Napoleón: una película y una historia desde los lentes de Hobsbawm.

Nacido en 1769, ambicioso, disconforme y revolucionario, comenzó lentamente su carrera en el arma de artillería, una de las pocas ramas del ejército real en la que era indispensable una competencia técnica. Durante la revolución, y especialmente bajo la dictadura jacobina, a la que sostuvo con energía, fue reconocido por un comisario local en un frente crucial -siendo todavía un joven corso que difícilmente podía tener muchas perspectivas- como un soldado de magníficas dotes y de gran porvenir. El año II ascendió a general. Sobrevivió a la caída de Robespierre, y su habilidad para cultivar útiles relaciones en París le ayudó a superar aquel difícil momento. Encontró su gran oportunidad en la campaña de Italia de 1796 que le convirtió sin discusión posible en el primer soldado de la República que actuaba virtualmente con independencia de las autoridades civiles. El poder recayó en parte en sus manos y en parte él mismo lo arrebató cuando las invasiones extranjeras de 1799 revelaron la debilidad del Directorio y la indispensable necesidad de su espada. En seguida fue nombrado primer cónsul; luego cónsul vitalicio; por último, emperador. Con su llegada, y como por milagro, los irresolubles problemas del Directorio encontraron solución. Al cabo de pocos años Francia tenía un código civil, un concordato con la Iglesia y hasta un Banco Nacional, el más patente símbolo de la estabilídad burguesa. Y el mundo tenía su primer mito secular.

Los viejos lectores o los de los países anticuados reconocerán que el mito existió durante todo el siglo XIX, en el que ninguna sala de la clase media estaba completa si faltaba su busto y cualquier escritor afirmaba -aunque fuera en broma- que no había sido un hombre, sino un dios-sol. La extraordinaria fuerza expansiva de este mito no puede explicarse adecuadamente ni por las victorias napoleónicas, ni por la propaganda napoleónica, ni siquiera por el indiscutible genio de Napoleón. Como hombre era indudablemente brillantísimo, versátil, inteligente e imaginativo, aunque el poder le hizo más bien desagradable. Como general no tuvo igual; como gobernante fue un proyectista de soberbia eficacia, enérgico y ejecutivo jefe de un círculo intelectual, capaz de comprender y supervisar cuanto hacían sus subordinados. Como hombre parece que irradiaba un halo de grandeza; pero la mayor parte de los que dan testimonio de esto -como Goethe- le vieron en la cúspide de su fama, cuando ya la atmósfera del mito le rodeaba. Sin género de dudas era un gran hombre, y -quizá con la excepción de Lenin- su retrato es el único que cualquier hombre medianamente culto reconoce con facilidad, incluso hoy, en la galería iconográfica de la historia, aunque sólo sea por la triple marca de su corta talla, el pelo peinado hacia delante sobre la frente y la mano derecha metida entre el chaleco entreabierto. Quizá sea inútil tratar de compararle con los candidatos a la grandeza de nuestro siglo XX.

El mito napoleónico se basó menos en los méritos de Napoleón que en los hechos, únicos, entonces, de su carrera. Los grandes hombres conocidos que estremecieron al mundo en el pasado habían empezado siendo reyes, como Alejandro Magno, o patricios, como Julio César. Pero Napoleón fue el «petit caporal» que llegó a gobernar un continente por su propio talento personal. (Esto no es del todo cierto, pero su ascensión fue lo suficientemente meteórica y alta para hacer razonable la afirmación.) Todo joven intelectual devorador de libros como el joven Bonaparte, autor de malos poemas y novelas y adorador de Rousseau, pudo desde entonces ver al cielo como su límite y los laureles rodeando su monograma. Todo hombre de negocios tuvo desde entonces un nombre para su ambición: ser -el clisé se utiliza todavía- un «Napoleón de las finanzas o de la industria». Todos los hombres vulgares se conmovieron ante el fenómeno -único hasta entonces- de un hombre vulgar que llegó a ser más grande que los nacidos para llevar una corona. Napoleón dio un nombre propio a la ambición en el momento en que la doble revolución había abierto el mundo a los hombres ambiciosos. Y aún había más: Napoleón era el hombre civilizado del siglo XIII, racionalista, curioso, ilustrado, pero lo suficientemente discípulo de Rousseau para ser también el hombre romántico del siglo XIX. Era el hombre de la revolución y el hombre que traía la estabilidad. En una palabra, era la figura con la que cada hombre que rompe con la tradición se identificaría en sus sueños.

Para los franceses fue, además, algo mucho más sencillo: el más afortunado gobernante de su larga historia. Triunfó gloriosamente en el exterior, pero también en el interior estableció o restableció el conjunto de las instituciones francesas tal y como existen hasta hoy en día. Claro que muchas -quizá todas- de sus ideas fueron anticipadas por la revolución y el Directorio, por lo que su contribución personal fue hacerlas más conservadoras, jerárquicas y autoritarias. Pero si sus predecesores las anticiparon, él las llevó a cabo. Los grandes monumentos legales franceses, los códigos que sirvieron de modelo para todo el mundo burgués no anglosajón, fueron napoleónicos. La jerarquía de los funcionarios públicos -desde prefecto para abajo-, de los tribunales, las universidades y las escuelas, también fue suya. Las grandes «carreras» de la vida pública francesa -ejército, administración civil, enseñanza, justicia- conservan la forma que les dio Napoleón. Napoleón proporcionó estabilidad y prosperidad a todos, excepto al cuarto de millón de franceses que no volvieron de sus guerras, e incluso a sus parientes les proporcionó gloria. Sin duda los ingleses se consideraron combatientes de la libertad frente a la tiranía; pero en 1815 la mayor parte de ellos eran probablemente más pobres y estaban peor situados que en 1800, mientras la situación social y económica de la mayoría de los franceses era mucho mejor, pues nadie, salvo los todavía menospreciados jornaleros, había perdido los sustanciales beneficios económicos de la revolución. No puede sorprender, por tanto, la persistencia del bonapartismo como ideología de los franceses apolíticos, especialmente de los campesinos más ricos, después de la caída de Napoleón. Un segundo y más pequeño Napoleón sería el encargado de desvanecerlo entre 1851 y 1870.

Napoleón sólo destruyó una cosa: la revolución jacobina, el sueño de libertad, igualdad y fraternidad y de la majestuosa ascensión del pueblo para sacudir el yugo de la opresión. Sin embargo, este era un mito más poderoso aún que el napoleónico, ya que, después de la caída del emperador, sería ese mito, y no la memoria de aquél, el que inspiraría las revoluciones del siglo XIX, incluso en su propio país.

Tomado de: Eric Hobsbawm. Trilogía Eras: La era de la Revolución, 1789-1848; La era del Capital, 1848-1875; La era del Imperio, 1875-1914. Barcelona, Editorial Crítica, 2014, pp. 77-79.

¿Por qué voto “En contra”?

Pasó tan rápido el tiempo que ya estamos a dos días de cerrar el proceso constituyente inaugurado en noviembre de 2019 como salida a la crisis. Y ésta vez, a diferencia del plebiscito de salida anterior el proceso muere con el momento constituyente. Quizá la mayor forma de entender lo que ha sido el proceso y el momento han sido las palabras de Antonio Gramsci cuando planteó que: “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”. Lo viejo es la Constitución de Pinochet-y-Lagos, lo nuevo es una Constitución construida en democracia, y el morbo tiene que ver con lo vivido en los órganos constituyentes, Convención y Consejo como se les dio en llamar, con personajes que nos brindaron escenas pletóricas de patetismo. Y, por qué no decirlo, también los muchos elementos maximalistas y programáticos, faltos de realismo político, constitucionalizando discusiones que no eran más que materia de ley, con la sola idea de ganar un punto político o mostrar a los sujetos que encabezaron sus propuestas como los puros dentro de su piño. 

El golpe recibido el 4 de septiembre de 2022 fue muy fuerte. Tuve la sensación, no sólo de la derrota político-electoral, sino del fracaso, de habernos farreado la historia, de no haber logrado aprobar una carta fundamental construida en democracia, la única de nuestra historia republicana. Por ende, me sentí muy alejado de este nuevo proceso, sobre todo cuando se dirimió electoralmente la mayoría republicana que rompería o tensionaría los bordes acordados por los partidos y la propuesta más ecuánime elaborada por la comisión de expertos. Y así fue. El morbo se mantuvo intacto. Pero no sólo eso. Llegamos al momento en que el órgano al que se le delegó la tarea de construir un texto constitucional, no sólo hizo aquello que estaba dentro de su competencia, sino que terminó siendo el sepulturero del momento constituyente. El triunfo del “En contra” este domingo 17 termina un proceso con un momento constituyente muerto. Ya no hay opción, en esta coyuntura, de construir un texto hecho en-por-y-para la democracia. 

La situación es decepcionante. Nunca pensé que se pudiera hacer algo peor a lo obrado por Pinochet y Guzmán (los grandes triunfadores de nuestra historia reciente, huelga decirlo, para entender la dimensión política de la derrota sistemática), pero la coalición de derechas, desde republicanos a los partidos ya tradicionales, mostró que se podía. Porque sí, leí el texto. De hecho, como profesor de Educación Ciudadana lo incluí en una unidad que derivó en un debate en el que se pusieron en la palestra argumentos a favor y en contra de dicha carta fundamental. En un momento quise anular para mostrar mi rechazo y descontento con la Constitución de Pinochet y Guzmán y con la Constitución de Kast y Compañía Limitada. Pero, considerando que la pregunta de este plebiscito no tiene que ver con todo ese marco histórico y político, sino con un texto en particular con una pregunta clara y que admite dos opciones: “¿Está usted a favor o en contra del texto de Nueva Constitución?”, es que me he decidido a votar “En contra”. 

Ya esbocé una de las razones: el texto es peor que la Constitución actual. Y eso va aparejado de lo que yo esperaba de dicho proceso. Revisando un post escrito el 19 de noviembre de 2019, me re-encontré con lo que era mi horizonte de expectativas: “A mi juicio, el próximo texto Constitucional debiese ser más breve que el actual y escrita en un lenguaje que sea entendido no sólo por abogados, sino por la ciudadanía toda. Brevedad y simpleza, facilitarían su apropiación. Sería ideal que la nueva Constitución tenga un preámbulo, que entregue una declaración de principios democráticos orientados al bienestar común y la justicia social, apegado al derecho internacional, con un reconocimiento de los derechos humanos como universales, inalienables e imprescriptibles, constituyéndose en el principio fundamental de dicho documento normativo. El estado debiese ser plurinacional, con reconocimiento del pueblo-nación mapuche, aymará y rapanui, además de posibilitar una real descentralización regional (debo reconocer, que una de las cosas que más me gusta de la propuesta liberal, es la del federalismo). El poder legislativo debiese conformarse en un Congreso unicameral, lo que facilita la reducción de parlamentarios, porque la idea sería mantener el número de la actual Cámara de Diputados, bajo el mismo sistema proporcional de elección, y eliminar el número de senadores. Debiese existir, también, la posibilidad de referéndum revocatorio, para tener el derecho de sacar de sus cargos a quienes no cumplan con el deber delegado por la ciudadanía a las autoridades públicas. Debiese producirse un marco que profundice la fiscalización de las Fuerzas Armadas y de Orden, para que el monopolio del uso de la fuerza no signifique atentados contra la población, sobre todo aquella que expresa legítimamente su protesta y proyecto político, y nunca más se ejecuten acciones que fisuren o, de plano, destruyan el sistema democrático del país. Debiese darse fin al COSENA, porque pone de facto a las FFAA y de Orden en una posición deliberante. / Como protestante, me gustaría que la nueva Constitución señalara explícitamente la separación del estado y las organizaciones eclesiales, estableciendo desde una comprensión laica, la posibilidad que las religiones y quienes las suscriban puedan expresarse con libertad en el espacio público, sin limitar su acción a la esfera privada. La limitación de las imposiciones de actores religiosos no implica la limitación de la libertad de conciencia y de la acción social desde una cosmovisión que tiene correlato más allá de los muros de los templos. La fe, por definición, es pública. Es más, me asiste la convicción, que no existen libertades públicas si  la libertad de creer es negada o dificultada”. Nada de eso está en la actual propuesta.

Quisiera ejemplificar para sustentar con mayor fuerza mi posición “En contra”. El primero de ellos, es el artículo 16, numeral 24, letra c que dice literalmente: “La enseñanza estatal y la reconocida oficialmente no podrá orientarse a propagar tendencia político-partidista alguna”. Me parece, que dicho ejercicio es un acto de coacción antidemocrática para profesores, que por una cuestión pedagógica tenemos que formar políticamente a estudiantes, lo que no necesariamente constituye adoctrinamiento. De hecho, en el tiempo que he ejercido la docencia me he esforzado para que estudiantes que se mueven dentro de la geolocalización política de izquierdas y derechas, puedan comprender la realidad social desde sus prismas, leyendo mejores fuentes para fortalecer sus puntos de vista, desarrollando la habilidad de la argumentación y, en dicho trabajo, dotar de pensamiento a la crítica. Y esto es clave, porque dicho artículo que primariamente da cuenta de la tarea docente, también, podría aplicarse en la interpretación de la misma, al ejercicio de estudiantes en sus asambleas, poniendo trabas a la discusión de ideas y a la participación ciudadana. Una de las grandes tareas de la educación ciudadana consiste en no negar el conflicto, sino catalizarlo por los cauces democráticos, partiendo de la presuposición que estudiantes y docentes PENSAMOS. Todas las cortapisas al ejercicio de un poder mal entendido que busca que las personas sigan a pie juntillas la voz de la autoridad. Pero esos límites no debiesen implicar que un derecho sea conculcado (si te interesa profundizar en este aspecto, lee el post: “¿Educación cívica sin política?”, haciendo clic aquí). Todo esto releva la constitucionalización de la banalidad ideologizante, que vacía de sentido todo lo que se le cruza. 

Votaré “En contra”. Creo que dicha opción ganará. Kast y su partido tienen que hacerse responsables de su derrota y fracaso, y si no lo hacen, estaremos ahí para recordárselos. Pero tampoco propiciaré ningún acto de celebración. La cordura se vive, no se celebra. Menos cuando nos farreamos hace poco más de un año la oportunidad de profundizar nuestra democracia. Seguiremos, quizá por cuánto tiempo más, en un país con una democracia de baja intensidad. El octubrismo fue derrotado por el noviembrismo en 2019. Hoy la derrota es total. El domingo le tocará a las derechas vivirla. Serán ellos, los que con justa razón, “se jodan”. La mezquindad política no puede ser gratuita. 

Luis Pino Moyano.

[NUEVO LIBRO] «Con todas las fuerzas de la historia. Textos reunidos a 50 años del quiebre de la democracia en Chile».

En el marco de las conmemoraciones de los 50 años del golpe de estado que dio paso a una dictadura civil-militar, me he propuesto poner en la palestra un libro que compila una serie de textos históricos sobre sujetos individuales y colectivos en el contexto del Chile de la Unidad Popular.

¿Por qué seguir hablando de Salvador Allende, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria o del Movimiento Cristianos por el Socialismo? ¿Por qué seguir discutiendo acerca de la relación entre historia, memoria y política? ¿Por qué seguir pensando el pasado reciente y los proyectos que sujetos individuales y colectivos configuraban para el país? Porque el rescate de la memoria y con ella, de quienes fueron represaliados por la dictadura civil militar que mató, torturó, desapareció y exilió a quienes consideró enemigos, es una batalla del presente y para el futuro. Una batalla que no se acaba. Esa es la propuesta de este libro. 

Les comparto acá una muestra gratuita en PDF:


Finalmente, si quieres comprar el libro, puedes hacerlo en Amazon con la posibilidad de conseguirlo en formato impreso y/o digital, o en Buscalibre que es una opción más económica para quienes viven en Chile. Comparto los links:


¿50 años de qué?

Acabo de terminar de escribir el guión y afinar algunos detalles técnicos para la conmemoración de los 50 años del golpe de estado, que acabó de manera violenta con un proyecto histórico cuajado en el gobierno de Salvador Allende Gossens y la Unidad Popular, y que dio paso a “la larga noche” de la dictadura civil-militar en nuestro país. Afuera de mi casa llueve, y mientras en el equipo de música suena una música de esos años, comienzo a escribir de sopetón. Porque sí, hay tanto que decir por estos días. 

Recuerdo cuando se conmemoraron los treinta años del golpe, y los medios de comunicación hicieron programas especiales, en los que se hablaba del golpe, la dictadura, las violaciones a los derechos humanos. Tengo en mi mente, de manera especial, el noticiero de Chilevisión, conducido por Alejandro Guillier, que esa mañana iba reproduciendo hora por hora lo acontecido un día 11 de septiembre de 1973. Esa misma mañana, Ricardo Lagos, a la sazón presidente de la república, realizó el acto de reapertura de la puerta de Morandé 80, que era el lugar por el que salieron los hombres y las mujeres que acompañaban a Allende esa fatídica mañana y, a su vez, por donde fue sacado el cuerpo del fenecido presidente por militares y bomberos. Por la tarde, con mi amigo Pablo, fuimos a la Plaza de la Constitución, lugar en el que se realizó un acto. De las cosas más geniales que pasaron en dicha instancia están los discursos de Hebe de Bonafini y Gladys Marín, más las tres canciones que nos regaló Silvio Rodríguez. 

Por su parte, diez años después, las conmemoraciones de los cuarenta años encontraron al país con el primer gobierno de derecha elegido democráticamente desde 1958, con Jorge Alessandri. Sebastián Piñera, presidente de la república en ese momento, puso sobre la mesa el concepto de “cómplices pasivos”, para hablar de la participación de civiles en el régimen dictatorial. A su vez, ya teníamos a nuestro haber los Informes Rettig y Valech, un arsenal de investigaciones historiográficas, y los programas de televisión hacían muchos programas relacionados con la temática. ¿Cómo olvidar el programa “Mentiras verdaderas”, que dejando de lado la dinámica de la entretención, se abrió a realizar elocuentes entrevistas a militantes que vivieron la represión dictatorial? Todavía parecía que no nos curábamos de espanto con lo acontecido durante esos dieciséis años y medio que parecieron una vida, una mala vida. Pero, a su vez, parecía que ya llegaba el tiempo del consenso respecto a ese pasado. 

Pero, a cincuenta años del golpe, nos encontramos en este tiempo con ideas que se divulgan en medios de comunicación masivos y en las redes sociales de marcada obscenidad. A estas alturas del partido no deberíamos confundir los errores y fracasos del gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular, con la vocación democrática del expresidente, quien fuese ministro de estado, diputado y senador, y que en dicho último cargo fue elegido en dos ocasiones como presidente del senado, es decir, como la segunda autoridad del país cuando la izquierda no era mayoría en el parlamento. Allende, el presidente que sostuvo contra viento y marea la idea de una revolución dentro del marco institucional y que con una dignidad gigantesca se quedó en el Palacio de la Moneda cuando la infamia militar, con bombas y metrallas arrasaba la república, no se merece ese trato ahistórico. A estas alturas, tampoco, debería decirse que las izquierdas tienen que hacer una autocrítica respecto al gobierno de la Unidad Popular, porque eso partidos e intelectuales lo hicieron desde los primeros días de la dictadura, derramando tinta por montones. Ahí están los textos de Moulian y Garretón, por mencionar a dos sociólogos de fuste. A estas alturas nadie debería pensar en la efectividad eufemística de conceptos tales como “pronunciamiento militar” por golpe de estado, “gobierno militar” por dictadura, “quiebre democrático”, porque todos esos conceptos siguen aludiendo a la acción de un régimen antidemocrático sostenido en la violencia del estado. A estas alturas, tampoco deberíamos estar poniendo en dudas los daños de la represión que derivaron en asesinato, desaparición forzada, tortura, exilio, exoneración. Pero sigue ocurriendo, a cincuenta años del golpe que conllevó una dictadura civil-militar, todavía hay negacionismo, difusión de falsedades a modo de campaña del terror, falta de empatía. Bástenos de ejemplo las palabras aberrantes de la diputada Gloria Naveillán, quien de manera infame señaló que la violencia sexual hacia mujeres por parte de los esbirros de la dictadura, fueron “denuncias que no están probadas” y “parte de una leyenda urbana”, a lo que la respuesta del gobierno expropiando la casa conocida como “La venda sexy” es una verdad demoledora. 

Entonces, ¿50 años de qué? Pensar que los cincuenta años corresponden sólo a la memoria del “hito monstruo” del 11 de septiembre de 1973 (Paul Ricœur dixit), es una mirada parcial. Los cincuenta años tienen que ver con el proceso histórico comenzado ese día y hasta el 11 de marzo de 1990. Y, a su vez, también dice relación con lo acaecido desde esa fecha hasta la actualidad. Es decir, la conmemoración de los cincuenta años nos hacen volver a poner en la palestra el golpe de estado, las violaciones sistemáticas a los derechos humanos, el terrorismo de estado, la configuración dictatorial de nuestro orden político y económico, la democracia en la medida de lo posible, la tardía justicia, los sueños truncos y, a la vez, la dignidad de quienes siguieron luchando pese a todo. Por tanto, los cincuenta años son un tema que nos compete a todas las personas que habitamos este país y no sólo a quienes vivían ese día martes de 1973. 

Con Eduardo Galeano aprendimos que “recordar” significa “volver a pasar por el corazón”. Hoy, mientras escribo estas palabras, vuelvo a pasar por el corazón, con la certeza histórica de lo que dijera el presidente Salvador Allende: “Los procesos sociales no se detienen ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Mi recuerdo este 11 de septiembre, a cincuenta años del horror, tiene muy presente a tantos y tantas que murieron, pero que antes de morir, amaron la vida, trabajaron, lucharon y soñaron con un país… Todo lo dicho con antelación, permite relevar que la batalla de la memoria nunca está ganada, que sigue siendo un campo en disputa. Por tanto, debiese asistirnos la convicción de lo dicho por Walter Benjamin, a saber que: “El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer”. 

Luis Pino Moyano

Puente Alto, 11 de septiembre de 2023. 

¿Es cristiana la justicia social?

Es increíble después de siglos de judeocristianismo y de su consabido impacto en el mundo occidental tengamos que seguir respondiendo esta pregunta. Esto, porque actores de derechas, entre los cuales hay personas que profesan la fe cristiana, están señalando que la idea de justicia social no es bíblica. Pero no sólo eso, han llegado a proponer, deshistorizadamente por lo demás, que éste sería un concepto propio del progresismo, al que evangélicos de derecha identifican con el liberalismo teológico, el marxismo o el posmodernismo. Eso no es otra cosa que manosear un concepto y desvirtuar la historia del concepto “justicia social”, puesto que hace olvidar que dicho concepto surgió del seno del cristianismo y fue usado por distintas corrientes de él, siendo transversal a distintas vertientes políticas. Personas que osan escandalizarse  o molestarse por el uso de un concepto y no frente a las condiciones paupérrimas e injustas en las que viven miles de personas, olvidando que “El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos” (Salmos 103:6 NVI).

Sí, el concepto justicia social surgió en el seno del cristianismo. Desde la noción de justicia general de Tomás de Aquino a la idea de justicia social Luigi Taparelli D’Azeglio, quien se basó en la reflexión teológica del primero al sistematizarlo, hay una larga tradición en el cristianismo histórico al respecto. Cito al Aquinate: “Parece que no puede existir ningún acto de cualquier virtud que no pertenezca a la justicia general, la cual ordena al bien común. Y así parece que la justicia general es igual en esencia a toda virtud” [1]. Por otro lado, Taparelli señalaba: 

“553. De la idea del derecho nace espontáneamente la de justicia social. Un alma recta admira el órden y lo ama (286 y sig.) en sí misma y en los demas, y por consiguiente propende á guardarlo haciendo de modo que al derecho corresponda exactamente el deber. Esta inclinacion habitual á igualar á entrambas partes suele llamarse justicia; mas para establecer esta igualdad debe poseer las bases en que descansen sus juicios: ¿qué bases son estas? 

354. La justicia social es para nosotros justicia entre hombre y hombre (314, 319). ¿Pues qué proporciones median entre hombre y hombre? Basta considerar la forma de la cuestion para comprender que hablo aquí del hombre en abstracto, es decir, del hombre considerado cuanto á las solas dotes que entran en la idea de humanidad, del hombre considerado como animal racional. Considerado bajo este aspecto, es claro que entre hombre y hombre la relacion que media es de perfectísima igualdad; porque un hombre y otro hombre no son sino dos veces la humanidad: ¿puede darse mayor igualdad de proporciones? De donde tengo que concluir que la justicia social debe igualar de hecho á todos los hombres en lo tocante á los derechos de humanidad, como el Criador los hizo iguales en naturaleza; y que el hombre que obra tomando por norma la justicia, llena las intenciones de quien le crió” [2]. 

Estas ideas que ponen el centro de la justicia social en el bien común, puesto que se lleva a cabo en la relación entre personas humanas creadas a imagen y semejanza de Dios es el basamento teórico de la doctrina social de la Iglesia Católica Romana, desde la encíclica Rerum Novarum en 1891 y que en la esfera política fue difundida por el socialcristianismo en las organizaciones de la sociedad civil y partidos políticos que fueron creando en el mundo. El uso posterior por otras corrientes es producto de ese trabajo católico y la influencia que tuvo en el debate público. En el protestantismo, su uso es más reciente, pero no menos significativo habiendo autores de distintas vertientes que han reflexionado sobre la justicia social desde una perspectiva bíblica, teológica y cosmovisional [3]

De hecho, nos sirve para entender la influencia y utillaje político del concepto de justicia social en la historia contemporánea de Chile, lo señalado por Tomás Moulian, a quien cito extensamente: 

“En los años sesenta, especialmente al final, el marxismo expandió su influencia entre los intelectuales y consolidó sus posiciones como ‘filosofía popularizada’: era el sistema hegemónico entre las masas obreras radicalizadas y entre otros sectores en mutación o crisis de identidad, que se acercaban a la izquierda.

No obstante su capacidad de dirección cultural unificadora estaba frenada por la influencia social-cristiana en la cultura política popular. La izquierda nunca pudo abarcarla entera. Ese universo se escindió en dos segmentos que representaban concepciones de mundo contradictorias en sus fundamentos filosóficos. Uno apuntaba a la lucha de clases y a la revolución como medios de la emancipación humana, el otro a la justicia social y a la caridad; uno a la posibilidad del bien absoluto sobre la tierra, el otro a la salvación divina, a la creencia que la historia temporal reflejaba la lucha sin término entre la gracia y el pecado” [4]. 

En la cita de Moulian, ¿quién tiene en su campo de experiencias y en su horizonte de expectativas a la justicia social? El socialcristianismo. Y aún más, la justicia social tiene como  sustento a la caridad, palabra que en su origen etimológico y en la tradición cristiana reporta un amor sacrificial hacia un otro. 

“-Ya, pero estás citando autores y no la Biblia”, es lo que podría decirme algún interlocutor. Múltiples textos en la Escritura señalan el carácter social que tiene la justicia. Nada más justo que la ley del Señor. Y esa ley buscaba asegurar relaciones armónicas entre los seres humanos, condenando prácticas como la codicia, la falta de solidaridad hacia los pobres, el descuido de la tierra, la injusticia y la falta de equidad entre daño y pena; y propiciando la celebración de años sabáticos y de jubileos, que tenían por finalidad hacer descansar la tierra y proclamar, entre otras cosas, el indulto de muchos condenados. Por su parte, los salmos y los profetas, recordándonos las palabras de la ley, nos hablan de un Dios justo, que mira con bondad a quien sufre los rigores impuestos por líderes políticos y religiosos, representados como pastores que sacan la lana de las ovejas gordas para luego engullirlas, dejando a débiles, heridas y perniquebradas a un lado. No por nada, cuando se señalan los pecados de Sodoma, el profeta dice que fueron: “la soberbia, gula, apatía, e indiferencia hacia el pobre y el indigente” (Ezequiel 16:49). Todo ello atenta contra el bienestar que quienes somos creyentes debemos buscar para el mundo creado por Dios, teniendo en cuenta que dichos mandatos pueden y deben ser cumplidos tanto en el Edén como en Babilonia. En la Biblia la justicia antecede a la paz. Dicho de otro modo, la paz es resultado de la justicia. La paz, entonces, no es sólo ausencia de conflicto, pues Shalom es también justicia social, vida abundante y armonía con los otros sujetos que portan, por derecho de creación, la imagen y semejanza de Dios. Que los textos bíblicos hablen (“la Escritura se interpreta a sí misma”, se dice desde muy antiguo):

  • “Levanta la voz por los que no tienen voz; ¡defiende a los indefensos! Levanta la voz, y hazles justicia; ¡defiende a los pobres y a los humildes!” (Proverbios 31:8-9 DHH).
  • “La justicia producirá paz, tranquilidad y confianza para siempre” (Isaías 32:17 DHH).
  • “Adviértele a la dinastía de David que así dice el Señor: ‘Hagan justicia cada mañana, y libren al explotado del poder del opresor, no sea que mi ira se encienda como un fuego y arda sin que nadie pueda extinguirla, a causa de la maldad de sus acciones’” (Jeremías 21:12 NVI).
  • “Escuchen ahora, gobernantes y jefes de Israel, ¿acaso no corresponde a ustedes saber lo que es la justicia? En cambio, odian el bien y aman el mal; despellejan a mi pueblo y le dejan los huesos pelados. Se comen vivo a mi pueblo; le arrancan la piel y le rompen los huesos; lo tratan como si fuera carne para la olla. Un día llamarán ustedes al Señor, pero él no les contestará. En aquel tiempo se esconderá de ustedes por las maldades que han cometido” (Miqueas 3:1-4 DHH).

Quiero referirme a un texto bíblico con mayor detención, por tratarse del texto programático de la misión de Jesús. Lucas 4:16-21 señalan: “Jesús fue a Nazaret, el pueblo donde se había criado. El sábado entró en la sinagoga, como era su costumbre, y se puso de pie para leer las Escrituras. Le dieron a leer el libro del profeta Isaías, y al abrirlo encontró el lugar donde estaba escrito: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor’. Luego Jesús cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los que estaban allí tenían la vista fija en él. Él comenzó a hablar, diciendo: -Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír” (DHH). Jesús viene a restaurar la justicia social en su reino. Cuando lee la Escritura en la sinagoga de Nazaret dice que ella se ha cumplido en tanto él es el ungido que viene a anunciar las buenas nuevas a los pobres, libertad a los cautivos y a los oprimidos y a anunciar el verdadero jubileo, que aguardamos vivir por la eternidad. El Cristo vino a salvarnos, pero no para que nos quedáramos de brazos cruzados, sino para servir, cuidando a nuestro prójimo, poniendo atención a su sufrimiento. A indignarnos y, a la vez, meditar y reparar, sea asistiendo las necesidades, educando en oficios y entregando herramientas para la vida, o trabajando como creyentes esparcidos en el mundo en reformas para el barrio, la ciudad o la sociedad entera. Todo eso siempre desde la perspectiva de la compasión y el amor, no olvidando que nuestro trabajo es limitado e incompleto, pues será él quien consumará la historia, lo que jamás implicará dejar de trabajar por la justicia que es social. 

Huelga decir, entonces, que cualquier sujeto, sobre todo desde el protestantismo, que señale que la noción de justicia social es marxista no sólo está adoleciendo de un juicio ahistórico, sino que está basando su comprensión en un tipo de liberalismo heredero de Hayek, Mises y sus vástagos intelectuales. Por eso, es que siempre hay que ir a las fuentes. Y aquí me parece clave señalar algunas cosas, puesto que la tentación de confundir la cosmovisión cristiana con corrientes políticas secularizadas sigue estando vigente. Concediendo que es mucho más fácil ver la antítesis en opciones políticas que son abiertamente no cristianas que en aquellas que se presentan como tales, o sin contradicciones tan evidentes, es perentorio que quienes se afirman en posturas cercanas a la derecha política, sea desde el conservadurismo, el liberalismo y sus polifónicas variables, y un espectro del socialcristianismo, den una batalla (¡espiritual!) con mucha valentía y firmeza. Todos quienes confunden sus proyectos con los proyectos de Dios están construyendo dioses falsos en política, haciendo que la fe y la esperanza de los cristianos se torne hacia opciones políticas, secularizando en el acto su mirada. 

Por otro lado se ha levantado un “populismo de derecha”, al decir de Steve Bannon, que propende a políticas nacionalistas en el plano económico, a un fuerte discurso sobre la seguridad nacional (el que con rapidez configura enemigos internos y externos), junto con el debilitamiento del aparato estatal [5]. Aunque, muchos negarían lo que estoy por afirmar, como lector foráneo, noto que hay elementos de lo que Umberto Eco denomina “ur-fascismo”, el cual por definición desarrolla una capacidad máxima de adaptación en pos de su durabilidad dada por un culto a la tradición, un énfasis vitalista, un sincretismo que niega la posibilidad de desacuerdo, el llamado a la clase media que ha sido tenida en detrimento por las élites que benefician a los sectores populares vía Estado, entre otras [6]. Es ahí cuando las necesidades convertidas en derechos o la justicia social pasan a ser aberrantes según cierta retórica autodenominada liberal. En la configuración de un lenguaje y una performance se han asumido, a modo de collage, elementos aparentemente cristianos, que seducen a élites evangélicas y a un pueblo que, o gusta de dicho discurso, o es cooptado por sus caciques religiosos para una causa política. Dicho constructo pasa a ser entendido como “lo cristiano”, haciendo que el otro sea considerado, en el mejor de los casos, como “un amigo del mundo”. Por todo ello, lo quiero decir muy fuerte: no por escuchar o leer “Señor, Señor”, estamos frente a un programa político cristiano. Y estas personas que niegan el carácter social de la justicia están confundiendo retórica con consistencia cosmovisional. 

La batalla política es también conceptual. Los conceptos son cargados por la identidad de quienes lo enuncian, lo que no sólo es susceptible de pensar respecto del concepto “justicia social” sino de todos los demás. Por eso la cosmovisión es lo relevante, porqué ella no sólo permite visibilizar lo que se dice, sino el por qué, cómo y para qué se dice. Justicia social es un concepto exógeno al marxismo, que no se origina en él y que si algunos sujetos de sus filas lo han utilizado han tenido que resemantizarlo. ¿Eso obsta para que lo usemos? No. Pero sí nos desafía a definirlo dando cuenta de lo que decimos cuando lo usamos. Este es el tiempo donde no podemos darnos el lujo de no explicitar nuestro “marco teórico conceptual” como quienes venden, literal y metafóricamente, la idea que la justicia social no es cristiana. 

En síntesis, reitero la pregunta: ¿es cristiana la justicia social? La respuesta es un rotundo sí. Por ello, reivindico su uso en el presente. 

Luis Pino Moyano. 


Notas bibliográficas:

[1] Tomás de Aquino. Suma de Teología III. Parte II-II (a). Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1990, p. 481.

[2] Luis Taparelli. Ensayo teórico de derecho natural apoyado en los hechos. Madrid, Imprenta de Tejado, 1866, p. 183. Se conserva en la referencia la ortografía del texto original.

[3] Véase, como ejemplo de esto, a: Darrow Miller et al. Reformulación de la justicia social: Redención de la compasión bíblica. Tyler, Editorial JUCUM, 2015; y, Timothy Keller. Justicia generosa. Barcelona, Publicaciones Andamio, 2016.

[4] Tomás Moulian. Evolución histórica de la izquierda chilena: influencia del marxismo. Documento de Trabajo, Programa FLACSO. Número 139, Santiago, abril de 1982, pp. 5, 6. El texto puede encontrarse en formato digital en la página de FLACSO Chile. Forma parte del libro de: Tomás Moulian. Democracia y socialismo en Chile. Santiago, LOM Ediciones, 2018, pp. 97-138.

[5] Lo referido forma parte de la entrevista de Axel Kaiser a Steve Bannon, en “Economía y Negocios” de El Mercurio, 28 de octubre de 2018. En: http://www.economiaynegocios.cl/noticias/noticias.asp?id=516711 (Consulta: agosto de 2023). Bannon fue asesor de Trump y colaboró con ideas en la elección de Bolsonaro. 

[6] Umberto Eco. Contra el fascismo. Santiago, Penguin Random Hose Grupo Editorial, 2018.


Lecturas recomendadas:

David Koyzis. “Neocalvinismo y justicia social”. En: Estudios Evangélicos. 24 de marzo de 2014. http://estudiosevangelicos.org/neocalvinismo-y-justicia-social/ (Consulta: agosto de 2023). 

Timothy Keller. «Uma crítica bíblica da justiça secular e da teoria crítica». En: Teología brasileira. Nº 82, agosto de 2020. Lea el documento en PDF haciendo clic aquí. 

Luis Pino. “Por el renacer de la pasión por la misericordia y la justicia”. En: Cristóbal Cerón (edición general). Por el renacer de la pasión. Descubriendo, disfrutando y declarando el evangelio de Cristo juntos. Santiago, Fundación por el Renacer de la Pasión, 2021, pp. 202-209. Lea el documento en PDF haciendo clic aquí.

Reír, llorar e indignarse en la sala de clases a cincuenta años del quiebre de la democracia en Chile.

5 de septiembre de 2022. Son las diez y media de la mañana y tengo que entrar a la sala de clases al diferenciado de “Comprensión histórica del presente”, con estudiantes de 3º y 4º Medio. Eran las mismas personas con las que habíamos leído la propuesta de nueva Constitución, preparado infografías que explicaban sus puntos, por cierto, invitando a informarse y discutir de manera ilustrada, como también preparado disertaciones para todos los cursos y un simulacro de plebiscito. Y si bien es cierto, existía la posibilidad de que esa elección fuese ganada por el Rechazo, como finalmente ocurrió, nadie esperaba que la derrota fuese tan desastrosa. Y así fue como me paré frente al estudiantado. Les saludé, me senté en la mesa y guardé silencio en un minuto que fue la vida eterna. Suspiré y les dije: “Llevo doce años haciendo clases y nunca me había pasado esto. No sé cómo comenzar. Pero sí tengo claro algo, quiero escucharles. ¿Qué les pasa a ustedes con lo que ocurrió ayer?”. Y ahí comenzaron a brotar las palabras, algunas desde la tristeza y la rabia, casi en un tono catártico, pero también aquellas que mostraban una enorme ponderación, otras desde la iconoclasia generacional que rompe con todo y, también, las que se manifestaron desde la indiferencia.

Este hito pedagógico me ha tenido pensando en cómo afrontar la expresión y la explicitación de emociones al interior de la sala de clases a propósito de los cincuenta años del quiebre de la democracia en Chile, por la vía de un golpe civil militar. La respuesta a esta pregunta la haré por la vía y en el tono del ensayo, recordando lo planteado por Constanza Michelson (2022): “Ensayar es, sobre todo, la exigencia de responder -por supuesto, como se puede responder, a medias y transitoriamente- a la vida” (p. 7). Es una respuesta en voz alta, pero tentativa.

Comencemos desde el plano de la actividad pedagógica. La sala de clases es fundamental, no sólo como el espacio material, sino como aquél que mirado desde las subjetividades de quienes se relacionan en ella debe constituirse en el lugar propicio para el desarrollo de aprendizajes, habilidades y actitudes, pues: “el uso de los espacios o la definición misma del contexto espacial en que se situará la tarea cumplen un rol central” (Baquero y Terigi, 1996, p. 5). Ese rol central implica que debe ser cuidado, configurándolo como un espacio seguro para la circulación de ideas, la expresión de la diversidad y el buen trato entre pares y desde-y-hacia quien ejerce la tarea docente. Pues vale la pena recordar, siguiendo en esto a Vigotsky, que “el desarrollo es gatillado por procesos que son en primer lugar aprendidos mediante la interacción social” (Arancibia, Herrera, Strasser, 2008, p. 118). En esa interacción social, claramente, pueden manifestarse divergencias, y enhorabuena que ellas ocurran pues si son bien catalizadas pueden abrir camino a nuevas interrogantes y saberes. Como señalan Arancibia, Herrera y Strasser (2008: “El favorecer diferentes tipos de cuestionamiento permite buscar alternativas de respuesta o de solución, y desarrolla la capacidad de concebir un problema o situación desde distintas perspectivas” (p. 262).

En dicho contexto, quien ejerce la docencia debe tener a la vista dos asuntos que cobran suma importancia, a saber, a) el plano relacional con el estudiantado; y b) los aprendizajes significativos que pueden ser logrados por parte de las y los estudiantes. Respecto de lo primero, y siguiendo a las autoras recientemente citadas:

Este ambiente socio-emocional de la clase se construye a partir de las relaciones que conforman al grupo: profesor-alumno, profesor-curso, alumno-curso, alumno-alumno. En estas relaciones los profesores juegan un rol importante, ya que cómo se sientan los profesores, sin lugar a dudas, impactará en la calidad de la relación que éstos desarrollan con sus alumnos (Arancibia et al. 2008, p. 264).

En ese sentido, cada docente debiese cuidar el aspecto relacional, mostrando cercanía con el estudiantado y proactividad en su asignatura, mediando en las interacciones entre pares para que éstas se den en un marco de respeto y, por cierto, cuidando de su propio bienestar. Ese autocuidado se irradiará a la práctica pedagógica en acciones que tiendan a la armonía y el bien común como expresión cotidiana de la democracia. Y, junto con ello, permitirá poner en el centro al estudiantado, teniendo en cuenta que desde una perspectiva constructivista el aprendizaje significativo “ocurre cuando la nueva información se enlaza a los conceptos o proposiciones integradoras que existen previamente en la estructura cognoscitiva del que aprende” (Arancibia et al. 2008, p. 103). Y si bien es cierto, el énfasis está en el conocimiento previo que cada estudiante posee, quisiera centrarme en el plano de las emociones y en cómo éstas inciden el campo de experiencias y el horizonte de expectativas de cada estudiante, puesto que: “Las emociones, sentimientos y afectos no juegan únicamente un papel en los procesos interactivos que tienen lugar en el aula, sino que también se encuentran implicados en el propio hecho de aprender” (Miras, 2014, p. 328). La emoción es acicate para que un determinado conocimiento o despliegue de habilidades se vuelva significativo.

Gràcia, Sanlorien y Segués (2018) dicen que: “Las emociones como objetivo educativo históricamente tampoco han estado presentes de manera objetiva en los currículos del mundo educativo occidental” (p. 95). Pero, junto con esta constatación, añaden otro aspecto de la realidad: “muchos profesores son conscientes de que las emociones y su expresión en forma de sentimientos deben formar parte del hecho educativo de manera explícita y, poco a poco, se van incorporando, todavía de manera muy tenue, en la práctica educativa” (Ibídem). Romper con la tendencia modernizadora que entroniza a la razón en el proceso educativo, para colocar a su lado las emociones, es más que un desafío, es una necesidad en un contexto en el que no sólo ha proliferado la visibilización de las necesidades y problemáticas de la salud mental, sino también un reclamo legítimo por poner atención en el estudiantado y sus requerimientos, ya no desde la perspectiva de las necesidades educativas especiales, sino desde el respeto y valoración de las diversidades. Por todo ello, “el docente, por el rol profesional que tiene asignado, puede y debe dar respuestas más empáticas hacia el alumno que supongan una ayuda para el mismo” (Ibídem, p. 109). En la educación no sólo se piensa lo que está fuera de cada sujeto cognoscente, sino también, lo que pasa dentro con dicho conocimiento o experiencia pedagógica. Para ello, se vuelve relevante poner atención en los rasgos significativos para el manejo de las emociones, que según la propuesta de Escudero et al. (2018), son la autoconciencia, control y el aprovechamiento productivo de las emociones, junto con la empatía y la capacidad de gestión de las relaciones humanas (p. 236).

Ahora bien, ¿por qué pensar el estudio del pasado reciente de Chile en la sala de clases desde una perspectiva de las emociones? Un elemento de la respuesta se encuentra en la proposición de Baquero y Terigi (1996) cuando señalan que: “los procesos más generales de desarrollo y constitución subjetiva sólo pueden comprenderse a la luz de una cuidadosa ponderación de las situaciones en que se producen los procesos de apropiación de conocimientos” (p. 14). Esas situaciones no sólo incluyen aquellos aspectos que tienen que ver con lo cognoscitivo o la aplicación del currículum, sino que en el clima del aula y la dimensión artística de la educación marcada por la pasión que añade musicalidad a lo que se enseña-y-aprende. Michelson (2022) plantea que: “un ritmo es dado por lo que ubica, relaciona, anuda y relanza hacia afuera; son puntuaciones, y las puntuaciones son formas de existencia” (p. 242). Cada énfasis emotivo le añade ritmo a la clase. Por su parte, Miras (2014) incluye el aspecto emocional desde la perspectiva del estudiantado que permite una identificación con aquello que se aprende. Dice:

El diferente coste emocional que puede suponer el aprendizaje según la perspectiva que el alumno adopta respecto a la naturaleza del conocimiento, o el grado de afecto que asocia a los distintos conocimientos de que dispone, pueden ser algunos de los factores que expliquen por qué en un momento dado un alumno está más o menos dispuesto a asumir las pérdidas emocionales que puede implicar el abandono de maneras más simples, aunque en ocasiones más tranquilizadoras, de percibir la realidad (p. 328).

Ya sea que se ría, llore o se indigne, cada estudiante debiese ser capaz no sólo de conocer y comprender el proceso de transformaciones sociales que significó el gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular, y junto con ello, la destrucción de la democracia el 11 de septiembre de 1973 y la imposición de una dictadura civil-militar que ejerció el poder con mano férrea hasta el 11 de marzo de 1990. ¿Es posible reír? Mucho de la memoria y el rescate historiográfico de los días de la UP se ha construido desde la perspectiva del drama, olvidando el aspecto festivo que éste tuvo. Tomás Moulian (2009) explica que el gobierno de Allende debe ser mirado “desde la dimensión negativa, desde sus consecuencias traumáticas, cuya terrible materialización fue una contrarrevolución burguesa triunfante y tornada duradera, tanto como desde sus aspectos positivos, desde su dimensión ‘erótica’, englobada en la noción de fiesta” (p. 265). Fiesta que se expresó en un pueblo movilizado, en un arte bullente que se manifestó en canciones de lucha, en un cine que mostraba la realidad social, en pinturas que informaban y educaban políticamente, en literatura que se vendía como pan y, como amante del fútbol, no puedo dejar de señalar que también se manifestó en el equipo de Caszely, Chamaco y el Zorro Álamos que rozó la gloria sudamericana pocos meses antes del golpe. Se estaba creando un país al ritmo de la danza revolucionaria. Nada más y nada menos. Esa dimensión festiva amerita ser rescatada, y en la conjunción entre contenido y forma debiese ser presentada con la alegría que la caracterizó. Eso es, en palabras de Walter Benjamin (1995) “pasarle el cepillo a contrapelo a la historia” (p. 53).

Dicho lo anterior, el drama tiene que seguir siendo trabajado, sobre todo en un momento histórico como el que estamos viviendo, en el que a cincuenta años del golpe aparecen actores políticos banalizando los dolores de quienes sufrieron los rigores de la dictadura y desde una ética que no pone en el centro a la persona humana hacen apología del régimen tiránico por los supuestos logros económicos que ésta habría tenido. Combatir por la memoria es un deber en un país donde personeros de la clase política civil quieren sumirnos en un nuevo peso de la noche caracterizado por el olvido. Aquí resulta de vital importancia la propuesta de Constanza Michelson (2020) cuando postula que: “al poder se le puede combatir con poder, pero al mismo tiempo se le combate con lo que transforma en sinsentido a la locura de su razón” (p. 221). Y eso no se puede hacer sin deseo que es lo que hace converger-contradictoriamente al dolor, al amor y a la felicidad. Como diría Freud (2007):

Jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos; jamás somos tan desamparadamente infelices como cuando hemos perdido el objeto amado o su amor. Pero no queda agotada con esto la técnica de la vida que se funda sobre la aptitud del amor para procurar la felicidad (p. 32).

Cuando mencionamos en clases que, según los datos oficiales, más de cuarenta mil personas fueron víctimas de la represión dictatorial en Chile (muerte, desaparición – más de tres mil en estos dos primeros- y tortura), ¿cómo permanecer impasible en la sala de clases frente a esto? ¿Cómo no expresar la rabia y la indignación ante la degradación humana de matar y desaparecer a quienes tenían un proyecto de país distinto? En la conjunción de contenido y forma, sin dejar de recordar que hay un rol docente que exige moderación y que no puede caer en prácticas adultocéntricas, es necesario hacer visible el malestar. Fueron vidas las que se perdieron. Si sólo se pasa la materia sin emoción estaremos contribuyendo indirectamente al olvido o la banalización. “Y en el mundo se ha desatado un gran tráfico de sueños / que no pueden detener los traficantes de la muerte”, diría Gioconda Belli (2020, p. 234). Y esos “traficantes de la muerte” en su obscenidad no temen alzar la voz en el presente. Por eso, vale la pena recordar las palabras de Benjamin (1995):

Sólo tiene el don de encender en el pasado la chispa de la esperanza aquel historiador que esté traspasado por [la idea de que] tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer (p. 51).

Y esa victoria se puede alzar más cuando lo que está en tensión es la valoración de la democracia para el presente. Cuando el clamor por orden y seguridad se transforma en el anhelo de “nuevos Pinochet” que con mano dura rijan los destinos de un país, no sólo quienes murieron portando una esperanza están en peligro, sino también quienes vivimos en el presente, entre quienes también están nuestros y nuestras estudiantes. Por ello, como señalan Barudy y Dantagnan (2006):

Hay que asegurar una educación para la no violencia y políticas sociales basadas en el bienestar de la población, incluidos los niños, el respeto de los derechos humanos y el desarrollo de programas destinados a promover formas no violentas en la resolución de conflictos familiares y en la promoción de los buenos tratos (p. 49).

En otras palabras, esta educación para la democracia y el bien común no sólo radica en procesos cognitivos sino en cómo estos son acompañados y fortalecidos con una adecuada gestión de emociones, en la que docentes pueden contribuir tanto por la formación como por el modelamiento. Ni las prácticas destempladas ni el tabú coadyuvan a dicho aprendizaje. Por tanto, el llamado freiriano de: “no temer a los sentimientos, a las emociones, a los deseos, y trabajar con ellos con el mismo respeto con que nos entregamos a una práctica cognoscitiva integrada con ellos” (Freire, 2022, p. 91), amerita ser integrado a nuestra caja de herramientas pedagógica. La vida democrática, el encuentro humanizado entre personas diversas, la memoria y la expresión de sentimientos en torno a ella, se verán fortalecidos en la sala de clases cuando perdamos el miedo a sentir y cuando no inhibamos de aquello a quienes quieren conocer(se) más. Por cierto, esto es sólo si queremos que la historia sea nuestra.

Luis Pino Moyano.


Bibliografía.

Arancibia, V.; Herrera, P.; Strasser, K. (2008). Manual de Psicología Educacional. Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile. Se ocuparon los capítulos 3 “Teorías cognitivas del aprendizaje” y 7 “El profesor”.

Baquero, R. y Terigi, F. (1996). “En búsqueda de una unidad de análisis del aprendizaje escolar”. En Apuntes pedagógicos, 2, 1-16.

Barudy, J. y Dantagnan, M. (2006). Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Editorial Gedisa.

Belli, G. (2020). El ojo de la mujer. Madrid: Visor Libros.

Benjamin W. (1995). La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia. Santiago: Universidad ARCIS y LOM Ediciones.

Escudero, A., Pacheco, D., Navarro, J., Martín, C. (2018). “Contextos sociales y bienestar emocional”. En Navarro, J. Martín, C. (Coordinadores). Aprendizaje escolar desde la psicología. Madrid: Ediciones Pirámide.

Freud, S. (2007). El malestar en la cultura. Barcelona: Ediciones Folio.

Gràcia, M, Sanlorien, P., Segués M. T. (2017). Motivación, afectos y relaciones inclusivas en el aula. Barcelona: Editorial UOC.

Michelson, C. (2020). Hasta que valga la pena vivir. Ensayos sobre el deseo perdido y el capitalismo del yo. Santiago: Paidós.

Michelson, C. (2022). Hacer la noche. Dormir y despertar en un mundo que se pierde. Santiago: Paidós.

Miras, M. (2014). “Afectos, emociones, atribuciones y expectativas: el sentido del aprendizaje escolar”. En: Coll, C., Palacios, J., Marchesi, A. (Compiladores). Desarrollo psicológico y educación. Tomo 2: Psicología de la educación escolar. Madrid: Alianza Editorial.

Moulian, T. (2009). La forja de las ilusiones: el sistema de partidos, 1932-1973. Santiago: Ediciones Akhilleus.

Leyendo a Paulo Freire en-y-para el Chile actual.

“La educación chilena no se vende, se defiende”, decíamos hace algunos años en las calles de Santiago. Si “la vida es eterna en cinco minutos”, como diría Víctor Jara en una de sus más emblemáticas canciones, a doce años del reventón estudiantil más masivo de nuestro pasado reciente, luego de la densidad histórica vivida desde el 2019 a partir del estallido social, con un fallido momento constituyente y una pandemia mediante, pareciera que ha pasado mucho tiempo. Pero, así y todo, ¿seguimos teniendo el anhelo de defender la educación chilena ante su deriva neoliberal?

 Cada vez que me dispongo a entrar a la sala, luego del toque de campana que pone fin al recreo, me paro lo más cerca que puedo de la puerta y a viva voz llamo a mis estudiantes diciendo “- ¡4º Medio [o el curso que corresponda], a la lucha de clases!”. Y esto, que es un juego semántico y una provocación histórico-política, también tiene un sentido pedagógico que nace de la convicción que la defensa de la educación transformadora se hace en una sala que está conectada a lo que está pasando fuera del colegio, en la sociedad toda, sea en la discusión y el trabajo en el espacio público como en la cotidianidad del espacio privado. Y allí, la propuesta pedagógica de Paulo Freire adquiere relevancia en el Chile actual. Personalizo esa idea: tiene relevancia en mi práctica pedagógica en el tiempo presente.

En la primera sesión de este curso* se nos pidió definir el concepto de educación. En esta ocasión, y en primera instancia, desgajaré dicha definición, y la acompañaré de citas directas de Freire.

  • La educación es una actividad humana que involucra conocer, pensar y hacer (aprendizajes y habilidades), teniendo como soporte pedagógico el diálogo que fomenta el protagonismo estudiantil y el desarrollo de una conciencia comunitaria. “No estamos proponiendo ninguna dicotomía de la cual pudiese resultar que este quehacerse dividiese en una etapa de reflexión y otra distinta, de acción. Acción y reflexión, reflexión y acción se dan simultáneamente” (Freire, 2002, p. 166).
  • Es una actividad que, en tanto humana, tiene como tarea ligar el pensamiento, las emociones y la voluntad de docentes y estudiantes, conectando la sala de clases con aquello que acontece fuera de ella, desde lo global a lo local.

a) No más un educador del educando;

b) no más un educando del educador;

c) sino un educador-educando con un educando-educador.

Lo que significa:

1) que nadie educa a nadie;

2) que nadie se educa solo;

3) que los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo (Freire, 1972, p. 26).

  • Es una actividad que se ejerce como ciencia (conocimientos disciplinares), como técnica (una metodología) y como arte (la performance pedagógica requiere belleza). “Mientras enseño continúo buscando, indagando. Enseño porque busco, porque indagué, porque indago y me indago. Investigo para comprobar, comprobando intervengo, interviniendo educo y me educo. Investigo para conocer lo que aún no conozco y comunicar o anunciar la novedad” (Freire, 1997, p. 30). “La práctica educativa es bella como es bella la formación de la cultura, la formación de un individuo libre” (Freire, 2010, p. 50).
  • Finalmente, es incompleta, si ella no busca transformar la vida de sujetos y de la sociedad. “La verdadera generosidad radica en la lucha por la desaparición de las razones que alimentan el falso amor” (Freire, 2002, pp. 39, 40).

La pedagogía del oprimido, como pedagogía humanista y liberadora, tendrá, pues, dos momentos distintos aunque interrelacionados. El primero, en el cual los oprimidos van descubriendo el mundo de la opresión y se van comprometiendo, en la praxis, con su transformación y, el segundo, en que una vez transformada la realidad opresora, esta pedagogía deja de ser del oprimido y pasa a ser la pedagogía de los hombres en proceso permanente de liberación (Ibídem, p. 53).

 Esta definición de la educación, profundamente freireana, que se hace parte de un sentido transformador, se abre a una serie de desafíos en el presente. En un país como el nuestro, que avanza constantemente hacia la importación de insumos tecnológicos que fortalecen la conectividad, se hace necesario, siguiendo en esto a Fernández (2007), “Incorporar su enfoque humanista al pensamiento sobre comunicaciones y la industria cultural, principalmente en sus conexiones con el sistema educativo formal” (p. 340). Esto, para no olvidar que ordenadores, tablets y smartphones son instrumentos, cosas, que tienen que ser usadas por personas con voluntad libre. Por otro lado, en un contexto “post-pandémico”, que relevó la necesidad del cuidado del plano emocional y la salud mental, se plantea el desafío de hacerle frente a una cultura educativa que tiene como centro la evaluación estandarizada, y que hace que estemos “tan preocupados de los resultados y tan poco ocupados de las personas que enseñan y aprenden” (Ibídem). Se requiere, entonces, de una acción educativa que ponga en el centro a la persona humana y valide en el discurso y la práctica la diversidad desde una perspectiva inclusiva. Finalmente, en un país en que las nociones de la democracia y enfoque de derechos son tensionados y relativizados en medio de las discusiones sobre la seguridad, se hace pertinente fortalecer el carácter dialógico del proceso educativo colocando como una de sus finalidades la convivencia que tiene como horizonte de expectativas el bienestar común (Pinto, 2004, p. 235). Una democracia marcada por la justicia social.

Por todo ello, la obra de Paulo Freire, sigue gozando de buena salud en el Chile actual. Como señaló un exestudiante en la dedicatoria de una edición que me regaló de “Pedagogía del oprimido”, se trata “de una herramienta de trabajo para que con ella, cual martillo, construya sus clases que son senderos al mañana”**. Hay mucho aún por hacer en el mañana de todos y todas.

Bibliografía.

Fernandez, J.A. (2007). Paulo Freire y la educación liberadora. En Trilla, J. (Ed.). El legado pedagógico del siglo XX para la escuela del siglo XXI. Barcelona, España: Graó.

Freire, P. (1972). Sobre la acción cultural. Santiago, Chile: Instituto de Capacitación e Investigación en  Reforma Agraria. 

Freire, P. (1997). Pedagogía de la autonomía. Madrid, España: Siglo XXI Editores. 

Freire, P. (2002). Pedagogía del oprimido. México D. F., México: Siglo Veintiuno Editores. 

Freire, P. (2010). El grito manso. México D. F., México: Siglo Veintiuno Editores. 

Pinto, R. (2004). Paulo Freire: Un humanista cristiano en Chile. Pensamiento Educativo, 34 (junio 2004), 234-258.

* Me refiero a la cátedra de «Introducción a la Educación», del programa de Pedagogía para Profesionales de la Universidad Alberto Hurtado.

** Palabras de Luciano González, exestudiante del Colegio Andino Antuquelén, diciembre de 2014.

Visiones e ilusiones políticas #4: Una alternativa no ideológica: dos abordajes cristianos y la relación entre estado y justicia.

Nota introductoria: Este material formó parte de un «cuaderno de trabajo» para un curso que estuvo basado en el libro de David Koyzis «Visiones e ilusiones políticas. Un análisis y crítica cristiana de las ideologías contemporáneas». Todo lo que está en azul en este texto es señal de resumen o de traducción literal de dicho libro. Para mayor detalle ver el post número 1 de esta serie, haciendo clic aquí. Véase también el post número 2 dedicado al liberalismo, conservadurismo y nacionalismo, haciendo clic aquí; y el post número 3 dedicado a la democracia y el socialismo (en sus vertientes marxista y socialdemócrata), haciendo clic aquí.

Comenzaremos esta sección hablando de dos alternativas cristianas en política: el socialcristianismo y la alternativa reformada, esta última en dos de sus principales exponentes: Juan Calvino y Abraham Kuyper. 

El socialcristianismo

Según una autodefinición, el socialcristianismo es: “un movimiento popular y supranacional que inspirado en los valores morales del cristianismo, lucha por instaurar en el mundo un régimen político, económico y social, caracterizado por la primacía de lo humano, y en el que imperen la libertad y la justicia” [1]. Se presenta como una organización policlasista y reformista, que construye una vía alternativa de desarrollo alternativa al capitalismo y al marxismo, sustentada en los principios de la denominada “Doctrina Social de la Iglesia” desde el catolicismo (con sus encíclicas sociales, desde Rerum Novarum en 1891) o “ética social” desde el protestantismo (cuya expresión más madura fue el Partido Antirrevolucionario holandés) [2]. 

En dicho entendido, buscan una humanización del capitalismo que ponga en el centro a la persona humana y sus asociaciones (corporativismo) y sostienen un papel protagónico del estado en la construcción de políticas que aumenten las posibilidades de los sectores sociales en un acceso amplio y de calidad a la educación, salud y vivienda. Como señaló el Papa León XIII: “Así, pues, los que gobiernan deber cooperar, primeramente y en términos generales, con toda la fuerza de las leyes e instituciones, esto es, haciendo que de la ordenación y administración misma del Estado brote espontáneamente la prosperidad tanto de la sociedad como de los individuos, ya que éste es el cometido de la política y el deber inexcusable de los gobernantes […] No es justo, según hemos dicho, que ni el individuo ni la familia sean absorbidos por el Estado; lo justo es dejar a cada uno la facultad de obrar con libertad hasta donde sea posible, sin daño del bien común y sin injuria de nadie. No obstante, los que gobiernan deberán atender a la defensa de la comunidad y de sus miembros” [3]. En ese sentido, hay un énfasis comunitario en las expresiones de la libertad.

No construyen organizaciones confesionales: lo cristiano es inspirador de su constructo teórico y de su aterrizaje en políticas sociales, lo que no excluye de su participación en el mismo a sujetos que no suscriben la fe cristiana. Sus principales ideólogos son Jacques Maritain y Emmanuel Mounier, tanto en la filosofía social como en el personalismo.

La alternativa Reformada

El pensamiento político de Juan Calvino. 

Para Calvino el tema político es muy importante. Prueba de ello, es que su ópera magna, la Institución de la Religión Cristiana, que tuvo su primera edición en 1536 no se dio por terminada hasta 1559, en cuya edición se añadió un capítulo específico sobre la “Potestad Civil”. Y el tema es importante porque para el teólogo francés, el estado cumple un papel relevante. Tanto, que no lo diviniza ni lo despersonaliza. Hace recaer su papel en sus funcionarios. Dice: En su comentario a 1ª Timoteo: “Los magistrados fueron designados por Dios para salvaguardar la religión, así como para mantener la paz y la decencia de la sociedad” [4].

Una pregunta clave es: ¿A quién se obedece? ¿A Dios o a los hombres? Si bien es cierto, nosotros responderíamos que a Dios producto de lo dicho por Pedro a nombre de los apóstoles, según está registrado en Hechos 5:29. Pero la respuesta es menos sencilla de lo que parece. O, tal vez, menos agradable para nuestras lógicas. Se debe obedecer a Dios y se debe obedecer a las autoridades. Calvino, en el libro cuarto de la Institución de la Religión Cristiana dice: “El Señor es el Rey de reyes, el cual apenas abre sus labios, ha de ser escuchado por encima de todos. Después de Él hemos de someternos a los hombres que tienen preeminencia sobre nosotros; pero no de otra manera que en Él. Si ellos mandan alguna cosa contra lo que Él ha ordenado no debemos hacer ningún caso de ella, sea quien fuere que lo mande. Y en esto no se hace injuria a ningún superior por más alto que sea, cuando lo sometemos y ponemos bajo la potencia de Dios, que es sola y verdadera potencia en comparación con las otras” [5]. En otras palabras, Dios es Señor sobre todo. Él en su soberanía ha dado autoridad a distintos sujetos a lo largo del tiempo. Esta autoridad siempre es relativa y derivada. La obediencia al estado está supeditada al Dios del estado, que está por sobre todo dominio y autoridad.

Pero, ¿y qué pasa si nuestras autoridades no son creyentes? Comentando 1ª Timoteo 2:2, Calvino señala que “Todos los magistrados que existían en aquel tiempo eran enemigos acérrimos de Cristo; y por lo tanto se les podría ocurrir este pensamiento: que no deberían orar por aquellos que dedicaban todo su poder y toda su riqueza para combatir contra el reino de Cristo, cuya extensión sobrepasa a todo lo que se puede desear. El apóstol encara esta dificultad, y expresamente ordena a los cristianos que oren por los que están en eminencia. Y, ciertamente, la depravación de los hombres no es una razón por la que la orden de Dios no deba ser acatada. Por consiguiente sabiendo que Dios designó magistrados y príncipes para la preservación de la humanidad, y pese a la deficiencia con que ellos ejecuten el cometido divino, no debemos por eso dejar de amar lo que pertenece a Dios, y desear que permanezca en vigor” [6]. La obediencia a las autoridades es primero obediencia a Dios y, como resultado, trae el bien de la sociedad.

¿Y qué de los malos gobiernos? Comentando Romanos 13:3 dice: “Porque si un mal príncipe es plaga del Señor para castigar los pecados del pueblo, reconozcamos que es por nuestra propia culpa el que una bendición tan excelente de Dios se convierta en maldición” [7]. Si Dios es providente, y nada escapa de su mano, debemos decir que los malos gobiernos son juicios que debemos saber reconocer y percibir en la sociedad. Pero ¿qué ocurre cuando esas autoridades mandan explícitamente y de manera coercitiva violar mandamientos del Señor? Ahí no queda otra acción que la desobediencia civil. O mejor dicho, mantener nuestra obediencia a quien la debemos: al Soberano Dios Todopoderoso. Por eso, hablamos de una autoridad en los magistrados que es relativa y derivada. Incluso, esto podría derivar en acciones sociales sociales mucho más radicales. Comentando el mismo texto de 1ª Timoteo 2:2, Calvino señala que “El verdadero camino para mantener la paz se logra, pues, cuando cada cual obtiene lo que le pertenece, y cuando la violencia de los más poderosos es frenada” [8]. No se debe dejar de recordar que la libertad para Calvino es espiritual (por eso se requirió la Reforma), política (voto y participación política), y de resistencia cuando el magistrado civil se convierte en opresor. La estructura social también ha sido dañada por la caída, por ende, también está necesitada de reforma. Por ello, es sumamente importante que miembros de nuestras iglesias puedan realizar actividad política desde un punto de vista cosmovisional. Calvino plantea que: “Por tanto, no se debe poner en duda que el poder civil es una vocación no solamente santa y legítima delante de Dios, sino también muy sacrosanta y honrosa entre todas las vocaciones” [9]. 

Abraham Kuyper y la soberanía de las esferas [10].

Al hablar de Abraham Kuyper estamos en presencia de un teólogo y pastor reformado que, además, fue fundador del primer partido demócrata cristiano del mundo (el Partido Antirrevolucionario), Presidente del Consejo de Ministros de los Países Bajos entre 1901 a 1905 (lo que hoy llamaríamos “primer ministro”), fundador y profesor de la Universidad Libre de Amsterdam, escritor que bordeó los 200 libros, y periodista. Es uno de los principales exponentes del pensamiento reformacional o neocalvinista. 

Uno de los aportes teóricos fundamentales de la obra de Abraham Kuyper es el concepto de soberanía de las esferas. Si bien es cierto, la idea se encuentra ya presente en Groen van Prinsterer, es Kuyper el que establece un marco más consistente desde el plano teológico reformacional, eliminando de él los ripios jerárquicos. De la misma manera, podemos decir, que este concepto fue profundizado y complejizado por Dooyeweerd. Válganos como inicio de la reflexión sobre el concepto, la síntesis de Koyzis, en la que señala que la soberanía de las esferas implica tres cosas: “(1) la soberanía suprema pertenece solo a Dios; (2) toda soberanía terrena se deriva y está subordinada a la soberanía de Dios; y (3) no existe una intermediaria soberanía terrenal de la cual las otras sean derivadas” [11]. El orden de la lectura de Koyzis a Kuyper es relevante. El punto de partida es la soberanía de Dios. Quizá, una de las expresiones más conocidas del teólogo y pastor holandés sea la de: “No hay parte de nuestro mundo intelectual que deba estar herméticamente aislada del resto, y no hay una pulgada cuadrada en todo el campo de la existencia humana sobre la que Cristo, que es Señor sobre todo, no clame ‘¡mío!’” [12]. El soberano no es la esfera, un sujeto o una institución, el soberano en sí, por sí y para sí dentro de esta visión del mundo y de la vida es el Señor Todopoderoso. Nada ni nadie está sobre él. Si esto se pierde de vista, se termina generando una concesión a visiones secularizadas que reclaman la autonomía, sea de individuos o de colectivos sociales. Y esa concesión no sólo es teórica, sino, por sobre todo, espiritual. 

En segundo lugar, la soberanía es derivada de Dios y subordinada a él. Esto tiene dos implicancias. La primera de ellas, es que los límites que existen entre las esferas fueron diseñados originalmente por Dios: la familia, la iglesia, el estado, la empresa, el trabajo, la escuela, el arte, las ciencias y todas las demás áreas del quehacer social. Kuyper plantea que cada esfera tiene su propio dominio, “Y dado que cada una comprende su propio dominio, cada una posee su propia Soberanía dentro de sus márgenes” [13]. Sobrepasar los límites de cada esfera es transgredir el orden creacional, lo que se traduce en perjuicio en la relación con Dios y con el prójimo [14]. La segunda implicancia de esta idea, es que, en tanto la soberanía primaria es de Dios, aunque existan límites entre las esferas, eso no obstaculiza la interacción. Kuyper lo dirá de la siguiente manera: “Los engranajes de todas estas esferas se articulan unos con otros, y es precisamente en esa interacción donde emerge la rica y multifacética diversidad de la vida humana” [15]. A modo de ejemplo, la soberanía de las esferas sirve como marco teórico para la separación de la iglesia y el estado desde el prisma reformacional, es decir, cada una comprende su dominio en su propia esfera; pero, a la vez, existe interacción, pues cuando los magistrados civiles crean o conservan las leyes de libertad de cultos, otorgan la libertad para el avance de la proclamación del evangelio sin estorbos y, además, cuando se alienta la vocación política de creyentes, el estado puede contar con ciudadanos probos en el cumplimiento de la ley y que buscan el bienestar de la sociedad, en justicia y paz. Es preciso decir aquí, que este asunto no sólo tiene que ver con la relación entre ciudadanos y autoridades políticas, o de la iglesia con el estado, sino con todas las instituciones sociales o esferas de acción. Por otro lado, si bien es cierto, el estado no tiene dentro de su jurisdicción el asumir las tareas de la familia y la sociedad, sin embargo puede mediar y regular cuando hay conflictos que atenten contra los sujetos dentro de dichas esferas. Este es el entendimiento de Kuyper: “Cuando hay una colisión entre diferentes esferas de la vida, de tal forma que una esfera transgrede o viola el dominio que, por divina providencia, pertenece a otra, el llamado de Dios para el gobierno por Él instituido es decidir por lo que es justo frente al capricho de algunos y, así, rechazar la superioridad física del más fuerte y aplicar sobre ambos el derecho que les es conferido por Dios” [16].

La regulación del estado debe producir el cuidado de los derechos de las personas, sobre todo, aquellos que dicen relación con el trabajo, de tal manera que la ayuda social sea limitada en el tiempo en pos de favorecer la iniciativa personal, en tanto, el asistencialismo debilita a las clases trabajadoras. Por otro, lado, su papel solidario se justifica cuando la tarea es “emparejar la cancha”, en aspectos de educación, salud y vivienda. En ese sentido, como señala Meeter, Kuyper enfatiza en que la obligación del gobierno radica en ser un “instrumento de la gracia común de Dios- en la administración de la justicia; pero afirma también que este tiene la responsabilidad de conseguir aquellos fines que exigen la cooperación de todos, redundan para el bienestar general” [17]. 

En tercer lugar, la idea de Koyzis citada con antelación, que plantea que “no existe una intermediaria soberanía terrenal de la cual las otras sean derivadas”, es un contrapunto con el principio de subsidiariedad. En ese sentido, no se presupone una jerarquía social, en tanto no hay necesidad de intermediación de alguna institución que transmite el mandato de Dios a las bases [18]. De la manera más protestante posible, debemos decir que el sacerdocio universal de los creyentes también tiene aplicación en la vida en el mundo por medio del trabajo, la producción de conocimiento, justicia y belleza. Mucho de la crítica, aparentemente neocalvinista, a la labor del estado procede, entonces, de la fuente católico romana de la subsidiariedad y no de la soberanía de las esferas, toda vez, que cada esfera tiene legitimidad en su campo de acción, y no sólo eso, cada esfera ha sido ordenada por Dios, y cada sujeto que ejerce su labor en ella ha sido vocacionado por Dios para ello [19]. Por ende, nunca la responsabilidad está en la esfera, sino en los actores que realizan su función y/o trabajo en ellas. Acá no hay despersonalización que se traduce en construcción de ídolos, o en el peor de los casos, de “muñecos de paja” a los cuales atacar. Cada sujeto es responsable de las decisiones que toma, ya sea conservando o transgrediendo los límites entre las esferas. No hay cabida aquí para el totalitarismo ni el individualismo ni el mercantilismo ni el clericalismo.

Se debe recordar que el neocalvinismo emergió como una respuesta, tanto a los ideales de la Revolución Francesa, a los del pensamiento liberal en en sus múltiples vertientes – política, filosófica, económica, social y teológica-, como a los del socialismo secularizado. La pregunta que podría emerger hoy es: ¿ante cuáles revoluciones del presente el neocalvinismo lanzará su crítica y protesta bíblica? Y aún más, ¿cuál será su propuesta alternativa para el presente y el futuro de nuestros países? Las respuestas a esas preguntas quedan abiertas, pues nos resta un largo camino. Lo que sí debemos tener claro en ese largo camino, es que no podemos perder de vista una cuestión fundamental, a saber, que nuestros ojos deben estar puestos en el soberano y su proyecto histórico. Y el soberano desde la perspectiva kuyperiana es Cristo, que es Señor sobre todo, cuyo reino eterno llevará a cabo la justicia real que añoramos para nuestras sociedades. Kuyper señaló que: “la perfecta armonía solo emergerá cuando la Soberanía retorne del Mesías al propio Dios, quien entonces será ta panta en pasi, es decir, ‘todo en todo’” [20].

El filósofo Nicholas Wolterstorff planteaba sobre esto que: “Sea que Kuyper esté hablando de educación, política, actividad económica, arte, o lo que sea, su punto de vista siempre fue que los cristianos son llamados a pensar, hablar y actuar como cristianos dentro de estas esferas compartidas de actividad humana. Él pensaba que había, en verdad, una manera distintivamente cristiana de pensar, hablar y actuar en tales esferas; aunque no fue su punto de vista, contrario al de un buen número de sus seguidores, que lo que todo cristiano piensa, habla y hace es diferente a lo todos los no cristianos. De la misma manera, él pensaba que los cristianos deben articular su manera de pensar, hablar y actuar, no en su propio rincón en alguna parte, sino en el curso de la interacción con los no cristianos en nuestras prácticas humanas compartidas y en las instituciones. Estas nociones subyacen en todo lo que dijo en cuanto a los cristianos social. Constituyen una posición altamente distintiva” [21]. Los creyentes cristianos somos peregrinos y extranjeros en la tierra. Como peregrinos, anhelamos la patria mejor y esperamos la consumación gloriosa del Reino de Dios en Jesucristo. Como extranjeros, trabajamos para el bienestar de la tierra de nuestros padres, articulando una forma de pensar y vivir alternativa a la cultura imperante, que reconoce lo valioso del mundo que nos toca, que modifica aquello que se puede reformar y que rechaza abiertamente aquello que niega y se rebela ante el Todopoderoso que gobierna toda realidad. El mundo es el teatro de la gloria de Dios al decir de Calvino. Eso fue lo que movió a Kuyper a escribir. 

La relación entre estado y justicia [22]

En Mateo 7:15-22, una inusual coalición de fariseos y herodianos tienen por finalidad hacer caer a Jesús, haciéndole una pregunta respecto del pago de impuestos, que podría haber tenido como consecuencia el castigo imperial o la desaprobación del pueblo. Jesús no es dualista, aplica acá el reconocimiento de un principio de autoridad en el magistrado civil. Hay una división de esferas, en todas ellas el cristiano debe actuar. Por su parte, si seguimos la lectura de Romanos 13:1-7, podríamos vislumbrar que la soberanía de Dios que también se manifiesta en la historia al colocar autoridades, no excluye jamás la responsabilidad humana. La autoridad debe ejercer su labor en justicia, protegiendo al inocente y sancionando el delito. Y los demás ciudadanos tenemos el deber de obedecer activamente, pues nuestra obediencia total es a Dios, siendo las demás autoridades relativas y derivadas de esa sumisión al Señor. A su vez, el texto paulino habla de una deuda de honor e impuestos según corresponda. Esto nos libra de la “estadofobia” y de la “estadolatría”, toda vez que el estado debe ser mirado en su justa medida: como un instrumento que trabaja para el bienestar de la sociedad, salvaguardando derechos y regulando la actividad de los sujetos conforme al cuerpo legal.

Algunas tareas que me permito relevar, respecto de nuestro quehacer en la sociedad a partir de la paz que se vive en la justicia, son:

  • Debemos trabajar teniendo en cuenta la triada presentada en la Biblia: pobres, desamparados (huérfanos-viudas) y extranjeros. No debemos olvidar que quienes sufren los rigores de la vida (enfermedad, cárcel, desnudez, hambre), en el discurso bíblico, son los pequeñitos de Dios, y recordando que los actos de misericordia son siempre actos de justicia. Lo contrario reporta una espiritualidad atrofiada e idolátrica. 
  • Debemos protestar y trabajar para “terminar con formas particulares de injusticia, violencia y opresión” [23]. En cada lugar en el que exista un ejercicio tiránico y opresivo del poder, debemos alzar nuestra voz y realizar tareas que conduzcan a eliminar dicho ejercicio, porque el amor verdadero “no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad” (1ª Corintios 13:6). Nuestra protesta debe buscar como fin la sanidad de los pueblos, la restauración de los heridos y perniquebrados, la construcción de un proyecto que coadyuve a la expansión y consumación del Reino de Dios, que en la definición paulina es “justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17). La tarea de vivir el Shalom de Dios no es la de crear algo inédito, sino una tarea reparatoria y transformadora.
  • Siguiendo en esto a Sidney Rooy, no debemos olvidar que la tarea de los creyentes cristianos es profética (en relación a las autoridades), didáctica (dentro de ella) y de servicio (respecto de las víctimas de la injusticia). Se recomienda el ejercicio de la resistencia pacífica, pero de manera coherente con la tradición cristiana, no hay que olvidar que en casos extremos puede usarse la fuerza, pues “Todo gobierno que traiciona su vocación y en lugar de promover el bien y castigar el mal hace lo inverso, pierde su autoridad para gobernar” [24].
  • Debemos orar “por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1ª Timoteo 2:1,2), aunque sean como Nerón. Además, el clamor para que se haga la voluntad del Señor, como reza el Padrenuestro, debe estar siempre en nuestra boca, porque la motivación para orar debe ser el reconocimiento de la soberanía de Dios.
  • El profeta Isaías anunciando la palabra  del Dios Todopoderoso dijo: “¡Ay de los que llaman a lo malo bueno y a lo bueno malo, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” (Isaías 5:20). Si bien es cierto, misteriosamente, Dios actúa también en la historia usando como instrumento suyo a los que hacen lo malo, ¡porque Dios es soberano siempre!, eso no señala que lo que estos sujetos desarrollan sea su voluntad expresada en la Palabra. No justifiquemos lo injustificable ni menos celebremos ni homenajeemos al imperio de la maldad ni a sus ejecutores. No nos hagamos cómplices con el silencio ni con la voz que ensalza la opresión.
  • No anhelemos ejercer la venganza, porque ésta sólo es justa cuando proviene de la indignación del Todopoderoso. Él dará el justo pago (Romanos 12:19). No podemos caer en la misma lógica de los que matan literal y simbólicamente, porque eso, en definitiva nos termina autodestruyendo. Si Dios nos ha liberado no volvamos a andar en esclavitud (cf. Gálatas 5:1).

Claramente, ninguno de los esfuerzos mencionados construirá algo completo y perfecto. Y enhorabuena que así sea, pues nuestra esperanza no está puesta en personas y sistemas político-ideológicos, sino que es escatológica y está centrada en el Dios-Hombre, Jesucristo. Y esto, debiese ponernos en nuestro lugar y, a la vez, animarnos en la esperanza. Pues como diría David Koyzis: “No hay cómo saber cuán pronto Cristo volverá para traer la plenitud prometida de su reino. Puede ser mañana, pero puede ser también de aquí a mil años. También no hay cómo saber cómo nuestras obras, falibles e imperfectas, podrán contribuir para promover el reino. Pero sabemos que el final vendrá y que Dios quiere usar nuestros frágiles esfuerzos para sus propósitos y su gloria. Cada acto que promueve la justicia, sea en la política o en cualquier otro ámbito de la actividad humana, apunta para la plenitud final del reino de justicia de Dios en el cielo nuevo y la tierra nueva” [25]. 

No nos olvidemos nunca que “El producto de la justicia será la paz; tranquilidad y seguridad perpetuas serán su fruto” (Isaías 32:17).

Luis Pino Moyano.


[1] Jacques Chonchol y Julio Silva Solar. ¿Qué es el socialcristianismo? Ensayo de interpretación. Santiago, Impresores “Casa Hogar San Pancracio”, 1948, p. 5.

[2] Sobre el socialcristianismo de cuño protestante, véase: Ángelo Palomino et al. Socialcristianismo. Propuesta de pensamiento evangélico para la política en América Latina. Santiago, Reforma Chile, 2020. 

[3] León XIII. Encíclica Rerum Novarum, 23, 26. En: https://www.vatican.va/content/leo-xiii/es/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_15051891_rerum-novarum.html (Consulta: agosto de 2021).

[4] Juan Calvino. Comentario a las Epístolas Pastorales. Grand Rapids, Libros Desafío, 2005, p. 61. Comentario de 1ª Timoteo 2:2.

[5] Juan Calvino. Institución de la Religión Cristiana. IV.XX.32. Buenos Aires – Grand Rapids, Editorial Nueva Creación, 1988 , p. 1194.

[6] Calvino. Comentario a las Epístolas Pastorales. Op. Cit., pp. 59, 60. 

[7] Juan Calvino. Comentario a la Epístola a los Romanos. Grand Rapids, Libros Desafío, 2005, p. 339.

[8] Calvino. Comentario a las Epístolas Pastorales. Op. Cit., p. 60. 

[9] Calvino, Institución… IV.XX.4. Op. Cit., p. 1171. 

[10] El ítem relacionado al pensamiento de Kuyper es un fragmento de: Luis Pino. Pensar, vivir y trabajar en la sociedad con los ojos puestos en el soberano. Una lectura a Abraham Kuyper”. En: Jonathan Muñoz (coordinador). Ni un centímetro cuadrado. Una introducción al pensamiento reformacional. Santiago, Fe Pública y Libros de Teología Ediciones, 2021, pp. 18-41. 

[11] David Koyzis, “Introducción a la Teoría Política de Herman Dooyeweerd”. En: http://aaerm.tripod.com/publicaciones/web/politica.htm (Consulta: septiembre de 2019).

[12] Abraham Kuyper. “Soberanía de las esferas (20 de octubre de 1880)”. En: http://estudiosevangelicos.org/soberania-de-las-esferas/ (Consulta: noviembre de 2011). Se trata del discurso inaugural de la Universidad Libre de Amsterdam. 

[13] Ibídem. 

[14] David Koyzis. Visões & ilusões políticas. Uma análise & crítica cristã das ideologias contemporâneas. São Paulo, Edições Vida Nova, 2018, p. 278. La traducción es mía en esta y en todas las referencias a dicho material.

[15] Kuyper. “Soberanía de las esferas”. Op. Cit. 

[16] Abraham Kuyper. O problema da pobreza: a questão social e a religião cristã. Rio de Janeiro, Thomas Nelson Brasil, 2020, p. 130 (traducción propia).

[17] Henry Meeter. Calvinismo, sociedad y el Reino de Dios. San José, Editorial CLIR, 2016, p. 108.

[18] Koyzis. Visões & Ilusões políticas. Op. Cit., p. 279. 

[19] Sobre este asunto, es valorable que intelectuales de derechas en Chile busquen rescatar y volver al significado original del concepto “subsidiariedad”. Véase para ello: Pablo Ortúzar (editor). Subsidiariedad: más allá del estado y del mercado. Santiago, Instituto de Estudios de la Sociedad, 2015. No obstante aquello, se debe reconocer que, a lo menos en Chile, dicho concepto ha sido dotado de un significado que se encuentra manchado por el neoliberalismo chicago-gremialista, lo que ha derivado en que ciertos derechos sean configurados como servicios adquiribles en el mercado. Ese neoliberalismo, ha entendido la lógica subsidiaria como un estado fuerte que provee de solidez y seguridad a la empresa privada, sin fortalecer a la sociedad civil. Digo esto, para señalar que el uso de subsidiariedad como sinónimo de “soberanía de las esferas” podría ser, a lo menos, poco estratégico.

[20] Kuyper. “Soberanía de las esferas”. Op. Cit.

[21] Nicholas Wolterstorff. “In reply”. En: Perspectives: A Journal of Reformed Thought. Citado por: Timothy Keller. Iglesia centrada. Miami, Editorial Vida, 2012, p. 209.

[22] Para esta sección tomo elementos de dos artículos míos: Luis Pino. “Acerca del uso y abuso de la Biblia en coyunturas políticas”. En: Luis Pino. En el balcón y en el camino. Reflexiones desde una cosmovisión cristiana. Saint-Germain-en-Laye y Santiago, Ediciones del pueblo, 2021, pp. 67, 68; y Luis Pino. “Ni zelotes ni herodianos. Por una alternativa cristiana de paz activa”. En: Javiera Abarca et al. Una dignidad despierta. Reflexiones evangélicas sobre el octubre chileno. Santiago – París, Ediciones del pueblo, 2020, pp. 15-19. 

[23] Timothy Keller, Justicia generosa. Barcelona, Publicaciones Andamio, 2016, p. 46.

[24] Sidney Rooy. “Relaciones de la iglesia con el poder político. Modelo reformado”. En: Pablo Deiros (editor). Los evangélicos y el poder político en América Latina. Buenos Aires, Nueva Creación, 1986, p. 70. 

[25] Koyzis. Visões & Ilusões políticas… Op. Cit., p. 322.