La derrota y el fracaso.

Sí, hubo fake news, información falsa-falaz-y-parcial en la campaña del Rechazo. Sí, hubo una campaña que bordeó el patetismo con la idea del “rechazo por amor” como eje, financiada con muchos millones. Sí, hubo medios de comunicación de masas que se quedaron pegados y le dieron tribuna a lo peor de la Convención Constitucional, a los adalides del griterío, de la parafernalia y de la performance vacía de sentido, pero que vende. Sí, hubo gente que votó a partir de todo lo ya mencionado sin leer una sola página de la propuesta constitucional, personas que no sólo se concentraron en un puro sector social de la población. Sí, todo eso es cierto. Pero explicar la derrota solamente desde esa variable es un ejercicio autocomplaciente. Podría explicar una parte del porcentaje de la votación, pero no nos permite comprender el nivel de la paliza electoral vivida el 4 de septiembre de 2022. 61,86% vs. 38,14% de los votos.

No es menor escribir estas letras, luego de una semana en la que intenté catalizar la información, reflexiones, penas y rabias, en una fecha tan llena de memoria: 11 de septiembre. Hasta hoy no había encontrado la clave para iniciar mi reflexión escrita. Pero este día me llevó en la memoria a los análisis de izquierdas respecto a lo ocurrido con el proyecto de la Unidad Popular y lo que se comenzó a vivir con la dictadura militar que triunfara un martes en esta misma fecha. Algunos analistas hablaban del fracaso de la vía chilena al socialismo. Otros analistas hablaban de la derrota política y militar de dicho proyecto. Fracaso y derrota como opciones que se oponían en forma binaria entre sí. Desde la distancia temporal y analítica, siempre he considerado que ambas claves podrían dar una perspectiva mucho más global. Y, por cierto, volando en el tiempo hacia el 2022, creo que ambas claves debieran estar presentes a la hora de considerar el hito del 4 de septiembre de este año. 

La opción del Apruebo sostenida por diversos movimientos sociales, partidos políticos y variadas individualidades, fue derrotada por la opción Rechazo. Quienes sostuvieron la opción Rechazo, después de una tremenda derrota electoral, lograron sortear aquello y supieron usar el espacio de la Convención Constitucional con menos del tercio de convencionales como el espacio de campaña. Desde el día 1 de la Convención avizoraron que este órgano sería el móvil revitalizador del Rechazo de salida. Y desde ahí estuvieron en campaña, visibilizando la torpeza política, las performances descontextualizadas, la desmesura, todo eso unido a la exposición de información en ocasiones cierta, en otras parcial y en otras, falsa. Pero lograron instalar una discusión, un sentido común que conforma la realidad, tanto así que quienes eran mayoría circunstancial en la Convención, en muchos casos nadaron en las olas de las respuestas a la minoría circunstancial, olvidando que las fake news operan con los prejuicios a la base, por lo que responderlas te pone a la retaguardia de los procesos. El Rechazo logró activar los miedos atávicos de la sociedad chilena cuando aludía a la seguridad y la amenaza frente a lo propio, pero a su vez, removió el sentido de lo nacional tan arraigado en aquello que algunos han llamado “el alma de Chile”. Y todo eso, hizo clic en las mentes de habitantes de esta tierra, entre los cuales se encontraban varios millones que habían dejado de votar en el contexto del sufragio voluntario. El Apruebo fue derrotado el 4 de septiembre de 2022 por gente de a pie, por personas que con un lápiz y un papel marcaron la opción Rechazo, democráticamente, no con tanques y metrallas como hace cuarenta y nueve años atrás. Y eso es demoledor*. 

Pero la mirada de esa derrota queda inconclusa si sólo se ve a los otros. El Rechazo ganó porque el Apruebo fracasó. Y se fracasó desde el momento en que se pifió el himno nacional, escrito por un joven liberal, Eusebio Lillo, que fue miembro de la Sociedad de la Igualdad con Francisco Bilbao y Santiago Arcos, que fue perseguido por actuar sediciosamente contra el régimen conservador, y que ya más viejo fuera ministro del presidente Balmaceda. Se fracasó cuando el “pela’o” Vade fue descubierto en su farsa cancerígena, en lo que fue un golpe no sólo para la Convención, sino para miles de personas que padecen el rigor de una enfermedad que suena a sinónimo de dolor y muerte. Se fracasó en la desmesura, esa de quien propusiera los soviets como un modelo a seguir (lo que, menos mal, no tuvo siquiera un voto), en el disfraz, en el espectáculo de intrigas y egolatrías cuando se tuvo que elegir a la nueva mesa del órgano constituyente, en el convencional que quería votar desde la ducha. Pero, por sobre todo, se fracasó porque no se leyó bien la realidad chilena. Se fracasó porque se perdió de vista el principio democrático que señala que en dicho régimen triunfa la mayoría pero con respeto de la minoría. Se fracasó porque se construyó un texto larguísimo, en esa gran tendencia nacional por buscar regularlo todo. Se fracasó porque ese texto era un gran collage de identidades particulares, en el que en clave liberal (de izquierdas, pero liberal), individuos se veían más fortalecidos que el colectivo social. Se fracasó porque nunca logró explicarse bien el tema de la plurinacionalidad (cuestión que todavía, a diferencia de los casos de Nueva Zelanda y Bolivia, es tema de debate en los pueblos originarios que habitan el territorio chileno). Se fracasó duramente cuando la iniciativa popular más votada, “Con mi plata no”, no fue incluida en el texto constitucional, considerándola como una opción de derecha, olvidando con ello no sólo el principio democrático de la mayoría, sino también la historia de la seguridad social. 

Y, por cierto, se seguirá fracasando mal después de la derrota del 4 de septiembre, si la gran razón se busca en “los fachos pobres”. Esa identidad que nace desde el ninguneo y de una práctica tan deleznable que en Chile recibe el nombre de “roteo”, sólo devela a quien la enuncia. Decir que el triunfo del Rechazo y la consecuente derrota del Apruebo se debe a “fachos pobres”, que son inconscientes, arribistas o “tontos”, y que por ello se compraron el discurso de la derecha, es de una falta de respeto por el otro gigantesca, que presupone su ignorancia esencial y, a su vez, de una autocomplacencia que les sigue erigiendo, a los autopercibidos sabios derrotados, como vanguardia iluminadora. Eso es, precisamente, no entender nada. Es estar en un estado de embriaguez individualista, ególatra y autocentrada. ¿Dónde queda la dignidad de las personas cuando exhibo con espíritu de funa su ignorancia real o aparente? Lo que hay allí es puro clasismo travestido de progresismo. 

Parafraseando a Gramsci, la vieja Constitución de Pinochet-Lagos estaba muerta, pero lo nueva propuesta constitucional no pudo vivir, debido a todos los fenómenos morbosos que se dieron en el proceso constituyente, sobre todo desde dentro de la Convención. Con todo mi respeto a la gran mayoría de convencionales que hizo bien su trabajo, no sólo en la jornada establecida, sino hasta largas horas de la noche, hay un grupo de convencionales, esos que pululaban en los matinales como si fueran rockstars, entre los cuales hay uno que morbosamente publicó una historia secreta de la Convención (porque claro, es escritor), gente que luego de esta derrota debería tener vergüenza de andar en la calle, puesto que por sus gustitos, falta de inteligencia y realismo político, por su desmesura, hicieron que nos farreáramos la gran posibilidad de tener la primera Constitución escrita en democracia, con el Congreso Nacional abierto, con la oposición libre y sin los militares en el bloque del poder. Nos farreamos la historia. 

Mario Benedetti decía en su poema “¿Por qué cantamos?”, a modo de certeza: “Venceremos la derrota”. Quisiera en estas líneas formular la misma línea poética a modo de pregunta: ¿venceremos la derrota? La respuesta desde la incertidumbre es un “no sé”. Pero, si quisiéramos vencerla deberíamos empezar a decir las cosas como son: a casi tres años del estallido social, Chile no despertó el 18 de octubre de 2019, pues lo que tuvimos fue un “reventón histórico” que expresó el malestar social acumulado por treinta años, no sólo en clave política de izquierdas y/o progresismos variados, sino también en su calidad de individuos y consumidores (“El consumo me consume” de Tomás Moulian cada vez está más vigente). En el collage de la marcha del millón no sólo hubo propuestas, sino peticiones de variada índole. Todo ese movimiento, junto a la crisis azuzada por el desgobierno de Sebastián Piñera, fue catalizada por el Parlamento quien vio en el camino constitucional la salida institucionalizada que derivara en el restablecimiento de la paz social y del encuentro ciudadano. Octubre ya había sido derrotado y lo que se preservó fue el camino político de noviembre. Eso no fue entendido por parte importante de las izquierdas, dentro y fuera de la Convención. Y cuando se opera desde presupuestos irreales lo único cierto es el fuerte choque con la realidad. 

¿Qué queda por delante? Luego de entender la derrota y el fracaso viene la pregunta por el triunfo: ¿quién ganó el 4 de septiembre? Pensar que los partidos políticos de derechas ganaron ese día, junto con decir que el Rechazo de salida sepultó la opción de una nueva Constitución, también puede ser un error. Y si no lo es, puede ser catalizado para que lo sea. La política es el universo de lo abierto, donde no hay fatalismos, en el cual “El éxito no es definitivo, el fracaso no es fatal: lo que cuenta es tener el coraje para continuar”, palabra de Churchill. No se debe olvidar nunca que el 78,28% de votantes, el 25 de octubre de 2020, dijo apruebo a la pregunta “¿Quiere usted una nueva Constitución?”, y ese mismo día, el 79% votó a favor de una Convención Constitucional para llevar a cabo dicha propuesta. Ese triunfo no fue anulado el domingo pasado. Lo que se rechazó fue una propuesta de texto constitucional y no la posibilidad y/o el deseo de tener una nueva Constitución. Tiene que escribirse una nueva Constitución por medio de una Convención Constitucional, en un tiempo más acotado, con un texto mínimo que tenga el sentido histórico de recoger lo mejor de la tradición constitucional chilena, la “Constitución de Bachelet” realizada por medio de cabildos y la propuesta de realizada recientemente. Y aquí, el papel protagónico lo tendrá Gabriel Boric y su gobierno. Luego de hacer los cambios en el gabinete, y sin dejar de lado su tarea ejecutiva llevando a cumplimiento aquellos elementos de su programa que no dependían de la nueva Constitución, Boric tiene en sus manos la tarea de catalizar y conducir el momento constitucional que no terminaba el 4 de septiembre ganara quien ganara.

Huelga decirlo, Lagos tenía razón cuando señaló que el día clave para el proceso constituyente era simbólicamente el 5 de septiembre. También la tuvo cuando dijo “la vida continúa”. Por mi parte, tengo la convicción que el momento constituyente tiene que cerrarse con una nueva carta fundamental escrita en democracia, que ponga fin a la eterna transición construida a imagen y semejanza de Augusto Pinochet y tenga a la vista el país por venir. 

Luis Pino Moyano.

* Debo esta parte de la reflexión a mi colega profesora de historia Tamara Salinas. Aprovecho de agradecer también a colegas y estudiantes con quienes pude reflexionar sobre este acontecimiento, pues me ayudaron a ordenar y producir las ideas que dieron origen a este post. Sin dudas, les eximo de la responsabilidad de mis palabras y sus resultados.

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