Biblia y ecología. Una aproximación.

* Foto mía, tomada en Viña del Mar en enero de 2016.

Una de las preocupaciones mayores del mundo actual dice relación con el descuido del medioambiente. Por lo mismo, en los últimos cuarenta años, hemos visto proliferar una serie estudios y acciones con respecto al deterioro del planeta. Los hippies, Greenpeace y otras instituciones y ONG’s, el “buen vivir” de las culturas andinoamericanas (rescatado actualmente por el canciller boliviano David Choquehuanca), la crítica al daño ecológico desde la variable económica (en las vertientes investigativas, por ejemplo, de Naomi Klein en su reciente libro “Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima”, o en su vertiente más cercana y popular, como la de Pepe Mujica), hasta “Laudato si’” de Francisco, nos gritan de forma elocuente respecto al daño ecológico.

 Frente a esto, llama la atención, no sólo las actitudes de indiferencia, sino de rechazo abierto a pensar con seriedad el tema, como si simplemente se tratase de una “eco-histeria” producto de las voces religiosas del “dragón verde”. Evidentemente, hacemos bien en mirar con ojo aguzado a los exponentes de estos pensamientos y las bases de sus pensamientos: el animismo, el panteísmo, el materialismo, las doctrinas New Age, e, inclusive, la teología natural que supone lo creado como revelación paralela a la Biblia, y con ello, efectuar una sólida crítica bíblica que ponga en su lugar aquello que debemos desechar. Pero, por otro lado, cerrar nuestros oídos a esta temática nos hace quedarnos sin tema y, con ello, sin personas que nos escuchen porque “el cristianismo no tiene nada que decirles”. A su vez, nosotros creemos en la “gracia común” que nos hace reconocer los elementos de verdad en otros, aunque no sean creyentes, además de aquellos elementos que son redimibles desde una cosmovisión cristiana. Aunque, tal vez, lo más terrible sea que, siguiendo la cara metáfora de Jesús, “las piedras” hayan hablado ante nuestro silencio.

 La contaminación, la destrucción de espacios geográficos, la erosión de los suelos, la cacería indiscriminada, la reducción de la capa de ozono, el cambio climático (sea calentamiento, enfriamiento o cualquiera otra alternativa en debate), son voces fuertes y elocuentes que debieran llamar nuestra atención como creyentes. El cuidado de la creación es un tema urgente del mundo actual, y no preocuparse de aquello es muestra de una terrible ignorancia o, lisa y llanamente, el resultado de una fría e insensible indiferencia. Si decimos con Abraham Kuyper que “No hay un centímetro cuadrado en todo el dominio de la existencia humana sobre el cual Cristo, quien es soberano sobre todo, no proclama: ‘¡Es mío!’”; debiésemos afirmar entonces que Cristo es Señor de la naturaleza. Eso cambia el panorama, porque nos permite asentar como base de nuestra comprensión de la naturaleza y de su cuidado nada más y nada menos que el señorío de Cristo quien es “rey de reyes y señor de señores”. Pues tal y como dijera Francis Schaeffer: “Los hombres hacen de acuerdo con lo que creen. Cualquiera que sea el punto de vista sobre su mundo, eso es lo que será trasladado al mundo exterior”. El creer siempre implica un sentido amplio del deber-hacer. Esta breve aproximación, partiendo desde un punto de vista creacional, mostrará el sentido, propósito y responsabilidad de cuidado del creyente por la creación dado por la triada: creer-pensar-hacer.

  1. ¿Qué debemos creer del señorío de Cristo sobre la naturaleza?

 La Biblia señala: “Al Señor tu Dios le pertenecen los cielos y lo más alto de los cielos, la tierra y todo lo que hay en ella” (Deuteronomio 10:14); “¿Y quién tiene alguna cuenta que cobrarme? ¡Mío es todo cuanto hay bajo los cielos!” (Job 41:11); “Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan” (Salmo 24:1). Dios quien no sólo es trascendente, sino también inmanente, se muestra activo en su creación, que le pertenece. La tierra es de Él, lo que le hace no sólo Señor de su devenir, de su historia, sino también de su estado de natural, y en su interrelación, del espacio geográfico. En una declaración cósmica, el apóstol Pablo refiere, también, al señorío de Cristo sobre el planeta, cuya pertenencia radica en su derecho de creación, redención y de futura heredad. El texto dice: “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él. Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente. Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el principio, el primogénito de la resurrección, para ser en todo el primero. Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz” (Colosenses 1:15-20).

  1. ¿Qué debemos pensar respecto al señorío de Cristo sobre la naturaleza?

 La tierra es buena, eso lo declara Génesis 1 y 2, porque ha sido creada por Dios que es bueno. Esta bondad es a priori de nuestra comprensión de la misma, aunque no intrínseca, pues es el resultado de la aprobación de Dios a su creación. Por ende, no hablamos de ella como divinidad ni como persona, lo que es propio de las idolatrías del pasado y del presente. Es decir, no la adoramos. La creación está bajo el diseño y el mandato divino, revelando su gloria, implicando la provisión de alimentos y goce a los seres humanos, e inclusive, en ocasiones, ser un instrumento del juicio del Creador según su sabia providencia.

 Génesis 3 señala que la tierra sería maldita a causa del ser humano, lo que se traduce que ella también está en una situación caída, a causa del pecado. Y es que como diría Francis Schaeffer: “Cuando el hombre quebranta la verdad de Dios, sólo se acarrea sufrimientos”. La creación anhela su redención, a la que debemos colaborar como parte de la extensión del Reino. Aunque, habrá una redención final, en el momento de la consumación de la historia: “Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar. Vi además la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios, preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido. Oí una potente voz que provenía del trono y decía: ‘¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir’” (Apocalipsis 21:1-4). Cristo, que tiene el poder de hacer nuevas todas las cosas redimirá la tierra, haciéndola un espacio de justicia, porque Dios mismo morará junto a su pueblo, lo que hará de este espacio redimido un lugar de alegría, libre de penas y dolores. La tierra será un espacio de trabajo satisfactorio, libre de enajenación, explotación y depredación. El sueño moderno, inalcanzado en ese progreso indefinido que nunca llegó, era un camino religioso alternativo al cristianismo.

 “Los cielos le pertenecen al Señor, pero a la humanidad le ha dado la tierra” (Salmo 115:16). No somos dueños de la tierra, no tenemos el título de propiedad, somos algo así como los inquilinos (la figura del “patrón de fundo” no sólo es violenta por una serie de prácticas constatables en la historia hacendal latinoamericana, sino porque buscaba constituirse en amo y señor de un espacio limitado) responsables ante Dios por la forma en que tratamos lo que a Dios le pertenece. La creación existe para la gloria de Dios y cuando disfrutamos de ella, disfrutamos de Dios que la creó. Reflejamos nuestra adoración a Dios cuando cuidamos y amamos aquello que nos ha provisto. Conocemos a Dios cuando valoramos lo que Él valora. Schaeffer señalaba: “Si amo al Amante, amo lo que el Amante ha hecho. Quizás esta es la razón por la que tantos cristianos sienten una falta de realidad en sus vidas. Si yo no amo lo que el amante ha hecho -en el área del hombre y en la de la naturaleza- y realmente lo amo porque él lo ha hecho, ¿amo realmente al Amante?”.

  1. ¿Qué debemos hacer a partir del señorío de Cristo sobre la naturaleza?

 Debemos, en primer lugar, tener clara conciencia de quiénes somos: criaturas de Dios, hechos a su imagen y semejanza, puestos por Dios como representantes y mayordomos de casa común. La Biblia habla del dominio que tenemos sobre el resto de la creación, por ende animales y vegetales no son iguales a nosotros (los perros y gatos no son nuestros hijos, por más que los queramos), teniendo un menor valor que la vida humana, lo que no implica que no valgan nada. Por el contrario, Dios nos hace responsables en el mandato cultural, puesto que ser cabeza en la Biblia implica más tareas, responsabilidades y servicio, que mero liderazgo. Dominamos la creación dependiendo del Creador. Cuando nos acercamos a animales y vegetales nunca estamos frente a “materia neutra” susceptible de uso, abuso, manipulación y/o comercialización. No son seres humanos, pero tampoco “astillas sin valor”.

 En segundo lugar, debemos trabajar por el cuidado del medioambiente como parte de la misión de Dios, que colabora en la extensión del Reino hasta su consumación final. La misión es evangelización, pero es mucho más. Limitar el hecho de que Dios estaba reconciliando con Cristo y su cruz al mundo debilita nuestro mensaje y labor (2ª Corintios 5:17-21). Cuidar el espacio, esté o no esté en una situación crítica (y esto lo señalo para quienes dudan de esa situación de crisis), es un asunto de alegría y esperanza, pues forma parte de nuestro “ministerio de reconciliación”. Cristopher Wright señala: “La verdadera acción ambiental cristiana es también provechosa para la evangelización, no porque sea algún tipo de portada para la ‘misión real’ sino porque declara en palabras y en hechos el amor ilimitado del Creador por toda su creación (el que por supuesto incluye su amor por los seres humanos) y no esconde la historia bíblica del costo que pagó el Creador por redimir a ambos, Esa acción es una encarnación misional de las verdades bíblicas de que el Señor ama todo lo creado y que ese mismo Dios amó de tal manera al mundo que dio a su único Hijo no solamente para que los creyentes no perezcan, sino en definitiva para que todas las cosas sean reconciliadas con Dios por medio de la sangre de su cruz. Porque Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo”. Si creemos en la redención final de todas las cosas, dicha escatología debería ser base de nuestra ética: lo que esperamos de Dios debería afectar la forma en que vivimos ahora y debiese determinar nuestros objetivos, con la finalidad de realizar cambios en nuestro presente. Cuidar la creación es una oportunidad profética para la iglesia, porque nos lleva a ejercitar la compasión, la armonía social y la justicia propias del Shalom de Dios. La naturaleza es más que una prueba para mostrar la existencia de Dios. Saquemos esa comprensión platónica de “salvación del alma”, que espera sólo la vida futura sin hacer nada en el presente. Debemos trabajar por la sanidad de la tierra en el aquí y el ahora.

 En tercer lugar, debemos plegarnos a la serie de tareas que, desde más tiempo que nosotros, distintas personas, creyentes y no creyentes, llevan haciendo por el cuidado del medioambiente, eligiendo formas sustentables de energía, desconectando aparatos innecesarios; adquiriendo comida, ropa, bienes y servicios de empresas cuyas prácticas de política ambiental son sustentables y éticamente sólidas. Participando, ¡y creando!, asociaciones de mayordomos del espacio. Evitando el consumo y los gastos excesivos, reciclando todo lo que podamos, comprometiéndonos con un estilo de vida frugal, poniendo el acento en el compartir y el disfrutar más que en el derrochar.

 En cuarto y último lugar, debemos entender que trabajar por el medioambiente, lo que es parte integral de la misión de Dios a la que se encuentra convocada la iglesia, no es otra cosa que trabajar por la justicia social. El salmista dice: “Oh Dios, otorga tu justicia al rey, tu rectitud al príncipe heredero. Así juzgará con rectitud a tu pueblo y hará justicia a tus pobres. Brindarán los montes bienestar al pueblo, y fruto de justicia las colinas. El rey hará justicia a los pobres del pueblo y salvará a los necesitados; ¡él aplastará a los opresores!” (Salmo 72:1-4). Debemos entender que gran parte de los problemas del medioambiente, la contaminación, la desforestación a gran escala, la extinción de especies, no son resultado de esfuerzos mal habidos de individuos comunes y corrientes, sino del quehacer inescrupuloso de quienes se sienten dueños de la tierra. Y si bien es cierto, la Biblia declara el principio de propiedad, este se encuentra subsumido al principio bíblico de que los frutos de la tierra fueron hechos para todos: “La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra es mía y ustedes no son aquí más que forasteros y huéspedes” (Levítico 25:23). La creación debe ser usada para el beneficio del prójimo y no para la destrucción de ella, ni menos de las personas. No se puede hacer cualquier cosa en nombre del progreso. Actuar en justicia según los parámetros bíblicos también trae consigo la armonía con el mundo natural. Eso es parte del Shalom de Dios, pues la vida abundante está relacionada con una tierra abundante. Además, como ya hemos esbozado, nuestros esfuerzos ecológicos tienen el valor profético de señalar la realización cósmica de que Cristo es Señor de todo.

 Es pertinente terminar con las palabras del salmista: “¡Oh Señor, cuán numerosas son tus obras! ¡Todas ellas las hiciste con sabiduría! ¡Rebosa la tierra con todas tus criaturas! Allí está el mar, ancho e infinito, que abunda en animales, grandes y pequeños, cuyo número es imposible conocer. Allí navegan los barcos y se mece Leviatán, que tú creaste para jugar con él. Todos ellos esperan de ti que a su tiempo les des su alimento. Tú les das, y ellos recogen; abres la mano, y se colman de bienes. Si escondes tu rostro, se aterran; si les quitas el aliento, mueren y vuelven al polvo. Pero si envías tu Espíritu, son creados, y así renuevas la faz de la tierra. Que la gloria del Señor perdure eternamente; que el Señor se regocije en sus obras” (Salmo 104:24-31).

 Luis Pino Moyano.


Esta breve aproximación a la Biblia y la ecología es resultado de una predicación realizada en la Iglesia Presbiteriana Puente de Vida, el domingo 27 de diciembre de 2015, en el marco de la serie «Señor Total. El señorío de Cristo en todas las esferas de la vida». El mensaje se tituló, «Cristo, Señor de la Naturaleza». He realizado un arreglo posterior del texto para que siga la lógica de un artículo de difusión.

Soy tributario en esta reflexión de dos autores que he citado en este texto y que no he referido a la manera clásica, pues lo que deseo referenciar es todo lo señalado por ellos, promoviendo su lectura, reflexión y discusión:

  •  Francis Schaeffer. Polución y la muerte del hombre. Enfoque cristiano a la ecología. El Paso, Editorial Mundo Hispano, 1973. Su versión en inglés fue publicada en 1970, lo que lo hace un texto precursor respecto a una problemática que recién se avizoraba. Además, es un texto, que como todo “clásico” mantiene inusitada vigencia.
  •  Cristopher Wright. La misión de Dios. Descubriendo el gran mensaje de la Biblia. Buenos Aires, Ediciones Certeza Unida, 2009. Particularmente, respecto a este tema, propongo la lectura de su Parte 4: “El campo de la misión”, pp. 529 y ss. En ella Wright liga las tareas ecológicas a la gran comisión, la que comienza con una declaración del Señorío de Cristo sobre el universo (véase Mateo 28:18). Gracias a mi amigo Gerardo Vásquez por la recomendación de este libro.

El quehacer de un Líder.

Este sábado 13 de junio me correspondió compartir un tema con quienes desempeñan tareas de liderazgo en los grupos juveniles de Presbiterio Centro de la Iglesia Presbiteriana de Chile. El tema se tituló «El quehacer de un líder», y tuvo la finalidad de presentar líneas de trabajo para quienes trabajan en las iglesias.

Una cita que ayudó a la reflexión fueron estas palabras de John Stott en su libro «Señales de una iglesia viva»: «Los líderes cristianos deben ser distintos de los del mundo. No podemos hablar de la congregación como ‘mi iglesia’, ni de otra como la ‘iglesia de fulano’. No es la congregación la que pertenece al líder sino el líder a ella. Es el pueblo de Dios al que hemos sido llamados a servir. Somos siervos, no amos o dueños. Esta es la sana perspectiva bíblica».

Pongo a disposición de ustedes las diapositivas de la exposición, las cuales pueden descargar haciendo clic aquí.

Otro elemento de reflexión fueron los siguientes vídeos:

Espero que estos materiales sirvan para su reflexión.

Un abrazo, Luis…

Orar y protestar no se contradicen. Leyendo en voz alta a Sidney Rooy y a David J. Bosch.

En contextos de crisis política y social, muchos cristianos ante la pregunta del qué debo hacer, presentan respuestas que disocian el orar de la protesta. Ante dicha interrogante respondo, me respondo, que «del Señor es la tierra y su plenitud» (Salmo 24:1); que «toda autoridad ha sido puesta por Dios» (Romanos 13:1), que el pecado de Sodoma fue «la soberbia, gula, apatía, e indiferencia hacia el pobre y el indigente» (Ezequiel 16:49), todas acciones que Dios condena. Porque nuestro Dios, el Dios al que sirvo, el Dios de la vida, es el Señor que «hace justicia a los oprimidos, da de comer a los hambrientos y pone en libertad a los cautivos. El Señor da vista a los ciegos, el Señor sostiene a los agobiados, el Señor ama a los justos. El Señor protege al extranjero y sostiene al huérfano y a la viuda, pero frustra los planes de los impíos» (Salmo 146:7-9). Por ende, seguir a Dios implica orar porque «venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mateo 6:10), con la convicción de que esa oración invita a una acción: amar y obedecer a nuestro Padre implica colaborar con su misión, claramente sostenida en el Salmo recientemente citado. La base de la justicia social para nosotros los cristianos está en la acción de Dios que no sólo es trascendente, absolutamente otro, sino que también  es Señor que reina con sus manos sosteniendo providentemente la historia. Como cristiano protestante que protesta, seguiré orando «por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad» (1ª Timoteo 2:1,2), aunque sean como Nerón y, a la vez, alzaré mi voz todas las veces que sea necesario denunciando los ídolos de nuestra época, teniendo como proyecto histórico la sanidad de los pueblos, la restauración de los heridos y perniquebrados, la caminata que coadyuva a la expansión y consumación del Reino de Dios, que en la definición paulina es «justicia, paz y gozo en el Espíritu» (Romanos 14:17). Porque la verdad siempre camina con el amor (Efesios 5:15), y es inconsistencia teológica disociar aquello que debe caminar junto siempre. Orar y protestar no se contradicen, porque en ambos casos Cristo es suficiente (Colosenses 2:9,10).

 Luis Pino Moyano.


 

Dicho lo anterior, les invito a leer conmigo unas referencias de Sidney Rooy[1] y David J. Bosch[2].

Sidney Rooy define los siguientes indicadores para la acción política desde un modelo reformado:

“1. La base del quehacer político por parte del cristiano radica en la presencia dinámica del Reino de Dios en todos los aspectos de la realidad histórica.

2. La plena soberanía de Dios, tanto sobre la naturaleza como sobre toda la sociedad humana, exige la obediencia a la ley moral por parte de todas las personas, sean gobernados o gobernantes.

3. La vida plena e integral del hombre incluye los aspectos afectivo, físico y espiritual, sin los cuales no puede llegar a realizarse como ser humano según la meta establecida por Dios.

4. El cristiano tiene la vocación sagrada de responsabilizarse por lo que pase en su área de actuación, particularmente en lo político. No debe actuar como un individuo aislado de los demás, sino como un miembro de una comunidad de personas que se preocupan por el bien de la vida civil.

5. El objetivo primordial del gobierno y por lo tanto del político cristiano es el de alcanzar la equidad y la justicia en todo su territorio, dando prioridad a los pobres y oprimidos. La autoridad de todo gobierno es derivada, secundaria y limitada porque está condicionada al fiel cumplimiento de la tarea que le ha sido encomendada.

6. Los instrumentos que guían al político cristiano son los disponibles en su tiempo y espacio histórico, vistos bajo la luz de la Palabra y el Espíritu divinos.

7. El deber del cristiano como ciudadano particular es el de obedecer las leyes, orar por las autoridades, sufrir si es perseguido, y reclamar por la justicia cuando las autoridades son infieles a su mandato.

8. Se recomienda la resistencia pacífica bajo condiciones normales cuando el gobierno no cumple con su mandato de administrar justicia. Sin embargo, en casos excepcionales podría ser necesario recurrir a una resistencia abierta con el uso de la fuerza como último recurso. Tal acción solo será posible cuando haya sido autorizada por una organización social calificada y después de una consideración profunda y cuidadosa, que haya determinado la necesidad de rebelarse contra un gobierno que sistemáticamente actúa contra el bien de los gobernados.

9. Todo gobierno que traiciona su vocación y en lugar de promover el bien y castigar el mal hace lo inverso, pierde su autoridad para gobernar.

10. La Iglesia cristiana está llamada a realizar una tarea profética frente a las autoridades, una tarea didáctica con referencia a los que están dentro de su esfera de acción, y una tarea de servicio respecto a las víctimas de una política inadecuada o perversa.

11. El sacerdocio universal de los creyentes señala a la necesidad de la participación de todos, sean laicos o pastores, en el quehacer político. La capacitación de ciertos miembros del cuerpo de Cristo con dones especiales requiere la selección y preparación de ciertas personas de la comunidad cristiana para la participación activa en los partidos políticos y en los distintos niveles gubernamentales”[3].

Por su parte, David Bosch, entiende la misión como la acción de creyentes en todas las esferas de la vida, en la que también se encuentran las tareas político-sociales. Dice:

“Tan pronto como entablamos una conversación sobre Dios, en la discusión se incluye al mundo como escenario de su actividad (Hoekendijk 1967a:344). La situación histórica del mundo no es una mera condición exterior para la realización de la misión de la Iglesia; más bien, debe ser incorporada como un elemento constitutivo de nuestro entendimiento de la misión, de su objetivo y su organización (Rütti 1972:231). Tal postura está en pleno acuerdo con el entendimiento que Jesús tenía de su misión, como está reflejado en nuestros Evangelios: Jesús no volaba por las nubes, sino se sumergía en las circunstancias reales de los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos (cf. Lc. 4:18s.). Hoy día también Cristo está donde se encuentran los hambrientos y los enfermos, los explotados y los marginados. El poder de su resurrección empuja la historia hacia su final bajo la bandera ‘¡He aquí yo hago nuevas todas las cosas!’ (Ap. 21:5). Igual que su Señor, la Iglesia-en-misión tiene que tomar parte por la vida y en contra de la muerte, por la justicia y en contra de la opresión. […]

En vez de buscar conocer el plan de Dios para el futuro del mundo, preguntamos acerca del involucramiento del cristiano en el mundo (:221). Ya no se ve el mundo como un obstáculo sino como un desafío. Cristo ha resucitado y nada queda igual. Fue una victoria estupenda del maligno el habernos hecho creer que las estructuras y condiciones en este mundo no cambiarán ni necesitan realmente de un cambio; el haber considerado que los poderes políticos y sociales (y otros) están investidos de intereses de carácter inviolable; el haberse conformado en condiciones de injusticia y opresión; el haber moderado nuestra expectación hasta el punto de claudicación; el haber perdido la esperanza de una transformación significativa del statu quo; el haber sido ciegos a nuestra propia responsabilidad por el involucramiento en el mundo rumbo a su realización. Al asumir una posición crítica frente a las autoridades, las prescripciones, las tradiciones, las instituciones y las predilecciones ideológicas del orden del mundo existente llegamos a ser un fermento del nuevo mundo de Dios (cf. Gort 1980b:54)”[4].


[1] Sidney Rooy. “Relaciones de la iglesia con el poder político. Modelo reformado”. En: Pablo Deiros (editor). Los evangélicos y el poder político en América Latina. Buenos Aires, Nueva Creación, 1986, pp. 41-72.

[2] David J. Bosch. Misión en transformación. Cambios de paradigma en la teología de la misión. Grand Rapids, Libros Desafío, 2000. Recomiendo la lectura del Capítulo Doce: “Elementos de un nuevo paradigma misionero ecuménico”, pp. 451-619.

[3] Rooy. Op. Cit., pp. 69-70.

[4] Bosch. Op. Cit., pp. 520, 617, 618.

Pentecostalismo chileno.

El día de ayer comenzamos en la Iglesia Presbiteriana Puente de Vida una serie de conversaciones de teología que hemos denominado Summer Theology, las que se realizarán todos los miércoles de enero, a las 20:00 hrs., en las dependencias de nuestra iglesia. En dicha instancia me correspondió hablar sobre el Pentecostalismo chileno, teniendo presente elementos históricos, teológicos y eclesiológicos. Luego de eso, tuvimos la oportunidad de compartir en torno a preguntas y opiniones que extendieron los análisis, todo en un ambiente fraterno. No sólo habíamos presbiterianos (miembros de nuestra iglesia), sino también hermanos pentecostales, bautistas, luteranos y de otros contextos eclesiales.

Por lo mismo, quisiera compartir con ustedes el audio de la exposición (la conversación posterior no fue grabada. Gracias José Luis Sanhueza por dejar un registro de esta primera sesión).

A su vez, les comparto las diapositivas que ocupé como apuntes. Ayer no proyectamos nada, porque fue sentados en una mesa al aire libre. Las diapos son de una clase en la que me tocó exponer a mis compañeros/as del Seminario Teológico Presbiteriano, sobre esta temática. Agradezco en esto a Manuel Alveal Vera, hermano metodista y amigo, quien me facilitó algunas fotografías y materiales, a partir de su trabajo archivístico. Las diapositivas pueden ser descargadas pinchando acá.

Las diapositivas no entregan datos bibliográficos con la finalidad de no recargar la presentación. Pero quienes quieran conocer los textos estudiados con la idea de profundizar en sus estudios, pueden encontrar dicha bibliografía pinchando acá.

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Una de las fotos de la primera conversación del Summer Theology, realizado el 7 de enero de 2015, sobre pentecostalismo chileno.

Para conocer el registro de las otras sesiones, haga clic acá.

Reseña de libros: «Misión Integral en la ciudad», por Raymond Bakke.

El libro de Bakke es una compilación de conferencias de contenido misiológico. Éstas fueron realizadas por el autor con la finalidad de proveer una lectura bíblica que dé cuenta del significado del involucramiento misionero desde una perspectiva global. Para el autor toda misión involucra un componente internacional, inclusive en aquellas que se llevan a cabo en el país de origen. Es así, que a lo largo de sus conferencias se preocupará de la Missio Dei en un contexto de opresión y violencia, en pobreza y desarrollo, además de la misión mundial y transcultural.

 Según Bakke, el siglo XXI, es el primero desde el siglo V en que el cristianismo, mayoritariamente, no es una religión occidental. Eso debiese reportar, a los creyentes, el desafío de leer la Biblia desde una perspectiva global y no desde una occidental. Es sumamente interesante que el autor trace un paralelo entre el Imperio Asirio y la Iraq de Saddam Hussein y el desprecio que sentían los judíos de los samaritanos, resultado de la mixtura entre israelitas y asirios, con el desprecio de los estadounidenses hacia los árabes. Dice: “Al igual que los judíos aprendieron a demonizar a los asirios y luego a los samaritanos, los estadounidenses han aprendido a demonizar a los iraquíes. Los iraquíes son árabes, y lo único que conocen los medios sobre estos es que son todos terroristas y/o que son todos obesos jeques del petróleo. Por ello, los árabes son las únicas personas de las que uno puede hablar mal en la cultura estadounidense y seguir siendo ‘politicamente correcto’, incluso en la televisión”[1]. Eso es lo que lleva al autor a realizar una lectura del libro de Jonás, para entender la misión en un contexto de opresión y violencia. Jonás es el único profeta viviente en Israel luego de varios años de opresión asiria. Ante el mandato divino de ir a predicar a Nínive, se va en la dirección opuesta de Asiria. Dios le lleva de vuelta a la misión. ¿Qué es lo que impide a Jonás ir a anunciar el mensaje a los asirios? Es su patriotismo. Bakke señala que el profeta “Había envuelto su teología de la misión con la ideología de Israel. Había envuelto su evangelio con su bandera judía. Su Dios era demasiado pequeño. Jonás no tenía ningún amor por el enemigo de Israel, y entendía que tampoco Dios amaba a esas personas”[2]. Su patriotismo le impide ver la soberanía de Dios en la misión, elemento basal de dicha praxis. Tanto así, que en su obediencia forzada, predica la ortodoxia, pero no entiende el mensaje del arrepentimiento, el cual antes de ser pregonado debe sentirse en el corazón. Es tremendamente decidor, que Dios quiera hacer llegar el mensaje de la reconciliación y del perdón al lugar más violento de la tierra. Dios tiene misericordia de dichas personas, que son invisibilizadas por quienes al sentirse elegidos por Dios, se ven a sí mismos como favoritos. Por ello, es que en el reto de Dios a Jonás aparece su amor por los niños y por quienes alimentan a los niños, el ganado, un mensaje mucho más integral de lo que imaginamos. “Dios es un Dios de misión y no de venganza y represalias”[3], dirá el autor. En toda la humanidad podremos encontrar elegidos de Dios, que para nosotros debiesen ser campo blanco para la siega.

En la conferencia sobre la misión en un contexto de pobreza y desarrollo, Bakke hará una lectura acerca de Irán, un pueblo persa. Eso hace que fije su mirada en los textos de Ester, Nehemías y Esdras, que nos muestran la misión de Dios que vuelve a Israel de la diáspora. Estos libros son de carácter sinóptico, ya que presentan tres miradas a un mismo período. Ester y Nehemías, para el autor, proporcionan las bases para un ministerio laico, en los lugares donde no se menciona a Dios. Esto nos presenta un dilema, que en un determinado contexto histórico separó a fundamentalistas de modernistas (liberales o neoortodoxos): ¿cuál es la finalidad de la misión: la transformación personal o la social? Bakke, plantea que la solución a dicha disputa es la unión de los dos principios. Señala que “necesitamos una teología al estilo de la de Filipenses, que es ‘Cristo en nosotros’. Se trata de una piedad o salvación personal: Cristo en mí… el Cristo desposeído que, según Filipenses 2, deja de lado el poder celestial y viene a vivir en mi corazón y me transforma. De esa manera, no voy a la iglesia: soy iglesia”[4]. Pero, a la vez, necesitamos un Cristo como el de Colosenses. Bakke dice que: “El Cristo sobre nosotros es el Cristo poderoso que existe en la plenitud de la Deidad corporalmente. El Cristo colosense es el que puede hacer que huyan todos los poderes y principados”[5]. No sólo se necesitan ministros ordenados en la misión, como Esdras, sino en misiones de largo plazo, generar contactos con la sociedad, traspaso de aprendizajes y tecnologías y encarnarse en la comunidad, como nos muestran los ejemplos de Nehemías y Ester. El segundo tipo de sujetos, según el autor, tendrá acceso a predicarle a todo tipo de sujeto, cualquiera sea su procedencia.

 La tercera conferencia de Bakke propone una provocación sumamente interesante. Y es la idea de pensar la navidad en clave misional. Señala que fue el olvido de la navidad lo que hizo que emergiera el gnosticismo y su encanto por el Cristo de los cielos olvidando su encarnación. Para el autor, los relatos de la infancia de Jesús son una suerte de “introducción al mensaje principal acerca del método y la misión de Jesús en todo el mundo”[6]. Es teniendo presente esto, que Bakke centrará su mirada en las mujeres nombradas en la descendencia de Jesús, las que no serían otra cosa que los “trapos sucios” de la familia. Tamar, tiene descendencia con Judá haciéndose pasar por prostituta; Rajab, es una prostituta que esconde a dos de los espías que fueron a Jericó; Rut, era una moabita, “su legado es Sodoma”[7]; y, Betsabé, que está marcada por la relación adúltera con David. Todas tenían “historias no aptas para todo público”. Lutero fue uno de los primeros en señalar el enfoque misionero de las abuelas de Jesús, señalando que todas ellas eran extranjeras. Tamar y Rajab eran cananeas, Rut moabita y Betsabé hitita como Urías su esposo. Es así que, no sólo las obras de la misión van hasta lo último de la tierra, sino la familia del Maestro procede de lo último de la tierra. Esto no es otra cosa que un mensaje de consuelo, porque inclusive la genealogía de Jesús nos habla de misión, en tanto “Jesús no sólo derramó su sangre por el mundo, sino que heredó sangre de todo el mundo: la sangre del cananeo, el moabita, el hitita y el judío fue derramada en la cruz por los pecados del mundo. En otras palabras, mi Salvador fue un mestizo. Con su cruce de razas, fue el Salvador del mundo”[8]. En definitiva, el cristianismo, a diferencia de otras religiones, nos muestra el esfuerzo de Dios por acercarse a nosotros y no al revés. No podíamos producir nuestra salvación. Fuimos rescatados desde afuera.

 La siguiente conferencia vio en la iglesia de Antioquía, según relata el libro de Hechos, a una comunidad que inventó la misión transcultural. Dicha iglesia concentra en su praxis, parte importante de lo relatado por Lucas, puesto que, por ejemplo, lo sucedido en Pentecostés sería “el momento en que el Espíritu Santo los tocó, la iglesia, en adoración espontánea, se hizo internacional y multilingüe”[9]. Es en la iglesia primitiva que el nombre de Jesús, a diferencia del de Yahvéh en el Antiguo Testamento, se hizo pronunciable. Tanto así que cuando Saulo y Bernabé son comisionados a salir de Antioquía “sólo conocían un tipo de iglesia —una iglesia que pudiera unir una diversidad étnico/racial, socioeconómica y lingüística de la ciudad, que pudiera llegar hasta los necesitados y los perdidos con la misma integridad. Ese es el tipo de iglesia de ciudad que Saulo y Bernabé salieron a plantar. La Iglesia de Antioquía era su modelo”[10]. Este modelo que traduce el mensaje, que es encarnacional y transcultural, debiese ser tenido, según su autor, como paradigma en el contexto de ciudades que viven altos procesos migratorios.

 En su última conferencia, Bakke centrará su mirada en Onésimo, para dar cuenta del costo y drama de la misión. Comienza refiriendo a Martin Kahler, quien en 1909 señaló que “la misión es la madre de la teología”, en tanto es ella la que “obliga a la iglesia a hacerse nuevas preguntas”[11]. Eso hace pensar que los predicadores no sólo debieran preguntarse por el texto que anunciarán, sino también por la audiencia que tendrán. La misión consiste en rascar a las personas, en el nombre de Jesús, con precisión donde les está picando. Eso es lo que nos muestra el caso de Onésimo. Pablo no sólo invierte tiempo en hablar con Filemón para que éste restaure a quien le ha dañado, sino que está dispuesto a pagar el daño que Onésimo hizo. Frente a esto, el autor dirá: “Sí, el discipulado es caro. Reclutar y evangelizar a las personas en necesidad y en situación de riesgo siempre nos cuesta, como estoy seguro que muchos misioneros les pueden decir con lujo de detalles. Uno nunca deja de pagar por los conversos, de un modo o de otro. La misión tiene que ver justamente con eso. Es un llamado para el resto de su vida, y más vale que sus presupuestos comiencen a reflejar eso. Ustedes no pueden evangelizar sólo con un ‘toco y me voy’: la evangelización de ciudades sólo se establece a un alto precio”[12]. El alto precio involucra tanto el gastar la vida como todos los recursos de los que se disponga. En otras palabras, salir de la posición de comodidad por la entrega del mensaje de Cristo.

 Quisiera, para concluir, reflexionar en algunos planteamientos de Bakke que nos permitirán pensar en la misión desde una perspectiva global:

 a. Bakke plantea que “La misión en el contexto de la violencia y el terrorismo requiere una manera de pensar acerca de un Dios soberano a quien le importan las personas por quienes nosotros no sentimos ningún agrado”[13]. ¿En cuántas ocasiones nos hemos sentido sólo dispuestos a comunicar el evangelio a personas que parecen iguales a nosotros, discriminando a otros no sólo étnicamente, sino política, cultural, social, económicamente? El caso de Jonás nos confronta, puesto que en algunas ocasiones deberemos presentar el evangelio, sintiendo en el corazón el arrepentimiento y el perdón, de quienes por distintas razones históricas se constituyeron en nuestros enemigos. Debemos tener sumo cuidado en considerar que la elección nos constituye en favoritos, cuestión que regularmente trasunta en fanatismos que hacen de las iglesias ghettos virtuosos donde nadie más tiene cabida.

 b. El autor señala: “Jamás realicen un ministerio social y olviden dar un testimonio personal del evangelio a los pobres —o viceversa. La misión tiene que hacer ambas cosas porque los pobres necesitan esa doble esperanza: liberación personal y liberación pública”[14]. Lo que nos hace relevantes como cristianos es el mensaje de Jesús, mensaje que procura la redención de todas las cosas. Las separaciones dicotómicas no se condicen con el pensamiento reformado que ve en el cuerpo la expresión espacio-temporal del alma, por ende, en las condiciones materiales de existencia también cabe la redención. Todo debe ser sometido a los pies de Cristo, por ende la tarea nuestra es coadyuvar a la consumación del Reino.

 c. “La historia de Navidad trata de un inmigrante intercontinental llamado Jesús, que nació en un establo prestado, vivió en el África, volvió para ser asesinado como criminal y enterrado en una tumba prestada, pero que resucitó de entre los muertos y ahora es el Salvador triunfal del mundo. Como ven, no contamos la historia de la Navidad de esta manera. La hemos envuelto en oropel de clase media. Hemos difamado la historia. La hemos sacado de su contexto misional”[15]. La encarnación de Cristo no es sólo un hecho teológico, sino también misiológico. Nuestra constante lucha aspiracional nos hace olvidar que el Maestro de Galilea se vistió de pobreza siendo rico. Ese vestirse no fue simplemente un acto estético, sino ético. Fue el ejercicio empático que debiese motivarnos a nosotros también a renunciar a prestigio, fama y poder por estar con-y-en el mundo de quienes son los potenciales receptores del mensaje. ¿Estamos dispuestos a ese acto de renuncia que mata nuestro ego para que nuestra vida sea Cristo?

 He querido centrar este espacio final en estas reflexiones más que en un cuestionamiento de la lectura de Bakke, porque sus palabras me han confrontado. Más que una lectura técnica ha sido una voz de alerta, un recordatorio de que mi paso por el Seminario no es para ser un teólogo profesional, sino para ser un pastor. Un pastor que no rehúye, en la cara metáfora de Juan A. Mackay el balcón, pero que se deleita estando en el camino. Un pastor que huele a oveja tanto como a libros y papeles. Un pastor que lee tanto su Biblia como los signos de los tiempos.

Luis Pino Moyano.


[1] Raymond Bakke. Misión integral en la ciudad. Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2002, p. 12.

[2] Ibídem, p. 13.

[3] Ibídem, p. 28.

[4] Ibídem, p. 33.

[5] Ibídem.

[6] Ibídem, p. 54.

[7] Ibídem, p. 58.

[8] Ibídem, p. 65.

[9] Ibídem, p. 73.

[10] Ibídem, p. 85.

[11] Ibídem, p. 99.

[12] Ibídem, p. 114.

[13] Ibídem, p. 28.

[14] Ibídem, p. 52.

[15] Ibídem, pp. 67, 68.