A mi Tata.

Desde que leí La Tregua de Mario Benedetti no puedo decir que alguien “falleció”. Mi Tata murió ayer, y tal como muchas veces lo pensé, recibí la noticia de ese acontecimiento mientras estaba con mis compañer@s estudiantes del Andino haciendo una clase de Historia. Cómo poder explicar que algo es previsible pero inesperado. Por eso no había palabras preparadas y ante la premura de esta ocasión quise escribir estas letras, porque quiero hacer un digno homenaje a mi Tata. Quiero expresar palabras claras y firmes sin titubear por algún instante.

Tata, en esta ocasión me tomaré una licencia como escribiente de estas palabras. Haré algo que nunca he hecho cuando conversé contigo. Hablaré de “tú-a-tú”. Ayer Vladimir, mi amigo y pastor, dijo que tú habías atravesado casi todo el siglo XX y así fue. Eso es lo primero que quiero decirte. Miguel alcanzó escasamente a conocerte y Sophía sólo te dio algunas sonrisas sin comprender a cabalidad quien eras. Pero quiero señalarte que tu memoria será imperecedera. Que los tallos podrán ser cortados, como decía la lira popular, pero nunca la raíz. Mi hijo e hija sabrán de ese humilde niño talagantino que iba a la escuela y que en invierno hacía sonar la escarcha con sus pies azulados desnudos. Sabrán también del estudiante que, en una sociedad elitista, con mucho esfuerzo llegó a estudiar al Valentín Letelier y, luego, a la Escuela de Artes y Oficios. Sabrán del niño que tuvo que hacerse hombre volviendo a trabajar a la talabartería de su padre. Sabrán de quien manejó carros y micros por las calles de Santiago y que fuiste testigo de las dos “huelgas de la chaucha”. Sabrán de quien fue taxista y dirigente, luchando por la organización y los derechos de los trabajadores, inclusive, en las épocas más álgidas de nuestra historia. Sabrán de quien fue mecánico en el Haras de Pirque. Sabrán del “Maestro Pino”, a quien siempre vi recibir el saludo de cariño y respeto. Sabrán de aquél trabajador que hasta hace muy poco se levantaba a las 5:30 de la mañana para ir a laburar, que compraba las herramientas que le hacían falta para ejercer con calidad su oficio. Sabrán de quien gustaba del buen fútbol, y que, probablemente, siguiendo a su jugador favorito, el mejor de la historia según tú, René Orlando Melendez, dejó de hacer barra al Everton de Viña del Mar para hinchar por el equipo azul, la Universidad de Chile. Sabrán también de quien fue esposo de una mujer inigualable e imprescindible, Graciela, mi Mamita Chela, y que con ella engendraste a Luis, Patricia y Jessica. Sabrán del abuelo de siete nietos y del bisabuelo de cinco hermosos niños y niñas.

Pero quiero también, en esta ocasión, agradecerte por ser más que un “abuelo”. Por ser mi Tata. Porque hasta el último día en que tu memoria pudo reconocerme me dijiste Rodriguito. Y, porque cuando en tu propia batalla por la memoria no pudiste reconocerme, un día le dijiste a mi bienamada Mónica que me cuidara. Cómo olvidar todos los partidos de fútbol y carreras de Fórmula 1 que vimos. Cómo olvidar los pollitos asados de la calle Clavero que compraste para compartirlos conmigo. Cómo lamento no haberme tomado nunca un Schop contigo mientras comíamos un lomito o un completo en el Nino Pizza. Cómo olvidar esos paseos a Cartagena que organizabas para tus compañeros de trabajo. Cómo olvidar las veces que me enseñaste a escribir, a memorizar las tablas de multiplicar. Cómo no recordar aquella ocasión cuando me retaste porque me colgué una moneda de $1 como medalla, impugnando el hecho de que tuviese a O’Higgins, un traidor en mi pecho, y acto seguido diciéndome que Manuel Rodríguez era el verdadero “padre de la patria”. Cómo olvidar que fue contigo con quien conocí de Salvador Allende, y que si hoy podría recitar su último discurso de memoria fue por todas las veces que lo escuché contigo en ese casete que era la copia de la copia de la copia. Cómo olvidar la vida contigo, los fines de semana y los veranos de mi infancia, en los que te esperaba para ayudarte a cargar tu maletín lleno de herramientas, o las noches en las que te visitaba, o aquél tiempo desde el 2005 al 2007 en el que vivimos juntos. Cómo olvidar esas noches viendo a Paulsen en Última Mirada o a la Carola Urrejola en Medianoche, mediados por un té o una sopa Maggie cuando hacía mucho frío, y las conversaciones y discusiones de política, en las que con mucha pasión argumentábamos nuestras posiciones. Cómo no recordar tu complicidad la que se manifestó por años en actos simples y cotidianos y, también, en los más importantes, en los que repitiendo la historia fuiste el primero en apoyar mi matrimonio. Son tantos momentos, tantos recuerdos, tantas esperanzas, tantas convicciones.

Yo sé que cometiste muchos errores como esposo, pero no olvidaré tus esfuerzos y lealtad por mantener viva la memoria de quien fuera tu esposa. Sé que cometiste muchos errores como padre, pero si pudiera imitar algo de ti, sería que nunca te vi decirles un solo garabato a tu hijo e hijas, que nunca te vi tutearlos, que siempre te escuché verbalmente tratarlos con mucho respeto, además de ir en ayuda de él y ellas en los momentos difíciles de la vida. Y, por supuesto, si viviera muchos años y Miguel y Sophía hicieran que fuese abuelo, me encantaría ser un Tata como tú, respetuoso, figura paternal y protectora, maestro de vida, compañero en el pleno sentido de la expresión, cariñoso, solidario, entregado totalmente. Fuiste un hombre de verdad, por eso te amo y te admiro.

No quisiera terminar estas palabras sin agradecer a mi papá, a mi mamá, a Dámaris, Camilo y Abigail, por vivir estos últimos años con él, por cuidarlo, por alimentarlo y por experimentar algo que ningún testigo afuerino puede dimensionar a cabalidad: el sacrificio de sostener y vivir junto a un enfermo postrado y que poco a poco fue perdiendo su memoria. Yo sé que la semilla que ustedes hicieron caer en buena tierra germinará en hermosos frutos. Y, por supuesto, agradecer a Dios porque en su soberana providencia nos permitió gozar la vida junto a Héctor Manuel Pino Parada, por todos los aprendizajes y alegrías y, también, por las penas, enojos y luchas.

La letra avanzó, nuevamente, sola. Algunas lágrimas también. Termino de escribir esto con la seguridad de que no será la última vez que hable de ti. Hasta siempre, Tata.

San Bernardo, 18 de mayo de 2013.

Luis Rodrigo Pino Moyano.

Manuel, Miguel, Luis y Luis.

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