Nuestro documento confesional sienta las bases de la diferenciación de aspectos del culto, léase del culto lato y del culto estricto. El culto lato, refiere a una adoración amplia, que da cuenta de todo lo que hacemos y decimos para la gloria de Dios en todas las esferas de la vida, en el acto de estar de manera constante ante la faz de Dios, viviendo para él (Coram Deo). El culto estricto, por su parte, es acotado, y su especificidad releva el encuentro de Dios con su pueblo, en el que la gloria de Dios es proclamada y el evangelio de Jesucristo es anuncio y centro, y que se desarrolla en la esfera eclesiástica. Ambas son expresiones de una misma y sola adoración. La adoración del culto estricto es la continuación del culto lato de nuestra cotidianidad, por ende, el domingo no estamos haciendo algo inédito en relación a nuestra semana. Nuestro punto de mira acá, está centrado en el culto estricto.

Respecto del culto estricto, y siguiendo a Michael Goheen, que en mi opinión es consistente con la propuesta confesional, se puede señalar que la identidad de la iglesia está en la adoración, en cómo la realiza. Todo el culto, su estructura, sus cánticos, las oraciones, su predicación, debe expresar a sus asistentes los hechos poderosos de Dios pasados, presentes y futuros[8]. De hecho, el culto estricto es una proclamación comunitaria de la Palabra, al nivel que en ella ocurren las tres marcas de la iglesia verdadera (conceptualización cara de la teología reformada), a saber la predicación fiel de la Palabra de Dios, administración correcta de los sacramentos y la disciplina eclesiástica (esta última, a lo menos, en su sentido primario). Por ello es que resulta tan importante mantener la diferenciación entre elementos (puntos d y e de la síntesis confesional) y circunstancias. Las circunstancias vienen a ser las maneras particulares en las que llevamos a cabo los elementos propios del culto.

La base que sustenta la práctica de nuestro culto estricto es y será siempre la Escritura. Lo que se canta, ora, predica y presenta en el sacramento debe expresar lo que la Palabra de Dios dice. Dicho de otro modo, no se debe hacer nada en la reunión de adoración a menos que la Biblia ofrezca alguna base para la adoración. Esto es lo que en la tradición reformada se denomina “principio regulador del culto”[9]. Como señalará J. I. Packer: “Toda iglesia local, dondequiera que se encuentre, que esté espiritualmente viva, sin duda alguna se tomará muy en serio su canto, su oración y su predicación, y los protegerá con gran celo a los tres”[10].

Lo que se canta debe ser trabajado o estudiado, según el caso, a la luz de las Escrituras. Dietrich Bonhoeffer señaló en su Vida en comunidad que “El corazón canta porque está lleno de la presencia de Cristo. De ahí que, en la Iglesia, el canto sea un acto espiritual. Presupone sumisión a la palabra y a la comunidad, mucha humildad y una gran disciplina. Un cántico que no fuese cantado con el corazón no sería más que un himno horrible y confuso de autoalabanza humana. Cuando no se canta por Dios, se canta por uno mismo o por la música. Pero de esa forma el cántico nuevo degenera en un canto a los ídolos”[11]. Me gusta mucho el énfasis del pastor y teólogo alemán porque abre camino a una lectura confesional. Las confesiones de fe no sólo son declaraciones teológicas que se creen y afirman, sino que además, son marcos para la vida común: nos hacen estar de acuerdo, a lo menos, en una serie de puntos definidos. Los equipos de adoración no son independientes a la hora de definir lo que se canta en la congregación, debiendo fundamentar su elección en la Palabra de Dios, con la ayuda de la añosa sabiduría confesional. Se canta lo que se cree es un viejo principio que no debemos quitar en el afán de inventar la pólvora emergiendo a un devenir incierto.

2.3. Bases en nuestro Manual de Culto.

La Constitución de la Iglesia Presbiteriana de Chile cuenta con un libro titulado “Manual de culto”. En él, se reafirman los principios confesionales, a modo de base teológica. Respecto del culto público se señala:

  • Se brinda una definición del culto público: “es un acto religioso, a través del cual el pueblo de Dios adora al Señor entrando en comunión con él, haciéndole confesión de pecados y buscando por la mediación de Jesucristo el perdón, la santificación de la vida y el crecimiento espiritual. Es ocasión oportuna para la proclamación del mensaje redentor del Evangelio de Cristo, para adoctrinamiento y comunión de los cristianos”(Artículo 9).
  • Se reafirman los elementos propios del culto: “lectura de la Palabra de Dios, predicación, cánticos sagrados, oraciones y ofrendas y la administración de los sacramentos”(Artículo 10).
  • Se hacen alusiones al comportamiento de los creyentes antes, durante y después del culto, las que están marcadas por una piedad respetuosa y reverente (Artículo 13).

Quienes somos miembros de la Iglesia Presbiteriana de Chile hacemos bien en volver a los documentos que nos dan el marco regulatorio de nuestra convivencia. He aquí la disciplina en su principio primario, en tanto exigencia mínima para la vida comunitaria, en este caso, en la esfera del culto.

Hagamos énfasis en lo señalado en el artículo 9, respecto a que el culto es la “ocasión oportuna para la proclamación del evangelio”. Esto requiere que la predicación, como todo el culto, debe manifestarse en el marco de la adoración evangelística, convocando a los incrédulos y hablando en el idioma de las personas y siendo comprensible para ellas. Timothy Keller plantea lo siguiente sobre este tipo de adoración:

El culto de adoración semanal puede ser muy efectivo para evangelizar a los no cristianos y para la edificación de los cristianos si no se dirige específicamente a unos y otros, sino que se centra en el evangelio y se lleva a cabo en lenguaje vernáculo […] Es una falsa dicotomía insistir que debemos escoger entre buscar agradar a Dios y preocuparnos por la forma en que se sientan los que no asisten a la iglesia o lo que pudieran pensar durante nuestros cultos de adoración[12].

El principio acá es que si todos los pueblos de la tierra son convocados a adorar a Dios, todos quienes escuchan la proclamación del evangelio en todo el culto debiesen entender y ser exhortados con lo que allí ocurre. No es disruptivo preocuparse de quienes participan en el culto si no se deja de lado que la finalidad principal del mismo es adorar a Dios. La lógica es la siguiente: el culto es dirigido al Dios vivo y real, se centra en el evangelio de Jesucristo y se comunica en lenguaje vernáculo.

  1. Elementos de cambio en el culto.

Teniendo como base lo señalado anteriormente, a modo de premisa, en el contexto de la plantación y revitalización de iglesias que dialogan con la sociedad en la que viven, debiese, con mucho temor y temblor, realizar algunos cambios en nuestra práctica litúrgica. Esto no contraviene en nada la práctica reformada. De hecho, Calvino hace una propuesta que genera la línea interpretativa de este ítem, cuando al hablar de algunas formas de expresar los elementos del culto, dijo:

Por no tratarse de algo necesario para nuestra salvación, y porque deben adaptarse diversamente para edificación de la Iglesia conforme a las costumbres de cada nación, conviene, según lo exigiere la utilidad de la Iglesia, cambiar y abolir las ya pasadas, y ordenar otras nuevas.

Admito que no debemos apresurarnos a hacer otras temerariamente a casa paso y sin motivo serio. La caridad decidirá perfectamente lo que perjudica y lo que edifica; si permitimos que ella gobierne, todo irá bien[13].

Fijémonos en lo siguiente: que sin la necesidad de actuar temerariamente ni en forma unilateral o arbitraria, los cambios en el culto, sustentados en la Biblia, practicados en el amor y leyendo con sabiduría el tiempo histórico que se vive, según el “teólogo de la Reforma”, tienen la finalidad de cuidar la integridad del culto.

El primer asunto a tener en cuenta con respecto del cambio es que el culto debe ser contextualizado. Siguiendo a Ronaldo Lidório, la comunicación, en tanto hecho social, debe ser dialógica, relacional, inteligible, ética y aplicable. La Biblia y su verdad no es negociable ni está sujeta a la cultura de los emisores y de los receptores del mensaje; pero es “transculturalmente aplicable y supraculturalmente evidente”[14]. La correcta contextualización no es adaptación, sino lectura del tiempo presente con la Biblia en la mano como norma total y final para la vida. Con la Biblia en la mano se puede distinguir aquello que es rescatable, redimible o rechazable de la cultura en la que actuamos. Keller señala:

Pablo nos recuerda que en toda cultura hay muchas cosas que no contradicen directamente a las Escrituras y por consiguiente ni se prohíben ni se ordenan. Tales rasgos culturales deben, en general, ser aceptados con caridad y humildad, para evitar hacer innecesariamente foráneo el evangelio. Esto es cierto no sólo para la predicación, sino también para la adoración como cuerpo[15].

La iglesia no puede mantenerse pasiva respecto de la cultura en la que se vive. Evaluar, dialogar, asumir, modificar, desechar, son acciones preponderantes a la hora de pensar en nuestra liturgia en el momento actual.

Otro elemento de cambio necesario consiste en matar el espíritu del “culto para consumidores”. Ni la creatividad, ni  lo inspirador o motivacional, ni la búsqueda de ser agradables, reemplaza la obediencia y fidelidad a la Palabra. Kuyper acertó cuando señaló que “Los cultos sensuales de la Iglesia tienden a mitigar y adular religiosamente al hombre, y solamente el servicio puramente espiritual del calvinismo tiene como objetivo la adoración pura de Dios adorándole en espíritu y verdad”[16]. Cuando se habla de “culto sensual” uno tendería a pensar en iglesias que predican el pseudoevangelio de la prosperidad, en predicaciones motivacionales y de más. Pero esto también nos toca a nosotros. Debemos, necesariamente, preguntarnos: ¿hasta qué punto nuestro culto busca satisfacer nuestros gustos y emociones? Saquemos a colación algunos asuntos:

  • La salmodia exclusiva. Debemos señalar que cantar los salmos y otros textos bíblicos musicalizados ponen en nuestros labios con seguridad la Palabra de Dios. Pero eso no obsta, para que lo que cantemos en himnos y canciones, expresando lo que la Biblia dice, quede fuera del culto. De hecho, pensar que la Confesión de Fe de Westminster defiende la salmodia exclusiva es una transposición ahistórica del documento. Robert Rayburn explica que el concepto se usa en el documento confesional de manera amplia para referir a todo canto entonado a Dios y que muy tempranamente las iglesias reformadas publicarían himnarios que presentan salmos musicalizados e himnos[17]. Una posición como la de los salmodia-exclusivistas, que busca dejar sólo certezas, releva muchas preguntas necesarias: ¿Qué versión de la Biblia se debe utilizar en la salmodia exclusiva? ¿En lengua vernácula o en hebreo? ¿Incluye el uso de canciones que aparecen en otros libros de la Biblia del Antiguo y Nuevo Testamento? ¿Qué instrumentos musicales y de difusión deben emplearse? ¿Es un tema fundamental como para dividirse? ¿Qué pasa si los salmos musicalizados suenan a rock, cueca o tonada, hip-hop y demás?¿Los promotores de la salmodia exclusiva los aceptarían? ¿Hasta qué punto eso no es simplemente una práctica de consumo cúltico que busca resucitar expresiones del pasado como una moda? Sin lugar a dudas, una salmodia preferente, que incluya otros textos de la Biblia musicalizados, sumado a himnos que reflejen fielmente lo dicho en la Biblia (como pensamos respecto de nuestros documentos confesionales) es parte de una producción reformada coherente con su historia.
  • Las emociones en el culto. El culto es una instancia celebrativa y no debe perder nunca ese cariz. Ahora bien, ¿por qué limitar las emociones a las más notorias, a saber, llanto y fervor? ¿Por qué confundir emoción con presencia del Espíritu?Como diría el apóstol Pablo: “¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento” (1ª Corintios 14:15).
  • La reverencia. Las plantaciones y las revitalizaciones se caracterizan por la presencia de muchos matrimonios jóvenes, y con ello la gran presencia de bebés y niños. Enseñemos sin olvidar que los adultos somos nosotros. Como le escuchara en variadas ocasiones al Pastor Vladimir Pacheco: “somos informales, no irreverentes”.
  • El estilo musical. Ricardo Agreste plantea que este “puede combinar diferentes elementos, mas siempre demostrando gran sensibilidad cultural con las personas a las cuales la comunidad es enviada. El factor más importante acá no es la preferencia de sus miembros, sino un estilo encarnacional que se desenvuelve a partir de la conciencia de una iglesia que adora misionalmente a Dios[18]. Por su parte, Paul Jones dice que La música presentada debe ser excelente, la mejor que la congregación puede ofrecer, espiritual, alegre, profunda, inteligible, conveniente, que honre a Dios, teocéntrica, propiamente ensayada, viva, instructiva, funcional y artística[19]. Aquí emergen dos preguntas fundamentales: ¿Hasta qué punto nuestros cultos son una copia de la cultura anglosajona de ayer y hoy, o de las iglesias presbiterianas en el Chile del siglo XIX, o de las iglesias madres o de las que colaboran en nuestro financiamiento? ¿Hasta qué punto son un viaje en una máquina del tiempo y el espacio, que produce bienestar sólo a los que han sido iniciados en un tipo de cultura? Lo fundamental, acá, es lo que se canta. Como señala Jones: “¿Qué es la música de adoración? Es alabanza, oración y proclamación en formato musical según los principios bíblicos. ¿Qué no es? No es centrada en el hombre, no es entretenimiento autoindulgente para objetivos utilitarios o pragmáticos[20]
  1. Reflexiones finales.

Sin lugar a dudas, el culto en la plantación y revitalización de iglesias produce enormes desafíos. Pero con una gran certeza: que este debe ser una instancia que:

  1. Adora a Dios y sólo a Él culto es para Él.
  2. Tiene como base la Palabra de Dios y el evangelio como centro unificador.
  3. Un espacio en el que la comunidad, en su vida de unidad, expresa su adoración al Señor tal y como lo hizo en toda la semana.
  4. Un lugar en el que se dialoga con la cultura y con los incrédulos.
  5. Un momento en el que el gozo renovado por Dios en la expresión de la Palabra predicada, orada y cantada, tanto creyentes como incrédulos, son confrontados, transformados y liberados.

Aquí, es de poca importancia importancia si la iglesia es pequeña o grande, pues el culto debe ser realizado con igual fidelidad a la Palabra, devoción, amor, fervor. Como diría Kuyper: “Aunque la Iglesia reformada de corazón pueda ser pequeña en número, como Iglesias ellas siempre demostrarán ser indispensables para el calvinismo; y aquí también la pequeñez de la semilla no tiene por qué disturbarnos, con tal que aquella semilla sea sana e íntegra, repleta de una vida generativa e irreprimible”[21].


[1] W. E. Vine. Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento. Nashville, Editorial Caribe, 1999, pp. 23, 24 (sección Nuevo Testamento).

[2] Citado en: Eduardo Nelson. “La adoración y la música en la Biblia”. En: Daniel Carro et al (editores). Comentario Bíblico Mundo Hispano. Tomo 8, Salmos. El Paso, Editorial Mundo Hispano, 1997, p. 10.

[3] Este es un gran aporte de la escuela historiográfica francesa de los Annales, particularmente, de su segunda generación encabezada por Fernand Braudel.

[4] Todos los textos citados, salvo si se dice lo contrario, son tomados de la versión Reina Valera 1960.

[5] John Piper. ¡Alégrense las naciones! La supremacía de Dios en las misiones. Barcelona, Editorial CLIE, 2007, p. 27.

[6] Juan Calvino. Institución de la Religión Cristiana. Tomo II. Libro IV.X.29. Rijswik, Fundación Editorial de Literatura Reformada, 2006, p. 952,

[7] Juan Calvino. La necesidad de reformar la Iglesia. Edmonton, Landmark Project Press, 2010, p. 39. Todo este párrafo viene a sintetizar lo señalado por Calvino en esta obra, en distintos lugares de la misma.

[8] Michael Goheen. A igreja missional na Biblia. Luz para as naçoes. São Paulo, Edições Vida Nova, 2014, pp. 240-242. La traducción es nuestra.

[9] Véase respecto de este asunto: Hermisten Maia Pereira. “O culto cristão na perspectiva de Calvino: uma análise introdutória”. En: Fides Reformata. Año VIII, n°2. São Paulo, CPAJ, 2003, pp. 73-104; y Jonathan Muñoz. En busca de una orientación segura para el culto cristiano. Un estudio histórico-teológico sobre el principio regulador del culto calvinista. Tesis presentada como requisito parcial para la ordenación al Sagrado Ministerio del H. Presbiterio Centro de la Iglesia Presbiteriana de Chile, febrero de 2006

[10] J. I. Packer. Teología concisa. Miami, Editorial Unilit, 1998, p. 210.

[11] Dietrich Bonhoeffer. Vida en comunidad.Salamanca, Ediciones Sígueme, 2014, pp. 58, 59.

[12] Timothy Keller. Iglesia centrada. Miami, Editorial Vida, 2012, p. 320, 322.

[13] Calvino. Institución… Op. Cit., Libro IV.X.30, p. 953.

[14] Ronaldo Lidório. Introduçao à Antropologia Missionária. São Paulo, Vida Nova, 2011, p. 130. La traducción es nuestra.

[15] Keller. Op. Cit., p. 315.

[16] Abraham Kuyper. Conferencias sobre el calvinismo. Una cosmovisión bíblica. San José, Confraternidad Latinoamericana de Iglesias Reformadas, 2010, p. 83. Corresponde a la conferencia “El calvinismo y la religión”.

[17] Paul Jones. “O que é música para o culto?”. En: Sean Michael Lucas et al. Serie Fé Reformada.Volume 1. São Paulo, Editora Cultura Cristã, 2015, p. 103. La traducción es nuestra.

[18] Ricardo Agreste. Igreja tô fora! São Paulo, Z3 Editora, 2007, p. 122. La traducción es nuestra.

[19] Jones. Op. Cit., p. 122.

[20] Ibídem, p. 121.

[21] Kuyper. Op. Cit., p. 246. Corresponde a la conferencia “El calvinismo y el futuro”.

Sólo a Dios la gloria.

 

“No somos nosotros, Señor, no somos nosotros dignos de nada. ¡Es tu nombre el que merece la gloria por tu misericordia y tu verdad!” (Salmo 115:1, RVC).

El salmista, hablando en plural, no como un simple vocero, sino como aquel que dirige el pueblo de Dios nos invita al acto fundamental de la vida de quienes somos creyentes, tal y como señala el Catecismo Menor de Westminster, “glorificar a Dios y gozar de Él para siempre”. Dios no se compara a nada ni nadie. Ni a ídolos que no tienen poder (vv 4-7) ni mucho menos a nosotros, semejantes a esos ídolos inservibles e impotentes (v. 8), cuando ponemos la vista en nuestro ombligo, haciendo que todo en la vida gire en torno a nosotros, olvidándonos de Dios y de nuestro prójimo. El “no somos dignos de nada”, no es falsa humildad, ni simple balbuceo de una fórmula litúrgica que dicha mecánicamente parece un “abracadabra”. “No somos dignos de nada” es el reconocimiento de nosotros mismos ante la majestad, santidad, poder, justicia, amor, fidelidad del Dios Todopoderoso, vivo y real. Es Dios quien merece la gloria por quién es Él y por todos sus hechos, marcados por la misericordia y la fidelidad (esa es la idea de “verdad” en el hebreo). “No somos dignos de nada”, pero lo tenemos todo, porque cuando glorificamos a Dios marcados por la alegría de ser amados, teniendo la bendición de conocerle en la relación que Él dispuso y posibilitó con el sacrificio de su Hijo, y dotándonos de sentido y esperanza acrecentada por la guía constante del Espíritu que nos llena con su poder, no necesitamos nada más. En Cristo estamos completos (Colosenses 2:10).

“Soli Deo Gloria” era la expresión latina con la que firmaba sus partituras Johann Sebastian Bach, la misma que años después se transformó en uno de los cinco emblemas que sintetizaron las principales ideas de la Reforma Protestante, de la cual este año se celebran 500 años. Soli Deo Gloria es una declaración teológica, pero por sobre todas las cosas es un principio de vida, que cotidianamente debe ser aterrizado a la realidad. Soli Deo Gloria en el culto que no está centrado en emociones ni en nosotros mismos, como si fuese un producto a consumir, sino que por el contrario basándose en la Palabra y con una espiritualidad gozosa y celebrativa, adora a Dios en espíritu y en verdad. Soli Deo Gloria, en la predicación que no busca la fama ni el palmoteo en el hombro, sino que se goza en la proclamación fiel del evangelio y en que la gente salga hablando más de Cristo que de la elocuencia florida del expositor de turno. Soli Deo Gloria en la lectura y escucha ávida de la Biblia, de la enseñanza y la predicación, porque todo eso es alimento para nuestra vida. Soli Deo Gloria, en la misión, porque ella es de Dios, porque nos incluye en ella por gracia, y porque su finalidad es que de todos los pueblos de la tierra vengan personas a adorarle por medio de la acción que el Espíritu Santo hará en sus vidas. Soli Deo Gloria, en el matrimonio que vive los mandatos para esposos de amar a sus mujeres y para esposas de respetar a sus maridos. Soli Deo Gloria, en los padres y madres cuyo clamor de “a mis hijos los educo yo” es más que un eslogan vacío de sentido, sino una realidad, haciendo del hogar el primer centro de discipulado, en el que desde la más temprana infancia los vástagos de la familia son llevados a Cristo. Soli Deo Gloria, en tu trabajo hecho con dedicación, excelencia, responsabilidad y con distintivo cristiano, llevando alegría y edificación para los demás. Soli Deo Gloria, en la agenda de tu vida controlada hasta el final por el Señor que la da y la quita. Soli Deo Gloria es algo que se dice, y debe decirse con mucha fuerza. Soli Deo Gloria es algo que se vive. Es parte de la Reforma que no sólo debemos celebrar en sus 500 años, sino vivir hoy, mañana y hasta que el Señor venga.

¿Es Soli Deo Gloria el principio rector de tu vida? ¿No lo es? ¿Qué esperas para arrepentirte, mostrar ante Dios tu vulnerabilidad y mendicidad perpetua ante Él? ¿Por qué no comienzas orando con la ayuda de tu Biblia, dicendo “No somos nosotros, Señor, no somos nosotros dignos de nada. ¡Es tu nombre el que merece la gloria por tu misericordia y tu verdad!”?

Luis Pino Moyano.

* Compartida en el boletín de la Iglesia Refugio de Gracia, octubre de 2017.

Lectio Divina: leyendo la Biblia en oración gozosa.

La Lectio Divina es una disciplina espiritual. Es una disciplina, por ende, apela al esfuerzo de una práctica cotidiana que se constituye en hábito, más allá de si uno tiene el impulso emocional para su realización (los actos de la voluntad no deben disociarse del aspecto emocional). Es espiritual porque ésta disciplina colabora en la tarea de santificación, que realiza el Espíritu Santo en nosotros desde el momento de la conversión, y en la que somos llamados a ejercitarnos, viviendo para la gloria de Dios y buscando mortificar el pecado. Una de las cosas que hay que tener presente acá es que las disciplinas son herramientas que nos ayudan en la comunión con Dios y que por sí solas no sirven si no están llenas de la obra del Espíritu Santo y sustentadas en la Palabra de Dios. Son medios, no fines en sí mismos. Si fuesen fines, se trataría de santurronería y lo que buscamos es santificación.

Lectio Divina es un concepto latino que significa “Lectura divina” o “lectura espiritual”. Me gusta hablar más de “lectura de la Biblia en oración gozosa”, porque en pocas palabras explica de manera sencilla su significado, sacándole de inmediato el cariz monacal que esta práctica pareciera tener. Históricamente, se ha usado la Lectio Divina para leer, recitar, orar y cantar los salmos, el Padrenuestro y otras oraciones y canciones que aparecen en la Escritura, aunque toda ella es susceptible de leer de esta manera.

En el prefacio de la Biblia Renovaré se señala: “¿Qué significa la lectio divina? Bien, significa escuchar el texto de la Escritura; prestar atención de verdad, escuchar rendidos y quietos. Significa rendirse ante el texto de la Escritura y permitir que su mensaje fluya hacia nosotros en lugar de intentar controlarlo. Significa reflexionar sobre el texto de la Escritura, permitir que el drama del pasaje nos atrape totalmente: alma y corazón. Significa orar el texto de la Escritura, permitir que la realidad bíblica de la vida con Dios haga surgir en nosotros el clamor de gratitud, confesión, queja o petición de nuestro corazón. Significa aplicar el texto de la Escritura, viendo como la Santa Palabra de Dios nos da una palabra personal para las circunstancias de nuestra vida. Y significa obedecer el texto de La Escritura, apartarnos siempre ‘del camino de perversidad’ y ‘andar por el camino eterno’ (Salmo 139:23-24)”.

Por su parte, Eugene Peterson en el libro “Cómete este libro”, dedicado a esta disciplina espiritual la define así: “Lectio divina es la práctica intencional y deliberada de hacer la transición de una forma de leer que trata y maneja, de forma reverente, a Jesús como muerto, a una lectura que frecuenta la compañía de amigos que están oyendo, acompañando y siguiendo al Jesús vivo”. Me gusta mucho esta definición de la disciplina, porque la muestra como una “práctica intencional y deliberada” en la que se cambia nuestra forma de leer la Palabra de Dios. Leemos habitualmente la Biblia como si ella se tratara sólo de hechos pasados, como si el Dios de la vida estuviese muerto, como si Jesús fuese un personaje más y no el Señor que sustenta nuestra existencia y que nos acompaña todos los días hasta el fin del mundo. Además de eso, esta definición aplica claramente un principio clave de la espiritualidad reformada: la espiritualidad es comunitaria. La lectura bíblica se hace en una comunidad en la que hay ánimo, impulso, exhortación, consuelo y disciplina, a la luz de la Escritura.

Un gran desafío que nos reporta la Lectio Divina es no sólo acercarnos a la Escritura teológicamente (en el sentido científico de dicha expresión), sino, también, devocionalmente. Los teólogos liberales desde el siglo XVIII dejaron de lado este tipo de acercamiento lector a la Biblia, buscando sólo un acercamiento científico-crítico. No obstante, alcanzaron importantes avances en la re-construcción de los textos en lenguas originales a partir de los manuscritos bíblicos hallados en el tiempo, dejaron de lado una lectura que siente, vive, ama y cree el texto revelado. Es en ese contexto, que contraculturalmente el pastor y teólogo Dietrich Bonhoeffer en su libro sobre los Salmos como libro de oración señaló: “No es la pobreza de nuestro corazón, sino la riqueza de la Palabra de Dios la que debe determinar nuestra plegaria. […] Es una inmensa gracia que Dios nos diga cómo podemos hablarle y cómo podemos entrar en comunión con él. Y podemos hacerlo orando en el nombre de Jesucristo: los Salmos se nos han dado para que aprendamos a orar en el nombre de Jesucristo”. 

Nosotros, los presbiterianos, confesamos la perspicuidad de la Escritura, es decir, que la Biblia es clara para todos los creyentes. No necesitamos de grandes estudios académicos para conocer a Dios que se revela en la Palabra. No malinterpretes lo que digo: creo que la teología es necesaria y relevante, el punto, es que ella está al servicio de nuestra fe y no al revés. La Biblia es lo que Dios reveló para nosotros y nuestros hijos en un acto de graciosa empatía. Y por si esto fuera poco, contamos con la ayuda del Espíritu Santo que nos asiste con la iluminación que aclara los textos. Y si esto aún te parece poco, contamos con la ayuda de la comunidad, en la que Dios entregó dones, entre ellos de enseñanza, por la que hermanos nuestros pueden edificarnos con los conocimientos adquiridos y trabajados en el marco del amor que une y edifica.

La Lectio Divina tiene los siguientes pasos:

  1. Leer: Se trata de una lectura atenta, detenida, marcada por el asombro en la que reconocemos que Dios habla y nosotros tomamos el lugar de quienes escuchan lo dicho por él. La pregunta lectora que debemos realizarnos acá es: ¿qué dice el texto?
  2. Meditar-Reflexionar: Es un tiempo en el cual degustamos el texto que trae deleite como la miel a nuestro paladar, deteniéndonos en el sentido que el texto tiene para nosotros, pues creemos que la Biblia nos habla a nosotros hoy con una frescura inagotable. La pregunta lectora que debemos realizar acá es: ¿qué me dice el texto?
  3. Orar: Aquí dedicamos tiempo para la oración que habla y calla, según el caso, teniendo en cuenta lo que el texto nos ha hablado al corazón. La oración es la respuesta de la lectura de la Biblia que es un espejo para nosotros. Es más, podemos ocupar el mismo texto y orarlo, lo que con seguridad enriquecerá nuestra conversación con Dios, dándonos la seguridad que oramos conforme a su voluntad. La pregunta acá es: ¿qué me hace decir el texto a Dios?
  4. Contemplar-Actuar: La contemplación tiene el tufillo de espacios monásticos, de gente separada del mundo. Se ocupa el adjetivo de “contemplativo” a alguien que tiene su mirada puesta sólo en lo trascendente. La verdad, es que el concepto originalmente no tenía esa idea, y es por eso, que tomo el concepto “actuar”. Esta parte de la Lectio Divina nos invita a reconocer que Dios nos ha hablado y que nosotros respondemos con la mejor traducción de la Palabra que podemos hacer: la traducción a la vida. Asumimos la agenda que nos ha puesto la oración, dejando que Dios transforme nuestra vida. La pregunta acá es: ¿qué hacer a partir de ahora?

Leamos la Biblia cotidianamente. Hagámoslo en oración. Empapémonos de ella y amémosla. Disfrutemos de la lectura que se deleita en lo que Dios nos dice en su Palabra, inclusive, cuando ella nos reprende, constituyéndose en el mayor deleite de la vida. Eliminemos la pereza y no nos consumamos en la vorágine del mundo actual. La mejor forma de escuchar la voz de Dios es leyendo su Palabra, y la Lectio Divina, sin duda, te ayudará en eso.

Compartida en la página web de Refugio de Gracia, mayo de 2017.

Orar y trabajar.

“Ora y trabaja”, es un viejo lema del cristianismo. Y quisiera invitarle a pensar en dicha sintonía en esta reflexión mensual. Muchas personas disocian la oración de la acción, como si fueran cosas distintas. Entonces, suponen que hay momentos en los que hay que dejar de orar y ponerse a trabajar, “porque no todo se soluciona de rodillas”. En mi opinión esa idea parte de una premisa errónea, a lo menos por dos razones.

La primera razón es que orar es ya una acción, un trabajo que requiere disciplina, un esfuerzo cotidiano. Esto es tan así, que en muchas circunstancias de la vida pareciera que se hace pesado apartar un tiempo para orar. Es ahí donde aparece la idea de disciplina cotidiana, porque eso nos recuerda que la oración es un medio de gracia, que nos fortalece y alimenta, que genera intimidad con el Dios vivo y verdadero. Orar es algo que hay que hacer. “Oren sin cesar” (1ª Tesalonicenses 5:17).

La segunda razón, es que orar nos impone una agenda de trabajo, nos direcciona hacia objetivos que debemos cumplir y vivir. Como diría Bonhoeffer en su libro sobre los salmos, “No es la pobreza de nuestro corazón, sino la riqueza de la Palabra de Dios la que debe determinar nuestra plegaria”. Y es que no debemos orar a secas, sino conforme a la voluntad de Dios. Leer la Biblia orando es la mejor forma de clamar a Dios en los momentos de búsqueda de Él. Y esa oración te dice lo que debes hacer.

Pensemos, a modo de ejemplo, en el Padrenuestro (Mateo 6:9-13). El clamor inicial que reconoce un Padre nos invita a vivir como hijos, con alegría y respeto reverente. Luego se nos invita a vivir la adoración y a extender el Reino de Dios viviendo en la voluntad expresada en la Palabra. Después se nos invita a ser agradecidos por la provisión de Dios, a trabajar por ella con los medios que Él nos ha dado y a dar a quienes tienen necesidad. Posteriormente se nos invita a perdonar como hemos sido perdonados, pensando en que el perdón no borra el daño realizado, pero siempre será lo mejor, lo que debemos hacer. Y, finalmente, se nos invita a vivir en santidad luchando con la fuerza del Espíritu contra la tentación. Una oración breve como el Padrenuestro nos dejó mucha tarea por realizar. Partamos por vivir esto.

Ora diariamente, a solas y con tu familia. Reúnete con hermanos para orar en su necesidad. Ven a las reuniones de oración y vive la comunidad que ríe con los que ríen y llora con los que lloran. No dejemos de orar. Es parte de nuestro quehacer.

Luis Pino Moyano.

Compartida en el boletín de la Iglesia Refugio de Gracia, julio de 2016.

La importancia de congregarse.

Mientras viajo en el metro rumbo al seminario o de vuelta a casa, aprovecho de leer. En este tiempo estoy leyendo “Mero cristianismo” de C. S. Lewis, al que algunos conocen más por “Las crónicas de Narnia”. En medio de la lectura, me encontré con esta joya:

“El cristianismo es la historia de cómo llegó aquí el verdadero rey, disfrazado, si queréis, y nos convocó a todos para tomar parte en una gran campaña de sabotaje. Cuando acudís a la iglesia estáis escuchando la secreta telegrafía de nuestros amigos; precisamente por eso el enemigo está tan ansioso por impedirnos acudir. Lo hace aprovechándose de nuestra vanidad, de nuestra pereza y de nuestro esnobismo intelectual”.

Es esa lectura la que me invita a reflexionar, muy brevemente, sobre la importancia de congregarse. A partir de la lectura de Lewis podemos decir que es fundamental congregarse. Es en la reunión del pueblo de Dios donde escuchamos el mensaje de nuestro Rey y Señor, de su salvación y de la certeza y esperanza de su triunfo “ya, pero todavía no”. Es el momento en que mediados por la lectura de la Palabra, de la Revelación de Dios, que nos acercamos a adorarle, y en la adoración a conocerle.

Por ello, no es menor lo que Lewis también señala. No es menor no querer congregarse. Es parte del trabajo de Satanás darte muy buenas razones para dejar de hacerlo. Y sí, también pienso en la casuística de la enfermedad o del trabajo en turnos, pero aún en esas situaciones debe haber tristeza por no poder congregarse y buscar mecanismos para hacerlo en el futuro. ¿Qué te lleva a dejar de reunirte en adoración al Dios de la vida junto al pueblo de Dios en el día que el Señor separó para ello? ¿Es la “vanidad” que te hace creer autosuficiente, llevándote a pensar sólo en cosas que perecen? ¿Es la “pereza” que te hace pensar que si no descansas el domingo no podrás andar bien en la semana, olvidando que tu verdadero descanso está en Cristo? ¿O es el “esnobismo intelectual” que te lleva a pensar que escuchando a los mismos predicadores nunca aprenderás nada “nuevo” olvidando que el evangelio es una “vieja” buena noticia? Sea la razón que sea, debes tirarlas al tacho de la basura y retomar la disciplina de congregarte.

No olvides nunca el salmo 133, pensando en los versículos 1 y 3: “¡Cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos convivan en armonía” […] Donde se da esa armonía, el SEÑOR concede bendición y vida eterna”. Es en la reunión de los redimidos donde puedes vivir la bendición del Dios que te salvó. No hay otro lugar mejor en esta tierra. ¡No dejes de congregarte!

Luis Pino Moyano.

Compartida en el boletín de la Iglesia Refugio de Gracia, junio de 2016.