¿Por qué creo que la educación debe ser laica?

A muchos les puede sonar raro que un cristiano, que se define como tal, pueda estar de acuerdo con la educación laica. Pero no tiene nada de raro cuando uno se acerca a la historia y ve a varios protestantes pugnando por ella hace algunos siglos atrás. En ese sentido, es parte de una herencia histórica que reclamo, y por la cual pugnaré hasta su concreción. Paciencia no me falta. No está demás decir, que la demanda de educación laica está profundamente imbricada a la de educación pública. Ya han pasado varios años en los que desde 1925, en Chile, el Estado se separó de la Iglesia, lo que a la sazón se lee como Iglesia Católica Apostólica y Romana (algunos todavía leen “Iglesia” de esa manera). Por ende, me uno a quienes esperan que el Estado no asuma ni promueva un credo religioso determinado, de manera unívoca, ocupando los salones escolares para ellos, controlando las conciencias de nuestros hijos e hijas.

Esa asunción de la demanda laicista no implica que dejemos de analizar el fenómeno religioso. La participación de quienes adscriben a algunas religiones en la política, en la sociedad, en la economía, traspasando así las paredes de parroquias, capillas, templos, sinagogas, mezquitas y otros lugares de adoración, es demasiado importante como para dejarla en silencio. L@s estudiantes deben conocer y analizar el hecho religioso. ¿Cómo hacerlo? Una alternativa es la que puedo contar en base a mi experiencia docente. Desde el año 2010 tengo la oportunidad de trabajar como profesor en un taller de historia de las religiones. Dicho taller substituye la clase de religión, optativa por definición, no tanto en la práctica, por una verdadera opción. Entre mis compañer@s estudiantes ha habido agnóstic@s, budistas, eclécticos y, algún@s, sin definición religiosa. Una de las primeras condiciones para participar del taller es que podemos opinar y disentir de las creencias otras, pero siempre desde una base: el relato del “otro” está dotado de inteligibilidad. Si no es así, resulta imposible dialogar, puesto que veo al otro en un ghetto de ignorancia. Ese respeto dialogante debiese operar, toda vez, que se habla de religión en la escuela, asumiendo que un profesor está para guiar el proceso educativo y no para hacer prosélitos.

Por eso me parece obstaculizador e incluso ignominioso que el laicismo se presente como la ausencia de religiosidad. Que adultos manden a educandos a quemar sus Biblias (he presenciado alocuciones de ese tipo) para poder ser interlocutores válidos, como si la Biblia tan sólo hablara de valores, de ética y de cosas supraterrenas. Más aún, como si ellos no tuviesen cosmovisiones propias, lugares de producción, bagajes ideológicos, como quieran llamarlos, desde los cuales aprehenden y nominan las cosas. Me parece supino, además, que ciertos colegios laicos, con interesantes metodologías dialogantes, dejen de lado la clase de religión, pero obliguen a los educandos a practicar sesiones de yoga, como si dicha práctica fuese sólo física y no conllevara un discurso religioso, espiritual, místico. Podríamos hacernos varias otras preguntas. ¿Acaso el ateísmo y el agnosticismo no son también modos de creer? ¿Por qué se obliga, entonces, a pesar de los variados avances epistemológicos, a seguir adoptando el naturalismo como la base de la verdad? ¿No hay allí valores de por medio?

No está demás, para cerrar este post, rescatar algo que Francisco Bilbao, acusado de sedicioso, blasfemo e inmoral en 1844, dijera en Sociabilidad Chilena (el artículo que conllevó dicha impugnación), que toda libertad nacía de la libertad religiosa. En ese sentido creo que la educación debe ser laica. No como ausencia de confesionalidad o de religiosidad. Eso es imposible, puesto que siempre observamos desde un lugar, con cristales que afectan nuestras percepciones. Debe ser laica permitiendo el diálogo inter-religioso. Y, para eso, se necesita un ejercicio de coherencia, consistencia y honestidad. Dicho ejercicio es la explicitación de nuestros lugares de habla. Porque todos y todas, siempre hablamos desde una determinada confesionalidad. Somos profesores, porque profesamos algo. No se nos debe olvidar. Allí está la real libertad educación, una que no está mediada por las dinámicas del mercado.

Luis Pino Moyano.

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