El enrejado y la vid, libro de Colin Marshall y Tony Payne propicia una lectura necesaria para la reflexión respecto del desarrollo eclesial, presentando una exposición que se adentra en el debate eclesiológico acerca de la iglesia como institución y/o movimiento. La tesis de los autores es que en la iglesia debe privilegiarse el factor movimiental, en la figura literaria, la vid; sin debilitar o aminorar el factor institucional, el enrejado, pero poniéndolo en su lugar. La vid tiene que ver con el anuncio del evangelio y la práctica del discipulado. Ante la pesada tendencia de que la estructura eclesial, con su pesado formado compartimentalizado y de agenda repleta, termine absorbiendo y apoderándose de todo en la iglesia, haciendo olvidar que la tarea fundamental de ella “es la de predicar el evangelio de Jesucristo en el poder del Espíritu Santo, cuidando que la gente se convierta, cambie y alcance una mayor madurez en ese evangelio”[1]. Deben por ello, eliminarse las barreras que se anteponen a la acción de los creyentes para el cuidado de la vid.
Para los efectos de esta reseña, la parecelación de los párrafos de análisis no se harán en pos de la secuencia de capítulos, sino en cuatro ejes fundamentales que se desprenden de la totalidad del libro: el discipulado, la capacitación, la labor pastoral y el papel de la estructura.
Comencemos por la noción de discipulado. Los autores plantearán sin ambages que el objetivo de la iglesia es hacer discípulos. Es parte de su caminata y vida constante. En una re-lectura de la Gran Comisión, señalarán que “el énfasis no está en el ‘vayan’. De hecho, una mejor traducción sería ‘cuando vayan’ o ‘al ir’ La comisión no trata esencialmente de evangelizar por ahí en algún otro país. Es más bien una comisión que hace de la tarea de hacer discípulos algo que toda iglesia y discípulo cristiano debería hacer normalmente y de manera prioritaria”[2]. El formar discípulos que hacen discípulos pone las cosas en su respectivo lugar: prioriza a las personas por sobre la estructura, pero por sobre todas las cosas, centra la mirada en el crecimiento del evangelio en la comunidad. La lógica es que sin crecimiento del evangelio no hay crecimiento real de la iglesia. El anuncio y la vida del evangelio posibilita que podamos mirar a la Misión de Dios, a saber,
lo que está haciendo ahora Dios en el mundo: predicando el evangelio en el poder del Espíritu Santo, para la salvación de las almas. Este es su programa, su agenda, su prioridad, su centro, su proyecto […]. Y a través de este programa, está reuniendo para sí a un nuevo pueblo, cuyo centro es Cristo; es decir, está haciendo crecer de manera lenta y constante una profusión de hojas en la gran vid de su reino[3].
El crecimiento del evangelio y el retorno a la misión de Dios, nos permite recordar, en la propuesta de Marshall y Payne, que debemos abandonar nuestras pequeñas y egoístas ambiciones. Pero, por sobre todas las cosas, nos permite recordar que el crecimiento del que Dios está ocupado está en lo que se produce dentro de las personas, por la acción poderosa del Espíritu Santo. Es esto, el trabajo en la vid. Y ese trabajo de enseñanza y de transmisión de vida debe ser desarrollado en oración. Es interesante que se use el concepto “criar” discípulos en vez del verbo “crear”. El discipulado es un proceso de acogida y apego. De verdadero compañerismo cristiano, que es fruto del evangelio de la gracia. El concepto de compañerismo cristiano es definido por los autores como el ejercicio de “permanecer juntos en el evangelio, o sea, decididos a vivir como ciudadanos del cielo en medio de nuestra generación corrupta, anhelando la defensa y proclamación del evangelio, luchando por ello y soportando con valentía los conflictos, luchas y persecuciones que inevitablemente sobrevendrán después”[4]. En la Biblia el liderazgo tiene poco que ver con jerarquías, sino más bien con relaciones significativas de acompañamiento espiritual. Los roles específicos de los oficiales de la iglesia no niegan el sacerdocio universal de los creyentes.
Si bien es cierto, la capacitación es parte del discipulado en tanto compañerismo de quienes siguen, y seguirán, junto a otros las pisadas del Maestro de Galilea, merece un tratamiento diferenciado. Cuando las personas están en el centro de nuestras preocupaciones, y se deja de “usarlas” en el cumplimiento de programas, el tema de la capacitación emerge con fuerza. Es parte del crecimiento en el evangelio, porque para Marshall y Payne, primero se crece, luego se sirve y sirviendo se crece. La capacitación consiste en: “proporcionar conocimientos y enseñar cómo mejorar las habilidades que sirvan para que los cristianos puedan aprender a hacer ciertas cosas”[5]. Esto se lleva a cabo por medio de la enseñanza de la sana doctrina de manera constante y fiel. Pero, por otro lado, incluye el traspaso de vida. El ejemplo es un acompañamiento que facilita el aprendizaje. Ciertas lecturas que potencian el factor del evangelio, disocian esta obra, que no puede dejar de comprenderse como resultado de lo que Cristo conquistó en la cruz. El buen testimonio es vida centrada en la Escritura, que dota de relevancia al factor relacional, a la amistad que conduce a la imitación. Aquí es pertinente referir a los autores: “Nos guste o no, siempre somos un ejemplo para los que enseñamos o capacitamos. No podemos dejar de ser un ejemplo”[6]. Es allí donde se nos amplía el significado del crecimiento de la iglesia: para Marshall y Payne, se crece en capacidades, carácter y convicción. En esa tarea de crecimiento se debe capacitar a todos los discípulos, desafiarlos a ser parte del ministerio, generar sistemas de entrenamiento y preparación para el ministerio pastoral.
Traigamos a colación lo que es relevado por los autores respecto del ministerio pastoral. Lo primero que se debe señalar es que las iglesias que experimentan el crecimiento desde el evangelio de Jesucristo, se transforman en iglesias proactivas. En la tarea del pastoreo como cuidado, se pone en la palestra un asunto que me hace mucho sentido desde el presbiterianismo: el liderazgo en equipo. Se deben forjar sociedades pastorales, en vez de concentrase en las estructuras políticas de la iglesia, haciendo que el pastor se ocupe más del rol ministerial que de las cuestiones administrativas. Su tarea fundamental es la de convertirse en un líder capacitador, puesto que una iglesia capacitada cumpla su labor: edificar y hacer crecer a la iglesia de Jesucristo. Con eso, el pastor no sólo huye de los modelos de provisión de servicios (figura clásica de las iglesias reformadas) y del gerente de empresa (propio de las lógicas empresariales asumidas por las megaiglesias desde la década de los setenta del s. XX), sino configura una realidad: el ser para los demás. Marshall y Payne dirán que “cuando el pastor es un capacitador, se concentra en hacer que las personas se ministren unas a otras, en tanto que las estructuras, programas y eventos dejan de ser el centro”[7]. Es allí, donde el ministro del evangelio debe entender que la predicación es necesaria (¡y seguirá siéndolo!), pero es insuficiente. Lo suficiente es la palabra del evangelio, independiente del formato, siendo las visitas, los grupos pequeños, los estudios uno a uno, el desarrollo de ministerios, la amistad elementos constitutivos de su tarea capacitadora. Esto reporta desafíos al ministerio pastoral, los cuales son: a) tener al evangelismo como punto central de su labor; b) no deberle servicio a las estructuras; c) enfocar la enseñanza en el contenido y en las personas; y d) que el discipulado lo desarrollen personas que puedan llevarlo a cabo.
Separo el párrafo no para cambiar de eje temático, sino para especificar la mirada en el rol pastoral capacitando a quienes serán discipuladores y colaboradores en la misión. Respecto de este asunto, Marshall y Payne dicen que:
Si ocupamos todo nuestro tiempo en quienes necesitan ayuda, los cristianos estables se irán estancando y nunca recibirán capacitación para ministrar a otros, los no creyentes se quedarán sin ser evangelizados y muy pronto surgirá dentro de la congregación una regla general: si quieres contar con el tiempo y la atención del pastor, búscate un problema[8].
El no formar a otros que son potenciales discipuladores y/o líderes capacitadores, es muy decidor para nuestro tiempo. En la metáfora de los autores, con ello la vid se termina secando. Es primordial, por esto, que los pastores concentren e intencionen sus esfuerzos a la hora de discipular y capacitar a potenciales líderes y discipuladores. Acostumbrados en el mundo evangélico a esperar sensaciones respecto del llamado al ministerio, se olvida que el pastor en tanto capacitador debe guiar a otros al reconocimiento de sus dones. Es más, el pastor debe aguzar su mirada en los dones de los demás. Como dicen los autores: “Debemos ser proactivos al buscar, desafiando y poniendo a prueba a personas idóneas que puedan ser designadas para la obra del evangelio”[9]. Es así como, cuando se piensa en colaboradores en el ministerio se debe pensar en los siguientes criterios: que los compañeros en la misión sean “personas con un corazón entregado a Dios y con hambre de aprender y crecer. Deben haberse convertido plenamente, ser cristianos que estén avanzando en su vida cristiana y cuenten con la fidelidad y el potencial para ministrar a otros”[10]. En esa tarea, se les debe recordar a quienes colaborarán en las funciones de la comunidad, que esto no sólo implicará servicio, sino también renuncia. Es esta situación la que hace que se potencie la idea de ministerio a tiempo completo, y se desromantice los ministerios bivocacionales al estilo de Pablo y su construcción de tiendas, que no dejan de ser óptimos en algunos contextos. Es por esto, que la planificación de los ministerios debe tener en cuenta a las personas y a sus dones. Y por medio de esos dones planificar eventos que puedan producir contacto significativo con amigos. Muchas personas pueden trabajar en la vida de la iglesia, pero para ello hay que ceder a la tentación del control y de centralizar todo. Estar informado e impregnado de todo el quehacer de la iglesia no implica hacerlo todo. El valor del trabajo en la iglesia conduce a no tener personas esclavas de programas, capacitadas para un rol en particular que beneficia a la comunidad completa, y con ello a la innovación, diversificación y creación de nuevos ministerios en la iglesia, según la realidad propia.
Es así como el trabajo del liderazgo debe centrarse en las personas, haciendo que la estructura sea conocida y proporcione servicio para la vida de la comunidad. Para ello, la misma iglesia local debe y puede construir programas educativos propios, que atiendan a su realidad, pensando en una expansión a largo rato, dejando de lado las pretensiones de inmediatez y la pulsión por los resultados. Los autores señalan: “Si preparamos y enviamos trabajadores a nuevos campos (tanto a nivel local como global), puede suceder que nuestro ministerio local no crezca en número, pero el evangelio avanzará gracias a estos nuevos ministros de la Palabra”[11]. Todo esto debe estar imbricado a la concepción de que todo creyente es un misionero, y que debe y puede compartir la Palabra con todos a su alrededor, cuando sea, cómo sea y con quién sea. Para Marshall y Payne, debe abandonarse la idea que hace pensar que “la verdadera acción parece estar siempre en otro sitio, ya sea en otro movimiento cristiano o en algún lugar del mundo”[12]. Lo importante es que el mensaje de la buena noticia del evangelio con todo su contenido, sea anunciado con el poder del Espíritu Santo. ¡Es nuestra iglesia la que está en acción cuando vemos la realidad con esos lentes!
¿Cuál es el papel de la estructura eclesial y/o denominacional en todo esto? Sin lugar a dudas, según lo señalado en el libro, facilitar el crecimiento del evangelio, lo que implica que este sea conocido, comprendido y que pueda vivirse de manera fructífera, teniendo muy claro que el crecimiento se da en en las personas y no en las estructuras. La estructura debe fortalecer una visión de Reino, que busque el beneficio del Reino de Dios y no el nuestro, lo que implica que a veces hay que dejar que personas dejen nuestras iglesias locales con esa tarea. No todos podemos hacer lo mismo y, por ende, la comunidad como institución puede proveer un marco para generar diagnósticos pertinentes, centrados en las personas y sus necesidades.
La estructura como enrejado puede proveer el armazón que permite el comienzo y el desarrollo de esta mirada renovada y fresca de la vida eclesial, reorientando el culto en torno a la lógica del discipulado. A su vez, generando un liderazgo colaborativo en la cercanía que permite el trabajo dentro de un consejo, el que a su vez, instala dentro de sus reuniones ordinarias instancias de capacitación, que también se abre a la posibilidad de forjar nuevos colaboradores. Es con los colaboradores que se toma la decisión de que hacer tanto en el discipulado como en las capacitaciones, lo que implica dejar el voluntarismo que tiende al esfuerzo de un individuo que se precia de iluminado.
Hace años, en el contexto de una iglesia que estaba en su proceso de plantación, leí este libro. Pero debo señalar que volver a leerlo produjo nuevamente un impacto. El impacto tiene que ver con una suerte de zamarreo que hace volver a recordar lo realmente importante en la vida de la iglesia, a saber, la práctica del discipulado. ¡Cuántas veces perdemos de vista esto atrapados por la vorágine de la estructura, e inclusive, con cosas que van más allá de esta! Y en esta práctica fundamental de la vida de la iglesia, no debemos perder de vista que quienes discipulamos, y tenemos roles que cumplir en la vida de la iglesia, entre ellas, roles de liderazgo, no dejamos nunca de ser discípulos del Maestro por excelencia, Jesucristo. Por ende, como tales, nunca llegamos a ser “modelos terminados”, siempre necesitamos de la gracia, de la restauración, del acompañamiento, y la vida en comunidad nos provee todo aquello.
Otra cosa relevante que el libro proporciona, y que me parece sumamente importante profundizar en una reflexión, tiene que ver con el asunto del buen testimonio. Este tema debe ser limpiado de los extremos antinomianos y legalistas, y puesto en su recta expresión, aquella que emerge de la Biblia. Evidentemente, como señalamos, ninguno de nosotros deja de ser un necesitado de la gracia. Todos somos pecadores. Moralmente por nuestros esfuerzos no podemos hacer ni lograr absolutamente nada para nuestra salvación. ¡Sola Gratia! Ayer, hoy y siempre, Sola Gratia. Pero tampoco debemos olvidar que somos pecadores redimidos, liberados de la culpa, de la vergüenza y del poder del pecado, y nuestra naturaleza fue transformada por la obra de Cristo en la cruz, y la acción vivificadora del Espíritu en un momento particular de nuestras vidas. Es esa obra del Espíritu Santo la que nos capacita para vivir bajo esa renovación. Esa gracia aplicada en nuestra vida nos fortalece en la lucha contra el pecado y la cultura imperante que nos trata de amoldar a su sistema. Esa lucha es posible y necesaria. Por más que quienes ejercemos liderazgos luchemos contra la idea de que somos referentes de los demás, eso jamás deja de ocurrir. Aunque no queramos, aunque discurseemos de manera lata en ello, siempre los nuevos discípulos nos mirarán. Y ahí el énfasis de Payne y Marshall, es clave. El testimonio no sustituye la buena y sana enseñanza, pero no por eso deja de ser necesario. Es un facilitador del mensaje comunicado, al dotar de sentido con aquello que se puede ver. Tu buen testimonio no te salva ni te hace mejor. Tu buen testimonio es fruto de la obra del Espíritu y sirve a la edificación de la comunidad. Tener claro ese asunto será tremendamente beneficioso.
Lo otro a lo cual quiero referirme dice relación con la preparación de nuevos ministros. Sin lugar a dudas los seminarios no son fábricas de pastores perfectos, como tampoco lo son las comunidades locales. Son esfuerzos mancomunados de seminarios, iglesias en tanto comunidad y consejos superiores, tutores, candidatos, familiares y hasta amigos, los que colaboran en este proceso. Debo señalar que me hace mucho sentido el proceso de entrenamiento previo a la entrada al seminario por los candidatos al ministerio, toda vez que este proceso puede derivar en el incentivo de la vocación, o en que se deje de lado, en un momento bastante oportuno, pero en ambos casos, proveyendo a la comunidad de un miembro capacitado y que trabaja. Además, me hace total sentido el que la formación de los nuevos ministros tenga un carácter que acentúa el factor pastoral y misiológico, más que el perfil teológico e intelectual (sin dejarlo de lado, insisto, sólo como perfil que se acentúa). Y por supuesto, experimentando un largo proceso previo de entrenamiento práctico, dicha etapa lectiva podría ser acortada, proveyendo la posibilidad de especializaciones en el área. Una iglesia reformada siempre reformándose, también puede construir un seminario reformado siempre reformándose, que lee muy bien la realidad a la luz de la Biblia. Es la Palabra la que nos hace sensibles, abriendo nuestros ojos para leer adecuadamente el momento de nuestra iglesia, de la cultura y de la sociedad. Y libros como El enrejado y la vida, sin duda son una muy buena herramienta para ello.
Luis Pino Moyano.
[1] Colin Marshall y Tony Payne. El enrejado y la vid.s/l, Torrentes de vida, 2010, p. 14.
[2] Ibídem, p. 20. La acentuación está en el original.
[3] Ibídem, p. 44.
[4] Ibídem, p. 76.
[5] Ibídem, p. 80.
[6] Ibídem, p. 85.
[7] Ibídem, p. 114.
[8] Ibídem, pp. 127, 128.
[9] Ibídem, p. 155.
[10] Ibídem, p. 135.
[11] Ibídem, p. 34.
[12] Ibídem, p. 38.