El mito fundacional de un presbiterianismo de izquierda en Chile.

La celebración de los 150 años de la Iglesia Presbiteriana de Chile en 2018 marcó un momento de importantes instancias de rescate de la historia de nuestra Iglesia y de los distintivos del genio presbiteriano que caracterizan nuestra identidad, junto con los desafíos que reporta el presente y futuro de nuestro desarrollo eclesial. Una de las actividades relevantes en dicho rescate fue la serie de conferencias históricas desarrolladas por la 1ª Iglesia Presbiteriana de Santiago, la que derivó también en la publicación de un libro [1]. Dicho esfuerzo informativo y reflexivo debe ser sumamente valorado. 

Dicho lo anterior, eso no obsta para hacer algunas precisiones necesarias, sin ningún dejo de generar una “historia oficial”, particularmente en lo referido al origen de la Iglesia Evangélica Presbiteriana en Chile. En primer lugar, hubo una presentación del Pr. Guido Benavides, la que ya no se encuentra disponible en el canal de YouTube de la 1ª Iglesia de Santiago, que suscitó el derecho a réplica de la Iglesia Evangélica Presbiteriana, por medio de una conferencia dictada por el Pr. Jorge Cárdenas. En su exposición oral, de manera muy destemplada dicho ponencista aludió que una de las causas principales de la división que dio origen a su denominación fue la de raigambre sociopolítica, toda vez que mientras algunos pastores estaban siendo represaliados por la dictadura, la Iglesia Presbiteriana de Chile se habría manifestado cercana al régimen de facto, específicamente en la persona del Moderador del Sínodo a la fecha, Pr. Horacio González. La performance fue completa cuando muestra una foto del Pr. González estrechando la mano en saludo al general Pinochet, sumado a la alusión de Cárdenas diciendo “ustedes pueden ver que se quieren mucho” [2]. La misma situación sociopolítica es aludida en el artículo escrito por Cárdenas [3], aunque de manera más moderada que en la alocución referida.

Horacio González Contesse
Fotografía publicada en El Mercurio, domingo 26 de abril de 2015.

Más allá de la imposibilidad de dar cuenta, a partir de un documento iconográfico, de los sentimientos y motivaciones que puede albergar un saludo protocolar de un primer mandatario con un gran maestro de la masonería, me quiero detener en la construcción de un mito fundacional: la idea que la dictadura militar chilena y la figura de su líder, Augusto Pinochet, habrían sido una pieza clave en el origen de la Iglesia Evangélica Presbiteriana en Chile. Esa idea puede parecer coherente discursivamente, sobre todo cuando se levanta un “muñeco de paja” por medio de un solo documento iconográfico, pero carece de historicidad. Aquí no estamos sólo frente a un ejercicio interpretativo del pasado, sino frente al falseamiento de los hechos, lo que lleva a contar una historia contrafactual de “aquello que pudo haber sido, pero no fue”. Nada se dice en la alocución y en el artículo de Cárdenas sobre el año 1968 con las maniobras de política eclesiástica que derivaron en la disciplina y expulsión de los pastores Joel Gajardo y Luis García, quienes fundaron la Iglesia Unión Cristiana de Santiago y la Iglesia Presbiteriana de Talca. Nada se dice del proceso disciplinario al Pbro. Gabriel Almazán por uso inadecuado y sin transparencia de recursos económicos (situación corroborada por una comisión revisora de cuentas sinodal) y la reacción de miembros de iglesias de la que es hoy la Región de Valparaíso y que se traduce en ese momento en la división que origina la Iglesia Presbiteriana Sínodo en Renovación en 1972 [4], y que obtendrá su personalidad jurídica en 1975 como Iglesia Evangélica Presbiteriana en Chile (estatus legal conferido por el Ministerio de Justicia del gobierno dictatorial). Nada se dice sobre la recepción de dineros externos provenientes de Estados Unidos con antelación a dicho año, y por lo tanto, anteriores al golpe militar y la “ayuda para resolver la situación de pastores afectados por el así llamado pronunciamiento militar” [5]. Es decir, dicha división se comenzó a propiciar antes de la llegada de Allende al gobierno, y se cuajó en dicho período, con antelación al golpe militar y al liderazgo de Augusto Pinochet en él, como consta en variadas investigaciones sobre el período [6]. Tampoco se dice nada respecto a que la Iglesia Presbiteriana de Chile no participó de la firma del documento suscrito por muchos pastores a nombre de sus iglesias legitimando al gobierno militar. 

La idea de una iglesia de izquierda versus una iglesia de derecha no es consistente por todo lo dicho con antelación, como también a un distintivo histórico del presbiterianismo chileno de respeto de la libertad de conciencia (mediatizado por la herencia ilustrada y del liberalismo filosófico-y-político), que se trastocó en tiempos más recientes con un tabú de lo político y con las ideas (falaces, también) de una supuesta “infiltración” de ideas políticas foráneas a nuestra fe reformada. Es innegable que el Pr. Horacio González manifestó cercanía al gobierno de Pinochet, pero su pensamiento y práctica no puede ser analogado con el de la Iglesia Presbiteriana de Chile, como tampoco su participación en la masonería puede definirse como lo propio de nuestro sentido de la vida y cosmovisión. Además, medir al Pr. González sólo a partir de esos datos, genera evaluaciones que no hacen justicia a su trayectoria eclesial que cruza de manera importante el siglo XX, a su talante caracterizado por una férrea ética calvinista y a su labor incansable por el desarrollo de una iglesia independiente de directrices foráneas, “pobre, pero libre”, sobre todo, sin la contradictoria ayuda económica emanada desde el “Norte Global”, sí presente en quienes se autodenominan como progresistas (¿imperialismo solapado?). 

Está bien escuchar todas las voces para el relevamiento de nuestra historia. Pero eso no implica no decir nada al respecto, sobre todo cuando no se hace justicia a personas y hechos, con la finalidad de levantar mitos fundacionales que purifican orígenes espurios, que ocultan los anhelos de poder, la carencia de mínimos éticos y el amor al dinero [7]. 

Luis Pino Moyano.

[1] Marcone Bezerra (editor). Meditad sobre vuestros caminos. Reflexiones en torno a los 150 años del presbiterianismo en Chile. Santiago, Sabiduría Libros, 2018.

[2] “Iglesia Evangélica Presbiteriana en Chile: orígenes e identidad – Rev. Jorge Cárdenas”. En: http://www.youtube.com/watch?v=DZXHb26JOlI (revisada en febrero de 2019).

[3] Jorge Cárdenas. “Iglesia Evangélica Presbiteriana en Chile”. En: Bezerra (editor). Op. Cit., pp. 255-271.

[4] Jae-Kuen Yoo Lee. Historia de la Iglesia Presbiteriana en Chile. Tesina para optar al grado de Bachiller en Teología. Santiago, Seminario Teológico Reformado, 2004, pp. 63-64.

[5] Cárdenas. Op. Cit., p. 262.

[6] Baste citar, para estos efectos, a Patricia Verdugo. Interferencia secreta. Santiago, Editorial Sudamericana, 1998, pp. 13-27. 

[7] Para profundizar, véase lo planteado en: Daniel Vásquez. “Iglesia Presbiteriana de Chile (1964-2017). En: Bezerra (editor). Op. Cit., pp. 244-246; y por Jonathan Muñoz en: “La Primera Crisis del Sínodo Presbiteriano y los Orígenes de la IEPCH”. En: http://www.youtube.com/watch?v=b7q6MStuFfo (revisada en febrero de 2019).

Espiritualidad presbiteriana. Conceptualización y aterrizaje práctico.

Versiones en PDF: Para imprimir, para leer en un celular o tablet.

Luis Pino Moyano[1].

El sentido común ha hecho creer que presbiterianismo es sinónimo de un racionalismo frío, falto de una espiritualidad rica, lo que se traduciría en una suerte de adolescencia de los creyentes en su acercamiento cotidiano a Jesucristo. Nada más alejado de la realidad. No por nada, el símbolo original del presbiterianismo fue la zarza que ardía en la gloriosa manifestación de Dios a Moisés (Éxodo 3:1-7), junto con el emblema latino de “Nec Tamen Consumebatur”, “Aún así no se consumía”. Yahvé, el Dios del Pacto, se ha revelado en su Palabra y ha trazado una relación de amor con su pueblo. Ha sido tan indestructible dicha relación, que el fuego de su santa justicia se nos manifiesta misericordiosamente sin consumirnos. Dicho símbolo, tiene otro elemento aplicable a la vida de los creyentes, en el sentido que nuestros hermanos escoceses, y luego, por herencia, muchos otros presbiterianos en el tiempo tuvieron a la vista, pues, como dirá Carlos Parada, “estaban conscientes que la Palabra de Dios es llama que no se apaga y que tiene como propósito encender el mundo entero”[2]. Ese acto de encender el mundo se lleva a cabo en el seguimiento fiel de Jesucristo, en la vida de santidad, en la proclamación del evangelio y de la extensión del Reino de Dios en todas las esferas de la vida.

Un eje significativo de la espiritualidad presbiteriana es que ésta es confesional, es decir, que esta adhiere y sustenta su práctica en una declaración de fe, que explica los elementos fundamentales de la enseñanza bíblica y produce una defensa frente a quienes atenten contra ella (en el caso de la Confesión de Fe de Westiminster, el catolicismo romano y el anabaptismo, principalmente). A su vez, esta Confesión de Fe se haya fortalecida por el aprendizaje y reconocimiento de los credos del cristianismo universal, que hacen que no perdamos de vista la catolicidad de la Iglesia, y los catecismos que nos ayudan en la instrucción de los creyentes, sobre todo de quienes están dando sus pasos para una membresía en plena comunión. En mi caso, soy miembro de la Iglesia Presbiteriana de Chile, y ella reconoce junto con la cristiandad universal los credos apostólico, niceno-constantinopolitano, atanasiano y el de Calcedonia. Por su parte, reconoce la Confesión de Fe de Westminster en su revisión de 1903, la que es suscrita por sus oficiales (pastores, presbíteros y diáconos), junto con los Catecismos Mayor y Menor de Westminster y el de Heidelberg. Para algunos creyentes cristianos en la actualidad, decir que somos una iglesia confesional sería sinónimo de ausencia de libertad, a lo que digo que eso es totalmente falaz, toda vez, que la libertad cristiana es por definición comunitaria, y tiene la intención de amar y servir a Dios y al prójimo (véase Gálatas 5:1-15). Lo que hace la confesionalidad es dar un marco para la vida eclesial, permitiendo ser realmente una “común-unidad” que reconoce y acuerda como suyos unos artículos de fe, sumado a la limitación de la tiranía eclesiástica: nadie enseña a su antojo cosas que escapan a la Escritura, en asuntos de doctrina y práctica[3]. Esto, porque la Confesión es una norma normada por la Biblia, que es la única Palabra de Dios. Entonces, la confesionalidad es bandera de libertad y no cadena que inmoviliza.

Si quisiéramos definir la espiritualidad presbiteriana de manera muy breve, deberíamos decir que se trata de la práctica de creyentes reformados por el Espíritu Santo, sustentada en en la enseñanza de la Palabra de Dios, y que se traduce en una vida que anhela “glorificar a Dios y gozar de él para siempre”[4]. Todo lo que colabore en la tarea de glorificar y gozarnos en Dios, contribuye a una espiritualidad sana. Y aquí hay un papel doble: el del Espíritu Santo que aplica las obras de la gracia, de manera soberana, renovando la vida de los creyentes en Cristo, como también, la respuesta de dichos hombres y mujeres a dicha obra, viviendo de acuerdo a la nueva naturaleza que se nos ha sido dada (véase Romanos 8:1-17).

Hace un momento atrás, señalé que soy miembro de una iglesia que suscribe la Confesión de Fe de Westminster, en su versión de 1903, lo que tiene mucho que ver con el entendimiento de la espiritualidad, puesto que entre los dos capítulos añadidos por la PCUSA a los treinta y tres originales, posee uno titulado “Del Espíritu Santo”. Hay muchos presbiterianos en el mundo que no suscriben dicha versión confesional, porque creen que no son necesarios, toda vez que la Confesión original ya hablaba de dichos temas. Hay otros que han señalado, sin desparpajo que estos harían guiños al arminianismo y al liberalismo teológico. Bástenos acá citar a Benjamin Warfield, de quien nadie dudaría de su ortodoxia, y que fuese uno de los opositores a dicha reforma, cuando asume su posición como un “voto vencido”: “La doctrina expuesta en estas varias secciones es la doctrina común de las iglesias calvinistas, y se puede encontrar ampliamente expuesta en el cuerpo de teología de cualquier teólogo calvinista común. El capítulo es, por lo tanto, un resumen compacto de la doctrina calvinista ordinaria del Espíritu Santo y su obra”[5]. En otras palabras, estamos frente a una respuesta calvinista de cuño presbiteriano, a la obra del Espíritu Santo y al amor de Dios y las misiones, en un contexto de auge del pentecostalismo y del movimiento misionero moderno, lo que da cuenta que la teología es contextual, puesto que responde a las interrogantes del presente a la luz de la Escritura. El capítulo 34 de la Confesión de Fe de Westminster, reformado por la PCUSA en 1903, señala en su punto 4: “Cuando el Espíritu Santo mora en los creyentes, éstos quedan estrechamente unidos a Cristo quien es la Cabeza y, por lo tanto, unidos entre sí en la Iglesia, que es Su cuerpo. El llama y unge a los ministros para su santo oficio, habilita a los demás oficiales de la Iglesia para su obra especial, y proporciona distintos dones y gracias a los miembros de ella. Hace eficaces la Palabra y las ordenanzas del Evangelio. Él preservará la Iglesia, la hará crecer hasta que llene el mundo, la purificará y posteriormente la presentará completamente santa en la presencia de Dios[6]. De dicha declaración extraeremos a continuación algunos principios para la espiritualidad.

Un principio prioritario de la espiritualidad presbiteriana es que es esencialmente comunitaria. Hoy, cuando hablamos de espiritualidad, se tiende a ensalzar la intimidad y lo interior, enfatizando en la práctica de las disciplinas espirituales. En cambio, la espiritualidad presbiteriana tiende a ensalzar lo comunitario, con prácticas visibles en lo exterior, que impactan en el alma por cierto, y que enfatizan en la práctica de los medios de gracia. Como señalará Timothy Keller: “Debemos decir con claridad que no estamos hablando meramente de relaciones informales e individuales entre cristianos, sino también de membresía y participación en la iglesia institucional, reunida bajo sus líderes para la predicación de la Palabra y la administración de los sacramentos del bautismo y la Cena del Señor. La predicación de la Palabra por aquellos dotados, preparados y autorizados por la iglesia para hacerlo, y la participación de la Cena del Señor –con todo el autoexamen y la rendición corporativa de cuentas que lleva consigo- son maneras irremplazables en que la comunidad cristiana provee testimonio, formación espiritual y comunión con Dios[7]. Charles Hodge, en un discurso en el que describe qué es el presbiterianismo, planteaba que: Esta morada del Espíritu en el cristiano que enlaza a todos los miembros del cuerpo de Cristo, produce, no solamente aquella unión interior o subjetiva que se manifiesta en la simpatía y cariño, en la unidad de fe y amor, sino también la unión y comunión externas. Hace que los cristianos se reúnan para celebrar el culto, y para vigilarse y cuidarse mutuamente, debiendo para ello estar sujetos el uno al otro en el temor del Señor. / Pone a todos en sujeción a la palabra de Dios como la regla de fe y práctica. Les da no solamente interés mutuo en el bienestar, pureza y edificación de cada uno, sino que también les impone la obligación de promover estos resultados. Cuando alguno de los miembros sufre, todos sufren con él; y cuando alguno de ellos se siente satisfecho, todos se regocijan con él[8]. Por su parte, John Knox, reformador reconocido por ser el padre del presbiterianismo, decía que: La congregación a la que me refiero es la que se reúne en el nombre de Jesucristo, dando gloria y magnificando a Dios Padre por los infinitos beneficios reunidos en su Hijo, nuestro Señor. […] Quien se aparta de una congregación como esta (pero ¿dónde hallarla?) declara que no es miembro del Cuerpo de Cristo[9]. Todas estas citas, presentadas en orden cronológico inverso, presuponen que la espiritualidad presbiteriana se hace manifiesta en un compromiso espiritual y activo con la iglesia visible, la que colabora en la edificación del cuerpo de Cristo con la multiplicidad de dones que se manifiestan en ella. No se puede ser creyente cristiano sin participar de la vida de la iglesia. No se puede orar diciendo “Padre nuestro…”, si el nosotros no es real en un tiempo y en un espacio determinado. El cristianismo es indefectiblemente comunitario, o no será.

Un elemento sumamente relevante para la espiritualidad presbiteriana es la celebración del culto comunitario y el acto de guardar el día del Señor. El capítulo 21 de la Confesión de Fe de Westminster[10], enseña que:

  • Sólo hay un Dios que debe ser adorado: el trino Dios, único digno de recibir gloria por parte de su pueblo.
  • La forma aceptable de adoración está instituida y limitada por la Escritura, no por nuestra imaginación o por el influjo de Satanás.
  • La adoración sólo es posible por el acto mediador de Cristo.
  • La oración por medio de Cristo y ayudada por el Espíritu tiene un papel fundamental en la adoración.
  • Partes de la adoración religiosa: lectura de la Biblia, predicación sana, la escucha atenta de la Palabra, el canto de los salmos con el corazón, la debida administración y recepción de los sacramentos. En diferentes oportunidades pueden realizarse: juramentos y votos, ayunos solemnes y acciones de gracias.
  • La adoración no está condicionada por el lugar en que se realiza, sino por la disposición del corazón: adorar en espíritu y en verdad. Esto es fundamento del culto individual, familiar y de la iglesia reunida.
  • El sábado cristiano, que es el domingo, por la resurrección del Señor, es el día que debe ser guardado por la comunidad cristiana.

De este asunto quisiera relevar con mayor fuerza el carácter cristocéntrico de la espiritualidad presbiteriana, porque todo el acto de adoración de los creyentes, sea en el culto lato de la vida, como en el culto estricto de la comunidad de creyentes reunidos en el día del Señor, necesitan de la mediación de Cristo. Nuestro culto a Dios, en el cual todo el ser es presentado a Dios en adoración, en el que la mente es transformada por la Palabra de Dios, en el que cantamos con gratitud en el corazón y en el que actuamos con amor, justicia y misericordia hacia nuestro prójimo (Romanos 12:1,2; Hebreos 13:15,16), sólo es posible porque Cristo está en-y-con nosotros, ayudándonos a vivir para la gloria de Dios. Calvino decía que “Para que las ceremonias nos sirvan de ejercicio de piedad es preciso que nos lleven a Cristo”[11]. La espiritualidad presbiteriana no pierde de vista ni a Dios ni al prójimo. Aquí es pertinente recoger la definición de “piedad” propuesta por Hermisten Maia, al entenderla como una relación teológicamente orientada del humano para con Dios en su devoción y reverencia y, a su conducta bíblicamente ajustada y coherente con su prójimo. La piedad envuelve comunión con Dios y el cultivo de relaciones justas con nuestros hermanos. La obediencia es la madre de la piedad, resume Calvino[12]

Hablamos en el párrafo anterior de la transformación que experimentamos los creyentes en Cristo. Si los seres humanos somos entendidos como creados a imagen y semejanza de Dios, como unidad psicosomática (el cuerpo es la expresión material del alma en un tiempo y espacio), como criatura (súbdito) y persona (libertad según su naturaleza)[13], el ser humano completo requiere ser transformado. Es así que llegamos a plantear otro principio fundamental de la espiritualidad presbiteriana: ¡Todo es espiritual! El corazón, que es el “centro religioso de la vida”[14], en las palabras de Dooyeweerd, viene a dotar de coherencia todas las áreas de la existencia humana. La verdadera transformación del corazón implica el cambio del intelecto, las emociones y la voluntad. Una espiritualidad profunda debe buscar el enriquecimiento de dichas áreas, cuidando el corazón, como diría el proverbista, porque de él mana la vida (Proverbios 4:23). Timothy Keller y Kathy Keller dirán que: La mejor manera de cuidar tu corazón para la sabiduría es adorando a Dios, procurando que tu boca, tu mente, tu imaginación e incluso tu cuerpo estén todos orientados hacia Él”[15].

En la práctica de la piedad que es consciente de la realidad espiritual de todas las cosas, tiene en un puesto de primacía la Biblia como Palabra de Dios. La espiritualidad presbiteriana es bíblica, y entiende que soberanía de las esferas no deja de lado lo que dice la Escritura, puesto que ella da respuesta a las problemáticas  de la vida, en sus diversas áreas de desarrollo. Así lo señala la Confesión de Fe de Westminster en su capítulo 1, punto 6: “Todo el consejo de Dios tocante a todas las cosas necesarias para su propia gloria, la salvación del hombre, la fe y vida, está expresamente expuesto en la Escritura o por buena y necesaria consecuencia puede ser deducido de la Escritura[16]. La Biblia es, y debe ser, la base de todo lo que creemos y hacemos, y todo lo que acontece a nuestro alrededor debe ser leído con sus lentes.

La espiritualidad presbiteriana está marcada por la doctrina del sacerdocio universal de los creyentes (véase, 1ª Pedro 2:4-10), pues en el presbiterianismo no existe la separación entre clero y laicos. Todos somos el pueblo de Dios, sacerdotes que buscamos con todo ahínco que Dios sea glorificado en cada cosa que hacemos, con los dones que el Espíritu Santo nos ha dado. Lo que sí distinguimos es el oficio particular al que alguno de sus miembros han sido llamados por Dios, y que es reconocido en la comunidad, lo que se refrenda en las asambleas de ella por medio del voto. Creemos que el liderazgo bíblico tiene poco que ver con jerarquías, sino más bien con relaciones significativas de acompañamiento espiritual, en el que todos los creyentes somos responsables. Somos responsables de acompañar y de ser acompañados por nuestros hermanos, en la tarea de aprender y servir. Esa tarea es espiritualidad. En sí, el sacerdocio universal es un llamado al trabajo: en el evangelismo, el discipulado, la adoración, la familia, la comunidad eclesial y en las distintas vocaciones que Dios nos ha dado. Somos sacerdotes todos los días, en todo lugar y toda la vida[17]. Como toda bendición va acompañada de responsabilidades, y para ello, necesitamos a Jesucristo, el perfecto sumo sacerdote, aquel que nos toma de la mano, nos transforma, corrige, anima, consuela y nos ayuda a caminar.

Juan A. Mackay, en “El sentido presbiteriano de la vida”, concluye que: “Los presbiterianos y las iglesias presbiterianas, debido a su profunda convicción acerca de la intervención de Dios en la historia, proclaman la necesidad de considerar los asuntos humanos desde una perspectiva profética. Si el mundo es verdaderamente el teatro de la gloria de Dios, entonces la vida humana en todos sus aspectos deberá mirarse e interpretarse a la luz misma de Dios[18]. Siendo Cristo Señor de todo, viviendo vidas que están sustentadas en la Palabra que vive y permanece, y misionando para el Reino de Dios en todas las esferas de la vida, la adoración debiese abarcar todas las áreas de nuestra existencia. Isaías 66:1,2 señala con toda claridad: Así dice el Señor: El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis pies. ¿Qué casa me pueden construir? ¿Qué morada me pueden ofrecer? Fue mi mano la que hizo todas estas cosas; fue así como llegaron a existir afirma el Señor . Yo estimo a los pobres y contritos de espíritu, a los que tiemblan ante mi palabra. En la vida para Dios no hay posibilidad para el dualismo. No hay posibilidad de pensar y vivir la adoración sólo en templos o parroquias. Así como la mirada de fe del cristianismo es total y la misión lo abarca todo, la adoración, por su parte, es cósmica y pública. Porque como señalará Francis Schaeffer: Las personas hacen de acuerdo con lo que creen. Cualquiera que sea el punto de vista sobre su mundo, eso es lo que serátrasladado al mundo exterior[19]. Lo que creemos se traduce siempre aquello que hacemos.

A la luz de todo esto, la vocación a la que Dios nos ha llamado, y que se traduce en nuestro trabajo en cada lugar en el que nos desenvolvemos, debe ser leído en clave espiritual. Dios nos ha llamado a servirle en el mundo con nociones de amor y de justicia, siendo el fruto de nuestros manos, la forma en la que Dios se acerca dando bienestar a quienes nos rodean[20]. No hay trabajo sagrado o profano, sólo hay trabajo que glorifica a Dios o que no le glorifica. Como diría David Trumbull, fundador de la obra presbiteriana en Chile, “Servir a Cristo es reformar la sociedad, es consolar al afligido, es instruir al ignorante y es conducir al arrepentimiento a los que están alejados de Dios”[21]. No por nada el presbiterianismo del que hemos sido herederos en América Latina, por la vía de la misión, se esforzó en predicar el evangelio de la mano de una ardua tarea social, manifestada en la creación de centros educacionales (primarios, secundarios y terciarios), de hospitales y diversos centros de salud, orfanatos y ligas contra la intemperancia; todo eso unido al apego a un sistema democrático representativo, al respeto y promoción de los derechos humanos y civiles, y al desarrollo de una economía que promueve la inventiva, el emprendimiento y la libre circulación de mercancías para el desarrollo de calidad de vida. Todo este trabajo misional es entendido como acto responsable de los creyentes en la búsqueda de la glorificación a Dios (ética protestante del trabajo).

Por eso, no deja de llamar la atención, que en algunos sectores del presbiterianismo hoy día, por cuidarse de los embates del liberalismo teológico, el liberacionismo y el posmodernismo, tienda a refugiarse bajo el techo y abrigo del fundamentalismo. Lo que Eliezer Leal aplica para la confesionalidad presbiteriana en 1903, quisiera ponerlo en la palestra hoy, pues la espiritualidad presbiteriana “nos acerca a un calvinismo que no cede ante el liberalismo teológico, pero tampoco se conforma a una escolástica protestante cómoda y exclusivista. Nos acerca a un calvinismo que supera la dicotomía entre lo bíblico y lo relevante, y nos invita a involucrarnos con nuestra cultura, reconociendo los dones del Espíritu en medio de ella, pero también siendo celosos en reconocer sus idolatrías y vanas filosofías[22]. La espiritualidad presbiteriana no es ensimismada. Alza sus manos y voces para glorificar a Dios, y extiende las manos horizontalmente, cuando ama a su prójimo, hermano en Cristo o no, buscando su alegría, aliento, sanidad y consuelo.

Que Dios siga siendo glorificado en la iglesia y en el mundo.


[1] Presbítero de la 11ª Iglesia Presbiteriana de Santiago “Puente de Vida”. Licenciado en Historia con mención en Estudios Culturales de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Este artículo fue escrito a modo de apuntes para el Conversatorio: “¿Qué entendemos por espiritualidad?”, organizado por la Red Teológica de Estudiantes (Santiago, 21 de mayo de 2020).

Consecuente con la propuesta temática, he procurado citar a autores presbiterianos, con la sola salvedad de Calvino, Dooyeweerd y Hoekema, que forman parte de la tradición reformada. En el caso de Kuiper, el texto referido fue escrito por él mientras era pastor de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa.

[2] Carlos Parada. Hacia una visión reformada de la relación personal del creyente con el Espíritu Santo. Una propuesta de definición desde la Confesión de Fe de Westminster y obras de teología reformada relevantes en lengua castellana, en diálogo con la comprensión que tienen de dicha relación miembros de la Iglesia Presbiteriana de Chile. Tesis para el grado de Licenciado en Teología del Seminario Teológico Presbiteriano José Manuel Ibáñez Guzmán. Santiago, 2016, p. 112.

[3] Véase: Carl Trueman. ¿Por qué los cristianos necesitan confesiones? En: http://icr-grancanaria.jimdofree.com/por-qué-los-cristianos-necesitan-confesiones-por-carl-trueman/ (Consulta: mayo de 2020).

[4] Catecismo Menor de Westminster, pregunta 1. Disponible en: Los estándares de Westminster. San José, Confraternidad Latinoamericana de Iglesias Reformadas, 2010, p. 119.

[5] Benjamin Warfield. “The Confession of Faith as revised in 1903”. En: The Union Seminary Magazine. Nº 1, Vol. XVI. Richmond, 1904, pp. 13, 14. Disponible en: http://static1.squarespace.com/static/590be125ff7c502a07752a5b/t/5adce3ce352f538288fe51ee/1524425681807/Warfield%2C+Benjamin+Breckinridge%2C+The+Confession+of+Faith+as+Revised+in+1903.pdf(Consulta: mayo de 2020). Citado y traducido en: Eliezer Leal. Una Teología histórica de la enmienda de 1903 a la Confesión de Fe de Westminster. Tesis para el grado de Licenciado en Teología del Seminario Teológico Presbiteriano José Manuel Ibáñez Guzmán. Santiago, 2019, p, 71.

[6] Confesión de Fe de Westminster. Versión de 1903. En: http://www.puentedevida.cl/wp-content/uploads/2020/03/Confesión-de-fe-de-Westminster-1903.pdf (Consulta: mayo de 2020).

[7] Timothy Keller. Iglesia centrada. Miami, Editorial Vida, 2012, p. 333.

[8] Charles Hodge. ¿Qué es el presbiterianismo? México, Imprenta Presbiteriana de Vapor, 1886, pp. 58, 59. Se ha actualizado la ortografía acentual.

[9] John Knox y Juan Calvino. Oración y la vida cristiana. Buenos Aires, Editorial Peniel, 2017, pp. 44, 45. El texto citado de Knox data de 1553, y fue titulado: “Tratado sobre la oración, o confesión y declaración de oraciones a ella añadidas”. La consulta que apela a la ubicación de una iglesia fiel a Jesucristo está ligada a un contexto en que la Reforma recién estaba emergiendo.

[10] Confesión de Fe de Westminster. Op. Cit.

[11] Juan Calvino. Institución de la Religión Cristiana. Libro IV.X.29. Rijswik, Fundación Editorial de Literatura Reformada, 2006, p. 952.

[12] Hermisten Maia Pereira da Costa. “A vitalidade da teologia sistemática reformada: Algumas de suas ênfases e desafios”. En: Felipe Sabino de Araujo Neto (editor). A sistemática da vida. Ensaios en honra de Heber Carlos de Campos. Brasília, Editora Monergismo, 2015, p. 84.

[13] Esto es una síntesis de la sistematización teológica realizada en: Anthony Hoekema. Creados a imagen de Dios. Grand Rapids, Libros Desafío, 2005.

[14] Herman Dooyeweerd. No Crepúsculo do Pensamento Ocidental. Editora Hagnos, São Paulo, 2010. Específicamente el ensayo “O que é o homem?”.

[15] Timothy Keller y Kathy Keller. Sabiduría de Dios para navegar por la vida. Medellín, Poiema Publicaciones, 2018, p. 85.

[16] Confesión de Fe de Westminster. Op. Cit.

[17] Véase sobre este asunto: R. B. Kuiper. El cuerpo glorioso de Cristo. San José, Confraternidad Latinoamericana de Iglesias Reformadas, 2018, pp. 146-152 (bajo el subtítulo “El oficio universal”).

[18] Juan A. Mackay. El sentido presbiteriano de la vida. Bogotá, Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina, 1969. Edición digitalizada disponible en: http://iglesiapresbiterianadetexcoco.files.wordpress.com/2010/10/jhon-a-mackay-el-sentido-presbiteriano-de-la-vida.pdf (Consulta: mayo de 2020).

[19] Francis Schaeffer. Polución y la muerte del hombre. Enfoque cristiano a la ecología. El Paso, Editorial Mundo Hispano, 1973, p. 8.

[20] Soy tributario acá de la propuesta de Timothy Keller referida a la relación entre fe y trabajo. Timothy Keller. Iglesia centrada. Op. Cit., pp. 350-355; y, Timothy Keller. Toda buena obra: Conecta tu trabajo con el trabajo de Dios. Nashville, B&H Publishing Group, 2018.

[21] De un sermón de David Trumbull, titulado “Un siervo de Jesucristo”, basado en Romanos 1:1. Citado en: Irven Paul. Un reformador yanqui en Chile. Vida y obra de David Trumbull. Santiago, IPCH Ediciones, 1995, p. 159.

[22] Eliezer Leal. Op. Cit. pp. 77.

Documental sobre la historia de los evangélicos en Chile.

El año 2017, en medio de las celebraciones por los 500 años de la Reforma Protestante, se desarrollaron diferentes actividades que invitaban al recuerdo y la reflexión respecto de nuestro pasado. Una de ellas fue desarrollada por una organización denominada “La Reforma que viene”, y que derivó en la publicación de “El libro de los 500 años” y en la realización de un documental, que pasa de lo acaecido en Europa en 1517 a la realidad chilena. 

Aportaron a esta mirada del pasado: Cristian Parker, Ximena Prado, Humberto Lagos, Javier Arcos, quien suscribe estas líneas, entre otros. Recomiendo su revisión. 

 

A la par de la participación en el documental, al que contribuí con la entrevista, datos de hechos históricos y de posibles entrevistados, estuvo el aporte respecto de una mirada histórica al pentecostalismo chileno, publicada en el libro referido, artículo que ustedes pueden revisar haciendo clic aquí.

Luis Pino Moyano.

 


 

* Nota aclaratoria: entre quienes me conocen, saben que cuando me piden una referencia académica digo: “Licenciado en Historia”, y que me da un poco de pudor cuando me llaman “historiador”. Pero como esto no sólo lo ven quienes me conocen, me permito decir que la información que me hace aparecer como “Dr.” es errónea, no la di yo. Sólo se trata de un error de la persona que editó el vídeo. Gracias. 

Summer Theology: “Presbiterianismo: Identidad e Historia”.

Summer Theology es una actividad de extensión de la Iglesia Presbiteriana Puente de Vida, que se hace en el mes de enero. En 2019 es su quinta versión, y en esta oportunidad su tema central es “Presbiterianismo: Identidad e Historia”. 

Se realiza los días miércoles, en las dependencias de dicha iglesia, ubicada en Balmaceda 621 a pasos del Metro Plaza de Puente Alto, a las 20:00 hrs.

En este post, semana a semana, subiremos el podcast de la exposición, junto con los apuntes que serán entregados a cada participante en formato PDF.

Sesión #1: El sentido presbiteriano de la vida.

Abrir apuntes haciendo clic aquí.

Temas abordados: a) ¿Qué significa ser presbiteriano?; b) el corazón del sentido presbiteriano de la vida; c) el señorío de Cristo; d) la iglesia; e) el gobierno eclesiástico; f) la misión; g) la espiritualidad; h) la membresía eclesial; i) el conocimiento; j) la relación con el mundo y el trabajo.

Sesión #2: Orígenes del Presbiterianismo.

Abrir apuntes haciendo clic aqui.

Temas abordados: a) Premisas bíblicas y teóricas para la historia eclesiástica; b) el antecedente de la Reforma Protestante; c) Juan Calvino; d) calvinistas en Europa; e) la Reforma en Escocia; f) John Knox; g) la Iglesia de Escocia; h) el Presbiterianismo en Estados Unidos; i) la confesionalidad de la iglesia; j) la Confesión Escocesa; y k) los Estándares de Westminster.

Sesión #3: Presbiterianismo chileno, 1ª Parte.

Abrir apuntes haciendo clic aquí.

Temas abordados: a) Genealogía del Presbiterianismo chileno; b) José Manuel Ibáñez Guzmán; c) La Corporación Unión Evangélica; d) Proyecto misionero combativo y formas de evangelización; e) Elementos de cambio; f) Un análisis de época: “Nuestra situación presbiteriana”; g) ¿Liberalismo en la Iglesia Presbiteriana en Chile; h) Los primeros intentos de solución al estancamiento; i) Relaciones interdenominacionales.

Sesión #4: Presbiterianismo chileno, 2ª Parte.

 

Abrir apuntes haciendo clic aquí.

Temas abordados: a) La nacionalización de la Iglesia Presbiteriana en Chile; b) Desafíos y problemas posteriores; c) Moderadores del Sínodo de la Iglesia Presbiteriana de Chile (énfasis analítico en el Pr. Horacio González); d) Situación actual de la IPCH; e) Presbiterianos y sociedad; y f) Iglesia Puente de Vida.

Material compilado.

En cada una de las sesiones hemos compartido el documento elaborado para ellas, pero para quienes gusten hemos compilado todos los apuntes en un solo documento, el que pueden descargar haciendo clic aquí.

Recomendaciones lectoras.

* Hemos subido libros cuyas ediciones están discontinuidas o fueron liberados por su editorial.

Juan A. Mackay. El sentido presbiteriano de la vida. Abrir aquí.

Los estándares de Westminster. Abrir aquí.

Charles Hodge. Qué es el presbiterianismo. Abrir aquí.

Jean McLean. Historia de la Iglesia Presbiteriana en Chile. Santiago, Imprenta Universitaria, 1932; Santiago, Escuela Nacional de Artes Gráficas, 1954 (esa segunda edición tuvo información actualizada). Abrir primera edición aquí.

Carlos Núñez y Horacio González. Nuestra situación presbiteriana. Santiago, Bureau Gráfico, 1935. Abrir aquí.

Luis Pino. Plantando el evangelio en cada corazón. Hacia una historia de la Iglesia Puente de Vida (2008-2013). Abrir aquí.

Marcone Bezerra (editor). Meditad sobre vuestros caminos. Reflexiones en torno a los 150 años del presbiterianismo en Chile. Santiago, Sabiduría Libros, 2018. 

Juan Calvino. La necesidad de reformar la iglesia. Edmonton, Landmark Project Press, 2010.

Edmund Clowney. La Iglesia. Barcelona, Publicaciones Andamio, 2015.

Abraham Kuyper. Conferencias sobre el calvinismo. San José, CLIR, 2010.

Giorgio Tourn. Juan Calvino, el reformador de Ginebra. Barcelona, Editorial CLIE, 2016.

Irven Paul. Un reformador yanqui en Chile. Santiago, Iglesia Presbiteriana de Chile, 1995.

Ximena Prado. David Trumbull, un protestante del siglo XIX puertas adentro y puertas afuera. Viña del Mar, Mediador Ediciones, 2018.

Ignacio Vergara. El protestantismo en Chile. Santiago, Editorial Del Pacífico, 1962, pp. 36-48; 129-134.

Humberto Muñoz. Nuestros hermanos evangélicos. Santiago, Ediciones Nueva Universidad, 1974, pp. 101-122.

Humberto Lagos. Herejía en Chile. Evangélicos y protestantes desde la Colonia hasta 1925. Santiago, Ediciones Sociedad Bíblica Chilena, 2010.

Juan Ortiz. Historia de los evangélicos en Chile: de disidentes a canutos. Liberales, radicales, masones y artesanos. Santiago, Editorial Parousía, [¿2015?], pp. 53 y ss.

Oscar Pereira. Presencia y arraigo protestante evangélico en Chile 1845-1925. Santiago, Ediciones Sociedad Bíblica Chilena, 2016, pp. 52-104; 171-178.

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La larga jornada de un pastor que sigue peleando la buena batalla de la fe.

Si bien es cierto, quienes nos preciamos de ser calvinistas no sentimos gusto por los homenajes públicos, puesto que nuestro centro está puesto en la gloria de Dios, en ningún caso atentamos contra ese modo de entender y vivir en el mundo cuando reconocemos la labor de un ministro del Señor. Esto, porque en primer lugar, seguimos glorificando al Señor por los dones manifestados en la iglesia para su edificación y alegría. Por otro lado, porque la Biblia nos manda con toda claridad a testimoniar respecto del trabajo de los hijos de Dios. La Escritura dice: “Pagad a todos lo que debéis: […] al que honra, honra” (Romanos 13:7); “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar” (1ª Timoteo 5:17); y “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe” (Hebreos 13:7). Si la Biblia es firme en enseñar esto, hacemos bien en honrar, acordarnos, reflexionar respecto de la caminata de la fe y, por supuesto, imitar lo bueno realizado, porque eso bueno, sin dudas, ha provenido del Señor. La última razón para hacerlo es de carácter personal: por razones de un trabajo de carácter sinodal, quien suscribe estas palabras no estará presente en este día tan importante para la 10ª Iglesia Presbiteriana de Santiago, por lo que en una actitud de agradecimiento a esta comunidad que me ha invitado a colaborar en su arduo y fiel trabajo en la misión de Dios, y por la honra de poder conocer al Pastor Manuel Covarrubias desde el año 2011, me parece sumamente relevante estar hoy por la vía de estas palabras, dando cuenta de la historia de un ministro que ha servido con tanta fidelidad al Dios de la vida y, en ese trabajo arduo, a la Iglesia Presbiteriana de Chile. 

Manuel Enrique Covarrubias Bravo, nació en Viña del Mar el 2 de febrero de 1937. Mientras estudiaba en el Colegio Alemán de Valparaíso, a la edad de 16 años, vivió su conversión. En sus propias palabras, señala que “pertenecía a una cultura católica, aunque en mi familia no íbamos a misa. Era un alumno desordenado, hasta que llegó a mis manos el Nuevo Testamento y lo leí en 20 días. Algo pasó, un suceso misterioso” [1]. Allí se sumó a la Iglesia Presbiteriana San Lucas, en Viña del Mar, comunidad eclesial en la que trabajó activamente con los jóvenes. En 1960, fue enviado a realizar su práctica pastoral a Chañaral, como Encargado de Obra, en una congregación que por mucho tiempo no tuvo dirección pastoral, marcada por una presencia joven, en la que de hecho recuerda idas al cine con parte importante de la comunidad. Al año siguiente, 1961, en las sesiones del Presbiterio de Chile, fue examinado para su ordenación pastoral, siendo aprobado para ello, acto que se realizó en Rancagua, lugar de su primer pastorado (1961-1964). Después de eso, fue pastor en San Fernando (1966-1967), Concepción -entre 1968 a 1998, lugar en el que deja una huella muy profunda (no por nada, una calle de El Cardal lleva su nombre)-, y como presidente de los Consistorios de las 1ª y 2ª Iglesia Presbiteriana de Chillán (1994 a 2006 y 1998 a 2007 respectivamente). En su estadía como pastor en Concepción, dio inicio a la Avanzada en Chiguayante, congregación que este 2018 fue organizada como iglesia. Desde el año 2008 al año 2015 es pastor en la 1ª Iglesia Presbiteriana de Santiago. Al finalizar dicha etapa, es llamado a ser Pastor Auxiliar de la 4ª Iglesia Presbiteriana de Santiago, siendo instalado en ella en marzo de 2016. En 2018, es invitado a presidir el H. Consistorio de la 10ª Iglesia Presbiteriana de Santiago “La Paz de Cristo”, en la que ha mostrado un compromiso ejemplar no sólo en la labor a la que se le llamó, sino dando mucho más. El sábado 29 de septiembre de 2018 la Asamblea Congregacional de esta iglesia le llama como Pastor Titular por cinco años, labor en la que el Rev. Manuel Covarrubias comienza a ejercer desde hoy, con este acto de instalación. A su vez, el Pastor Covarrubias fue Moderador del Sínodo de la Iglesia Presbiteriana de Chile entre los años 1983 y 2009. 

Su ministerio pastoral lo comenzó siendo soltero. Conoció a su esposa, la hermana Hilda Urbano en la ciudad de Huépil, con quien contrajo matrimonio el 8 de marzo de 1968. De dicho matrimonio, nacieron dos hijas, Paola y Cecilia, que junto a la hermana Hilda le han acompañado en esta larga jornada de arduo trabajo de servicio a Jesucristo y a su iglesia, con todo lo que ello implica. 

Su formación teológica la desarrolló entre 1957 a 1960 en Argentina, en la Facultad Evangélica de Buenos Aires (centro de formación que en 1969 pasó a ser el ISEDET). Allí desarrolló los estudios de Teología, graduándose de Bachiller el 1 de diciembre de 1960. 

El Pastor Covarrubias se ha destacado como un ministro muy preocupado por las personas en su aspecto integral. Son muchos quienes le recuerdan en sus visitas andando en su bicicleta en sus años mozos, y luego, llegando en otros medios, preocupado por la salud espiritual de la grey del Señor. Por supuesto, se le reconoce también en su preocupación por la predicación y la enseñanza, elocuente, pedagógico y vivaz.  Muchos recuerdan que siendo niños entendían sus sermones, porque siempre dedicó espacios de éste para educarles, como también en el momento de la cena del Señor. ¡Quién no entiende a cabalidad la naturaleza de este sacramento luego de escucharle su ministración! Para qué hablar de su profundo conocimiento en la historia eclesiástica, área en la que ha educado a tantos de nosotros en la conversación informal, en la educación de las iglesias a las que ha servido, y en el Seminario Teológico Presbiteriano como profesor en dicha área. Dicha casa de estudios le reconoció con la Licenciatura Honoris Causa en Teología el año 2011, cuando cumplió cincuenta años de ministerio pastoral. 

El Pastor Covarrubias ha servido incansablemente en tantas áreas de la vida de la iglesia, tanto que a modo anecdótico, en los retiros de jóvenes hablamos del “Pastor Covarrubias Style”, cuando quienes somos líderes equipados con nuestras linternas hacemos una ronda por la Granja Presbiteriana antes de irnos a acostar con la tranquilidad de que todos están su debido lugar. Ese estilo, refleja el cuidado integral de quienes formamos parte de la iglesia, y que denota una cuestión mucho más profunda: estamos en presencia de un hombre honesto, que da seguridad a la hora de hablar con él, leal y firme en sus convicciones, y que siempre ha procurado el consenso en el acuerdo, cosa que tanto destaca a nuestro sistema presbiteriano. No por nada, a pesar de divergir en muchas consideraciones con el Reverendo Horacio González, que sin dudas es uno de los actores más relevantes del presbiterianismo chileno del siglo XX, fue uno de sus principales colaboradores a la hora de solidificar a la iglesia que se independiza de la misión estadounidense en 1964, lo que releva el respeto profundo a la libertad de conciencia, que debemos procurar entender bien y practicar a la luz de nuestra confesionalidad en el presente. De hecho, a tanto se manifestó ese respeto mutuo, que según algunos testimonios el Pastor González le habría referido como “lo mejor del presbiterianismo chileno” [2].  

No se puede dejar de mencionar un aspecto demasiado relevante: el servicio a la iglesia de Jesucristo del Pastor Covarrubias, también se extendió al trabajo interdenominacional. Si bien es cierto, se podría mencionar su labor en la Sociedad Bíblica Chilena, en el Concilio de Iglesias Históricas, y en el presente, en la Mesa Ampliada, en la que ha colaborado como Vicepresidente y Director, sin lugar a dudas, una de las tareas primordiales la llevó a cabo en el Consejo de Organizaciones Evangélicas, COE, instancia interdenominacional creada con la finalidad de obtener la llamada Ley de Libertad de Cultos, que daba un estatuto de igualdad ante el Estado chileno respecto de la iglesia mayoritaria. En ese espacio, el Pastor Manuel Covarrubias colaboró con el establecimiento de la filosofía del proyecto de ley, y en la negociación con los parlamentarios en el Congreso Nacional. Testimoniando respecto de ese trabajo dijo: “Es necesario considerar que con la recuperación de la democracia, el gobierno se encuentra con una masa evangélica que no la puede ignorar. En ese sentido entonces, no nos regalaron esta ley y si hubo en algún momento alguna intención de querer usarnos no les resultó, porque nosotros insistimos en las posiciones de igualdad de la ley. […] como evangélicos debemos tener cuidado en no prestarnos para ser instrumento y que nos utilicen como pretexto para ensuciar la esencia de la ley” [3]. Este aspecto del ministerio del Pastor Covarrubias, que muestra la firmeza en las convicciones y el cuidado frente a la instrumentalización política del mundo evangélico, es refrendado por otro participante del COE, el pastor e historiador Juan Wherli, quien señaló que “el cerebro, la tenacidad para no ceder, cuando la tentación era grande, a las presiones de todo tipo, fue obra de la Iglesia Presbiteriana, y particularmente de la Iglesia Presbiteriana de Chile, a través de su moderador, el hermano Manuel Covarrubias Bravo, que cuando muchos querían decir ‘-Bueno, ya, conformémonos con el 80%, con el 90%, él, y otros que le seguimos en esto, [decía] ‘No, o el 100 o nada. Todo o nada. No estamos pidiendo, ningún regalo, ninguna dádiva. Estamos exigiendo que se nos reconozca lo que nos hemos ganado y conquistado en este país, y lo que la Constitución nos asegura’. Si no, hace mucho tiempo algunos habrían aceptado cualquier migaja. Pero esa tenacidad, ese concepto de los principios […] es parte de la genialidad presbiteriana” [4]. Muy probablemente, por la sencillez a la hora de compartir con todos, y por tenerlo aún muy presente en la cotidianidad de la Iglesia Presbiteriana de Chile, no asumamos aún con conciencia que estamos frente a uno de los actores más importantes de la historia de las iglesias evangélicas en nuestro país. Y glorificado sea Dios por ello. 

Y porque todo esto, es parte de la historia de la misión de Dios y su extensión en Chile, y teniendo en cuenta que el Pastor Covarrubias viene a ser algo así como una bisagra entre la vieja escuela, esa marcada por “El sentido presbiteriano de la vida”, tan llena de ética calvinista y de aquello antaño llamaban “cultura general”, con esta generación más reciente, impulsada por la proclamación del evangelio y la extensión del Reino de Dios, cerramos con sus palabras en el Servicio de Acción de Gracias el año 2017, cuando sintetiza el fundamento de la vida cristiana diciendo que: “Como evangélicos y fundados en las Sagradas Escrituras, por cierto tenemos que respetar el derecho de cada persona, y defender la libertad de conciencia, porque viviendo en una sociedad plural también reclamamos el derecho a que nosotros podamos decir y pensar libremente fundados en las Sagradas Escrituras. […] La invitación, cuando estamos celebrando el aniversario patrio, es a que el pueblo chileno, cada persona, desde el que no tiene ilustración al que tiene mayor ilustración, sepa que solamente en Cristo Jesús está el fundamento para una vida de justicia, de verdad y de amor” [5].

Gracias Pastor Manuel Covarrubias por enseñarnos el evangelio. Que el Señor le siga usando por muchos años más, para su gloria y la alegría del pueblo de Dios. 

Luis Pino Moyano.

Santiago, 19 de octubre de 2018. 

* Escrito en ocasión de la instalación del Rev. Manuel Covarrubias como Pastor Titular de la 10ª Iglesia Presbiteriana de Santiago “La Paz de Cristo”, realizada el sábado 20 de octubre de 2018. Este artículo biográfico es el paso inicial a uno más profundo, y en otro soporte, que esperamos concretar antes del fin de este año. Para éste, se ha tenido en cuenta, además de las fuentes citadas expresamente, conversaciones con el Pr. Manuel Covarrubias, testimonios de otros hermanos, además de los siguientes documentos: “Entrevista com Manuel Covarrubias”. En: Revista Ultimato. Julio-Agosto de 2004. Publicada en: http://www.ultimato.com.br/revista/artigos/289/entrevista-com-manuel-covarrubias (revisada en octubre de 2018); y “IPCH celebra 50 años de pastorado del Reverendo Manuel Covarrubias”. En: Boletín IPCH. Departamento de Comunicaciones de la Iglesia Presbiteriana de Chile. Nº 3, Diciembre de 2011. Agradezco a sus hijas, Paola Covarrubias y a Cecilia Covarrubias, por ayudarme a precisar algunos datos y con material valioso.

[1] Luis Miranda y Marcela Escobar. “Los hombres detrás del poder evangélico”. En: Revista Sábado (suplemento de el diario El Mercurio). Nº 481, Santiago, 8 de diciembre de 2007, p. 18. 

[2] Resulta recomendable acá, ver la ponencia del Rev. Jonathan Muñoz, titulada “La primera crisis del Sínodo Presbiteriano y los orígenes de la IEPCH”, disponible en: http://youtu.be/b7q6MStuFfo (revisada en octubre de 2018).

[3] Alejandra Riveros. “Por una mayor igualdad”. En: http://www.creas.org/recursos/archivosdoc/entramado/07-02/mayorigualdad.pdf (revisada en octubre de 2018).

[4] “Parte 2: ‘Protestantismo y Presbiterianismo en Chile’ (Conferencia), Rev. Juan Wehrli”. En: http://youtu.be/CvOPm7hEYgM (revisada en octubre de 2018). 

[5] “Servicio de Acción de Gracias 2017”. En: http://youtu.be/WVwf-SLf548 (revisada en octubre de 2018).

Puede descargar una versión en pdf, haciendo clic aquí.

Creo en el Espíritu Santo.

“Los presbiterianos no creen en el Espíritu Santo”. ¿Has escuchado algo así antes? En mi caso fue lo primero que escuché de los presbiterianos. Se aduce a esto por la falta de fervor, de “fuego”, e inclusive en términos teológicos por la ausencia de un capítulo sobre la doctrina del Espíritu en nuestras teologías sistemáticas más clásicas. De hecho, nuestra Confesión de Fe de Westminster vivió una modificación a comienzos del siglo XX en el seno del presbiterianismo estadounidense, cuando se le agregó un capítulo especial sobre este tema, muy probablemente para responder a la aparición del movimiento pentecostal. ¿Pero es tan así?

Teólogos de la talla de J. I. Packer han dicho que la doctrina del Espíritu Santo es “la cenicienta de las doctrinas cristianas” y son muchos los que con él aducen a una falta de reflexión sobre la doctrina. Pero más recientemente otro teólogo insigne, Sinclair Ferguson, ha señalado que la doctrina del Espíritu Santo es una de las más abordadas por la literatura cristiana, sobre todo en los últimos años. Pero, aunque hay producción muy sabia y ortodoxa, que va desde Juan Calvino, llamado por algunos “el teólogo del Espíritu Santo”, pasando por el movimiento puritano, la teología reformacional y otras, no cabe duda que el problema no radica en que no se hable del Espíritu Santo, sino en lo que se habla del Espíritu y cómo se vive a propósito de ello. 

  • “Creo en el Espíritu Santo”, declara el credo apostólico. Pero, qué creemos es la pregunta. 

La Biblia llama al Espíritu adjetivándolo como santo, o nominándole como Espíritu de verdad, sabiduría, paz, amor y gloria. Le menciona como Dios en el relato de Ananías y Safira (Hechos 5:3,4), al nivel que la blasfemia contra él es declarada un pecado imperdonable (Marcos 3:28,29). Se le menciona con atributos divinos tales como la omnisciencia (1ª Corintios 2:11), la omnipresencia (Salmo 139:8,9)  y la eternidad (Hebreos 9:14).

También, la Palabra, lo refiere como una persona. Jesús y los apóstoles aplicaron el pronombre personal “él” para referirlo. Romanos 14:17 nos habla que el Reino de Dios es justicia, paz y alegría en el Espíritu. El Espíritu se alegra y nos invita a vivir en su alegría. Además de eso, el mismo Pablo señala que el Espíritu puede ser entristecido (Efesios 4:30). El Espíritu no es una “fuerza activa” ni una cosa reducida a la simbología usada para explicarlo.

Quizá una de las cosas más importantes del Espíritu Santo tenga que ver con la vida. El viejo y sufriente Job declara que participó de la creación cuando dice que “Su Espíritu hizo hermosos los cielos, y su poder atravesó a la serpiente deslizante” (Job 26:13 NTV). Pablo dice en la carta a los Romanos que “levantó a Jesús de entre los muertos”, y que por lo mismo tiene el poder de darnos vida (Romanos 8:11). Y Jesús les dijo a sus discípulos, antes de ascender al cielo que recibirían poder del Espíritu para ser testigos hasta los confines de la tierra (Hechos 1:8). La fuerza que infunde el Espíritu Santo para alentar a la iglesia es para la misión, para hablar de Cristo con denuedo, claridad y firmeza. Esa es la obra que el poder del Espíritu Santo produce en nosotros: ser testigos del mensaje del evangelio de Jesucristo en cada lugar que estemos. Fue esa la razón por la que nadie en la iglesia primitiva pensó en misioneros profesionales, sino que esta fue la lógica: “el Espíritu vive en mi, soy un testigo”. 

En el estado actual de la iglesia, si dijéramos que vamos a hablar de la obra del Espíritu Santo en la vida de los creyentes, la mayoría del mundo evangélico creería que vamos a hablar de los dones milagrosos, de hechos sobrenaturales, de cuestiones que no tienen que ver con la vida cotidiana fuera de la esfera religiosa. Pero nosotros debemos decir lo siguiente: La obra del Espíritu Santo en los creyentes tiene que ver fundamentalmente con la salvación. En el año 381, el Concilio de Constantinopla, confesó que el Espíritu Santo es el “dador de la vida”, lo que quiere decir que él es la fuente inmediata de toda la vida. Los creyentes tenemos al Espíritu Santo en ese sentido redentor, a tal nivel que podemos decir con certeza que nadie puede vivir para Dios sin que el Espíritu Santo trabaje en su vida. Es lo que nos enseña Romanos 8, que bien podríamos llamar el capítulo del Espíritu Santo, por todas las veces que se menciona a la Tercera Persona de la Trinidad en él. Se dice que el Espíritu nos da nueva vida, conforme al corazón regenerado por su obra (vv. 8-14), y por la tarea constante de la santificación (vv. 4-9, 12,13), que busca conformarnos a la imagen de Jesucristo. Hacer morir las obras de la carne es parte de la nueva vida. No existe cristianismo reformado en la práctica del libertinaje. Un creyente genuino por la obra poderosa del Espíritu Santo produce fruto (Gálatas 5:22, 23). Y aún más, el Espíritu nos hace hijos adoptivos (vv. 14, 15), lo que hace que no solo seamos pueblo sino familia de Dios. Dios es santo, santo, santo y, a la vez, es Padre que ama y salva. Y el Espíritu nos hace tan conscientes de ello que podemos orar con intimidad, a tal nivel que podemos balbucear su identidad paterna, y que cuando no sabemos qué pedir, él intercede por nosotros. 

  • El Espíritu Santo nos bendice. 

Nos bendice cuando nos bautiza a todos los creyentes por el mismo Espíritu (1ª Corintios 12:13), con lo que nos inicia en la experiencia del cristianismo, por lo que dicha experiencia no tiene que ver con algo que algunos creyentes reciban, sino que está asociada a la regeneración y a la conversión. De hecho, la evidencia de dicho bautismo no es hablar en otras lenguas, sino producir fruto. 

El Espíritu nos bendice por él es sello de garantía de la redención conquistada por Cristo, lo que nos hace sabernos propiedad del Señor, y seguros, no de nosotros, sino que en la obra de Dios. La obra del Espíritu es garantía de la herencia que recibiremos en la eternidad, nos anticipa el gozo. Por eso hoy, no mañana, podemos estar alegres. 

El Espíritu nos bendice cuando nos unge, de tal manera que hoy hemos sido puestos como “reyes y sacerdotes” (Apocalipsis 5:10). La unción del Espíritu indica la suprema responsabilidad que tenemos ante Dios y su supremo llamamiento y, a la vez, nos muestra que la presencia de Dios habita en nosotros mediante el mismo Espíritu que habita en nosotros, capacitándonos, ayudándonos y protegiéndonos para cumplir con su llamamiento. De hecho, el apóstol Juan nos señala que esa unción nos permite conocer a Dios en una nueva relación con él y, además, nos permite conocer lo que enseña la Palabra por la iluminación que lleva a cabo (1ª Juan 2:20,27). 

El Espíritu nos bendice cuando nos llena (Efesios 5:18-21, 22, 25, 6:1-9 y Colosenses 3:16-4:1). Es muy interesante que Pablo transforme en un sinónimo ser llenos del Espíritu con ser llenos de la Palabra de Dios. La única forma de ser llenos del Espíritu es llenándonos de su Palabra. No hay disociación entre Espíritu y Palabra. El Espíritu actúa en nosotros con la Palabra que él inspiró. Ser llenos del Espíritu es un deber constante, no parte de un evento o de algo accidental Ser llenos no es una opción, es una necesidad. Es parte de la vida abundante que Dios nos da, lo que nos hace ser fructíferos en la misión. Cada día y cada hora debemos buscar esa llenura. El hecho de que hayamos sido bautizados, sellados y ungidos no hace que estemos plenamente entregados al Espíritu o caminando en él. ¿Qué hace que entristezcamos y apaguemos el Espíritu en nuestra vida? ¿Con qué reemplazamos la sed de Dios?

El Espíritu nos bendice avivándonos. Dicha obra consiste en un despertar que Dios produce en la iglesia. Timothy Keller en “Iglesia centrada”, al hablar de avivamiento ocupa también el concepto de “renovación del evangelio”. Esto señala la “intensificación de las operaciones normales del Espíritu (convicción de pecado, regeneración y santificación, seguridad de la gracia) a través de los medios ordinarios de gracia (predicación de la Palabra, oración y sacramentos)”. En esta obra revitalizadora de la iglesia “los cristianos estancados cobran vida y los cristianos nominales se convierten”. Por ello es que debemos orar diciendo como el salmista “¿No volverás a darnos nueva vida, para que tu pueblo se alegre en ti?” (Salmo 85:6); o como Habacuc: “Oh Jehová, he oído tu palabra, y temí. Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos, En medio de los tiempos hazla conocer; En la ira acuérdate de la misericordia” (Habacuc 3:2).

El Espíritu nos bendice con dones. Esos dones son diversos, pero tienen la finalidad de producir vida y edificación en la comunidad. Los diversos dones unen a la iglesia, porque buscan la gloria de Dios y la práctica del amor en la comunidad (véase 1ª Corintios 12 — 14). Los dones no buscan el engrandecimiento personal, sino la gloria de Cristo en la iglesia y en el mundo. Sí, oíste bien: en el mundo. Porque el Espíritu Santo no solo bendice a la iglesia con dones, sino también al mundo. Cuando ves algo bueno, bello, justo y sabio en lo producido por no creyentes, por más que éstos busquen su gloria y no la del Señor, siempre es obra del Espíritu pues “todo don perfecto viene de Dios” (Santiago 1:17). Eso es lo que los reformados llamamos gracia común.

  • Y atentando contra toda lógica occidental, pero no a la lógica de una buena conversación, quiero volver la mirada al Espíritu Santo.

Jesús hablando con sus discípulos, en lo registrado por Juan 16:5-15, enseñó lo siguiente: “Pero ahora voy al que me envió; y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas? Antes, porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber”. 

Jesús, en el aposento alto, antes de ir a la cruz, en la cena que tuvo con sus discípulos dijo estas palabras. Busca confortarles con la promesa del Espíritu, pues él, como Consolador, confirmaría y fortalecería la fe de ellos, aún en las circunstancias de crisis y persecución que no tardarían en venir. El Espíritu es consolador, es decir alguien que intercede y aboga como ayudador de la iglesia en misión. El Espíritu es quien nos convence de nuestro pecado, nos muestra que sólo hay justicia en Cristo y nos señala con claridad la derrota de Satanás. El Espíritu nos guía y enseña por medio de la Palabra, despertando nuestros sentidos para ser sensibles a ella (lo que Calvino llama “testimonio interno”). 

Y aquí está lo más maravilloso y misterioso de todo: ¡todo está centrado en Cristo! El Espíritu no busca captar su atención sino que nos hace poner nuestra mirada a Cristo. El Espíritu procede del Padre y del Hijo, se somete en la relación de la comunidad intratrinitaria, en la que no hay competencia, hay mutua glorificación; en la que no hay inferioridad, sino subordinación. La venida del Espíritu Santo tiene como propósito exaltar a Cristo e interpretar y aplicar la obra de la salvación. ¡Qué poco nos parecemos al Espíritu! Sobre todo cuando queremos fundar nuevos reinos o establecer enseñanzas innovadoras y espectaculares.

¿Crees en el Espíritu Santo? ¿Sí, amén? Pero cambiemos de una vez por todas la pregunta: ¿vives esa fe en el Espíritu? ¿Por qué rehusas entonces la santidad que él produce en tu vida, siendo luz en el mundo y sal de la tierra? ¿Por qué te asustas de testificar del evangelio en los lugares en los que vives y trabajas? ¿Por qué te rehusas a contribuir para la justicia, paz y alegría donde quiera que estés? ¿Por qué crees que la celebración y el fervor es patrimonio de algunas denominaciones más carismáticas? ¿Por qué no estás trabajando tus dones y te excusas en el miedo o en la falta de capacitación? ¿Por qué en vez de salir del Departamento Presbiterial de Jóvenes cuando pasas los 25 o tienes un empleo bacán, y no ocupas los dones que Dios te ha dado para trabajar con los más jóvenes que tú, sobre todo en las tareas de liderazgo y no en el cómodo sillón de tu comodidad? ¿Te sientes golpeado con esto? ¡Ese es el propósito!

Pero te tengo una buena noticia: si has creído en Cristo y eres salvo, el Espíritu Santo vive en ti y te conduce al arrepentimiento, a la restauración, a la vida verdadera y al trabajo. Y si no has creído en Cristo aún, el Espíritu te puede hacer nacer de nuevo, pasar de muerte a vida. Lo dice muy bello uno de nuestros catecismos, el de Heidelberg: “¿Qué crees del Espíritu Santo? Que con el Eterno Padre e Hijo es verdadero y eterno Dios. Y que también me ha sido dado para que, por la verdadera fe, me haga participante de Cristo y de todos sus beneficios, me consuele y quede conmigo eternamente” (pregunta 53).

Luis Pino Moyano.

* Texto que escribí para mi exposición en el Encuentro “Nuestra Identidad. Ser jóvenes presbiterianos en el siglo XXI”, realizado en La Granja Presbiteriana de El Tabo, los días 7 al 9 de septiembre de 2018. 

Reflexiones a 150 años de la Iglesia Presbiteriana de Chile.

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“Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia: Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz” (Jeremías 29:4-7).

El profeta Jeremías, inspirado por el Espíritu Santo, escribe una carta a gente de su pueblo que se encontraba exiliada en Babilonia. Lo hace para contrarrestar a los mismos falsos profetas que habían señalado que no habría cautiverio, proclamando un mensaje artificioso de paz, y que ahora, buscando arreglar su mensaje y reputación, anunciaban que dicho tiempo de expatriación serían breves dos años. Jeremías no estaba dispuesto a palmotearle el hombro a nadie ni a actuar con temeridad inventando mensajes alejados de la voluntad de Dios, por lo que les señala con toda franqueza que el cautiverio duraría setenta años. Jeremías tiene el coraje de hablar con la verdad a personas que son víctimas del desarraigo, a personas que anhelaban volver a su tierra, y que desde un tiempo vivían bajo el dominio babilónico, ciudad-imperio que es símbolo de los imperios injustos, que están centrados en el pecado. No por nada, en Apocalipsis hay una alusión simbólica a “Babilonia, la grande”. Ya desde el contexto de la carta, hay una importante lección, que se profundizará con la lectura del fragmento que hemos colocado al comienzo: Aún en  medio de esa ciudad símbolo del pecado, la invitación no es a formar ghettos virtuosos de “gente como uno”, sino a un cristianismo activo y vital, que es sal y luz del mundo.

 “Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos”. Esta es una de las invitaciones más radicales de aceptación de la voluntad de Dios respecto del exilio en Babilonia. No se les invita a dejar de añorar su tierra. Se les invita a pensar en esta otra tierra, a la que deben amar y por la que deben trabajar para su cuidado y para el beneficio de los seres humanos y de la naturaleza (mandato cultural). La construcción de las casas, en este contexto, es el sometimiento a la disciplina de Dios. Es allí, en la ciudad ajena (peregrinos) que debe ser la propia (extranjeros), donde se debe desarrollar trabajo con distintivo cristiano, responsabilidad y excelencia, y en ese orden, para no perder el sentido de la vocación cristiana. El distintivo cristiano es la base de este prisma, pues nuestro énfasis para la vida en la ciudad está en la vida que se entrega para la gloria de Dios sin la parcelación de su existencia, lo que trasunta en buen testimonio o, en otras palabras, en la alegría de personas que se ven beneficiadas de tener hijos de Dios entre sus cercanos.

 “Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis”. De las cosas más bellas de la Escritura, es que siempre se nos vuelve la mirada al diseño divino. En este caso, estamos frente a la reiteración y recuerdo del mandato social: casarse y tener hijos. Las iglesias no sólo crecen por medio de la predicación del evangelio, sino también de manera orgánica, con familias que se constituyen sustentadas en el pacto matrimonial del cual Dios es garante y testigo fiel, y que fructifica con el nacimiento y la crianza de hijos. La familia es pieza clave del discipulado cristiano, la iglesia doméstica en la que esposo y esposa, padres e hijos, viven su fe de manera constante y cotidiana en el seguimiento de las pisadas del Maestro de Galilea, de quien todos los creyentes somos discípulos.

 “Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz”. Babilonia es el imperio que oprime, por ende, y sólo desde una lógica aparentemente humana, sus habitantes son los enemigos, el prójimo indeseable. Pero es en esa ciudad, que el pueblo de Dios es mandatado para buscar y orar por Shalom que se vive en la paz, justicia, vida abundante, y armonía social. No somos llamados a formar ghettos de gente virtuosa en la iglesia y la familia, ni fortalezas de censura que nos impiden ver el fruto de la gracia común que se manifiesta en la ciencia, la técnica, el arte, teniendo sumamente claro que es en el Reino de Dios donde radica el Shalom, y no en los “reinosde este mundo que perecen.Por lo tanto, es el pueblo de Dios el que debe hacer el trabajo de contextualizarse (que no es lo mismo que adaptarse pasivamente a la cultura). Se requiere para ello una sólida cosmovisión cristiana que permita saber qué se puede asumir, qué modificar y qué rechazar. ¿Cuánto trabajamos por el bienestar de la ciudad? ¿Cuánto oramos por el bienestar de la ciudad? Debemos orar “por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1ª Timoteo 2:1,2), aunque sean como Nerón. Y es la oración sustentada en la Palabra la que pone la agenda para la misión.

 Dicho esto, me permito algunas reflexiones:

 1) La misión no es tarea de pastores, misioneros transculturales, plantadores de iglesias y más. La misión es de Dios y por gracia toda la iglesia es incluida en ella. Toda la iglesia es, o debiese ser, misionera. Y es allí, donde debemos señalar que la tarea misional de la iglesia es compartir la buena nueva de Jesús y extender el reino de Dios, en cada esfera de la vida, por medio del trabajo. En otras palabras, cada miembro de la iglesia desarrolla la misión en su quehacer cotidiano anunciando-viviendo-haciendo. Hoy, 7 de junio de 2018 se celebran 150 años de la Iglesia Presbiteriana de Chile, que tiene como hito la fundación de la Iglesia Santísima Trinidad (la 1ª Iglesia Presbiteriana de Santiago), lo que marca un muy buen momento para pensar la misión en la ciudad.

 2) ¿Cuáles son nuestras preocupaciones hoy? Los pastores Carlos Núñez y Horacio González, en un texto del año 1935 titulado “Nuestra situación presbiteriana”, dijeron:

“El evangelismo no se preocupó por el mejoramiento efectivo de las vidas individuales; sólo se preocupó de alcanzar grandes cantidades de personas, y para lograr esto muchos evangelistas empleaban métodos más bien expectaculares [sic] que espirituales. La extensión evangelística consumió grandes sumas de dinero y rebajó valores éticos, dando en muchos casos la importancia a los valores monetarios, y llegó a relegar a último término la noción de la justicia social en favor de conseguir fondos para la expansión eclesiástica[1].

La crítica que ellos realizan en este punto, tiene que ver con esfuerzos voluntaristas que sólo tenían la intención de proselitar nuevos creyentes, sin preocuparse de sus realidades ni lo que ellos pensaban y sentían. A su vez, denota con claridad, que la preocupación por la justicia social no es exógena al presbiterianismo. Lo realmente exógeno al presbiterianismo, como teología y “sentido de la vida” (en la cara expresión de Mackay), es separar la iglesia del mundo, cosa que con toda claridad no hicieron quienes nos antecedieron en las filas del presbiterianismo chileno. Ejemplos del esfuerzo misional con impacto en la sociedad fueron las Sociedades del Esfuerzo Cristiano (con su énfasis en el activismo evangelizador y en la educación bíblica), junto con la Escuela Popular fundada por Trumbull, los colegios ingleses, los dispensarios para huérfanos,las ligas de intemperancia, y la Maternidad Madre e Hijo (fundada en 1927). También puede relevarse, el trabajo de difusión periodística en “La Piedra viva, verdadera y divina” que tuvo como redactores a Trumbull e Ibáñez, y “El Heraldo Evangélico, o “El Heraldo Cristiano” (cuando se fusionó con la revista metodista “El Cristiano”), en las que habían abundantes páginas respecto al acontecer noticioso de Chile y el mundo, junto con análisis de contingencia. Nuestros hermanos entendieron con suma claridad que no hay separación entre trabajos sagrados y trabajos seculares, todos nuestros trabajos deben y pueden ser hechos para la gloria de Dios.

 3) Hemos señalado, en el punto anterior, que que no hay trabajo más importante o sagrado que otro. Pero esa misma declaración implica que debemos tener la noción que la labor de los presbíteros docentes o pastores, no es un trabajo de menor valía y esfuerzo. No es oficio de segunda categoría como para ser abordado peyorativamente o tenerlo sin consideración. Gálatas 6:6 dice con toda claridad que “El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye”. No dejemos nunca de ser agradecidos de quienes con esfuerzo nos enseñan la Palabra de Dios, animan, amonestan y oran por nosotros, cumpliendo su labor de pastorear la grey de Dios. Un ejemplo de la labor tesonera de nuestros pastores queda ilustrado en las palabras del pastor David Trumbull, dirigidas al Rev. José Manuel Ibáñez Guzmán, primer pastor protestante chileno y el primero de habla castellana en América Latina, el día de su ordenación el 1 de noviembre de 1871, en la Iglesia Santísima Trinidad. Trumbull señaló:

“Desde ahora tu obra de vida ha de ser la predicación; en discursos públicos –por la palabra pronunciada viva voce-; en explicaciones particulares; -en la administración de los Sagrados Sacramentos; en amonestaciones y el ejercicio de la disciplina de la casa del Señor; -en actos caritativos y buenas obras; – tendrás el insigne privilegio de presentar continuamente al Hijo y Cordero de Dios ante la atención de tus semejantes. / Tienes que trabajar como un representante de la Iglesia libre en país libre, y a la misma vez inculcar todos los santos deberes de la religión; oponiéndose al indiferentismo irreligioso y a la tiranía eclesiástica; luchando tenazmente con los que prohíben la lectura de los Santos Evangelios, y con los incrédulos. / Predica, pues, la palabra aquí en el centro de la vida intelectual de Chile; insta a tiempo y fuera de tiempo; reprende, ruega, amonesta con toda paciencia y doctrina. Pon tu confianza en el mensaje porque es divino, del cielo. / Con nada menos debemos contentarnos; nada más podemos apetecer. De tales obreros evangélicos la nación chilena tiene necesidad; de tales predicadores la Iglesia chilena tiene necesidad. A ti te cabe, mi hermano, el honor de ser el primero, bendiga Dios lo que hoy se hace para que no seas el último, sino que cien veces más esta grata ceremonia sea repetida hasta que el pueblo del Señor tenga pastores verdaderos según su corazón que lo apacentarán con la divina ciencia y doctrina”[2].

El trabajo pastoral es sumamente arduo, y requiere de acompañamiento, amistad, colaboración. Es una responsabilidad enorme, sobre todo en lo que implica la predicación recta y fiel de las Escrituras, como también, la asesoría-consejería de la hermandad. La Biblia nos reporta el deber de reconocer esta labor, cuando Pablo le dice a Timoteo: «Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar» (1ª Timoteo 5:17).

 4) La iglesia, en la sólida distinción reformada de sus esferas institucional y orgánica (los creyentes esparcidos en el mundo), puede y debe trabajar asistiendo, educando y reformando la sociedad según sea su caso. Produce profundo gozo ver iglesias presbiterianas en nuestro país generando espacios de capacitación bíblica y cosmovisional, instancias de acogida y asistencia de inmigrantes, levantando ferias de servicio que hacen que juntemos nuestras manos para aportar desde las vocaciones que Dios nos ha dado, levantando preuniversitarios gratuitos como en Concepción, o a hermanos de nuestras filas trabajando en cárceles o siendo invitados a ser expositores en espacios universitarios. Produce gozo porque es la iglesia movilizándose a ser para los de afuera, trabajando con esfuerzo para que Dios sea glorificado, sometiéndonos a la voluntad de Dios y descansando en Él. Esto no excluye la predicación del evangelio ni la plantación de nuevas iglesias, en las que con pasión por Cristo muchos estamos trabajando. Muy por el contrario, son puentes que acercan el evangelio. Muestras concretas del amor que Dios produce en los hijos salvados y amados por él. Quedan por delante las tareas de reforma, que por su carácter no deben ser ejercidas por la iglesia institucional sino por la iglesia orgánica. Se requiere creyentes que lo sean a cabalidad en las instituciones públicas o privadas en las que ejerzan sus labores, con una alta ética cristiana que aterriza los principios bíblicos a sus labores en el mundo. Recientemente, el pastor Manuel Covarrubias señaló en el Servicio de Acción de Gracias del año 2017:

“Como evangélicos y fundados en las Sagradas Escrituras, por cierto tenemos que respetar el derecho de cada persona, y defender la libertad de conciencia, porque viviendo en una sociedad plural también reclamamos el derecho a que nosotros podamos decir y pensar libremente fundados en las Sagradas Escrituras. […] La invitación, cuando estamos celebrando el aniversario patrio, es a que el pueblo chileno, cada persona, desde el que no tiene ilustración al que tiene mayor ilustración, sepa que solamente en Cristo Jesús está el fundamento para una vida de justicia, de verdad y de amor”[3].

Todas nuestras tareas deben tener a Cristo como lo que es: rey y soberano de todo: el mundo, la iglesia, la familia y de nuestras vidas. Por ende, todo lugar es campo de misión. A 150 años de la Iglesia Presbiteriana de Chile hacemos bien en no olvidar esto.

 No puedo concluir estas líneas sin una nota personal. Estoy muy emocionado y feliz por ser parte de las filas del presbiterianismo. Si bien es cierto, he caminado en los últimos ocho de los ciento cincuenta años, me siento heredero de toda esta larga vida y tradición. Esto, por el cariño, acogida y acompañamiento de pastores, colegas presbíteros y hermanos y hermanas con los que hemos trabado, también, amistad; por la posibilidad de aprender en la comunidad y de servir, en mi paso por la 11ª Iglesia Presbiteriana de Santiago, en la Iglesia Refugio de Gracia (avanzada de la 5ª Iglesia de Santiago en Maipú) y hoy, en el trabajo colaborativo con la 10ª Iglesia de Santiago, como también en el trabajo con los jóvenes del Presbiterio Centro y en el Seminario Teológico Presbiteriano, ¡nuestro seminario!, en el que he sido beneficiado en mi labor como estudiante y como profesor asistente en el área de la historia eclesiástica. Estoy emocionado y feliz porque estos ocho años son de una densidad histórica de profundas y significativas experiencias, en las que claramente he sido beneficiado, y de las que estoy profundamente agradecido. Emocionado y feliz, porque fue acá, por medio de la predicación fiel y relevante, que volví al hogar del evangelio, sólo por la obra del Espíritu Santo. Mi compromiso, esfuerzo y fidelidad, con la ayuda del Señor y Redentor Jesucristo, a esta comunidad de creyentes de la que soy miembro, la Iglesia Presbiteriana de Chile.

 Que cumplamos muchos años más, predicando el evangelio, viviendo en la fraterna amistad la fe, y extendiendo el Reino de Dios en cada esfera de la vida, hasta que nuestro Señor Jesucristo vuelva. Y sí, como siempre: “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu verdad” (Salmo 115:1).

 Luis Pino Moyano.

Puente Alto, 7 de junio de 2018, en ocasión del sesquicentenario de la Iglesia Presbiteriana de Chile.

 


[1] Carlos Núñez y Horacio González. Nuestra situación presbiteriana. Santiago, Bureau Gráfico, agosto de 1935, p. 7. Disponible en la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile (revisada en junio de 2018).

 

[2] “Ordenación”. En: La Piedra viva, verdadera y divina. Nº 21, Año II, Valparaíso, 16 de noviembre de 1871, pp. 57-59 (la cita recoge fragmentos de la alocución de Trumbull).

 

[3] “Servicio de Acción de Gracias”. En: Canal de Youtube Jotabeche. Minuto 2:26:22 (revisada en junio de 2018).

Pensamiento económico y social de Juan Calvino.

El domingo 22 de octubre de 2017, me correspondió compartir una exposición sobre el pensamiento económico y social de Juan Calvino.

¿Cuál fue el propósito de abordar esta temática?

Por sobre todo, ampliar la mirada de Calvino. A muchos de nosotros, que no somos presbiterianos de origen, sino que venimos de otras comunidades eclesiales, nuestro acercamiento se debió al reconocimiento de las doctrinas de la gracia. A eso le llamábamos “calvinismo”. Calvino propuso una mirada completa de la realidad. El calvinismo es una cosmovisión en la idea de un filtro para mirar el mundo, además de un “sentido de la vida” como diría Juan Mackay. En dicha ampliación, hemos querido hablar del pensamiento económico y social de Calvino. En otras palabras de Política con mayúsculas. Si Cristo es Señor por sobre todo, de todo y en todos, y el Reino de Dios excede los muros de nuestros templos, no hay temas vedados para los creyentes.

Comparto acá el audio de dicha exposición:

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