¿Qué le podríamos deber a Wesley quienes no somos metodistas?

Cada 24 de mayo quienes son metodistas celebran y recuerdan la “experiencia del corazón ardiente” vivida por Juan Wesley, en el año 1738, en el marco de un servicio de la Sociedad Morava de la calle Aldersgate, en Londres. Esta viene a ser la conversión de este pastor, teólogo y evangelista que fue fundador del metodismo. En dicha ocasión, mientras el pastor que presidía daba lectura al prefacio del comentario de Martín Lutero a la carta a los Romanos, Wesley era impactado poderosamente por algo inédito en su vida. Escribió en su diario personal: “Como a las nueve menos cuarto, mientras escuchaba la descripción del cambio que Dios opera en el corazón por la fe en Cristo, sentí arder mi corazón de una manera extraña. Sentí que confiaba en Cristo, y en Cristo solamente, para mi salvación. Y recibí la seguridad de que Él había borrado mis pecados y que me salvaba a mí de la ‘ley del pecado y de la muerte’. Me puse entonces a orar con todas mis fuerzas por aquellos que más me habían perseguido y ultrajado. Después di testimonio público ante todos los asistentes de lo que sentía por primera vez en mi corazón”. El corazón que arde es el de un creyente que mira a Jesucristo y no aparta su vista de él. 

Ahora bien, Wesley no era un advenedizo en el conocimiento del cristianismo. Desde su nacimiento, el 17 de junio de 1703, hasta el día de su muerte, el 2 de marzo de 1791, su vida estuvo marcada por el signo eclesial. Sus abuelos paterno y materno,  que eran ministros de la Iglesia de Inglaterra, fueron construyendo un talante no-conformista en él y en su familia. Su padre, Samuel Wesley, también fue ministro anglicano, era además un literato, que proveyó una “Vida de Cristo en verso” y un comentario al libro de Job. Luego de hacer sus estudios universitarios en Oxford, y en paralelo a una incipiente carrera académica, Juan Wesley fue ordenado diácono de la Iglesia de Inglaterra, llegando a ser ascendido al orden de presbítero en 1728. 

Un hito clave corresponde a la fundación en 1729 en Oxford de un grupo que tenía la finalidad de adelantar estudios y para la comunión cotidiana, que generó una práctica sistemática de ayuno y visita a los presidiarios. Dicho grupo fue fundado por Charles Wesley, Robert Kirkham y William Morgan, siendo Juan Wesley su primer director. Los compañeros de universidad les llamaban en forma peyorativa “Club Santo” o “Polillas de la Biblia”, aunque ellos se denominaban “metodistas”, por su método devocional. Junto a su hermano Charles, Wesley desarrolló una fuerte tarea de predicación, primero en sociedades y luego al aire libre, teniendo entre sus compañeros a George Whitefield, con quien tuvo un serio debate soteriológico, pero una profunda y respetuosa amistad. Fue Whitefield quien le invitó en abril de 1739 a predicar en las calles de Bristol. Al principio, Wesley era reticente de esta práctica, pero con posterioridad, la hizo suya por 50 años, es decir, hasta que las fuerzas le acompañaron en ello. Las predicaciones eran principalmente temáticas, evangelísticas, con alcance masivo y gran efusividad. Si bien es cierto, no era tan histriónico como Whitefield en el púlpito, era muy claro y práctico, y sobre todo sincero. En mayo de 1739 funda la primera sociedad metodista, y a fines de ese año levanta, junto a otros, la primera capilla en Bristol. 

Pero, ¿qué le podríamos deber a Wesley quienes no somos metodistas? A continuación, me permito destacar las siguientes:

1. Un enorme apego doctrinal que se traducía en un modo de vida. 

Wesley no rompió con la Iglesia de Inglaterra hasta 1784, y fue un heredero de la teología emanada de los 39 Artículos de Fe de dicha denominación, de la teología protestante que había influido en dicha declaración, e incluso, de la Patrística. Wesley enfatizaba en lo siguiente: “Prediquen nuestra doctrina, inculquen experiencia, demanden práctica, den fuerza a la disciplina. Si predican sólo doctrina, la gente será antinomiana; si predican sólo experiencia van a ser entusiastas; si predican todo esto y no dan énfasis a la disciplina, el metodismo será como un huerto cultivado sin cerca, expuesto a los chanchos del bosque”. La enseñanza transformadora de la Palabra de Dios estaba, entonces, caracterizada por una fidelidad y apego a la Palabra de Dios, la que debía ser anunciada con claridad, lengua vernácula y ningún sesgo de clase a toda persona, creyentes en Cristo o no. Las personas que creían al mensaje evangélico debían ser guiadas en un proceso de discipulado que no es otra cosa que un traspaso de experiencia, junto con inculcar la práctica del metodismo, cuyo sello era una disciplina intra y extra muros de la iglesia, y en un constante acercamiento devocional, personal y comunitario. Aunque Wesley fue influido por el movimiento moravo, y en sus predicaciones se daban lo que en lenguaje más contemporáneo llamaríamos “manifestaciones espirituales”, no era un místico, sino un creyente con una fe muy realista, con los pies en la tierra. Una fe que no estaba marcada por ceños fruncidos y caras largas, porque para él “La piedad agria es la religión del diablo”. Estar en Cristo es la felicidad. 

Huelga decir acá que eso fue lo que proveyó de una fuerza dinámica a las primeras generaciones del pentecostalismo chileno, en los que la doctrina y la vida caminaban de la mano y la “experiencia” no se había monumentalizado en un pesado modo tradicionalista de vivir. El pastor Willis Hoover en su libro “El avivamiento pentecostal en Chile”, señaló que dicho movimiento “Tuvo su origen en la Iglesia Metodista Episcopal cuando se predicaba con más energía y se practicaba más que nunca la Palabra de Dios conforme a las enseñanzas de Juan Wesley, el fundador del metodismo. No fue la separación por ningún desacuerdo que tuviera con los principios o doctrinas del metodismo”. 

2. La importancia dada a la tarea de los laicos.

Ya desde 1742 en el seno del metodismo se había creado la figura del “guía de clase”, un hermano laico a cargo de un pequeño lugar de reunión, que colaboraba en el desarrollo de los creyentes, discerniendo su estado de avance, generando un pastoreo horizontal y cercano. Por su parte, en 1744, en el contexto de la Primera Conferencia Anual, se crea el movimiento de predicadores laicos, organizados por circuitos que irradiaban de iglesias centrales. Esos predicadores tenían dentro de sus tareas la proclamación del evangelio a quienes no conocían la fe de Jesús y la formación de los hermanos, por medio de la predicación y la enseñanza de la Palabra de Dios. Predicadores que debían haber experimentado una transformación de la vida, con un constante anhelo por la santidad y un alto sentido del deber. Wesley decía: “¿Qué es lo que estorba la obra? Yo considero que la primera y principal causa somos nosotros. Si fuéramos más santos de corazón y de vida, totalmente consagrados a Dios, ¿no arderíamos todos los predicadores y propagaríamos este fuego con nosotros por todo el país?”. Esa pregunta debiese seguir resonando en nuestro presente. 

3. Una gran preocupación social. 

Wesley se manifestó muy tempranamente preocupado por las necesidades humanas. Y no podía ser de otra manera, si su predicación estaba en la calle, en medio de la incipiente revolución industrial, con todos los cambios que se manifestaron en las sociedades urbanas y las condiciones paupérrimas de vida de los sectores populares, luego de extenuantes jornadas en las minas y nacientes industrias. Regularmente cuando pensamos en el “perfeccionismo” wesleyano, o en el Avivamiento, lo pensamos aplicado al proceso de santificación y la vida de la iglesia, pero para Wesley, esto también tenía que ver con el amor al prójimo. Wesley planteaba que: “El evangelio de Cristo no conoce ninguna religión sino la social; ninguna santidad sino la social”. El cristianismo es eminentemente comunitario y preocupado por las necesidades concretas de los otros. Hermanos metodistas colaboraron en la creación de centros de salud, orfanatorios, ligas contra la intemperancia, sindicatos, etcétera. Charles Wesley escribió un himno un 23 de mayo de 1783 que decía: “Excluidos de este mundo, hoy a ustedes los convoco: / Prostitutas explotadas, cobradores y ladrones. / Él a todos con sus brazos, en amor unir pretende, / Sólo a pobres y extraviados su perdón y gracia extiende: / Ya que ‘justos’ le rechazan y su amor no necesitan / Él a todos los pedidos, con pasión busca y visita”.

Me parece pertinente citar acá a Pablo Deiros, en su “Historia global del cristianismo”, cuando señala que: “Wesley fue el maestro que le enseñó a la nueva clase obrera inglesa cómo vivir y para qué vivir. Su propósito inmediato fue traer de vuelta a la fe cristiana a la clase obrera alienada del ministerio de la Iglesia de Inglaterra pero los resultados fueron mucho más amplios. Wesley comenzó un verdadero movimiento social que incluyó a un grupo de creyentes que llegó a ser conocido como ‘evangélicos’ y que pertenecían a la Baja Iglesia dentro de la Iglesia Anglicana. Estos cristianos se involucraron en el trabajo por la reforma de las cárceles, leyes laborales justas, un Parlamento más representativo y popular, el fin del comercio esclavista en todo el mundo y leyes más humanas. Esta ‘misión doméstica’ que alentó el wesleyanismo tuvo tanto éxito que, de todos los partidos socialistas, laboristas u obreros de Europa, el inglés fue el único que no asumió una postura anticristiana o antirreligiosa”. 

Todo esto tiene mucho que ver con aquello que Wesley quería transmitir con la idea de “el mundo es mi parroquia”, lo que debe ser leído en un sentido amplio de misión. Hoy, mientras se busca que la iglesia esté relegada al consumo de prácticas espirituales y la fe como una expresión personal y privada, necesitamos recordar que la fe en Cristo está muy lejos de ser eso, y no puede ser constreñida para aquello. La fe en Cristo abraza toda la realidad, nos permite entenderla, y además, busca que otros seres humanos puedan acceder a dicha experiencia y conocimiento. Cristo salva personas, y el método por el cual las llama es la predicación del evangelio y la acogida en una comunidad que ama, enseña-aprende y sirve. Como dice la regla de Juan Wesley: “Haz todo el bien que puedas. Por todos los medios que puedas. De todas las maneras que puedas. En todos los lugares que puedas. En todas las ocasiones que puedas. A todas las personas que puedas. Hasta la última hora que puedas”. 

Juan Wesley fue un ministro del evangelio que nos enseñó a mirar a Jesús, y mirándolo a él, nos enseñó a mirar a nuestro prójimo. En momentos aciagos como los que nos toca vivir en un contexto de pandemia, hacemos bien en cantar junto a su hermano Charles Wesley este hermoso himno: “Cristo, encuentro todo en ti, y no necesito más; / Caído, me pusiste en pie: Débil, ánimo me das; / Al enfermo das salud; guías tierno al que no ve; / Con amor y gratitud tu bondad ensalzaré”. Esta es la última estrofa de “Cariñoso Salvador”, compuesto en 1740, luego de una tormenta en pleno Océano Atlántico que no auguraba un buen final. El apellido Wesley es sinónimo de predicación y música. En ambas se nos recuerda que nuestro fin está en Cristo. Un fin que no acabará jamás. 

Luis Pino Moyano. 

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